Hoy Toni Roberto realiza un particular homenaje a Asunción desde la pintura de don Ignacio Núñez Soler, el gran pintor de la ciudad.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Era un día cualquiera sentado con las hermanas Jiménez en el viejo zaguán de la calle Fulgencio R. Moreno. En un momento, Edith mira la entrada y recuerda: “Este don Ignacio era un personaje. Él nos pintaba la pared; un día trajo su escalera alta, empezó a trabajar y en un momento de descuido un mono le robó su sombrero”. Los recuerdos de este genial asunceno iban y venían en la memoria de estas destacadas damas paraguayas del siglo XX.
UNA VIEJA PARRALERA ASUNCENA Y OTROS RECUERDOS DE DON IGNACIO
Por otro lado, a cuadras de aquella casa, sobre la calle Alberdi, otra de las historias contadas, en este caso por mi abuela Dina sentada en su “viejo patio asunceno” cubierto con una gran parralera allá por 1980: “Don Ignacio se sentaba en la vereda de su casa de la calle Independencia y colgaba los cuadros en la pared del frente, por ahí pasaba todos los días mi marido y en una de las charlas, allá por 1953, le pidió que le pinte su casa”; así don Ignacio por pedidos o de motu proprio se pasaba pintando cualquier rincón de la ciudad. Es que la vida de don Ignacio Núñez Soler, el pintor caminante de Asunción, transcurrió en kilómetros de recorridos urbanos bajo los recuerdos de una ciudad redimida de las ruinas y de una historia de amor, la de su padre que provenía de una familia destacada en una sociedad en reconstrucción y una madre de origen humilde, conociendo todos los recovecos y la idiosincrasia que le llevaba naturalmente a pintar y a veces a dibujar la ciudad, en cualquier tipo de soporte: cartones, telas, papeles y diarios viejos que acompañaban una manera absolutamente particular de expresión.
PINTOR, ESCENÓGRAFO Y ARTISTA ASUNCENO
Pintor en el más amplio sentido de la palabra, conoció el trabajo desde pintar paredes, escenografías y, por supuesto, desde 1931, oficialmente artista, cuando expuso por primera vez en la Casa Argentina y contando que con la venta de esas obras se compró un hermoso traje blanco. Así era Núñez Soler, con toda transparencia hablaba de su vida de sacrificio, sin esconder absolutamente nada; gracias a ello podemos conocer hoy detalles de los oficios de muchos pintores que le antecedieron; decoradores de pared y de escenografías para puestas en escenas en lugares como el Teatro Municipal, que no figuraban en su currículum.
Ya a finales de los años 40 empezó a llevar su obra pictórica con un explícito interés hacia la arquitectura de la ciudad, sus personajes, sus rincones o situaciones de la vida cotidiana. ¿Buscaba ser un pintor académico? No. Se movía cómodamente en cualquier estilo o, mejor, fuera de cualquier dictado. ¿Buscaba retratar literalmente las escenas asuncenas? No. Sus trazos estaban más allá del tiempo, viajando por el pasado, presente y futuro, holgadamente. Así podemos encontrarnos con un futurista “Asunción Hotel” con un carruaje con seres de otros tiempos, tal vez representando a su destacado padre o una vendedora de la calle recordando a la sencillez de su parte materna.
Parafraseando a Lacán, “uno dice lo que no dice y lo que dice lo dice entre líneas”, así se puede leer a Ignacio Núñez Soler, o mejor a través de él podemos leernos a nosotros mismos, desde nuestra raíz, de nuestra propia historia personal, desde los subterfugios de la memoria de La Muy Noble Ciudad de Asunción, que cumple 486 años.