Este domingo Toni Roberto reflexiona sobre cómo a veces una casa puede ser el retrato de quien la habita.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Hace muchos años, más de treinta, empezaba a dibujar la ciudad. Lo que en las décadas anteriores era expresarme en pequeños cuadernos dibujando a escondidas, empezó a transformarse en otros que terminaron siendo, sin querer, dibujos de las casas de mis amigos, parientes, aquellas fachadas que me interesaban sin tener en cuenta si se tratara de una gran residencia o un pequeño chalet a dos aguas.
Dibujar artísticamente no es hacer fríos dibujos técnicos arquitectónicos, más que nada es transformar las duras líneas en expresiones que se convierten en trazos desde el alma del que las realiza, intentando capturar el espíritu de sus propietarios en cualquier rincón de un barrio, callejones, pasajes o avenidas.
“ROMPA TODO ESO Y EMPIECE DE NUEVO”
Dibujar es crear una nueva fachada a partir de la que tenemos enfrente. Dibujar no es decir “¡qué hermoso, le salió casi igual, casi como una foto!”, sino todo lo contrario.
Hace muchos años le presenté a mi maestro, Lívio Abramo, las casas que había “acuarelado” siguiendo las pautas academicistas. En ese momento me dijo “rompa todo eso y empiece de nuevo, cree su propia historia”. Y así comencé a investigar la línea buscándole a cada casa, a cada fachada, el espíritu que la hacía única e irrepetible.
Desde mi propia vieja casa de la calle Alberdi con sus terrazas y su mirada eterna al oeste; la antigua antena de Canal 9, la espesura del parque y el primer edificio del Poder Judicial. En otro punto de la ciudad, el muy particular y profundo patio de los Prieto en la calle Santa Rosa 390, la casa de Lucila Gatti, una sencilla fachada realizada por Publio Fernández, las historias de la casa Battilana y las leyendas que la rodean, la casa de los Ferrario Peña, que luego se convirtió en artículo de domingo “Cuando una casa se va” (La Nación, 18 de octubre de 2020), “Arquitectura asuncena, rescatada solo en libros” (La Nación, 11 de agosto de 2019), la casa de Michele y Luisita Altieri, hasta la casa de Hugo y Tita Berkemeyer.
Al final, “La casa de…”, aquella serie que surgió a partir de los recorridos por la ciudad, desde el colegio con mis maestras Maricha Heisecke y Olga Blinder, sumada a las instrucciones del maestro Abramo, sigue dando vueltas desde la eterna mirada a fachadas antiguas y otras que nacían en la misma época que la mía y que hoy se volvieron mayores. En muchos casos son homenajes a quienes la habitaban; a veces, hasta se convierten en retrato personal.
EL DR. NETTO Y MAYBELL
Desde el chalet del Dr. Juan S. Netto, héroe de la guerra del Chaco y pionero en cirugía torácica en el Paraguay, uno de los más hermosos de finales de los años 70; caminando por la calle San Rafael sorteando el sinuoso empedrado en esas alturas se llegaba a su casa, un bajo chalet al que luego le agregaran un segundo piso, un largo caminero indicaba la puerta de entrada. Coronada con una chimenea, donde siempre en el duro invierno se podía ver el humo que daba calor al hogar, acompañado por su señora Maybell Lebrón, que hace pocos días cumplió 100 años, pasando por la fastuosa residencia de los Fuster Colunga, hoy casa de los Mendoza Yampey; la sencilla fachada de Moncho Azuaga sobre la calle Tercera o la casita de Dora en el barrio Republicano, “China, Reina y Dora” (La Nación, 16 de mayo de 2021), todas nos cuentan historias.
Hoy, después de más de treinta años muchas de aquellas casas que vieron pasar las historias de la ciudad desde sus paredes, desde sus rincones, ya no están o fueron transformadas, pero quedarán en el espíritu de cada línea, de cada trazo, de cada instante de la retina, con solo dos sencillos materiales, papel y tinta, acompañados para siempre de emociones imborrables.