Óscar Lovera Vera, periodista

Al fin la policía encontraría una pista clara para seguir investigando. Estaban cada vez más cerca de cerrar el círculo sobre el autor del crimen, aunque aún necesitaban un motivo: ¿por qué querrían matar a Evelyn Eberhardt?

–Marcial Castillo, vení che ra’y. Vos te vas a encargar personalmente de analizar estos documentos de la telefónica. Acaban de llegar y nos los remitieron para que encontremos el famoso número que se contactó con tanta frecuencia el día del crimen. ¿Me copiaste? –inquirió Silguero Lobos a uno de sus subordinados.

–Sí, mi comisario. Deje a mi cargo.

Marcial era uno de los oficiales con mayor experiencia en la desgastante tarea del cruce de llamadas. Era una técnica simple, pero a la vez compleja al examinar la sábana de comunicaciones que puede generar un número de teléfono y el contraste que debe realizar el perito para determinar un comportamiento o patrón en la comunicación de una o más personas.

Fue de esta manera que Marcial llegó hasta un nombre: Guillermo Escobar Cortázar, un mecánico que trabajaba en el taller junto con Marylin y estuvo durante dos años. Las conexiones entre ambos eran permanentes y en horarios poco comunes si la relación era netamente laboral.

La muerte de Evelyn habría ocurrido el 2 de agosto y no fue hasta un mes después que la Policía logró con la Fiscalía una primera orden de detención para Guillermo Escobar Cortázar. Primero fue él, luego Marylin.

LA CONFESIÓN

Escobar Cortázar se quebró en solo algunas horas al estar encerrado en la oficina de Homicidios de la capital. Aquella estructura gris, tomada en parte por la humedad y la poca iluminación, le avasallaron por completo.

–Nosotros fuimos, comisario. Pero yo no planifiqué. Solo cumplí con lo que me pidió la señora Marylin – así comenzó su relato a Silguero Lobos.

–Yo encontré una conversación en el messenger con una persona uruguaya. Necesitaba solucionar un problema, hacerle desaparecer a su hermana porque se metió con su exmarido. Ella decía que no quería que pase eso porque el señor Centurión tenía mucha plata y no quería que ella toque eso, y más que no quería que se meta con su exmarido. Ella pilló que yo vi los mensajes y me dijo que ni una palabra tenía que decir, que me iban a mandar matar y a mi familia, y todo lo que ella decía yo tenía que hacer. Yo tenía que contactar con la persona que había de eliminar a su hermana –continuó relatando Guillermo a los policías que lo miraban atentamente.

Escobar Cortázar dijo que Marylin le ofreció una buena cantidad de dinero para un tratamiento médico al que debía someter a su hijo, además de una camioneta. Solo debía obedecer sus órdenes.

UNA IDENTIDAD

En unos minutos el Departamento de Homicidios tuvo una descripción completa de los hechos, y no solo eso, también la identidad del pistolero. Escobar Cortázar confesó que para materializar el asesinato le propuso a un amigo con el que jugaban al fútbol en una cancha de nombre Acosta Ñu, en el barrio Jara de la capital. Este amigo era un policía de la Comisaría 9 del Área Metropolitana. Se conocieron compartiendo ese deporte por la proximidad que existía entre la estación policial, la cancha de barrio y la vivienda donde se hospedaba Guillermo, propiedad de la familia Rivas, dueños y señores del dulce aroma que impregna toda la zona durante las mañanas, Café Mayo, erigida sobre la avenida Artigas.

Con el tiempo, esa confianza del picadito sobre la tierra roja y sus takuru le permitió a Escobar Cortázar plantear la ejecución de un asesinato con franqueza. Ese agente al que se lo insinuó fue Emigdio Ismael González Segovia, un joven suboficial de 28 años de edad.

Lo que Guillermo aportó en ese diálogo podía ser todo para los investigadores, no podían esperar a que lo valide ante la Fiscalía y necesitaban ganar tiempo antes de que se filtre a los medios de comunicación. Silguero Lobos urgió a la fiscal que esta vez solicite el cruce de llamadas a varias compañías telefónicas y se encargue a nombre de los dos últimos sospechosos: Escobar Cortázar y González Segovia.

LLAMADAS INDELEBLES

Una semana después, esa corazonada le dio la razón. El resultado respaldaría una comunicación fluida entre ambos, lo suficiente para avalar la confesión de Guillermo. El primer contacto telefónico se hizo efectivo el 4 de julio de 2011. Fue de Escobar Cortázar a Emigdio a las 8:08 de aquel día.

Según el relato de Guillermo a los policías, después de esta comunicación condujo hasta la ubicación de Emigdio y le entregó una fotografía de Evelyn, una descripción del vehículo que utilizaba e incluso hicieron un recorrido por el itinerario de su objetivo. Emigdio no dudó en tomar el trabajo y le pidió a Escobar Cortázar 40 millones de guaraníes para matar a Evelyn. Acordaron un adelanto de 5 millones de guaraníes y el resto del dinero al acabar el encargo. El dinero se lo entregó el 22 de julio en la casa del policía en la ciudad de Villa Elisa, en el departamento Central.

La comunicación entre ambos concluyó el 22 de julio y luego nada. Eso les llamó la atención. Nuevamente, recurrieron a Guillermo para ver qué sucedió después de esa fecha y el motivo de la interrupción de las llamadas. La respuesta fue sencilla: estrategia. Ambos pensaron en borrar pistas que conduzcan a la policía hasta ellos y debían usar teléfonos “cabritos” o, dicho de otra forma, no registrados a sus nombres para evitar el rastreo.

Con la nueva pista, los hombres de Silguero Lobos reanudaron el trabajo sobre las sábanas de llamadas que entregaron las telefónicas. Debían encontrar esa frecuencia en los contactos, esa llamada reiterativa que se retomó posterior al 22 de julio.

–¡Aquí está!, ¡este es! –dijo Marcial Castillo, el policía acostumbrado a ver esos patrones complejos en casillas llenas de números.

–El 3 de agosto reanudaron la comunicación y la línea es de una empresa de comidas, Alberdín. Fíjense, en los reportes de ambos figuran números de teléfonos similares, son corporativos y la duración de llamadas es inusual. Esto se extendió hasta el 12 de agosto, diez días después del crimen – concluyó Marcial con la rúbrica de una sonrisa en el rostro por haber descubierto la pieza que hacía falta.

Hubo una falla en la lógica de Emigdio cuando concibió su plan para despistar utilizando los teléfonos sin registrar a su nombre. Las líneas pertenecían a una empresa gastronómica donde trabajaba su esposa, María Estela Cabrera de González; esta era la conexión con él. Fue así así que la policía lo conectó a Guillermo. En conclusión, Guillermo mantuvo 51 comunicaciones con Emigdio desde su teléfono particular y 28 veces se comunicaron ambos desde los teléfonos que pertenecían a la empresa donde trabajó la esposa del policía.

La planificación y la ejecución estaban plasmadas en 79 contactos entre ambos, algo que sería difícil de eludir como prueba, pensaron los policías.

“YO NO LA MATÉ”

Los tenían, finalmente. El 14 de setiembre Emigdio González Segovia fue arrestado bajo el cargo de homicidio doloso. Lo llevaron en una camioneta de color blanco, sin escudo de la Policía, sirena o baliza. En medio del sigilo llegó a la base del Departamento de Investigaciones, donde se asentaba la oficina de Homicidios. Lo flanquearon tres policías de civil al bajarse del vehículo. Emigdio tenía cubierta la cabeza con una capucha donde resaltaba, sobre la tela de color azul oscuro, la inscripción de “Homicidios – Policía Nacional”. Llevaba ambas manos esposadas en la espalda y reclinó el torso hacia adelante para abrirse paso entre los reporteros que intentaban sacarle alguna confesión.

Él lanzó una frase: “Yo no la maté”. En una improvisada conferencia de prensa, el comisario César Silguero Lobos relató que, de acuerdo a las pesquisas realizadas, Marylin Eberhardt sería la responsable de encargar la muerte de su hermana; el policía Emigdio González Segovia, el ejecutor del atentado, y Guillermo Escobar Cortázar, el intermediario, el que estuvo negociando con Emigdio para perpetrar el asesinato. En la tarde del 14 de setiembre, Marylin fue capturada en el barrio Mariscal Estigarribia de Asunción y con eso la policía tendría a los tres principales sospechosos. Sin embargo, ahora faltaría demostrar ante la justicia lo creíble de las pruebas.

Continuará…

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