En esta entrevista con el poeta Ricardo de la Vega abordamos cómo la práctica poética, lejos de la sublime torre de marfil de un versificador ajeno al mundo, baja al lodo de la realidad para constituirse en un vehículo de expresión capaz no solo de comunicar, sino de sostener la vida misma.
- Por Paulo César López
- paulo.lopez@nacionmedia.com
De la Vega es uno de esos arribeños tan típicos de nuestra literatura que llegó a nuestro país y se impregnó a tal punto del dolor paraguayo que se instaló para no irse nunca más a pesar de las desventuras que implica ejercer el oficio literario en estas tierras.
Hijo de una época de creciente contestación a la dictadura de Alfredo Stroessner, De la Vega lleva la marca inmarcesible de la poesía social y la denuncia, además de los típicos temas amorosos sin los cuales quizá la poesía nunca hubiera podido constituirse como tal, como expresión de las múltiples vivencias del yo lírico.
“(…) Aquí me hice poeta. Debo decirte que dedicarse a las letras en este bello país entraña algunos riesgos debido a que, con las palabras, se puede subir hasta la verdad y la verdad no es un puerto seguro en esta isla sin mar. (…) pero la búsqueda de la verdad también es un destino y en ese derrotero tendrás buenas compañías. (…) Cuidado, entonces. En esta tierra han encerrado a los mejores hijos justamente por buscar la verdad. De todas maneras es una gran experiencia amar al Paraguay y no te arrepentirás nunca de haberle entregado tus mejores anhelos”, escribió una vez retratando esa suerte de sentimiento desgarrador que entraña amar al Paraguay.
–¿Podrías hablarnos un poco de tu generación, la del 80? ¿Cómo se formaron y qué los unió?
–La Generación del 80 se nuclea alrededor del Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero. Por aquel tiempo, el Instituto de Cultura Hispánica organizaba concursos de poesía joven y los ganadores de dichas competencias se reunieron espontáneamente. De ahí surgió una hermandad entre chicas y muchachos que dura hasta hoy. Los años que pasamos fueron para mí los mejores de mi vida literaria. Estuvimos activos como grupo alrededor de una década, durante la cual hicimos innumerables actividades culturales: recitales, conferencias, editamos libros de poesía, también una revista de poesía. Esa unidad nos ayudó a formarnos, ya que éramos voraces lectores y generosamente intercambiábamos libros, que en aquella época era muy difícil hallarlos. El taller fue una isla de libertad: nunca nos censuramos nada y, por el contrario, nos dio el impulso para ejercer otras disciplinas: teatro (yo hice teatro por alrededor de cuatro años, hasta el 84), música, artes visuales, etc. Éramos tenaces. Un día me dijeron que la nuestra era la Generación de Oro y yo respondí: “fuimos de la Generación de Hierro por todo lo que sorteamos ¡y nos hicimos poetas!
–¿Quiénes son algunos de sus integrantes?
–Moncho Azuaga fue nuestro líder. Integraron el taller Mario Rubén Álvarez, el Cuervo D’urbano Gómez Rodas, Jorge Aymar, Mario Casartelli, Miguel Ángel Meza, Ramoncito Silva, Victorio Suárez, Delfina Acosta, Amanda y Mabel Pedrozo, Susi Delgado, María José Vallory, Pedro Céspedes, Emilio Lugo, Sabino Giménez, Romualdo Santacruz, Osmar Sostoa.
–¿Por qué seguir haciendo poesía en nuestro tiempo?
–Escribir poesía sirve, como el amor, para no morir. Y es una excelente excusa para tomarse unos vinitos con la muchachada. Leer poesía es un ejercicio de constante descubrimiento, como si fuera que amaneciese con cada poema. La poesía en mí es un disparador. Para escribir “Canto al Mariscal López” me leí como 120 libros sobre la Guerra del Paraguay. Ahora, de viejo, me puse a estudiar música para ver qué caminos encuentro en el ámbito del cancionero popular. Qué grande fue Emiliano en ese ámbito, ¿verdad?
–Algunos poemas de tu libro “Muerte de la paloma” parecen fragmentos de diarios en los que expresás tu rabia, la desesperanza y la denuncia social rozando en algunos pasajes lo periodístico, además de la temática amorosa. ¿Tan amplio puede ser el lenguaje poético?
–Sí, es muy amplio el lenguaje poético. Es por eso que tengo numerosas deudas con la prosa; y es que la poesía me permite “tomar”, como herramientas del lenguaje, su ritmo urgente. ¿Es un camino arriesgado, con el peligro de caer en el panfleto? Sí. Y si no fuera así no lo hubiese elegido. Porque escribir poesía es arriesgarse, es escribir con el cuerpo, con la vida misma, es mirar el mundo con nuevos ojos: me aburriría fatalmente si en cada poema fuera el mismo ser humano.
–La poesía es una especie de apremio. ¿Qué es lo que te apremió para escribir “Muerte de la paloma”?
–Me apremió el golpe de Estado de 2012. ¡Qué tragedia fue esa! ¡Qué trogloditas los de la oligarquía nativa! Qué bronca me dieron nuestros dirigentes que no supieron resistir, sobre todo Lugo, siempre en el “centro del poncho” y persiguiendo alguna modelo. El libro “Muerte de la paloma” significa la pérdida de esperanza, es luchar sabiendo de antemano que vas a perder. Aunque el título me lo dio otro motivo: encontrarlo al poeta Romualdo Santacruz en situación de calle, viviendo bajo un hule, con su gatito y sus poemas en total abandono. Me partió el corazón y me dije: “Sí, ahora sí que ha muerto la paloma”.
PERFIL
Nacido en Mendoza, República Argentina, el 24 de noviembre de 1956, reside en Paraguay desde el 21 de setiembre de 1977. Es miembro fundador de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) como también de revistas literarias como Cabichu í 2 y Tren Rojo.
Títulos publicados: “Sin opciones después de la cena” (1985), “Notable paraíso (1995), “La canción de R” (1999), “Los hombres ya no invitan a cenar” (cuentos, 2001), “Afuera” (2003), “Cincuenta y cuatro” (2004), “Canto al Mariscal López” (2006), “Cuidame el corazón (2012), con el que ganó el premio Roque Gaona al mejor libro de ese año; “Qué traes entre las piernas (novela, 2013), “No se preocupe Ud. de nada” (cuentos, 2015), “La muerte de la paloma” (2021).
Su obra, que ha merecido numerosos premios literarios y que figura en diversas antologías nacionales y extranjeras, fue traducida a varios idiomas.
ARTE POÉTICA
I
Una flor es la agonía del tiempo,
su negación, su víspera incendiada,
la trinchera cavada por los dientes del cielo.
La noticia de que el polvo resucita entre sus pétalos
debe ser escuchada por nosotros
como si estuviéramos naciendo
como Aquel
y exponer nuestro pecho a su espejada fragancia.
Así ante la poesía.
II
La poesía salva tu vida,
la agarra por las puntas de tus estrellas negras
y se la lleva a parir
lo suficientemente lejos
que nunca nadie más te reconocerá,
ni siquiera tú mismo;
te lleva en vilo como si fueras una cruz,
pero no de madera,
sino de luz.