Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas
Para promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas es central el rol y el desarrollo de los poderes judiciales en nuestra maltratada aldea global.
Desde muchos años –asociado con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y en especial con la Oficina Montevideo de esa agencia multilateral– desarrollo actividades profesionales y académicas en pos de la libertad de expresión, de pensamiento, de prensa, de opinión, de acceso a la información en contexto de igualdad, equidad y poner en alto los valores de la diversidad en contra de todas las violencias, xenofobias, racismos y discriminaciones como las que afectan a las mujeres.
La Agenda 2030 de Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) es una valiosa hoja de ruta para avanzar colaborativamente –colectivamente– para dejar atrás las subrepresentaciones, las vulnerabilidades y los riesgos grupales. Creo en esos valores. Y, desde esa perspectiva, tengo la convicción de que para “promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas” (ODS 16) es central el rol y el desarrollo de los poderes judiciales en nuestra maltratada aldea global.
En ese camino conocí a notables jueces y juezas. Vivian López Núñez es magistrada en el Paraguay con notable proyección transnacional e intervenciones destacadas en foros del más alto nivel en los que trabaja intensamente para la promoción y defensa de los derechos de las “mujeres juezas” y de nuestras sociedades para construir sistemas judiciales en los que “los patrones patriarcales y estereotipos de género” dejen de operar como “los grandes perpetuadores de (la) desigualdad”, como lo expone con precisa claridad Diego García-Sayán, relator especial sobre la independencia de los magistrados y abogados de la ONU.
DIVERSIDAD
Tengo claro que la riqueza de lo diverso deja de serlo sin miradas amplias en procura de sociedades justas, pacíficas e inclusivas. Sé que Vivian y Diego dialogaron largo y extenso meses atrás en Viena sobre estos temas como problemas. Coincidieron en mucho. Días atrás, la doctora López Núñez, conocedora de mi voluntad de saber, me compartió la historia de Serafina Dávalos, la primera mujer abogada-feminista de Paraguay. Tan emocionante como ejemplar la vida de esa mujer cuyos logros se silenciaron durante algunas décadas.
“Contame qué sabés de nosotras las paraguayas”, interpeló Vivian, quien sin esperar mi respuesta intuyó que iría por el lugar de siempre. El de la historia más divulgada y conocida. En el texto se adelantó. “Sí, (seguramente sabes de) las residentas. Sí, la (mujer paraguaya es la) más gloriosa de América”. Prosiguió. “Ya decía el gran Víctor Hugo –en extremo optimista– (que) ‘el siglo XVIII proclamó los deberes del hombre; (y pronosticó que) el siglo XIX proclamará los de la mujer”. Y remató su decir en la bellísima lengua guaraní: “Ojavy pe karai”. Tradujo al español: “Se equivocó el hombre”. En la Corte Suprema de Paraguay, sobre un total de nueve jueces, solo una mujer integra el más alto tribunal de la República. “Entre los agentes fiscales, por el contrario, hay mayoría de mujeres”, me dijo semanas atrás la doctora López Núñez. Detalló: “Sobre un total de 375, son mujeres 207, en tanto que 168 son hombres”. Auspicioso.
Menos de dos años atrás, el relator García-Sayán, notable jurista peruano, documentó en un informe de alcance global que son “varias limitaciones a las que se enfrentan las mujeres para acceder a la carrera judicial y ascender en ella”. Precisó también que “la discriminación en el sistema judicial se genera a través de diversos obstáculos normativos y barreras institucionales, estructurales y culturales” e indicó que “los estereotipos de género son una de las causas principales de la desigualdad en la proporción de juezas en los diferentes juzgados y tribunales, colocando también a las juezas y fiscales en un mayor riesgo de sufrir agresiones o diferentes formas de acoso en el trabajo”.
Destacó luego que “los principios de no discriminación contra las mujeres por razón de género y de igualdad sustantiva entre mujeres y hombres son componentes fundamentales del derecho internacional de los derechos humanos”. Resaltó que “la discriminación por motivos de género es estructural y denunció que se agrava en el caso de que la persona forme parte de un grupo étnico, racial, cultural o religioso vulnerable o sufra alguna discapacidad” y aseguró que esa situación “se ve reflejada en la conformación de la judicatura y la fiscalía, en las que la participación de mujeres que pertenecen a estos grupos es muy reducida”.
TAREA PENDIENTE
Abruman los datos. Especialmente porque, como lo consigna el relator García-Sayán, el “enfoque de género en la función judicial y la fiscalía” es “una tarea pendiente” en los sistemas judiciales y fiscalías que apunten a ser “independientes, imparciales y comprometidos con la igualdad de género”, atributos estos que “son cruciales para la vigencia de los derechos humanos, el fortalecimiento de la democracia, la inclusión de todas las voces en los asuntos de interés público y la erradicación de la violencia contra las mujeres por razones de género”. Agenda 2030. Desde esa perspectiva, enfatiza que “la representación equitativa de mujeres y hombres en el sistema de administración de justicia es tanto un objetivo en sí mismo como una condición esencial para la protección equitativa y efectiva de los derechos humanos y la igualdad sustantiva”.
¿Qué es lo que no se entiende? El reporte es movilizador. Revela también –en tono descriptivo aunque con pinceladas críticas– que “los estereotipos de género influyen en la asignación de las tareas a las juezas, quienes suelen ser relegadas a tribunales sociales, de familia o de menores, excluyéndolas de otros despachos que limitan su acceso a puestos de liderazgo y toma de decisiones” y diagnostica que “los patrones patriarcales y estereotipos de género son unos de los grandes perpetuadores de desigualdad y dispar proporción de juezas entre los diferentes tribunales y juzgados, siendo los de lo social y de familia los que cuentan con mayor presencia de mujeres, frente a los de lo penal, asuntos económicos o de seguridad nacional, principalmente integrados por hombres”.
PRÁCTICAS INJUSTAS
El relator especial Diego García-Sayán, claramente y con fundamentos, relata y revela prácticas injustas contra las mujeres en los sistemas judiciales globales y denuncia que “existe un mayor riesgo por parte de las juezas y fiscales de sufrir agresiones o diferentes formas de acoso en su puesto de trabajo o “sextorsión”, como denomina la Asociación Internacional de Mujeres Juezas” a esas prácticas.
Injusto. Inequitativo. Desigual. Violatorio de los derechos humanos y, tal vez, hasta de violencia institucional. ¿Alguna duda? No. ¿Algo nuevo? Tampoco. Como en el cine, en la vida también hay cosas que se ven, otras que no y, muchas más, que solo son visibles para cada observador. Cultura –en el sentido más amplio– y ética, en línea con aquella y como reflexión sobre la moral, son fundamentales a la hora de discernir. De allí la relevancia del devenir histórico y la evolución de las imposiciones patriarcales ancestrales.
REPRESENTACIÓN FEMENINA
El informe de García-Sayán me hace pensar en que, desde los inicios mismos de la historia universal, con mitos, alegorías, imágenes, grupos escultóricos, a la justicia se la representa femenina. Infinidad de estupendos textos cosmogónicos dan cuenta de aquello hasta hoy. Ma’at –hija de Ra– en la mitología del antiguo Egipto simbolizaba justicia, verdad y armonía cósmica. La que se conoce como “la pluma de Ma’at” se destaca sobre su cabeza. Exhibe entre sus manos una balanza enormemente grande con dos platillos.
A partir de entonces, casi todas las representaciones de la justicia la tienen. La también llamada Pluma de la Verdad –de avestruz– ocupaba el lado derecho cuando Anubis, el dios mitológico de la muerte, colocaba en el de la izquierda los corazones de los difuntos para decidir si las almas merecían el paraíso o la horripilación eterna.
Con el correr del tiempo, le siguió Isis. Numerosas fuentes teogónicas me permitieron saber que, en Grecia, también con mujeres –Temis y Dice, Dicea o Díkê, hija de la primera– representaron a quienes encarnaron el orden de los dioses, los derechos y las que llamaban buenas costumbres en la sociedad helénica. Temis era la representación de la justicia divina para las personas que poblaban la bella y soñada Grecia. Su hija Aikn Díkê bajaba aquellos conceptos a tierra y hacía justicia entre los mortales.
En la antiquísima Roma, otra diosa femenina, llamada Iustitia, representó lo justo. Ampliamente su imagen se popularizó con sus ojos vendados, una espada que sostenía con alguna de sus manos, pero en general con la derecha, y una balanza. Hasta nuestros días, Iustitia –con la espada de Némesis, hija de Nix, diosa de la noche, símbolo de la venganza divina que caía sobre los griegos desmesurados, la venda y la balanza– también es símbolo de justicia y de la fortaleza moral del sistema judicial en La Eterna Ciudad de las Siete Colinas.
ANDROCRACIA
Alguna vez en Roma, un par de décadas atrás, después de recorrer el Coliseo, en una biblioteca fantástica que pudo haber sido quizás la del Vaticano, supe que la diosa romana Fortuna, la de la suerte, también tenía sus ojos vendados. Interesante porque, si bien desde la mitología se priorizaba a la mujer, aquella sociedad patriarcal
–también– les impidió ver y las acalló. Tácita Muta, la diosa del silencio –enorme ejemplo– perdió la lengua por revelar a Juno
–esposa de Júpiter– un secreto que de él recibió y debió haber guardado. Desde entonces, en esa sociedad androcrática en la que lo público, lo más importante, era cosa de hombres, el silencio femenino trocó en valor social muy apreciado. Aún alejado de la idea de analizar aquellos tiempos con valores actuales, Roma era definitivamente agnática. El poder iba de varón en varón.
El silencio que todo lo arropa en esta noche de viernes abre sus brazos para dar la bienvenida a la reflexión, a la historia y a los recuerdos. La vieja mecedora es el mejor lugar a la vez que la asumo como una suerte de refugio y trono en el que solo reina el pensamiento. Vuelvo a la antigua Roma androcentrista. La historia cuenta que al menos tres mujeres no aceptaron el silencio. Como todas estaban impedidas del ius honorum. Pero aquellas tres hablaron y ejercieron como advocatus. Amasia Sentia, Hortensia y Caya Afrania fueron abogadas medio siglo antes de nuestra. No callaron y enfrentaron las críticas.
De hecho, la Revista Estudios que publica la Universidad de Costa Rica informa que un cronista de época, Valerio Máximo, sostuvo que como mujeres no pudieron “refrenar la condición de la naturaleza, y la estola de la vergüenza, para que callasen en la plaza judicial, y en los estrados de los jueces”. Se atrevieron. Amasia –también mencionada como Amaesia o Amesia– abogó por sí misma. Los hombres romanos, consigna Valerio, la llamaban “Androgynes, porque siendo mujer (sic) representaba ánimo varonil”. En cuanto a su caso, asegura el antiguo colega que “et prima actione et paene cunctis sententiis liberata est. quam, quia sub specie feminae virilem animum gerebat, Androgynen appellabant (fue liberada por la primera acción y por casi todas las oraciones porque bajo la apariencia de una mujer llevaba el espíritu de un hombre y la llamaron Androgyne)”, palabra griega que define a una persona que es una mezcla de mujer y hombre.
TRIBUTO
Hortensia –hija de Quinto Hortensio, político, orador y abogado romano al que se mencionaba como “el rey de los tribunales”–, por su parte, abogó en su nombre y en el de otras 1.500 mujeres (matronas) para rechazar una decisión de Octavio, Marco Antonio y Lépido, los triunviros, quienes les impusieron un oneroso tributo para solventar los gastos imperiales para solventar una cruenta guerra civil.
Aquellas mujeres dijeron “con el bolsillo, no”. Y, desde un principio, de igualdad ante la ley que interpreto como demanda y reclamo a partir de cómo se las consideraba jurídicamente entonces, en nombre y representación de todas, espetó en la cara misma de los poderosos que sin ius honorum no habrá pago alguno por carecer de representación. Hortensia triunfó junto con 1.500 matronas.
Pero según el criterio de Valerio Máximo, el caso más relevante es el de Caya Afrania, quien, al parecer, sí abogaba ante los tribunales porque en verdad nada lo impedía. Pese a ello, no lo pudo hacer por mucho tiempo porque la esposa del senador Lucio Bución “siempre habló por sí delante del Pretor (…) porque era muy desvergonzada” y “porque abundaba en descaro”. El poder imperial romano no se demoró.
La académica Ana Lucía Truque Morales, de la Universidad de Costa Rica, cuenta en la Revista Estudios que en el Edicto del Pretor “por razón del sexo, prohíbe a las mujeres representar a otros, y la razón para esta prohibición es para impedirles que interfieran a los casos de otros, en contraposición a lo que se está convirtiendo en la pudicia de su sexo, y a fin de que las mujeres no puedan ejercer funciones que pertenecen al hombre. El origen de esta restricción se derivó del caso de una tal Carfania (sic), una mujer extremadamente desvergonzada, cuyo descaro y la molestia del magistrado dieron ocasión a este edicto”.
Así lo relató Justiniano I (Flavio Petro Sabacio, su nombre natal), el emperador que nunca duerme –como también se lo llamó–, el historiador de la jurisprudencia y codificador completo del derecho romano sobre el silencio obligado de las mujeres romanas en el sistema judicial imperial.