Serafina regresa implacable a mis pensamientos. La cruzo con Afrania. Las imagino vistiendo togas blancas mientras caminan por las calles de Roma.
- Por Ricardo Rivas
- Periodista
- Twitter: @RtrivasRivas
“Serafina, en el Paraguay del siglo pasado, desde algún lugar, fue víctima y padeció como Afrania en la Antigua Roma”, respondió con firmeza Vivian López Núñez, magistrada y, junto con miles en nuestra aldea global, defensora y promotora de los derechos de las mujeres. Claramente una afraniae, como llamaban en aquella sociedad romana a las mujeres locuaces, destacadas, transgresoras, desenvueltas, la doctora López Núñez se pronuncia, sin embargo, con optimismo de cara al futuro.
“Afrania murió medio siglo antes del nacimiento de Cristo. Es muy creíble que los cónsules Gayo César y Publio Servilio, sus contemporáneos –como lo relatara Valerius Maximus– coincidieran en pensar que “de semejante monstruo es mejor transmitir a la posteridad el recuerdo del momento de su muerte que el de su nacimiento. Puede ser que haya sido así. No tengo elementos para dudar de aquel historiador porque, en forma efectiva, aquella prohibición pretoriana se mantuvo operativa hasta bien entrada la Edad Contemporánea. De hecho, hasta hoy poco y casi nada se la menciona a Afrania y, si bien aquel Edicto del Pretor tal vez haya sido tapado por los escombros del Coliseo, el espíritu del legislador parecería estar pleno y muy activo”.
ALTO IMPACTO
Tal vez, la que pasó haya sido una de las semanas en que más mensajes haya recibido como consecuencia de estas historias domingueras. Alto impacto. “¡La justicia no es ciega, se rehúsa a ver!”, dice un MD (mensaje directo) que recibí una semana atrás en mi cuenta de X, que antes se llamaba Twitter. El emisor, un encumbrado magistrado en un país en el norte de las Américas que para no ser recusado –ni tener que excusarse– en ninguna de sus intervenciones tribunalicias, me autorizó a comentar su opinión sin revelar su identidad.
En estilo académico inmediatamente explica su parecer. “Como usted lo escribe, todos sabemos de la imagen tradicional de La Justicia (sic) encarnada en una mujer con los ojos vendados, que sostiene una espada en una mano y una balanza en la otra. Desde muchos años explico en la facultad que esa alegoría representa la idea de un sistema caracterizado por el orden, la igualdad, el balance que aboga por un accionar sin distingos”. El breve texto recibido me atrapó. Lo leí con atención suprema y en absoluto silencio. Su autor, pensador de fuste, con presencia y actuación en organismos multilaterales para tareas en el más alto nivel, inmediatamente reflexiona y lanza un interrogante: “Pero, si una mujer es la representación alegórica de la justicia, ¿por qué las mujeres no tienen cabida igualitaria con los hombres en los espacios de decisión de los sistemas judiciales en las Américas y en otros lugares en el mundo?”. Sentado en la vieja reposera entrecerré mis ojos en procura de una respuesta que aún no tengo. Me inclino a creer que en aquel Edicto del Pretor en la Antigua Roma, con el que fue contra Afrania, podría residir parte de la sinrazón. “Por razón del sexo, (se) prohíbe a las mujeres representar a otros, y la razón para esta prohibición es para impedirles que interfieran a los casos de otros, en contraposición a lo que se está convirtiendo en la pudicia de su sexo, y a fin de que las mujeres no puedan ejercer funciones que pertenecen al hombre”, dice aquel texto.
DISCRIMINACIONES ANCESTRALES
Pero, aunque parezca tan increíble como imposible, aquella dura disposición para castigar a Caya Afrania –también mencionada como Carfania, advocatus, esposa del senador Licinius Buccio, que, como se dijo, murió en el 48 Antes de Nuestra Era– pareciera mantenerse hasta nuestros días. Discriminaciones ancestrales.
“¡Esto no es accidental!”, sostiene el jurista cuya identidad mantendré en reserva, quien vuelve a preguntarse y a preguntar: “¿Cómo hemos llegado a este punto?” y, desde ese interrogante, no solo nos “urge (para) reflexionar”, sino que aporta algunos disparadores. “En aquellos países que carecen de una auténtica carrera judicial y donde el poder político domina las estructuras tribunalicias, la explicación es bastante más simple: los hombres en el poder buscan poner a más hombres en el poder”, aunque advierte que la discriminación en contra de las mujeres “incluso en aquellos países en los que lograron articular auténticos sistemas de carrera judicial, se cubren los ojos con una venda
–como la alegoría de la diosa Iustitia– porque no quieren ver (lo que hacen) ni mucho menos verse” cuando lo hacen.
En tono de denuncia detalla después que “efectivamente (existen) los sistemas de carrera judicial (que) se han construido sobre normas aparentemente neutrales, pero cuando esa supuesta objetividad la aplicas a quienes parten de situaciones desparejas
–de clara disparidad– la igualdad deviene en una ilusión”.
Sea más claro, por favor. “Va una imagen”, respondió y preguntó: “¿Qué es lo que no se entiende?”. Agrega como ejemplo. “Supongamos que ponemos a un hombre y a una mujer a competir en una carrera de 100 metros planos. En teoría, ambas personas estarían en posibilidades de correr libremente para ver quién es más rápida. Pero, mientras el hombre llega descansado, la mujer tuvo que ayudar a sus hijos con las tareas y luego encargarse del cuidado del hogar. Claramente, el contexto es desparejo. Y, mucho más, cuando ella tiene que correr empujando la silla de ruedas de su madre, a quien sus hermanos y hasta quizás su padre le dejaron –como responsabilidad para una mujer– cuando empezó con problemas de salud. Tras el disparo de salida y apenas 10 metros después de haber iniciado (la competición), ella recibe una llamada que le exige ir al colegio a recoger a su hijo con dolor de panza. A los 40 metros la acosa uno de los jueces de la carrera. A los 70 metros, el público le reprocha por ‘coquetear’ con el juez que, en realidad, la acosó a cambio de registrarla con un buen récord y, finalmente, cuando la prueba concluye, los laureles serán para el hombre que llegó primero. Ella pierde la competencia y los medios destacan al meritocrático triunfador por la proeza”.
¿BROMA DE MAL GUSTO?
Una vez más miré la imagen enviada, que es la que abre esta historia. ¿Es acaso una broma de mal gusto? “Con tristeza le aseguro que esto es lo que pasa a cientos de mujeres en muchos sistemas judiciales”, dice el informante en las sombras. Respiro profundamente. Serafina regresa implacable a mis pensamientos. La cruzo con Afrania. Las imagino vistiendo togas blancas mientras caminan por las calles de Roma.
Serafina Dávalos nació en Coronel Oviedo (antaño Ajos) en 1883. Quince años después se recibió de maestra normal en Asunción. En 1902, egresó como bachiller desde Colegio Nacional. En 1907 alcanzó el grado universitario de doctora en derecho y ciencias sociales. Fue la primera en obtener ese título académico. Ejerció la profesión, pero además enseñó historia antigua, moral y derecho usual. Claramente feminista, en 1910, en Buenos Aires, lideró y representó formalmente a la mujer paraguaya en el Primer Congreso Femenino Internacional que se desarrolló para celebrar el centenario argentino. Junto con numerosas compañeras de militancia, entre las que se destacan Catalina Steward, Élida Ugarriza, Sabrina Sabena Pastor, Carmen Garcete, entre otras muchas, impulsó la creación del Movimiento Feminista. Pablo Max Insfrán, Juan Vicente Ramírez, Lisandro Díaz León y el diputado colorado Telémaco Silvera –creador del proyecto de ley para consagrar los derechos civiles y políticos de la mujer– fueron algunos de los hombres que las acompañaron.
En 1936, se integró activamente a la Unión Femenina del Paraguay y a la Liga Paraguaya Pro-Derechos de la Mujer. También supe que fue la creadora de la Escuela Mercantil de Señoritas o Colegio Mercantil de Niñas, en 1905. “Humanismo” es el título de su tesis que, muchos años atrás, Vivian –la jueza doctora López Núñez– encontró entre libros en la biblioteca de su madre, Antonia Núñez de López, quien fuera diputada, senadora y diplomática paraguaya notable en Colombia y España.
DISPARIDADES
El mensaje del informante clave con identidad reservada vuelve a colocarse ante mis ojos. Estoy claro de que una larga experiencia profesional converge sobre cada una de sus palabras. Sé que mi interlocutor digital capacita y audita sistemas judiciales desde muchos años porque así se lo solicitan algunos organismos multilaterales que procuran excelencia y verificar el impacto que en las prácticas institucionales tienen los contenidos de la Agenda 2030 de Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) que 193 países aprobaron fervorosamente en setiembre de 2015 en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Va a fondo con los exámenes que realiza en algunas magistraturas. “Suelen ser parejas las postulaciones entre hombres y mujeres cuando se inician las pruebas y programas académicos de formación y selección. Así comienzan y no se perciben disparidades en los rendimientos. Pero cuando es el momento de enfrentar a los jurados, de transitar los sínodos y, especialmente, en las pruebas orales es cuando las diferencias anecdóticas comienzan a afectar a las mujeres. No son pocas las oportunidades en las que quienes examinan comienzan a construir –como problema– ‘la mala preparación de las postulantes’.
Para ser claro. En el momento de auditar la actuación de los jurados examinadores, los hombres que tienen bajo rendimiento suelen obtener un ‘4/10′, las mujeres en idéntica situación ‘0/10′. Cuando quienes auditamos consultamos sobre tal disparidad en el criterio de evaluación, las respuestas no satisfacen. Les imputan de ‘falta de carácter, de aplomo, de temple’ y ponen en crisis, dudan, de que posean ‘capacidad de liderazgo’. El rechazo a las mujeres emerge con claridad porque con frecuencia no se atiende a ciertas prácticas sociales de las que se responsabiliza desde modelos patriarcales a las mujeres como el cuidado de hijos, hijas o familiares. Pero aun así algunas superan los escollos y consiguen avanzar, aunque a poco de transitar en el sistema se presentan otros retos que complejizan a las mujeres para desarrollar la carrera judicial en igualdad con los hombres. Los sistemas se conciben con estándares de igualdad para aplicar a todas y todos en procura de justicia, pero en la praxis aquella venda alegórica –que no debiera operar como en ‘Ojos bien cerrados’, aquel filme de culto de Stanley Kubrick– juega en contra de las mujeres, no impide desequilibrios y sus efectos son claramente bien diferentes respecto de los hombres. Discriminaciones ancestrales”.
IGUALDAD
Tan incomprensible como increíble. “Es necesario contar con sistemas judiciales de cuidados” para evitar e impedir injusticias y todo tipo de discriminaciones, sostiene Arturo Guerrero Zazueta, abogado por la Escuela Libre de Derecho, máster en argumentación jurídica por la Universidad de Alicante. Con él consulto con frecuencia si ¿es posible que aun hoy se verifiquen este tipo de prácticas? “Sin dudas. En México trabajamos intensamente para alcanzar el objetivo de terminar con ellas. Así logramos establecer licencias por paternidad pagas iguales a las que se otorgan por maternidad. En otros países como, por ejemplo, en Uruguay, se avanzó en las políticas de cuidados. Hay que atender y facilitar –como derecho– la lactancia digna en lactarios apropiados, contar con ludotecas como las que se dispone en algunos poderes judiciales regionales. Es preciso establecer regímenes disciplinarios que se apoyen en principios de justicia restaurativa con políticas que impulsen nuevas formas de liderazgo para impulsar la construcción de masculinidades no restrictivas. Claramente, urge repensar las carreras judiciales inclusivas”.
Arturo destaca además que “muchos de los cambios mencionados se lograron gracias a las luchas feministas y a los movimientos de mujeres que han impulsado agendas verdaderamente transformadoras”, pero advierte que “siguen haciendo falta los hombres que se atrevan a dejar atrás el patriarcado”. Contundente. En el silencio profundo de esta noche de viernes siento que Afrania y Serafina me acompañan. Creo percibir –como presencia– a aquella antigua romana contestataria que, finalmente, superó la censura del Pretor. Con Serafina, es diferente. La veo emerger desde la biblioteca de la señora Rosita Palazón. Es el 1986. Avanza hacia mí junto con Honoria Barilán tomadas de la mano. Escucho sus voces. Ríen. Con sabor a bronca recuerdo que la Iglesia le negó “los más sencillos funerales cristianos”, según uno de sus biógrafos, el doctor Ignacio Berino, por “su creencia en el dogma del positivismo de Augusto Comte”.
CRUEL OLVIDO
Me dice Vivian López Núñez en un Whatsapp que “nadie sabe dónde está enterrada”. Su madre, Antonia, le dijo en alguna tarde calurosa de enero que, hasta el hallazgo inesperado en la biblioteca de Palazón, “nada quedó (de Serafina) desde su muerte. Solo el cruel olvido. Un olvido con propósito”. Inducir a olvidar también es una forma de censura. Una especie de intento para impedir la libertad de expresión de las que fueron e hicieron.
Era seguramente el deseo del Supremo, de aquel dictador perpetuo que con maestría describió don Augusto Roa Bastos. O, tal vez, el de alguno de sus alcahuetes para agradarlo y congraciarse. El propósito de aquel siniestro, a no dudarlo, fue el mismo que el del Pretor. “No hay duda de que la mujer puede elevarse en el terreno de la inteligencia a tanta altura como los varones. Para el efecto, désele el mismo tratamiento educativo que a aquellos en lo fundamental; nada de reservas de ideas profundas y elevadas por creerla incapaz; lo que se ha dado en llamar lo femenino no falsea la naturaleza de la razón de la mujer”, sostuvo Serafina en 1907. Cinco años antes de que el que se creía supremo naciera. Insoportable herida para su ego patriarcal desde neonato cuando supo de aquellas palabras a las que solo decidió responder con la desaparición forzada del ideario de aquella mujer. Pero no lo consiguió. Como tampoco El Pretor logró en el tiempo acallar a Caya Afrania. No pudieron con ellas. Nadie lo conseguirá.