Toni Roberto, tonirobertogodoy@gmail.com
Hoy Toni Roberto hace un recorrido por las viejas librerías asuncenas de la mano del investigador Pedro Gamarra Doldán y Gabriel Alfonsi, nieto e hijo de libreros.
Eran los últimos años de los 70 y todos los días, muy temprano, se levantaba la vieja cortina que miraba directamente a la entrada de la moderna y austera arquitectura del colegio sobre la poética calle Amambay, hoy Ygatimí. En su interior, libros, carpetas, sacapuntas y lápices acompañaban la eterna sonrisa de su propietaria, Celeste Osuna. Esto es lo primero que recordé al charlar con el notable investigador asunceno Pedro Gamarra Doldán y con mi coetáneo Gabriel Alfonsi Talavera, nieto e hijo de libreros.
LA PRIMERA LIBRERÍA DE ASUNCIÓN
La charla con el Dr. Gamarra Doldán me lleva a un recorrido desde la primera librería pública que instala en Asunción el coronel español Dionisio Lirio allá por el lejano 1860, libros que se importaban de Inglaterra o Francia, pasando por la primera editorial y librería denominada A. de Uribe y Compañía, posterior a la guerra Grande, allá por 1895. Pero antes, allá por 1880, se abre en Asunción la librería A la Ciudad de Berlín, que luego, al final, pasaría a llamarse Librería Nacional de Quell y Carrón, que existiera hasta 1920 y a la que inmortalizara en un icónico cuadro Ignacio Núñez Soler, el pintor de Asunción.
La reunión sigue y Gamarra Doldán ubica geográficamente la citada librería diciendo: “Justamente ahí donde luego, varias décadas después, se instalara enfrente, la librería Campo Vía, que fundaran los abuelos de Gabriel”. Todo esto me lleva a aquella moderna esquina del Edificio Alfonsi, diseñado a principios de los 70, de Palma y Alberdi, donde se encontraba la librería, siempre sentados en su escritorio los hermanos cuidando celosamente a sus clientes. Lamentablemente por un desconocimiento de la calidad de su arquitectura el edificio fue transformado hace aproximadamente diez años.
LAS LIBRERÍAS Y LAS TERTULIAS
Para todos aquellos que vivimos todavía una infancia hasta bien entrados los años 70, podemos decir que fueron lugares donde los propietarios hacían de guías en las compras, que se convertían en lugares de tertulias, de encuentros. Así, en la vieja Librería Comuneros, cuyo primer local se encontraba en un zaguán de la calle Palma desde 1959, luego desde 1963 en Presidente Franco y 14 de Mayo, asistían personajes de la sociedad asuncena, en algunos casos archienemigos que se daban una tregua entre libros y la presencia de su propietario, don Ricardo Rolón. La librería se muda en los años 80 al edificio Zacur, de Cerro Corá casi Iturbe, en donde pasó a mejor vida, lamentablemente, el año pasado.
LIBROS USADOS Y UN CORREDOR DE LIBROS
En otros casos, los vendedores de libros usados como don Armando Gorostiaga, conocido popularmente como Don Gorost, de la calle Tte. Fariña casi Ntra. Sra. de la Asunción, cuya sobrina, Kitty, nos acercara una foto suya, o Julio Aquino con su negocio que se encontraba frente a la plaza Uruguaya.
“En muchos casos muchas de esas librerías se convirtieron en vendedoras de útiles de colegio y oficina por una cuestión de supervivencia”, nos dice Alfonsi Talavera. “Mis abuelos tuvieron primero la cafetería El Felsina, por eso decimos que mis padres se criaron entre medialunas y libros, y nosotros entre libros y sacapuntas”, nos cuenta Gabriel Alfonsi. También existían los vendedores de puerta a puerta como el editor Carlos Schauman. Siempre se lo veía por la calle con un carterón de cuero lleno de libros dirigiéndose al despacho de algún importante lector asunceno. Era frecuente escucharle decir: “Me voy a lo del escribano Casabianca o me espera el doctor Peña”.
ALGUNAS ANTIGUAS LIBRERÍAS
El doctor Gamarra sigue contándonos de las antiguas librerías y cita a La Colmena, de los Daumas Ladouce; Internacional, de Puigbonet, luego de los Buzó; Letras, de Francisco Ruffinelli; Librería Casa América, de Moreno González y Sánchez Quell; Librería Parceriza, Selecciones, de Nicasio Martínez, la de Juan Lisboa; Comuneros, de Ricardo Rolón; la de Claus Henning, la del Colegio San José; Nizza, de don Salvador Nizza, y las que vinieron luego, las actuales como Servilibro, El Lector, Arandurã, Fausto o Tiempo de Historia.
El más grande problema de estas historias urbanas es la falta de registros fotográficos, pero en un pequeño recorrido por publicidades de viejas publicaciones pudimos rescatar reclames de la Librería El Ateneo, de la calle Gral. Díaz, cuyo largo slogan rezaba: “Su mejor amigo: un libro. Acompaña, ilumina, perfecciona, abre rumbos, descubre horizontes, aconseja y consuela en las horas difíciles”; o El Faro, sobre la avenida Rodríguez de Francia casi Brasil, hasta aquellas que llegaban a vender discos, casetes y encuadernaciones como Tecnilibro en Oliva 456.
Los años pasan y algunas librerías quedan. No sabemos cómo será el futuro, tal vez lo digital vencerá, pero jamás sustituirá al impreso ese que siempre “acompaña e ilumina” junto a una mesita de luz en algún rincón de un barrio de la ciudad de Asunción.