Agustín Mendoza - Fotos: gentileza

El libro de poemas “La superstición del tiempo”, de María Eugenia Garay, quien obtuviera la mención de honor del Premio Nacional de Literatura 2021, tiene la particularidad de combinar versos y una prosa muy bien lograda, que el autor de este ensayo crítico procede a analizar.

L a primera treintena de páginas de esta producción literaria de María Eugenia Garay, páginas desarrolladas con ferviente prosa de elevado nivel del lenguaje, invitan al lector a concentrar su mayor atención en cada renglón para interpretar las ideas de esta etapa introductoria del libro, que conduce al bagaje de poesías que la escritora despliega posteriormente.

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Un abordaje referido a la estructura formal de esta obra nos permite distinguir tres partes, cada una de enjundioso contenido. La primera parte corresponde al prólogo, titulado “A orillas del río de Heráclito”, elaborado por la misma autora. Una variedad de ideas asperge sus más de seis páginas y es el recibidor que lleva a la fontana de mensajes que aguarda al lector. Evoca el vaticinio de un futuro de esclavitud moderna impuesta por dirigentes tiránicos; esta evocación proviene de la lección aprendida en sus lecturas de adolescente.

Asimismo, recuerda el paso mortífero de la pandemia que ha azotado recientemente al mundo. En este trecho de viaje retrospectivo, la autora aprovecha para explicar la metamorfosis de sus poemas escritos en otras épocas, que ahora son ajustados en función a su estado de ánimo actual.

María Eugenia se declara a sí misma: “Yo solo me limito a ser una cronista de mi mundo interior”. En esta “crónica” defiende con enérgica pasión el sentimiento de amor que da sentido a la vida y es, a la vez, perdurable y trascendente. El siguiente enunciado del prólogo, que puede gozar de la aprobación popular, dice: “Quien no ha amado, ha extraviado su punto de destino”.

La segunda parte, titulada “Plegaria”, despliega cinco subtítulos, todos en prosa, con alto grado de contenido poético.

1. Adagio. Abstraída del mundanal entorno, el alma transida por la decepcionante conducta humana desarrolla estos párrafos de imploración al Ser Superior, con la voz sedienta de justicia, traducida en el monólogo que invoca al Señor; le musita ruegos, recuerda a los seres queridos que ya han partido, desgrana la espiga de ilusiones, descifra la proximidad del ocaso del amor y la inminencia de las penas. Adagio es la manifestación llana del afán de conversar sobre el retorno de la alegría en fuga, de los nombres que han alumbrado el corazón y del exiguo fuego remanente que aún puede encender la llama de la esperanza.

2. Señor de los campos. Ruego, llanto de dolor, remembranza, abandono y desencuentros, distancia y añoranza, soledad y dichas inventadas conforman la temática de estas preces hechas canto al “Señor de las guitarras”. De tenor poético y lenguaje culto, las tres páginas de este subtítulo recogen el extracto de la ansiedad confesa en las plegarias que hablan de destino, de renacer, a pesar de las alas caídas, a pesar del frío, del cansancio y de los pies heridos. Estas son las confidencias que esta alma desbordada eleva al Señor, y cubre los escenarios agrestes y otras áreas de la naturaleza.

En la urbe, caracterizada por gozos continuos o por excesos de luz, sin embargo las almas olvidadas son presas del quebranto y de las penas, de la ausencia y la nostalgia, de la oscuridad y la congoja. En la pintura de la ciudad que la escritora describe al destinatario de la oración, a ratos declara a manera de reminiscencias que “de repente, sin mediar avisos, surge algún milagro que desata amarras”. La voz poética sigue su canto y en triunfal confidencia descarga su propia esencia de “este oficio de burilar versos y recopilar el breve transcurso de la vida misma”. La voz narrativa es la voz que entona sus preces al evocar las memorias que la invaden.

3. Impromptu. La acepción de este vocablo consiste en la composición musical que el ejecutante improvisa. Apostada en el mismo plano de la temática de ruegos, la protagonista del monólogo espiritual sigue descargando, con intenso lenguaje figurado, los ruegos de ser escuchada. Los sones de su espontánea composición verbal están saturados de un complejo y sufrido andar cotidiano. La comparación entre los cauces del tiempo y del río es original y bella: “De intentar en vano atrapar el tiempo, y ver su cauce, como un río que pasa, se lleva en sus aguas cuanto hemos amado”. Enmarcada en la soledad, la angustia y las ansias, propone interrogantes acerca del origen, el presente y el destino humanos. A pesar del estado de desasosiego en que se encuentra, es capaz de admitir la existencia de un poder imperativo del amor que empuja al reencuentro con el ser amado; también reconoce que este trance de oscuridad del sentimiento invita al desatino, pues en la soledad se encienden nuevas ansias. De ahí sus ruegos, su retiro espiritual en el bosque, por su fragilidad humana, por las nuevas ilusiones, por la espera y búsqueda del calor de un amor acunado en la esperanza.

4. Padrenuestro. La autora de esta prosa no repite la conocida fórmula del “Pater noster”; ella prosigue el camino de una catarsis sanadora, porque cada palabra de la piadosa verba que brota de su mente y prorrumpe sus labios desnuda la crudeza del torbellino sicológico que la abruma; ella no recita la enseñanza de Jesucristo, pero sí ora su padrenuestro propio, moteado con la paz deseada para sí y para la patria, con la duda acerca de la eternidad y la atención del Señor a sus plegarias; en su tenaz queja, la escritora lanza dardos contundentes sobre la desarreglada vida que llevan los hombres en las sociedades en que predominan la envidia, el ego, la ostentación de fortunas, la desconsideración hacia los que gimen infortunios y la victoria del odio sobre la armonía en las interrelaciones, donde quedan aplastados los sentimientos positivos. Esta versión no es la mecánica repetición del padrenuestro del “pan de cada día”, sino, como ella revela: “Y este es mi informe. O mi oración. ...mi ruego de amor... Mi versión actual del padrenuestro, o mi frase más tierna”.

5. Nocturno. Este apartado cierra la explosión espiritual de la poeta narradora, cuyas preces despliegan las confidencias candentes y lacerantes que alborotan su ser, afanada en arribar a un muelle de esperanzas. Consciente del voluminoso cargamento de quejas, peticiones y ambiciones con los que ha interpelado e importunado a su Señor, le presenta sus disculpas; pero, irrefrenable en su obstinado requerimiento, descarga el saldo de su carga petitoria que aún gravita en sus alforjas. En consecuencia, enuncia los eslabones faltantes de la cadena de pedidos que abarcan el reclamo de justicia y pan para la tierra; la necesidad de emular las luchas de los héroes que aman a su patria, mancillada por los exabruptos de los hombres de hoy; el saqueo a mansalva en que “flamantes nuevos ricos se jactan de sacar a pasear su desvergüenza”.

El párrafo final de este “Nocturno” revela un epílogo insólito e inesperado. Con absoluta sinceridad, la devota pordiosera de dones se envalentona y confiesa al Señor, sin ánimo de ofenderlo, la verdadera duda que la oprime sobre la existencia de Dios, duda que emerge siempre cuando flaquea la fe y se cree que solo es una invención del hombre como producto de su desesperación: “Yo no sé si tú existes, o fue el hombre habitante de angustia y desamparo... y despojándose de un grito borrascoso..., a total semejanza de su imagen, inventó finalmente tu existencia”.

Es este el manto de oscuridad que cubre su grave pensamiento nocturno. Estas prosas de hechura subjetiva, elaboradas con verdadera esencia poética, agitan los conceptos de permanente debate sobre Dios, el mundo y el hombre, y construyen el portal de acceso al rico poemario “La superstición del tiempo”.



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