Por Paulo César López, paulo.lopez@nacionmedia.com - Infografía: Rodrigo Leguizamón
Con motivo de los 212 años de la revolución del 14 y 15 de mayo de 1811, planteamos un diálogo imaginario en torno a cómo hubieran sido las comunicaciones entre los próceres con las actuales herramientas tecnológicas partiendo de hechos relatados por el historiador Julio César Chaves en su clásica obra “Compendio de historia paraguaya”. Sin duda, como primer paso los complotados crearían un grupo de Whatsapp para coordinar las acciones. De la mano de Chaves nos imaginamos algunos de esos chats tomando como punto de partida la poca feliz actuación de los españoles durante la batalla de Tacuarí, el antecedente más inmediato de la gesta independentista.
¿Te imaginás cómo pudo haber sido el grupo de WhatsApp de los próceres?
https://www.instagram.com/reel/CsKmEGSg6II/?igshid=MTc4MmM1YmI2Ng%3D%3D
“La ficción es una forma de descifrar la realidad”
A propósito de los chats entre los próceres que ofrecemos en la presente edición del Gran Domingo de La Nación, consultamos al escritor, dramaturgo y periodista Alcibiades González Delvalle respecto al rol de la literatura y de la ficción como herramientas para un mejor conocimiento de nuestro pasado. González Delvalle apela a la literatura como un instrumento pedagógico con el fin de hacer comprensible la historia a las nuevas generaciones.
- Fotos: Archivo
González Delvalle es un asiduo cultor de la literatura histórica y cuenta con varios títulos en géneros como el teatro y la narrativa en los que recrea episodios de nuestra historia, fundamentalmente la Guerra contra la Triple Alianza, uno de los tópicos más recurrentes a raíz de cómo ha marcado la conciencia nacional y por las fervientes pasiones que aún despierta hoy el protagonista principal de ese hecho del lado paraguayo, el mariscal Francisco Solano López.
Entre sus más recientes publicaciones se encuentra “Noticias de la #GuerraDel70″, que narra este episodio capital de nuestra historia apelando a elementos actuales como las redes sociales con vistas a captar la atención del público joven.
Según cuenta González Delvalle, la iniciativa de esta obra surgió de una preocupación inicial sobre el poco conocimiento de la historia de parte de las nuevas generaciones, así como la escasa comprensión de los manuales de historia por resultar estos “muy difíciles” o “aburridos” para los estudiantes, según las propias manifestaciones de estos.
PEDAGOGÍA
En este sentido, asegura que su intención fue realizar una labor pedagógica en la materia, por lo que al plantear su novela a través de estos anacronismos tecnológicos no se aparta de los hechos duros narrados por las fuentes, sino muy por el contrario. A partir de un objetivo claramente difusionista, se vale de elementos de la ficción con fines pedagógicos e incluso lúdicos.
“La idea no es suplir los libros de historia, sino despertar el interés por la materia a través de un lenguaje accesible a un episodio que nos golpeó mucho”, asevera el autor.
Respecto al aporte de este tipo de tareas, González Delvalle reivindica que el conocimiento de la historia es fundamental, pues no será posible proyectar el futuro si no conocemos nuestro pasado. “Yo creo que por eso estamos cometiendo siempre los mismos errores. No aprendemos del pasado”, afirma.
FANATISMO
Como una suerte de Quijote de las palabras y el tiempo que busca “desfacer agravios y enderezar entuertos”, González Delvalle se propone la enorme tarea, acaso imposible, de enfrentarse a los molinos de viento del fanatismo chauvinista que omite o deforma la realidad para ajustarla a sus propósitos.
A este respecto apunta al problema en nuestra historiografía de que los historiadores o en muchos casos los docentes que enseñan a los jóvenes se fanatizan en determinadas posturas. De esta manera, hasta la actualidad, tras más de 150 años, el análisis de nuestro pasado prácticamente se reduce a la dicotomía entre los “sublimemente” lopiztas y antilopiztas, lo cual no permite entender el proceso en toda su complejidad, matices y contradicciones.
“Esa ideología se trasmite a los alumnos y se piensa que uno es patriota escondiendo los hechos que nos avergüenzan”, señala al tiempo de sostener que esta polarización es tan perniciosa al punto de que hay otros personajes de “segunda línea” que son muy importantes –tomando el mismo periodo se podría citar a José Eduvigis Díaz, Bernardino Caballero o Valois Rivarola–, que son muy poco conocidos como resultado de la fijación, para bien o para mal, en la figura del mariscal.
Con relación a las críticas que muchas veces reciben quienes se dedican a cultivar este género por trastocar la realidad o caricaturizar a los personajes históricos, refiere que esto deviene de una confusión de no saber distinguir la diferencia entre los distintos campos.
“No se sabe distinguir los géneros literarios, entonces confunden historia con novela y al revés. Hay historias noveladas y novelas históricas. Por ejemplo, ‘Yo el supremo’, de Augusto Roa Bastos, que es una novela, para mí es el mejor libro que pinta de cuerpo y alma al doctor Francia. No hay un libro de historia que haya profundizado tanto en el ser del dictador y eso es porque un novelista tiene la potestad de introducirse en el pensamiento del personaje y el historiador debe ceñirse a los documentos. Los escritores se valen de la ficción para trasmitir una realidad porque muchas veces se puede entender mejor así. La ficción es una forma de descifrar la realidad”, concluye.
Juana María de Lara, madre de la Independencia
En el marco del Día de la Patria y de la Madre, revisitamos la figura de Juana María de Lara, la principal figura femenina en el relato de la Independencia del Paraguay, más allá de las visiones poéticas o idealizantes que han reducido la actuación de las figuras femeninas a acciones inocuas.
Fotos: Gentileza
La magíster Yobana Insua Rojas, de la Asociación Cultural Mandu’arã, refiere que Juana María de Lara y Villanueva de Díaz de Bedoya nació en el año 1760 en una antigua casona ubicada frente al convento de San Francisco (ubicado en la zona conocida actualmente como Loma Karapã, entre las calles Caballero y México, en el barrio de La Chacarita), fruto de la unión de don Carlos José de Lara, comerciante español oriundo de Cádiz, y doña Luisa de Villanueva y Otazú.
“En el año 1787 y a la edad de 27 años, se casó con el capitán español José Díaz de Bedoya, oriundo de Burgos, quien formaba parte de la élite capitular asuncena, acaudalado comerciante español que tenía su negocio y atracadero en el lugar en que hoy se levanta un soberbio edificio de departamentos, frente al actual Museo Militar, en las calles 14 de Mayo y El Paraguayo Independiente”, escribe en un artículo titulado “Juana María de Lara: prócer de la Independencia paraguaya”.
A raíz de la proximidad de su vivienda con la de Pedro Pablo y Sebastián Martínez Sáenz, la conocida como Casa de la Independencia, Lara estaba plenamente al tanto de los movimientos de los conspiradores y, más allá del lugar que le asigna la historiografía oficial, desempeñó un papel fundamental en las comunicaciones entre los complotados aprovechando su figura de “dama de iglesia”, por lo que podía moverse con facilidad sin despertar sospechas de las autoridades.
Insua Rojas menciona además que en su casa vivían sus sobrinos Vicente Ignacio y Juan Manuel Iturbe, figuras prominentes de la incruenta revolución criolla del Paraguay. De esta manera, a Lara le cupo la tarea de facilitar el contacto de los conjurados con los oficiales de guardia del Cuartel de Rivera y de la Maestranza de Artillería para el cumplimiento del plan de acción y la fijación de la hora en la que sería llevaba a cabo. También fue quien se encargó de informar a los conspiradores del santo y seña, que fue “Independencia o muerte”.
“En Paraguay, generaciones de niños y sobre todo niñas han aprendido en los textos de las escuelas la presencia de Juana de Lara en la gesta libertaria de 1811, pero siempre descripta como una madrina, como semiprócer y no como protagonista a la altura de los próceres masculinos. La manera como se ha repetido históricamente esa transmisión es reiterar, por acción u omisión, ese mecanismo invisibilizador y finalmente ingratamente desigual hacia el valor de las mujeres como parte esencial de la historia paraguaya desde sus inicios como nación”, refiere Insua Rojas.
“MATRONA”
Por su parte, Ana Barreto Valinotti, en un trabajo titulado “Abnegación y patriotismo en la figura de la prócer Juana María de Lara. Construcción e idealización de la ‘matrona’ como perfil femenino ideal en el Paraguay de inicios del siglo XX”, para identificar los orígenes de la visión poética sobre el rol que desempeñó Lara se remonta a mayo de 1889 y específicamente a un discurso público que proyecta un ideal femenino de heroicidad como un elemento unificador en torno a un ideal de nación.
En este marco, además de la discusión sobre o quién o quiénes fueron los héroes de la revolución, quedó sin resolver cómo se eligieron los colores de la bandera. Como dentro del ideal de civilización no encajaba en ese relato la figura de un “déspota”, se despojó al doctor Francia la autoría intelectual del estandarte patrio, que es una clara alusión a los principios de la Revolución Francesa, por lo que se creó un mito fundacional que atribuye a Lara la elección de la bandera a partir de unas flores que recogió o una supuesta visión de una conjunción de colores en el horizonte.
Para ejemplificar este punto de vista, Barreto Valinotti cita a Juan Manuel Sosa Escalada, quien en un acto de celebración de las fiestas patrias en mayo en 1889 en el local del Centro Paraguayo Bonaerense de Buenos Aires afirmó, entre otras cosas, lo siguiente: “Doña Juana María, cual otra Juana de Mena, la heroína de los comuneros, que se había mantenido en acecho todo el tiempo de los sucesos, entró a la par de muchos, y felicitando a Caballero, depositó en sus manos una corona de azucenas, jazmines y rosas que simbolizaron los futuros colores de la patria”.
Para esta historiadora, “Juana María de Lara ha sido la excusa para poder entrar a entender ese discurso político (idea de Patria-Nación de la posguerra, ndr), dirigido a una clase desprovista de derechos ante la ley, pero activa en la práctica: las mujeres. El rol de la dama de la guirnalda de flores fue ante todo un discurso unificador y domesticador”.