Pedro Almodóvar es un creador al que se asocia con la idea y la práctica de la libertad de expresión. Lo asumo así y lo creo así. Sé que no estoy en soledad en esta concepción de ese intelectual de la cultura española posfranquista que con sus creaciones supera los límites geográficos de aquel reino. Sigo sus producciones que luego de verlas dejan –siempre– tela para cortar.
- Por Ricardo Rivas
- Periodista
- x: @RtrivasRivas
“Fue por voluntad de Dios / Que vivo en esta ansiedad / que todos los males son míos / Ese es todo mi anhelo / Fue por voluntad de Dios / Qué extraña forma de vida / Ten este corazón mío / Vives de una manera perdida / ¿Quién le daría la magia? / Qué extraña forma de vida / corazón independiente / Corazón que no manda / Vives perdido entre nosotros / Sangrado persistente / corazón independiente / y ya no te sigo / para dejar de golpear / Si no sabes a dónde vas / ¿Por qué insistes en correr? / ya no te sigo / Si no sabes a dónde vas / para dejar de golpear / ya no te sigo”. Recuerdo aquellos versos en cada minuto. Con ellos recupero la voz de Amalia Rodrigues, una mezzosoprano, portuguesa gigante. Nadie como ella para sentir y hacer sentir el fado que siempre significo y asocio con tristeza, dolor, añoranza, anhelo o más precisamente con ese sentimiento atrapante que encierra la palabra saudade.
Recién promediaban los años 90 en el siglo pasado cuando en un anochecer la disfruté acompañado de una copa cargada con vino verde. Casi con seguridad creo recordar que fue en Lisboa cuando esa ciudad increíble postulaba para ser la “Capital europea de la cultura” o en Coimbra o quizá en alguna callejuela de Oporto. Poco importa porque aquella –su voz– me acompaña desde entonces. Partí con los oídos endulzados. Pasaron muchos años desde aquel momento y en no pocas ocasiones Amalia regresó una y otra vez para estrujarme el corazón. Saravá, Amalia. Desde mayo pasado la “Extraña forma de vida” vuelve a sonar. También con cálida tristeza y una voz excepcional. Caetano Veloso con su guitarra la recrea y aporta para contextualizar el amor entre el sheriff Jake y el cowboy Silva.
Pedro Almodóvar (74) es un creador al que se asocia con la idea y la práctica de la libertad de expresión. Lo asumo así y lo creo así. Sé que no estoy en soledad en esta concepción de ese intelectual de la cultura española posfranquista que con sus creaciones supera los límites geográficos de aquel reino. Sigo sus producciones que luego de verlas dejan –siempre– tela para cortar. He procurado no dejar nada atrás de su filmografía. “Átame”, en 1989, con Victoria Abril y Antonio Banderas, me atrapó. Pero no por ello dejo de reconocer la excelencia de títulos como “Hable con ella” (2002); “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (1988); o, “Todo sobre mi madre”. Cada una de sus obras continúan en mi memoria y reflexiones. Su humor es muy particular. Ácido. Irreverente. De hecho, en uno de sus viajes a Estados Unidos dado que sus creaciones son muy apreciadas por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas en ese país, recuerdan y relatan que cuando le presentaron a Al Pacino, al tiempo que le estrechó la mano, simplemente le dijo: “Almodóvar, nice to meet you”. Las risas para celebrar ese repentismo abrieron paso a una noche de copas, según me comentó un querido colega.
WESTERN GAY
Pedro, no para. En sentido opuesto a Descartes, existe luego piensa, reflexiona y después crea en procura de un más allá comprensivo y comprehensivo para producir sentido con su cine que, como explicaba el profe Carlos Vallina en la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, “tiene cosas visibles, cosas invisibles y cosas que solo cada uno ve”. Almodóvar lo hizo de nuevo. Cuando promediaba mayo llegó hasta la 76.ª edición del Festival de Cannes con un western que imaginó, escribió, produjo y filmó hasta lograr un corto metraje de apenas 31 minutos –”Extraña forma de vida”– que cosechó aplausos y ovación. “No hay forma de vida más extraña que vivir de espaldas a tus propios deseos”, explicó el artista a la Cadena SER para luego categorizar a su obra como un “western gay”.
La inmanencia de Amalia y Caetano emergen en las reflexiones artísticas de Pedro. Rodada en el desierto de Tabernas, en Almería –cuna del western spaghetti entre los años 60 y 70 del siglo pasado– al filme no le falta ninguno de los ingredientes del género. Vaqueros, pistoleros, duelos, muertos, caballos, malos, muy malos, algunas violencias resueltas a tiros y una historia de amor compuesta y protagonizada por Ethan Hawke (52), el sheriff y Pedro Pascal (48), el cowboy que se reencuentran después de 25 años. “¡No me quisiste a mí ni a nadie!”, reprocha Silva al sheriff que enardecido, lo apunta con su Colt 44 y en tono de amenaza impetra: “No vuelvas a repetir eso”. Se miran a los ojos que no chispean odio. Se encienden de amor y deseo. La tensión ocupa en toda su dimensión el pequeño cuarto mugroso y saturado de polvo donde se ambienta la escena. “Hace años me preguntaste qué podían hacer dos hombres viviendo juntos en un rancho – dice Silva, en otra escena al sheriff que acostado en una cama y enfermo permanece en silencio– te responderé ahora”.
Tal vez, la audacia del creador es la de atreverse a mostrar que la humanidad –sin que sean relevantes las épocas– se repite y siempre se enfrenta a los mismos desafíos. Como si hubiera muy poca cosa nueva.
“El western es como el fútbol y el toreo”, sostiene Almodóvar. “Ha sido un viaje llegar a este punto en mi vida, pero no podría estar más feliz con mi decisión de salir del armario. He estado luchando con mi sexualidad durante más de seis años y estoy contento de poder aparcarlo”, dijo el centro campista del Adelaide United, Josh Cavallo (23), después de informar que es gay en octubre de 2021. Por allí andan mis pensamientos en esta noche de viernes cuando el inicio del sábado es inevitable. Debo decirlo y asumirlo. Crecí con el western.
Forma parte de mi cultura. John Wayne, Henry Fonda, Burt Lancaster, en blanco y negro primero y en color después acompañan a mi generación desde varias décadas. Y, con ellos Lucy (y todas las Lucys) que en la cantina de pueblos perdidos y polvorientos se enamoraban de aquellos protagonistas que épicamente se marchaban sin decir adiós después de matar a varios forajidos imperdonables. Eran producciones sencillas para seguir y decodificar. Los presuntos buenos eran buenos y los presuntos malos eran malos. Nada para pensar. El cine de Hollywood era así. Sin lugar para nuevas miradas quizás más cercanas a lo que en aquellos años eran las prácticas sociales.
CAMBIOS
Pero algo comenzó a cambiar cuando promediaban los años 60 en el siglo pasado. En los llamados western spaghetti –coproducciones italianas, españolas y hasta alemanas del oeste– que se rodaban en Italia y España, no todo era tan lineal. Clint Eastwood (El Bueno), Lee Van Cleef (El Malo), Aldo Giuffré (El Feo) componían personajes por momentos ruines, avaros, desalmados y con historias personales muy alejadas de la épica, del patriotismo, de la idea de imponer la ley y el orden. Los alguaciles que los perseguían tampoco eran portadores de virtudes y, las Lucy, también eran diferentes. No evidenciaban tener puntos de contacto con aquellas que engañadas y abandonadas en el medio de la nada –casi como en los tangos– solo tenían como recurso venderse y llorar de a ratos cuando recordaban a aquel vaquero que partió a trotecito lento. Los héroes nunca se despiden y siempre andan en soledad.
Diversidad desde siempre y en todas partes. Pedro Almodóvar no es el primero que lo cuenta. No. Algunos años atrás –el 9 de diciembre de 2005– el cineasta Ang Lee también relata una historia queer entre vaqueros. “Secreto en la montaña”, apoyada en Brokeback Mountain, un cuento de Annie Proulx que ganó tres Óscar sobre ocho nominaciones. Protagonizada por Heath Ledger y Jake Gyllenhaal, dos vaqueros enamorados amándose en la privacidad de las R
rocallosas, fue un éxito de alcance mundial que Brad Pitt y Leonardo Di Caprio no quisieron protagonizar. Crece el silencio. Las reflexiones ganan espacio. Pensar en aquellas personas que como tantas otras se debaten entre sus opciones y preferencias sexuales en sociedades hostiles hasta nuestros días cala profundo.
“La vida como viene”, canta un cura en la Argentina con una banda de música popular que creó. La biblioteca –que casi todo lo contiene, aunque siempre falta algo– también aporta. Cowboys gays, vaqueros enamorados. El cine abre las puertas para entender la vida como viene y desarrollar la inclusión sin cortapisas. ¿LGBTTTIQ+, desde siempre? ¿Por qué no? La construcción de lo identitario no es una novedad. Por fuera de la academia se sabe poco y casi nada de lejanas prácticas sociales identitarias que, a la luz de textos y estudios antropológicos notables, aunque poco difundidos, aparecen como ancestrales. Complejo para muchos y muchas.
En Oaxaca, México, aún se practica la Danza de las Mascaritas con los hombres vestidos y comportándose como mujeres. Eveline Sigl, antropóloga, explica en “Erotismo, sexualidad y humor en las danzas del altiplano boliviano” –un detallado estudio que publicó en 2012– que en esa región “los varones que realizan personajes con vestimentas femeninas como Awicha, Awila o Tayka (la ‘abuela’) pueden ser considerados como transformistas rituales, pues no pretenden representar a una mujer, sino a un estado intermedio que reúne las polaridades masculino-femenino, varón-mujer”. Óscar González Gómez, doctorado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) –estudioso de las identidades en América Latina y sobre género, masculinidades y salud– sostiene que “en algunas culturas no occidentales, las identidades y sus expresiones sexogénericas son infinitas y tienen múltiples combinaciones”. En el comienzo de los años 90, en Estados Unidos, en el transcurso de una charla informal con académicos y universitarios, escuché que en los pueblos originarios del norte de América socialmente reconocían hasta cinco géneros y que algunas comunidades, entre las que mencionaron a los Cherokee y los Navajos, hablaban de “gente de dos espíritus”.
Los primeros rayos del sol sabatino golpean fuerte. La vieja mecedora, una vez más, fue el mejor refugio para el silencio reflexivo. Queda mucho por saber, por conocer, por aprender. Dudar es parte de la vida. Claramente, el desierto de Tabernas, en Almería, es el escenario ideal para recrear el lejano oeste norteamericano tanto como para que Sergio Leone dirigiera “Lo bueno, lo malo y lo feo”, como para que Pedro Almodóvar hiciera “Extraña forma de vida”. Dos westerns con todo lo que tiene y debe tener un western, pero con perspectivas bien diferentes. Incluir o excluir, esa es la cuestión. Solo se trata de vivir.