Ricardo Rivas, periodista, X: @RtrivasRivas

El pueblo de Israel se encuentra anímicamente devastado. Un centenar y medio de israelíes son rehenes. Pese a ello no es deseo de ese pueblo que la guerra se extienda.

Conocí la ciudad de Sderot –objetivo principal del devastador ataque criminal del grupo terrorista Hamás contra la población civil en el sur de Israel el sábado de la semana pasada– el domingo 21 de noviembre de 2010. Una pequeña ciudad tranquila y apacible enclavada en el impresionante desierto de Neguev. Su naturaleza es avasallante. Como Jerusalén, que también lo es por su historia milenaria. El viejo templo de esa ciudad, el Domo de la Roca; la mezquita de Al Aqsa, la Ciudad Herodiana, el Shuk (bazar árabe), la tumba del rey David, el Cenáculo. Todo está allí. En un área geográficamente tan pequeña como históricamente magnificente.

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Poco importa si quienes caminan por aquellas calles, por momentos angostas y complejas para orientarse, son creyentes en alguna religión o no. Claramente allí algo pasó y fue trascendente. Lo cuente quien lo cuente o se lea en el texto que se lea. Sabíamos y sentíamos que con cada uno de nuestros pasos pisábamos territorios que muchos coinciden en llamar Tierra Santa. Con un grupo de personas argentinas hacía ya una semana que, invitados en forma conjunta por la Autoridad Nacional Palestina y el Estado de Israel, a través de la Fundación TESA, estudiábamos la situación en esa región que algunos llaman Medio Oriente, otros Oriente Cercano y otras personas Oriente Próximo. Fascinante.

En las universidades de Tel Aviv, Haifa, Jerusalén y Birzeit, en Ramallah, con académicos y profesores –árabes y judíos– escuchamos, tomamos apuntes, leímos, preguntamos y recibimos respuestas. También lo hicimos con las y los estudiantes. Especialmente, en mi caso, con las mujeres palestinas.

Una imagen enorme de Mohamed Yasir Abdel Rahman Abdel Rauf Arafat al Qudwa al Huseini (1929- 2004), globalmente conocido como Yasir Arafat, quien fuera líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), presidente de la Autoridad Nacional Palestina y titular del partido político secular Al Fatah, que creó en 1959, ornamenta el frontispicio de esa casa de altos estudios que, como escuela secundaria para niñas, fuera fundada en 1924.

“Tienen razón (soy un soñador) ¿Quién dijo que la gente que no sueña tiene razón...?”, nos dijo el presidente y Premio Nobel de la Paz Shimon Peres durante una larga charla de un grupo de becarios argentinos en 2010 en la residencia presidencial de Israel

EL ESTUDIO

“¿Qué estudian?”, pregunté. Algunas de aquellas jóvenes estudiaban Humanidades. Otras, Ciencias de la Educación o Tecnologías de la Información. “Estudio porque quiero capacitarme para formar a mi pueblo y creo que podré hacerlo mejor con conocimientos sólidos sobre las TIC. La información es clave”, respondió quien dijo llamarse Hafsa, nacida en Cisjordania.

Me sorprendí. En los artículos 17 y 18 de la “Carta fundacional del Hamás” o “Pacto del movimiento de resistencia islámica”, rubricado en Palestina el 1 Muharram 1409 Hériga (18 de agosto de 1988), bajo el subtítulo “El cometido de la mujer musulmana”, se prescribe, para las mujeres, que tienen “un cometido no menos importante que el del hombre musulmán en la batalla de liberación. (Porque) Es la hacedora de hombres. (y) Su cometido en la guía y la educación de las nuevas generaciones es grande”.

Añade que “la mujer en el hogar de la familia combatiente, sea madre o hermana, desempeña el cometido importantísimo de cuidar de la familia, criar a los niños e imbuirles de los valores morales y pensamientos del islam” y precisa que “la mujer ha de tener conocimiento y comprensión suficientes en lo que se refiere a la realización de las tareas domésticas, porque la economía y la prevención del despilfarro del presupuesto familiar es uno de los requisitos para poder seguir avanzando en las difíciles circunstancias que nos rodean”.

Aun en ese contexto, según el artículo 12 de ese documento, dice que “una mujer puede marchar a combatir contra el enemigo sin el permiso de su marido, e igualmente el esclavo, sin el permiso de su amo”. Mujer y esclavitud, como condiciones, equiparados.

Consulté sobre esos mandatos patriarcales. A su tiempo, Jalila, con firmeza, respondió: “No es lo único que debemos hacer y tenemos la obligación de estudiar para que Palestina se libere”. Aquellas palabras daban vueltas en mis pensamientos mientras nos acercábamos al Sderot (bulevar) que allí se encuentra desde 1951.

“Hacer florecer el desierto” es lo que simboliza ese poblado de 4,4 km2 de superficie, en el que habitan unas 20.000 personas, a poco menos de un kilómetro de Beit Hanoun, ciudad palestina y de la Franja de Gaza, donde el Hamás es gobierno. Si bien aquella mañana soleada podría caracterizarla como una fotografía panorámica de la paz, recorrer sus calles y, muy cerca las de Yad Mordechai y del kibutz Netiva Haasará, permite percibir tensiones sociales intensas.

En 2010 en la Universidad de Birzeit, Ramallah, con estudiantes palestinas. “Tenemos la obligación de estudiar para que Palestina se libere”

EL SONIDO DE LAS SIRENAS

Con frecuencia esas poblaciones son sacudidas por el sonar de las sirenas que advierte sobre acciones bélicas en desarrollo. Cuando avisan que el peligro inmanente deviene en inminente. Varios días en aquellas semanas pernoctamos en un kibutz. En el más cercano a la Franja de Gaza. En esa granja colectiva –como se las definía allá por 1948– nos recibió un compatriota argentino (hincha de Independiente) cuyo nombre, después de 13 años, no recuerdo. Con enorme dedicación nos explicó la vida cotidiana en esos enclaves convivenciales. “En los últimos dos años cayeron aquí unos 700 misiles”, comentó con naturalidad. “Son de fabricación casera y, en casi todos los casos, tienen ojiva de cemento, no explosiva. Casi me animo a decir que son para amedrentarnos. Para que no olvidemos que los terroristas de Hamás están cerca. Que no nos descuidemos”. A uno de los presentes le entregó uno de esos artefactos para que supiéramos cómo es este tipo de armas. Muy fuerte. Pero así es la vida de quienes allí residen.

El ataque criminal del fin de semana pasado disparó aquellas vivencias. Con el correr de los días mucho más. En particular cuando la comunidad global supo que los terroristas no perdonaron la vida de lactantes, niños, niñas, mujeres y adultos mayores. Incomprensible e inhumano. No es nuevo, sin embargo. Es lo que Hamás persigue y procura.

De hecho, en el primero de los párrafos de su carta fundacional, el grupo terrorista lo expresa taxativamente: “Israel existirá y seguirá existiendo hasta que el islam lo aniquile, como antes aniquiló a otros”. Añade: “Nuestra lucha contra los judíos es muy grande y muy seria”.

Hamás no es el mundo árabe. Como tampoco es parte de él Irán que es persa. ¿Y las negociaciones por la paz? Las rechazan en su artículo 13: “Las iniciativas y las llamadas soluciones pacíficas y conferencias internacionales están en contradicción con los principios del Movimiento de Resistencia Islámica (…) No hay solución para la cuestión palestina si no es a través de la yihad. Las iniciativas, las propuestas y las conferencias internacionales son todas unas pérdidas de tiempo y empresas vanas”.

Anwar Sadat y Menajen Begin reciben el Premio Nobel de la Paz en 1978

NO A LA VIOLENCIA

Un querido amigo-hermano, académico de alto vuelo que desde la treintena profesa el islam, que rechaza toda violencia, alguna vez me explicó que yihad “es un principio que exhorta a ‘la voluntad ética de los musulmanes para buscar el bien y alejarse del mal’. Es esfuerzo, pero hacia el interior de la persona”. En aquel momento recordé –como hoy recuerdo ante la atrocidad de los crímenes de Hamás y de los que penosamente habrán de suceder– muchas de las palabras que durante casi dos horas expresó un par de días antes de llegar a Sderot el presidente de Israel Shimon Peres (1923-2016) en el transcurso de una reunión que mantuvimos en la residencia oficial que habitaba en total soledad.

“Es preciso animarse a la paz”, dijo con su voz gruesa, profunda. Exudaba serenidad. De él decían que era “un soñador”. No fueron pocos los que así lo caracterizaban peyorativamente. Peres no sin ironía reconocía aquellas intenciones aviesas y lanzaba un interrogante: “¿Quién dijo que la gente que no sueña tiene razón?”. Su convicción era la paz. Incluso cuando fue ministro de la Defensa. Desde esa posición ordenó que un grupo de tropas especiales rescatara en Entebbe, Uganda, a un centenar de rehenes judíos secuestrados por dos ciudadanos árabes y dos alemanes cuando viajaban en un avión de Air France. En aquella operación cayó en combate Yonatan (Yoni) Netanyahu, hermano de Benjamín, actual primer ministro israelí.

“Tuvo suerte”, sugirieron cuando todo terminó algunos de sus adversarios internos cuando Shimon Peres era vitoreado por el pueblo de Israel. “Lo que llamamos suerte en realidad es coraje”, respondió y agregó: “Tienes que arriesgarte y no puedes decir: ‘El riesgo que corro es tener suerte’. Tienes que prepararte bien para no depender de la suerte”. Cerró el debate. “Quizá gane la próxima vez”, aseguran sus biógrafos era su lema preferido.

Este viernes, cuando el mediodía en esta región hablé con el colega periodista y académico Marcelo Cantelmi, que se encuentra en Jerusalén una vez más cubriendo una guerra. “La situación está fea aquí”, dijo. Más temprano –en la madrugada local– cuando leí su columna, una vez más coincidí con su mirada.

SIN RECONOCIMIENTO

“Es importante notar que el grupo Hamás difícilmente representa a los palestinos, aunque lo presume (…) la conducción real palestina, que ha reconocido el lógico derecho de Israel a existir y que es aceptada por el mundo es la Autoridad Nacional Palestina”. Recordé la que se conoce como la guerra del Yon Kipur lanzada por Egipto y Siria contra Tel Aviv el 6 de octubre de 1973 en el día más sagrado del calendario hebreo. Algunos historiadores del islam la llaman guerra del Ramadán. El presidente egipcio Anwar Sadat junto con su homólogo sirio Hafez al Asad planificaron aquel acto bélico en detalle.

Coincidentes informaciones que circulan desde entonces dan cuenta de unos 2.700 soldados israelíes muertos, poco más de 17.000 heridos y unos 1.200 prisioneros. Poco después del fin de la crisis la primera ministra Golda Meir cayó. No tenía salida.

MACABRA SORPRESA

Aquel ataque –con excepción de la macabra sorpresa– en nada se parece al de una semana atrás. Hamás, grupo terrorista careciente de representatividad y/o mandato político que lo invista de legalidad y/o legitimidad, desarrolló una acción criminal. El ataque del 73 en el siglo pasado fue lanzado por dos Estados soberanos contra uno en idéntica situación jurídica. Sin embargo, en sus efectos políticos y sociales sí puedo imaginar o encontrar algunas similitudes. El pueblo de Israel se encuentra anímicamente devastado. Un centenar y medio de israelíes son rehenes. Pese a ello no es deseo de ese pueblo que la guerra se extienda. Hasta la tarde del pasado viernes unas 3.000 personas fallecieron y miles resultaron heridas a ambos lados de la frontera de Gaza. Israel pide a la población de la Franja que abandone ese territorio al que le cortaron la provisión de agua, electricidad y gas. Habrá más bombardeos. Hamás no se los permite. Los obligan a permanecer. Nada será igual cuando todo termine y no necesariamente haya paz, sino simplemente un alto el fuego. La región se ha desequilibrado.

No obstante, y aunque habrá demoras, el cambio de la situación geopolítica para alcanzar alguna forma de convivencia pacífica de la que participe activamente Arabia Saudita es muy probable que avance cuando las heridas aún estén abiertas o comiencen a cicatrizar. El primer ministro Netanyahu tendrá que recomponer su gobierno. Los retoques que tienden a la unidad nacional que produjo en los últimos días con la creación de un gabinete de guerra, seguramente, son parte de una estrategia mayor.

TOMAR DECISIONES

Los líderes regionales –por sobre la mesa o por debajo de ella– tendrán que tomar decisiones respecto de los grupos terroristas que periódicamente demoran o frustran para siempre proyectos de estabilización y consolidación de la paz. Será bueno tener a la vista que muchos de los ahora bien recordados estadistas que en la guerra y en la paz lideraron el área –muchas veces incomprendidos– fueron más tarde reconocidos mundialmente con el Premio Nobel de la Paz. Anwar Sadat y Menágem Beguin, en 1978; en tanto que Yasir Arafat, Shimon Peres y Yitzak Rabin, en 1994. Se animaron a la paz, aunque por lo menos a dos de ellos les costó la vida. Sadat y Rabin fueron asesinados por fundamentalistas de la muerte. Incluso, desde algunos años se investiga si un tercero –Arafat– murió el 11 de noviembre de 2004 como consecuencia de un ataque con polonio 210, un material altamente radiactivo.

Parafraseando a Lennon, es preciso darle una oportunidad a la paz. Violentos, abstenerse. Proveedores de armas, también.



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