María Victoria Benítez Martínez* Fotos: gentileza

La autora de este artículo reseña la última obra del francés Alain Rouquié, presidente de la Maison de l’Amérique Latine de París (Casa de América Latina) y autor de “La fin des diplomates – Le risque et l’honneur” (El fin de los diplomáticos – El riesgo y el honor), quien examina el futuro de la diplomacia en el mundo partiendo de la experiencia de su país.

A manera de introducción cabe contextualizar en primer lugar el origen y la actualidad de la institución diplomática en Francia.

Fue François premier (Francisco I – rey de Francia 1515-1547) quien creó las primeras embajadas permanentes. Fue él quien instituyó el uso del francés como lengua obligatoria en lugar del latín (1539).

Francia cuenta con 162 embajadas y 16 representaciones permanentes ante organizaciones multilaterales. La rotación de diplomáticos varía entre tres y cuatro años.

EL AUTOR

Alain Rouquié, politólogo y especialista en América Latina contemporánea, es director de investigación emérito del Centre d’Études et de Recherches Internationales (CERI) Sciences Po (Ciencias Políticas), fue director para las Américas del Ministerio de Asuntos Extranjeros, embajador de Francia en El Salvador, México, Etiopía y en Brasil de 2000 a 2003. Actualmente es presidente de la Maison de l’Amérique Latine en París.

Este especialista en relaciones internacionales aborda en su libro “La fin des diplomates – Le risque et l’honneur” (2023) (El fin de los diplomáticos – El riesgo y el honor) el futuro de la diplomacia, una función que hasta ahora ha sido indispensable en las relaciones internacionales y en el mantenimiento de la paz en un escenario geopolítico mundial cada vez más incierto.

Francia ha decidido ser el único gran país que ya no quiere un cuerpo diplomático, según el Journal Officiel, el decreto publicado por el Ministerio de Europa y Asuntos Extranjeros (Ministère de l’Europe et des Affaires Étrangères): Decreto N.º 2022-561 de 16 de abril de 2022 sobre la reforma de la alta función pública, que modifica el Decreto N.º 69-222 del 6 de marzo de 1969 sobre el estatuto especial de los agentes diplomáticos y consulares (en particular, se han suprimido los grados de consejero y ministro para los nuevos diplomáticos). De esta manera, los altos funcionarios, es decir, los administradores del Estado de nivel ministerial, pueden ser elegidos para la representación diplomática.

Sede del Ministerio de Europa y Asuntos Extranjeros de Francia

PÉRDIDA DE INFLUENCIA

Rouquié considera que, al optar por normalizar esta progresión, Francia corre el riesgo de agravar su pérdida de influencia en el mundo.

La considerada como segunda profesión más antigua del mundo no goza actualmente de buena reputación en Francia y, en algunos casos, en el mundo occidental. En general, se asocia a los diplomáticos con acontecimientos sociales, el lujo y actividades de ocio. Los diplomáticos son vistos como privilegiados que llevan una vida lujosa en empleos de ensueño, explica el autor.

La diplomacia queda así devaluada por imágenes en las que la elegante frivolidad apenas revela la responsabilidad social de la profesión.

Si sabemos para qué sirve un comisario de policía, un maestro de escuela o un conductor de ómnibus, no se puede decir lo mismo de un diplomático, afirma Rouquié, quien se pregunta por qué se gasta tanto dinero en actividades que el público no ve.

No es de extrañar que esta pérdida de prestigio haya ido acompañada de una erosión constante de personal y de los recursos financieros, que en Francia se han reducido considerablemente a lo largo de los años.

TRANSPARENCIA

Hoy en día, a falta de visibilidad, existe una demanda de transparencia y un deseo de conocer los costes y beneficios de las actividades públicas.

En un mundo inestable, un país como Francia debe contar con una amplia y competente red de representantes en el extranjero, porque en geopolítica no hay Estados pequeños ni puntos ciegos, como han demostrado el Vaticano, Israel o Cuba, que a lo largo de la historia han tenido mayor influencia internacional que gigantes como India o Brasil. En tiempos tormentosos, los diplomáticos son más necesarios que nunca para ver y predecir.

Pero para alcanzar estos objetivos no basta con tener instrucciones claras; también hay que conocer las partes implicadas, a los interlocutores responsables, su cultura y sus límites, así como saber con quién se está hablando. La contraparte ya tiene su discurso hecho.

Francia ha reducido su política exterior con determinados países, pero no sus relaciones diplomáticas.

Este país ha conservado sectores de excelencia más allá de la moda y los ferrocarriles, la energía nuclear, la aeronáutica, los transportes urbanos, los productos alimentarios de alta gama y el turismo.

Atractiva por su patrimonio histórico protegido, Francia nunca ha dejado de ser una fuente de ideas. Para Rouquié, Francia necesita diplomáticos fastidiosos que susurren al oído de los ministros. Un destino mejor servido por un cuerpo de diplomáticos reactivos e innovadores, capaces de proponer iniciativas adaptadas a estos tiempos despiadados.

Portada del libro en el que se analiza el futuro de la diplomacia

LA DIPLOMACIA PRESIDENCIAL

Se cumplen 59 años de la visita del general Charles de Gaulle a Paraguay (1964) en el marco de su exitosa gira latinoamericana, que incluyó visitas a no menos de veinte países latinoamericanos. La diplomacia de De Gaulle se orientó hacia la búsqueda del diálogo, pero las relaciones entre la República Francesa y el continente latinoamericano ya no parecen estar en su mejor momento.

Bajo las presidencias de Georges Pompidou (1969-1974) y Valérie Giscard D’Estaing (1974-1981), las relaciones entre Francia y América Latina siguieron siendo buenas, pero estas presidencias se caracterizaron por la ausencia de una política latinoamericana bien definida.

Sin embargo, G.D’Estaing instauró entonces el diálogo norte-sur (relaciones entre países desarrollados y en vías de desarrollo) para promover el crecimiento económico de los países emergentes, que no obstante siguió estando muy centrado en las relaciones franco-africanas, abriendo también las puertas de Francia a los refugiados políticos de las dictaduras militares latinoamericanas.

El 22 y 23 de octubre de 1981, François Mitterrand realizó uno de sus primeros viajes oficiales al extranjero para participar en la Conferencia Norte-Sur de Cancún sobre Cooperación Internacional y Desarrollo, destinada a ayudar a los países latinoamericanos a salir del círculo vicioso de la deuda. Como muchos exiliados chilenos se habían instalado en Francia, Mitterrand era especialmente sensible a las cuestiones latinoamericanas y quería mostrar su solidaridad con los pueblos de la región.

Jacques Chirac emprendió un largo viaje a América Latina, visitando Paraguay en 1997, con motivo de una relación cultural pragmática y redefinida con América Latina.

En tanto, Nicolás Sarkozy solo estaba interesado en vender Rafales (aviones de combate a un precio de 120 millones de euros) a Brasil.

“¿Por qué un presidente que pasa parte de su tiempo comunicándose directamente con sus homólogos a distancia necesitaría un diplomático para saber lo que piensan sus homólogos”, se pregunta Rouquié.

Al mismo tiempo que Sarkozy expresó su menosprecio por los diplomáticos, a los que consideraba faltos de coraje e incluso soñó con suprimir el Quai d’Orsay (el ministerio). Pero una vez en el Palacio del Elíseo, no puso en práctica sus planes. Sin embargo, suprimió el Garden Party de l’Elysée, la celebración del 14 de julio en los jardines del Palacio del Elíseo, y los presidentes posteriores nunca han vuelto atrás.

PRIORIDAD

Durante el mandato de François Hollande (2012-2017), la política de Francia hacia América Latina se presentó como un área prioritaria de la diplomacia francesa. Hollande visitó Perú, Argentina y Uruguay. En cambio, durante este período cerró el Consulado de Francia en Asunción y se puso en venta el edificio de la embajada, aunque el departamento comercial de la embajada ya había desaparecido hacía años.

En el extremo opuesto se encuentra el modelo estadounidense, en el que predominan los nombramientos políticos, al menos para los puestos más altos de una carrera diplomática relativamente reciente. Con Donald Trump, los nombramientos políticos se han acercado al 45 %.

“Se puede decir que de tal presidente, tales embajadores”, concluye Rouquié.

*Ph.D. en Historia y civilizaciones - Relaciones Internacionales - Université Paris Cité, Francia

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