Paulo César López, paulo.lopez@nacionmedia.com - Fotos: AFP

Al cumplirse 78 años del ataque nuclear a la ciudad de Hiroshima, ocurrido el 6 de agosto de 1945, recordamos un célebre reportaje del escritor japonés Kenzaburo Oé, fallecido el pasado 3 de marzo a los 88 años. “Cuadernos de Hiroshima” es una conmovedora crónica que visibiliza a quienes él llama los olvidados de Hiroshima, los hibakusha, los sobrevivientes del bombardeo atómico.

Destacado integrante de un grupo de escritores notables marcados por el suicidio, Oé, quien se calificaba a sí mismo como un profesional de la expresión del dolor humano, encontró en los sobrevivientes del bombardeo atómico a la ciudad de Hiroshima un ejemplo de dignidad, pues se negaron a sucumbir al subterfugio de la autoeliminación a pesar de ser víctimas de un dolor y horror hasta entonces inéditos.

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En agosto de 1963, un joven y prometedor escritor de 28 años viajó por primera vez a Hiroshima para cubrir la Novena Conferencia Mundial contra las Armas Nucleares y de Hidrógeno, que estaba empantanada por las pugnas políticas al interior del movimiento de izquierda con el telón de fondo de las rivalidades entre China y la Unión Soviética. Así, lo que en principio fue concebido como un reportaje periodístico terminó mutando en un “tratado de humanismo de alcance universal”, como bien señala un comentario sobre esta obra que, más allá de su elevada calidad estética, es sobre todas las cosas un desesperado alegato a favor de la vida.

El entonces joven autor confesó que la clave para salir del abismo –tanto el de su vida como el de su cobertura periodística a raíz de la crisis al interior de la conferencia, que incluso estuvo a punto de ser suspendida– fue el carácter de las personas que había conocido en Hiroshima. (En su novela “Una cuestión personal” [1964] cuenta su propia historia de progenitor en crisis que se lanza a una maratónica jornada de autodestrucción hundido por la incertidumbre sobre qué hacer con el ser “discapacitado” y monstruoso que acababa de nacer. Sin embargo, el escritor logró reconciliarse con sus circunstancias y, contra todos los pronósticos, su hijo autista Hikari sobrevivió para destacarse tiempo después por sus brillantes aptitudes para la música, una afición que se le despertó escuchando el canto de los pájaros).

“RAÍZ MALSANA”

“Me impresionó profundamente la forma de vida tan humana de la gente de allí, su pensamiento. El contacto con ellos me infundió el valor y el ánimo necesarios para sobrellevar el dolor que sentía cada vez que intentaba arrancarme de cuajo aquella raíz malsana, aquella semilla de neurosis que me sumía en la depresión al pensar en mi propio hijo encerrado en una incubadora. Traté de utilizar Hiroshima y a las personas con esa naturaleza humana tan particular que viven allí para limar las durezas de mi corazón”, escribe en un texto preliminar fechado en abril de 1965.

Esta experiencia resulta tan fundamental para Oé que luego se convertiría en un ferviente activista por la paz y contra la energía nuclear hasta sus últimos días, siendo una de las caras más visibles de las protestas antinucleares tras el terremoto y posterior tsunami que provocó el desastre de la central de Fukushima en 2011. Además, criticó sin reservas el uso “disuasivo” de las armas nucleares, es decir como supuesto instrumento de mantenimiento de la paz, y se opuso frontalmente al proyecto de reforma constitucional del ex primer ministro japonés Shinzo Abe. También fue un feroz crítico del Japón imperial de la época de la guerra y denunció las desapariciones forzosas cometidas por el régimen.

DOLOR SILENCIOSO

Decepcionado por el rumbo que iba tomando la conferencia y profundamente conmovido por la esperanza que cifraban las víctimas en el movimiento contra la proliferación de las armas nucleares, Oé enfocó su atención rápidamente en aquellos que padecían silenciosamente y en el olvido el síndrome de Hiroshima. Es decir, los efectos tóxicos de la exposición a la radiación, las enfermedades cancerígenas, las cicatrices queloides que condenaban a jóvenes mujeres a una vida recluida en soledad y al desmoronamiento físico y moral, así como los médicos que los atendieron, quienes en muchos casos padecieron los mismos males y realizaron su trabajo con valentía y entrega en medio del desconocimiento y la improvisación. Como bien puede preverse, el método terapéutico forzosamente se basó “en el atroz método de prueba y error”, según las palabras de Oé.

A pesar de la precariedad de medios y la censura impuesta por las fuerzas de ocupación norteamericanas, que en el otoño de 1945 declararon que “todas las personas que podían morir a causa de los efectos radiactivos de la bomba atómica ya han muerto”, los médicos que trataron a esos pacientes sentaron las bases de la ciencia médica en el tratamiento de enfermedades causadas por la exposición a la radiactividad.

LECCIÓN

Decir escritores japoneses notables y suicidio es casi la misma cosa. Sin embargo, como el único exponente del parnaso de la novelística japonesa de posguerra que no acabó con su propia vida, sino que murió por “causas naturales”, Oé sostuvo hasta el final la enseñanza profesada por los hibakusha. Como él mismo lo afirmó en su momento, los “Cuadernos de Hiroshima” son producto de un hecho que cambió para siempre su vida y su obra: la lección de dignidad de los condenados a la enfermedad y la desfiguración que, a pesar de sus indecibles padecimientos, no sucumbieron a la tentación del suicidio, una actitud que el autor atribuye al sentido de pertenencia y a la compañía que se brindaban mutuamente las víctimas.

“Cuando estoy en contacto con el corazón de otras personas, siento que me transmiten el valor necesario para seguir viviendo todo el tiempo que me sea posible”, testimonia uno de los sobrevivientes.

Pero en Hiroshima no todo fue dolor y sufrimiento. Oé nos ofrece además un retrato igual de heroico de las personas que pudieron seguir su vida normalmente a pesar de haber estado expuestas o ser descendientes de víctimas de la explosión.

“En Hiroshima encontré gente que no se rendía a la peor de las desesperaciones o a una locura intratable”, destaca Oé en uno de los pasajes de su obra.

Sin embargo, tampoco faltan los episodios desesperados como el de la joven que se quitó la vida luego de la muerte de su esposo, quien a los cuatro años de edad estuvo expuesto a la bomba y falleció de leucemia 20 años después.

ABSURDO

Como fiel heredero de la tradición existencialista francesa, el cronista no se guarda expresar un amargo sentimiento de vacuidad y de sin sentido ante los acontecimientos.

“Lo que sucedió en Hiroshima fue una masacre absurda y horrenda; pudo ser el presagio del fin real de un mundo en el que la raza humana, según la conocemos hoy, será sustituida por seres con la sangre y las células tan arruinadas que ya no se les podrá llamar humanos”.

En una suerte de raro mesianismo humanista, ese sentido de dignidad de las personas de Hiroshima estaba motivado en gran medida por una pretendida misión que asumieron de ser muestras vivientes (o agonizantes) de los horrores de la bomba atómica a fin de que esta tragedia humana no vuelva a ocurrir.

De hecho, en el Cenotafio Memorial por las Víctimas de la Bomba Atómica está grabada la siguiente inscripción: “Descansad en paz, pues el error jamás se repetirá”.

No obstante, en el actual contexto de conflictos interpotencias que se disputan el dominio del mundo, cabría preguntarse con justificado escepticismo si es que en verdad la humanidad será capaz de honrar esa promesa.


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