Este domingo Toni Roberto nos lleva a sus recuerdos del Cristo Rey, la primera parte de un viaje al pasado de una institución que dio grandes hijos a la sociedad paraguaya.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Desfilar por las calles de los alrededores del Cristo Rey me lleva a imaginar recuerdos de aquellos primeros alumnos que empezaron en el viejo local de la calle Colón casi Ygatimí, cuando los jesuitas hacían su segunda llegada al Paraguay en 1927, siendo recibidos en Asunción por los sacerdotes del San José. Empezaban así una misión apostólica que luego se convertiría en el colegio Cristo Rey desde 1938.
LOS ALUMNOS Y UNA MIRADA AL SUR
En ese sueño recuerdo cualquier día de principios de los 80 y los compañeros habituales que subían Montevideo rumbo al sur. El viejo pantalón gris, la camisita blanca y las gastadas carteras de cuero iban tomando altura hacia la calle Segunda; los Köhn, los Cino, los Basili, los Speciale, los Poletti, los De Doménico, los Celauro, los Sacco y muchos más íbamos en una caminata que transcurría bajo la atenta mirada del señor de la Farmacia Austral de Primera y Montevideo.
La vida para muchos de los que pasamos por las aulas de aquella arquitectura moderna pero austera estaba acompañada por grandes profesores como Sally Filippi de Gómez Sánchez, Elvira y Estela Careaga, Lidia Scolari de Brítez, Tona Meza Lagrave de Méndez o Blanca de Oporto y en secundaria figuras de la talla de Idalia Flores de Zarza, Carlos Pusineri Scala, Reina Levi Ruffinelli de Arce, César Cataldo o el gran profesor de natación Héctor Segades.
UN MODERNO AUSTERO EDIFICIO
En 1961 empieza la construcción de aquel edificio bajo el diseño del arquitecto Cacho López Urbieta y la rigurosa supervisión de Ignacio Costas, aquel sacerdote de una acaudalada familia española que entregó todo su amor y fortuna al engrandecimiento de este colegio, al que honran sucesivas generaciones de alumnos, destacados en el ámbito que les toque desenvolverse.
“La caja de zapatos” lo llaman sus detractores o un “no es lindo” se suele escuchar. Sin embargo, cada detalle tiene un sentido. Amplias aulas con una fresca orientación norte-sur que miraban atentamente la construcción de aquellos primeros edificios en altura de finales de los años 60 y 70 del siglo pasado.
Así, los que pasamos por esas aulas en esa época podemos recordar el nacimiento de las altas torres como El Dorado, los Líder, los Deline, el Ytá Yvaté de O’Leary y Oliva o el helipuerto, en el que esperábamos se pose alguna vez un helicóptero.
En 1967 se inaugura el moderno edificio de la secundaria, que luego sería lamentablemente transformado en su sencilla pero elegante fachada con el agregado de otro bloque, perdiendo el elegante talud que exaltaba su arquitectura. Desde ahí brillaban la cúpula de la Encarnación y el Hotel Guaraní con su triangular esbeltez.
LOS ALUMNOS DEL OESTE Y DEL CENTRO
Sigo con el sueño de los recuerdos y de aquellos que se despedían e iban hacia el oeste, familias eternas habitantes de aquella poética zona de la ciudad con su avenida engalanada por altos jacarandás: los Prono, los Spatuzza, los Fustagno, los Guanes, los Giralt, los Battilana, los Pusineri, los Maneglia, los Pangrazio o los Diez Pérez. Hacia el centro enfilaban los Cabrera Cardús, los Elías o los Bittar.
Continúo marchando en el desfile mientras flamean las banderas. Al frente va don Henry Valiente, de una de las primeras promociones, con la fortaleza de sus años. Así, la poética calle Amambay, después avenida Ygatimí, que cambió varias veces de nombre, alberga un domingo de mañana los recuerdos de aquellos que pasamos por las aulas de este gran colegio, que formó hijos para aportar a la patria desde donde les tocara participar, siempre inquietos en el lema de amar y servir, con las armas del pensamiento y no con las que creen, hasta hoy, un grupo de aferrados a sus errados imaginarios y que llevara en 1976 a uno de los actos más crueles en los registros de la educación latinoamericana.
Para ello recurrimos siempre a los protagonistas de esa época, encendidos por el fuego del recuerdo de uno de sus hijos, Jorge Cataldo, de la promoción 1977, que junto a David Velázquez Seiferheld siguieran los pasos para que el predio de las casi dos grandes manzanas, que hoy también integran varias casas patrimoniales de la cuadra del frente norte, sea declarado Sitio Histórico y de Conciencia del Paraguay.
EL DESFILE TERMINA
Las emociones van y vienen. Las trompetas suenan y las nuevas generaciones llegan para seguir construyendo un mejor Paraguay desde las blancas aulas que miran al sol esperando un nuevo mañana. El desfile termina, los recuerdos quedan. Yo camino por la misma vereda de la avenida como lo hacía de niño en los años 70 y principios de los 80. Miro las arquitecturas de la avenida, pero ya no está don Leandro Cacavelos, Chona Bianchini, los Heisecke o los Bedoya. Solo quedan el eterno silencio de los “Recuerdos del Cristo Rey” y el imaginario barrio del mismo nombre que me inspiran a seguir escribiendo.