El 21 de julio de 1938, luego de arduas negociaciones y no pocos fracasos, Paraguay y Bolivia firmaban el Tratado de Paz, Amistad y Límites que ponía fin a la larga controversia por la posesión del Chaco Boreal. En este diálogo con La Nación/Nación Media, el historiador y embajador Ricardo Scavone Yegros nos brinda mayores detalles sobre el desenlace diplomático de la contienda.
- Por Paulo César López
- paulo.lopez@nacionmedia.com
- Fotos: Gentileza
En el sentido común de la generalidad de los paraguayos ha quedado impregnada la idea de que la guerra fue ganada en el aspecto bélico, pero que las negociaciones diplomáticas terminaron siendo desfavorables a nuestro país. ¿Verdad o mito? En esta entrevista, Scavone Yegros ofrece algunas claves para entender la resolución final del diferendo en el contexto de la correlación de fuerzas, el derecho internacional y la presión de los países mediadores.
–¿Cómo se llega al Tratado de Paz, Amistad y Límites entre las repúblicas de Bolivia y el Paraguay?
–El tratado de 1938, que puso término a la larga controversia paraguayo-boliviana por la definición de los límites territoriales en el Chaco Boreal, se concretó en el marco de una Conferencia de Paz especialmente constituida por el Protocolo del 12 de junio de 1935. Como es bien sabido y se recuerda todos los años en nuestro país, por dicho protocolo se acordó el cese de hostilidades en el Chaco, pero no se resolvió la cuestión de fondo, es decir, la controversia de límites. A efectos de solucionar esa controversia y, en general, los diferendos existentes entre el Paraguay y Bolivia, se estableció una Conferencia de Paz, integrada por representantes de los dos países en conflicto y de los seis países que mediaron para el cese de hostilidades, que fueron Argentina, Brasil, Chile, Estados Unidos, Perú y Uruguay. La Conferencia de Paz, que funcionó en Buenos Aires entre 1935 y 1938, supervisó el cese de hostilidades, organizó y acompañó la desmovilización de las fuerzas combatientes y la devolución de los prisioneros de guerra y, finalmente, obtuvo que los exbeligerantes aceptaran los términos del Tratado de Paz firmado en julio de 1938.
PRINCIPALES CLÁUSULAS
–¿Cuáles son algunas de las principales cláusulas establecidas en el tratado?
–En primer término, restablecía la paz entre el Paraguay y Bolivia, y disponía que los límites serían determinados mediante un arbitraje de equidad, no de derecho (es decir, más que lo probado o demostrado conforme a las reglas jurídicas se apelaba a una solución justa o equitativa) por los jefes de Estado de los países mediadores en la zona comprendida entre la línea de la última propuesta formulada por la Conferencia de Paz y la línea de la contrapropuesta presentada por el Paraguay. Sin embargo, el tratado ya contenía las definiciones principales, pues precisaba que en el norte el límite debía partir del meridiano del Fortín 27 de Noviembre (actual Gabino Mendoza), en el Pilcomayo debía ubicarse entre Pozo Hondo y D’Orbigny, y en el este, excluir el litoral sobre el río Paraguay al sur de la desembocadura del río Otuquis o Negro. En términos más sencillos, se dejaba en claro en el tratado que Bolivia renunciaba a su antigua aspiración de un puerto al sur de la Bahía Negra y el Paraguay accedía a alejar la frontera de la zona petrolífera boliviana. Como una suerte de compensación, se garantizó el más amplio libre tránsito por territorio paraguayo, especialmente por la zona de Puerto Casado, de las mercaderías que llegasen con destino a Bolivia y de los productos procedentes de Bolivia, y que este país pudiese instalar allí agencias aduaneras y construir depósitos y almacenes en condiciones que se determinarían.
–¿En qué cedió y en qué ganó el Paraguay con este tratado?
–El Paraguay dio un carácter de estatuto territorial provisional a la demarcación de las posiciones militares ocupadas por los dos países al cese de las hostilidades y consideró que sobre esa base debería negociarse el arreglo definitivo. Tal demarcación, también denominada línea de hitos, mantenía bajo posesión paraguaya el camino que iba de Villamontes a Boyuibe y Santa Cruz de la Sierra, formando una cuña amenazante hacia la zona petrolífera boliviana. Los países mediadores no compartían la interpretación del Paraguay, pero ella era bastante firme, tanto por lo previsto en el Protocolo de junio de 1935 como en el acta de enero de 1936, que resolvió la cuestión de la devolución de los prisioneros de guerra. En ese contexto, la solución se alcanzó finalmente cuando Bolivia, para asegurar la zona petrolífera, se resignó a no insistir en su pretensión de contar con un puerto sobre el río Paraguay al sur de la desembocadura del Otuquis, siempre que se corriese hacia el este el límite occidental, con compensaciones en el norte. Como para el Paraguay era clave la intangibilidad del río Paraguay hasta Bahía Negra, o sea, que Bolivia no dispusiera de un puerto apropiado desde el cual preparase una eventual revancha o reanudación de la guerra. Así se dieron las condiciones para el entendimiento que se formalizó mediante el tratado de julio de 1938.
ARBITRAJE
–¿El arbitraje que definió los límites definitivos fue favorable o desfavorable para nuestro país?
–En realidad, el arbitraje fue solo un procedimiento utilizado para hacer más aceptable el acuerdo por las opiniones públicas de los exbeligerantes. Los límites, en líneas generales, se acordaron previamente por los delegados de Bolivia y el Paraguay en un acta suscrita el 9 de julio de 1938, que se mantuvo en secreto. A mi criterio y con el mayor respeto a las opiniones en contrario, los críticos paraguayos al Tratado de Paz han dado una importancia desmesurada al acta secreta del 9 de julio, porque los renunciamientos más relevantes se consagraron en el propio tratado, sin ocultaciones: Bolivia no tendría puerto al sur de Bahía Negra y el Paraguay se alejaba de sus posiciones avanzadas del occidente, otorgando a Bolivia libre tránsito hasta el río y depósito franco en Puerto Casado. Eso fue público, lo que se reservó fue el trazado que tendría, a partir de tales definiciones, la frontera paraguayo-boliviana dentro de la zona arbitrable.
–Persiste el sentimiento entre los paraguayos de que la guerra se ganó en el campo bélico, pero se perdió en el diplomático. ¿Fue efectivamente así?
–El Paraguay consiguió durante la guerra del Chaco ocupar casi la totalidad del territorio disputado. Llegó a donde nunca había llegado. Esa ocupación se consolidó con el Protocolo de Paz y el acta de enero de 1936. Pero era una ocupación provisional, que tenía un valor relativo. ¿Por qué? Primero, porque por el Protocolo de 1935 el país se comprometió a resolver la controversia de límites por acuerdo directo o, en su defecto, por un arbitraje de derecho. Segundo, porque en el mismo protocolo reconoció expresamente la declaración americana del 3 de agosto de 1932, que determinaba la invalidez de las conquistas territoriales obtenidas por la fuerza. En suma, Bolivia y el Paraguay conservaban intactos sus derechos territoriales. La guerra creó una situación de hecho en la que el Paraguay era más fuerte, pero no una situación jurídica definitiva. Si el Paraguay y Bolivia no alcanzaban un entendimiento, la controversia se tendría que someter a un arbitraje de derecho, designándose ya como árbitro en el Protocolo de Paz a la Corte Permanente de Justicia Internacional de La Haya. Hasta ese tribunal irían los dos países con sus antiguos títulos de dominio a obtener una solución en la que poco podrían incidir una vez presentados los alegatos. La diplomacia paraguaya se encontró, pues, en esa encrucijada, que no era para nada teórica.
PAZ ARMADA
–¿Qué implicaba esa situación?
–Que era tangible, concreta. Con base en los informes reservados del delegado peruano Felipe Barreda Laos, pude señalar en un libro publicado recientemente que, en junio de 1938, tras largas gestiones infructuosas, los delegados de los países mediadores consideraron necesario dar por terminada la etapa de negociación del arreglo directo y pasar a discutir el compromiso arbitral, para lo cual estaban dispuestos a fijar un plazo. En último término, Bolivia pensaba recurrir a la Corte Permanente de Justicia Internacional a fin de que esta se avocara al estudio de la controversia en vista del compromiso asumido en el Protocolo de Paz de 1935. Por tanto, a la delegación del Paraguay no le quedó mucho margen de maniobra. De mantenerse en su intransigencia sobre la línea de hitos, se hubiese clausurado la negociación del arreglo directo para pasar a la del compromiso arbitral. Meses más o menos, con su consentimiento o sin él, la cuestión del Chaco caería bajo la jurisdicción de la Corte Permanente de Justicia Internacional y no sería imposible un fallo que, salomónicamente, partiese el Chaco en dos, o que dejase a Bolivia una sección del litoral del río Paraguay al sur de la Bahía Negra. La negativa paraguaya a admitir la competencia o las resoluciones de dicho tribunal podría llevar de nuevo a los dos países a la guerra y, antes de eso, serían cinco, siete, diez años de paz armada. En contrapartida, la Conferencia de Paz ofreció una fórmula con la que se anulaba la aspiración portuaria boliviana, lo que se estimaba como una garantía para la seguridad paraguaya, y se reconocía al Paraguay la mayor parte de lo que pudo recuperar militarmente durante la guerra del Chaco.
–Luego del establecimiento definitivo de los límites, ¿el Paraguay ganó, perdió o quedó con la misma cantidad de territorio que detentaba antes del inicio del conflicto?
–Al utilizar la palabra detentaba usted me da pie para destacar una diferencia que, a mi entender, es fundamental. El Paraguay aspiraba a que se le reconociese el dominio de todo el Chaco Boreal, pero no detentaba más que una parte de dicho territorio. Durante la guerra, la ocupación se amplió significativamente, sin abarcar tampoco por completo el territorio disputado. Aunque las fuerzas paraguayas llegaron hasta el ansiado río Parapití, una contraofensiva boliviana las empujó nuevamente lejos de allí y la línea de hitos quedó distante de dicho accidente geográfico. Entonces, si se mira la ocupación efectiva del territorio en disputa, el avance fue muy grande. Otra cosa es la aspiración o los derechos invocados por cada parte. Así como el Paraguay, Bolivia sostenía que le correspondía todo el Chaco Boreal, hasta la desembocadura del Pilcomayo en el río Paraguay y ese país no solo no llegó al río Paraguay, sino que tuvo que abandonar gran parte de la zona que detentaba al inicio del conflicto.
PROEZA
–Usted menciona en un libro que el acuerdo de paz en 1935 fue propiciado por el estancamiento de las acciones bélicas. Es decir, ¿la victoria militar del Paraguay sobre Bolivia debe ser matizada?
–El Paraguay consiguió prácticamente expulsar al Ejército boliviano de la región disputada. Fue una proeza que parecía imposible al inicio de las hostilidades. No obstante, esta victoria resultaba insuficiente para imponer las pretensiones paraguayas. Bolivia no estaba vencida, podía resistir y, de hecho, las negociaciones que llevaron al Protocolo de Paz de 1935 fueron bastante difíciles. Continuar la guerra hasta estar en condiciones de imponer las bases para la paz requería recursos logísticos, financieros y humanos con los que el Paraguay ya no contaba, y desplegarlos en un medio desconocido, muy alejado de los centros de abastecimiento del país.
–Durante las negociaciones diplomáticas, el Paraguay vivió dos golpes de Estado. ¿Cómo pudo haber influido esto en el resultado final de las negociaciones?
–También Bolivia padeció dos golpes de Estado en ese tiempo y uno durante la guerra. Indudablemente los hechos que usted menciona debilitaron la capacidad negociadora del Paraguay, no tanto en lo concerniente al funcionamiento de la Conferencia de Paz, sino más bien porque los cambios de gobierno debilitaron la unidad y la disciplina de las Fuerzas Armadas, y ahondaron las diferencias políticas internas.
–¿Cómo influyó la contienda en el escenario político local posterior?
–La guerra del Chaco provocó, tanto en el Paraguay como en Bolivia, cambios profundos en la organización del Estado. Tras la guerra, se puso término al orden liberal en lo político y económico, y se buscó dar respuesta a los problemas sociales por medio de programas ideológicos distintos, con una fuerte injerencia de los jefes y oficiales que habían combatido en el Chaco. Creo, en tal sentido, que la decisiva intervención de las instituciones armadas en la conducción política del país fue la consecuencia más ominosa del conflicto chaqueño, que se extendió durante el resto del siglo XX paraguayo. Digo ominosa, porque los militares en política, al contar con la fuerza, representan un factor que, aunque no anule del todo, desbalancea o distorsiona el equilibrio entre los que gobiernan y los que ejercen como contralores en la oposición, que es esencial para el buen funcionamiento de las instituciones democráticas.