Hoy Toni Roberto realiza un particular homenaje a Asunción desde la pintura de don Ignacio Núñez Soler, el gran pintor de la ciudad.

Era un día cualquiera sentado con las her­manas Jiménez en el viejo zaguán de la calle Fulgencio R. Moreno. En un momento, Edith mira la entrada y recuerda: “Este don Ignacio era un personaje. Él nos pintaba la pared; un día trajo su escalera alta, empezó a trabajar y en un momento de descuido un mono le robó su sombrero”. Los recuer­dos de este genial asunceno iban y venían en la memoria de estas destacadas damas paraguayas del siglo XX.

UNA VIEJA PARRALERA ASUNCENA Y OTROS RECUERDOS DE DON IGNACIO

Por otro lado, a cuadras de aquella casa, sobre la calle Alberdi, otra de las histo­rias contadas, en este caso por mi abuela Dina sentada en su “viejo patio asunceno” cubierto con una gran parra­lera allá por 1980: “Don Igna­cio se sentaba en la vereda de su casa de la calle Inde­pendencia y colgaba los cua­dros en la pared del frente, por ahí pasaba todos los días mi marido y en una de las charlas, allá por 1953, le pidió que le pinte su casa”; así don Ignacio por pedidos o de motu proprio se pasaba pin­tando cualquier rincón de la ciudad. Es que la vida de don Ignacio Núñez Soler, el pin­tor caminante de Asunción, transcurrió en kilómetros de recorridos urbanos bajo los recuerdos de una ciu­dad redimida de las ruinas y de una historia de amor, la de su padre que provenía de una familia destacada en una sociedad en reconstruc­ción y una madre de origen humilde, conociendo todos los recovecos y la idiosin­crasia que le llevaba natu­ralmente a pintar y a veces a dibujar la ciudad, en cual­quier tipo de soporte: carto­nes, telas, papeles y diarios viejos que acompañaban una manera absolutamente par­ticular de expresión.

Ignacio Núñez Soler. Asunción, 1981. Colección Ana von Horoch

PINTOR, ESCENÓGRAFO Y ARTISTA ASUNCENO

Pintor en el más amplio sentido de la palabra, conoció el trabajo desde pintar pare­des, escenografías y, por supuesto, desde 1931, ofi­cialmente artista, cuando expuso por primera vez en la Casa Argentina y con­tando que con la venta de esas obras se compró un her­moso traje blanco. Así era Núñez Soler, con toda trans­parencia hablaba de su vida de sacrificio, sin esconder absolutamente nada; gra­cias a ello podemos cono­cer hoy detalles de los ofi­cios de muchos pintores que le antecedieron; decorado­res de pared y de escenogra­fías para puestas en escenas en lugares como el Teatro Municipal, que no figuraban en su currículum.

Ya a finales de los años 40 empezó a llevar su obra pictórica con un explícito interés hacia la arqui­tectura de la ciudad, sus personajes, sus rincones o situaciones de la vida cotidiana. ¿Buscaba ser un pintor académico? No. Se movía cómodamente en cualquier estilo o, mejor, fuera de cualquier dictado. ¿Buscaba retratar literal­mente las escenas asunce­nas? No. Sus trazos esta­ban más allá del tiempo, viajando por el pasado, presente y futuro, holgada­mente. Así podemos encon­trarnos con un futurista “Asunción Hotel” con un carruaje con seres de otros tiempos, tal vez represen­tando a su destacado padre o una vendedora de la calle recordando a la sencillez de su parte materna.

Parafraseando a Lacán, “uno dice lo que no dice y lo que dice lo dice entre líneas”, así se puede leer a Ignacio Núñez Soler, o mejor a través de él pode­mos leernos a nosotros mismos, desde nuestra raíz, de nuestra propia his­toria personal, desde los subterfugios de la memo­ria de La Muy Noble Ciudad de Asunción, que cumple 486 años.

Ignacio Núñez Soler. Asunción, 1982. Colección Ana von Horoch
Ignacio Núñez Soler. Alrededores del barrio Republicano. Asunción, c.1959. Colección Dody Gaona
Ignacio Núñez Soler. Inauguración del predio del Club Sol de América.1906. Asunción. Colección Ana von Horoch
Ignacio Núñez Soler. Asunción, s.f. Colección privada
Ignacio Núñez Soler. Asunción s.f. Colección privada
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