Paulo César López, paulo.lopez@nacionmedia.com - Fotos: Christian Meza

En el marco del Día Internacional de los Archivos, que se recuerda el 9 de junio con el fin de promover el reconocimiento de su relevancia en la investigación y el resguardo de la memoria histórica y cultural de la humanidad, Nación Media conversó con Vicente Arrúa, director del Archivo Nacional, sobre el importante rol que desempeña esta institución como un retrato de la sociedad y su evolución.

Luego de itinerar por varias sedes, el Archivo Nacional fue asentado en su actual emplazamiento en 1912 en el edificio de estilo neoclásico ubicado en la intersección entre las calles Mariscal Estigarribia e Iturbe. Al trasponer el pórtico, subimos la escalera atravesando una puerta de madera de dos hojas con la inscripción BN, siglas de Biblioteca Nacional, ya que esta funcionó allí antes de mudarse a su actual local; además, hasta 2009 también alojó el Museo de Bellas Artes, como atestiguan los vidrios de la puerta de la sala de lectura, donde hay una exposición permanente de dibujos de Jenaro Pindú.

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Como reflejo de la historia misma del país, el Archivo Nacional, que depende de la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), sufrió un sinnúmero de peripecias desde el traslado durante la guerra contra la Triple Alianza primero a Luque y luego a Piribebuy, que fueron designadas sucesivamente capitales de la República en la última etapa de la contienda; su caída en 1869 a manos de las tropas brasileñas, varios cambios de sedes, hurto de documentos e intervenciones inadecuadas en su acervo.

Su sede actual fue propiedad de madame Elisa Alicia Lynch y se cree que la planta baja fue construida por el arquitecto de origen sueco Carlos Rehnfeldt, aunque no existen datos precisos. Además, se desconoce cuándo fue construida la segunda planta de dicho edificio.

Según la historiadora Margarita Durán Estragó, el Archivo fue creado el 16 de setiembre de 1541 y es el más antiguo del Río de la Plata.

Antes de recorrer las dependencias del establecimiento, Arrúa nos recibe en su oficina, ubicada en la parte posterior del edificio, y nos cuenta sobre las labores que están realizando para conservar muchos documentos que sufrieron, además del deterioro por el paso del tiempo, malas intervenciones como plastificados que terminaron por dañar aún más los folios.

“Actualmente el Archivo resguarda 2 millones de expedientes, documentación desde el siglo XVI hasta la segunda mitad del siglo XIX. La documentación más antigua que tenemos es de 1534, la capitulación de don Pedro de Mendoza, el primer adelantado del Río de la Plata. Después se establece el Cabildo en 1541 y a partir de ese momento ya también hay un archivo, hay un baúl donde se resguardan los documentos que se producen en el Cabildo como también los que se reciben. Después vienen todos los gobiernos de la época independiente desde el Triunvirato en adelante y hay un corte en 1870 durante la finalización de la guerra contra la Triple Alianza, donde ya no hay una autoridad archivística nacional y toda la documentación se va a resguardar en los distintos ministerios, donde no hay política de consulta ni de conservación. No así en este archivo, donde sí tenemos laboratorios de conservación, políticas de accesibilidad, etc.”, refiere el también licenciado en historia y docente universitario.

NUEVO MARCO LEGAL

En este sentido, Arrúa subraya que el nuevo marco legal abierto con la sanción de la Ley del Archivo General de la Nación y del Sistema Nacional de Archivos de la República del Paraguay, que está pendiente de promulgación y reglamentación del Poder Ejecutivo, debería terminar con la dispersión documental de manera de brindar las herramientas para garantizar el acceso a la información de parte de la ciudadanía.

“¿Uno por qué conserva? Nosotros conservamos documentos no porque queremos que se vean lindos o que sea visto desde el punto de vista del objeto nomás. Queremos que la gente acceda a la información que estos documentos contienen y que también sea perdurable en el tiempo para que otras generaciones puedan consultar. Por eso también apostamos a la digitalización y a la puesta de los documentos en plataformas en línea”, sostiene.

No obstante, a renglón seguido aclara que ahora están realizando una migración por problemas de seguridad que se presentaron, por lo que también están aprovechando la ocasión para gestionar un servidor con mayor capacidad de almacenamiento. En este sentido, el funcionario destaca que los reclamos que están recibiendo por encontrarse momentáneamente fuera de línea son altamente positivos, pues demuestran que hay una apropiación del archivo de parte de la ciudadanía y que esto favorece la conservación, pues se protege solo lo que se conoce.

“Cuando se sabe que algo existe, se protege. Por ejemplo, respecto a los robos que desafortunadamente se dieron en el Archivo, con la accesibilidad que hay hoy con la tecnología esto está mayormente protegido. Si uno roba un documento que todo el mundo conoce, como la intimación a Velasco, difícilmente se pueda vender. Cuando más se democratice el conocimiento de lo que tenemos acá, más protegido va a estar”, afirma.

CONSERVACIÓN

Entre las labores de conservación del patrimonio que realiza la institución a su cargo, menciona que se está trabajando en los autos de la Independencia, entre los cuales se destaca la intimación al gobernador Bernardo de Velasco, una pieza que había sido secuestrada por el Ejército brasileño y que está marcada con el sello de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro.

“Nosotros lo que planteamos ahora es hacer las intervenciones, pero respetando el estado original del documento y también toda intervención debe ser reversible. Por ejemplo, ahora estamos laminando los documentos con papel japonés, que es un protector. Estos papeles se adhieren de forma tal que es fácil quitarlo si nos damos cuenta que el papel está afectando. No así con el papel adhesivo, que es mucho más invasivo. Además realizamos muchos otros procedimientos, fichas, para que de acá a 30 o 50 años los que estén acá puedan decir ‘a este papel le pusieron tal químico, que se disuelve con tal elemento’. Se sistematiza todo lo que es la conservación”, explica.

“Tenemos un laboratorio de conservación que se dedica a revisar constantemente el estado de conservación de los documentos, hay mecanismos de control de temperatura, humedad en el depósito documental, hay protocolos de consulta”, añade.

Los documentos que fueron llevados por las fuerzas brasileñas a Río de Janeiro, la capital del entonces imperio, fueron devueltos en parte en 1911, con motivo del centenario de la Independencia Nacional, y luego en 1981 fue entregada otra partida. Los manuscritos fueron inventariados y catalogados con el nombre de Colección del Vizconde de Río Branco, en referencia a José María da Silva Paranhos, diplomático brasileño que seleccionó la documentación a ser incautada de nuestro país y que guardaba relación fundamentalmente a los derechos territoriales.

“La importancia del archivo es que es como la fotografía de la sociedad, como cuando guardamos la de nuestra familia y de esa forma les mostramos a las futuras generaciones quiénes eran nuestros abuelos o abuelas. No es que a nosotros nos gusta nomás guardar papeles. El archivo tiene un valor en el sentido de que a partir de él podemos establecer nuestra identidad y hacer que perdure en el tiempo. Sirve para la reconstrucción del pasado y para la transparencia administrativa. Por ejemplo, el Archivo del Terror fue reconocido como memoria del mundo”, asevera.

Con vistas al futuro cercano, Arrúa vislumbra que es altamente positivo que nos encontremos en la antesala del cumplimiento del centenario de la guerra del Chaco, que espera que, como fue en su momento el Bicentenario de la Independencia, genere mayores inversiones en el Archivo y un impulso del interés ciudadano hacia el conocimiento de nuestra historia.

DESENTRAÑANDO MANUSCRITOS ANTIGUOS

Como los viejos escribas de los monasterios, una solitaria funcionaria transcribe pacientemente antiguos documentos en la sala de lectura como depositaria de la memoria escrita. Su nombre es Elizabeth Barriocanal Carísimo, tiene 64 años, es funcionaria permanente de la Secretaría Nacional de Cultura desde 2009 y trabaja en el Archivo Nacional desde 2014. En este tiempo se especializó en un oficio sin oferta académica en nuestro país: la paleografía. Su trabajo consiste en interpretar y transcribir documentos antiguos, principalmente de los siglos XVI y XVII, que son los de más difícil lectura entre los disponibles en el acervo del Archivo. Sobre cómo se despertó en ella esta afición, cuenta que cuando fue trasladada al Archivo empezó a trabajar en la sala de lectura, donde se dedicó a leer los documentos y se le despertó el deseo de transcribirlos, iniciándose con documentación del siglo XIX. “Había un señor que se llama Darío Solís, era paleógrafo empírico, que ya se jubiló y que me ayudó bastante. Ahí me dije ‘a mí me gusta esto y voy a seguir leyendo documentos y voy a hacer cursos. Hice una pasantía en el Archivo General del Perú y continué capacitándome haciendo cursos de paleografía diplomática en línea en universidades como la Autónoma de Madrid. Hice otros cursos mediante convenios o por mi propia cuenta en otras instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Archivo General de Colombia”, dice mientras nos muestra un documento judicial digitalizado del siglo XVI escrito en letra procesal encadenada, de muy difícil lectura por su “desprolijidad” y que es llamada de esta manera porque no existe separación entre las palabras.


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