Aprendí que sonreír también es resistir, es rechazar, es aceptar hasta las más dramáticas tragedias para volver a empezar. Sonreír también puede ser la bandera del coraje.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista, desde Nueva York
  • Twitter: @RtrivasRivas
  • Fotos: AFP y gentileza

Lo pensó, dijo y escribió, alguna vez, Jorge Luis Borges. “Todo lo que nos sucede, incluso nuestras humillaciones, nuestras des­gracias, nuestras vergüenzas, todo nos es dado como mate­ria prima, como barro, para que podamos dar forma a nuestro arte”. Pero... ¿qué es el arte? Para esta reflexión, seguramente, aplica una defi­nición precisa de la Real Aca­demia Española (RAE). Es la “capacidad o habilidad para hacer algo”. Y... ¿qué es algo? Según la misma fuente, ese vocablo “designa una rea­lidad indeterminada cuya identidad no se conoce o no se especifica”. Imagino que algunos valores supremos como vida y libertad, por solo citar un par, podrían ser, jus­tamente, “algo” a la hora de producir sentido.

Nueva York quedó atrás. Los debates por el Día Mundial de la Libertad de Prensa en la sede de las Naciones Unidas y en la Universidad de Colum­bia, también. Pero a partir de esos días con sus múltiples historias queda mucho para la reflexión. No vamos bien. Las democracias se contraen. La pobreza se expande. Los derechos se reducen. Pode­rosos y poderosas señalan la pandemia de SARS-CoV-2 o a la guerra que Rusia desató en el norte de Europa cuando invadió Ucrania en procura de recrear los viejísimos sue­ños ancestrales de los Roma­nov y, en especial, de Pedro I El Grande.

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António Guterres, secretario general de la ONU: “La libertad de prensa es el cimiento sobre el que se sustentan la democracia y la justicia”

No vamos bien. Siento que retrocedemos como socie­dad global y nos desvaloriza­mos. A bordo del vuelo DL1417, desde el aeropuerto John Fit­zgerald Kennedy, vuelo al sur. Reviso las notas tomadas. Veo algunos breves vídeos. Escu­cho grabaciones con las que registré palabras sabias y de las otras. Esas que debo olvi­dar. Desde la butaca 18F la mirada se pierde en el Atlán­tico. Poco más de diez kiló­metros nos separan de la tie­rra. ¿Cómo resumir y contar tantas historias para que se entienda la gravedad coyun­tural que –a no dudarlo– se extenderá largamente en nuestra aldea global?

No vamos bien. Y por esa razón algunos miles de per­sonas coincidimos en el Pala­cio de Cristal, sede de la ONU, durante varios días. Desde la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Edu­cación, la Ciencia y la Cultura) nos propusieron hacerlo para “dar forma a un futuro de derechos” y allí fuimos. Acor­damos –como herramienta para el cambio– “la libertad de expresión como motor de los demás derechos humanos”. Es urgente volver a empoderar para ampliar y crear derechos. Demorarnos para hacerlo es hundirnos estúpidamente en la sumisión. Es aceptar el retroceso.

No hace mucho Tzvetan Todo­rov, desde una perspectiva ética, abrió paso a múltiples reflexiones. Nos interpeló con una obra magnífica, “Insu­misos”. Sin anestesia puso delante de nuestros ojos a Nel­son Mandela, Edward Snow­den, Boris Pasternak, David Shulman, Aleksandr Solzhe­nitsyn, Germaine Tillion, El-Hajj Malik El-Shabazz (conocido como Malcom X) y Etty Hillesum para que sepa­mos de sus renuncias a vidas fáciles; que analizáramos el coraje como valor insusti­tuible para evitar caer en la cobardía; y de la voluntad que exhibieron para no encontrar en el odio una alternativa.

Con el ronroneo de las tur­binas sumado a la calidez, al sol brillante y a un cielo transparente con el pensa­miento, regresé a los desafíos del hoy complejo. Apenas un día atrás, el secretario gene­ral de las Naciones Unidas, António Guterres, sostuvo que “la libertad de prensa es el cimiento sobre el que se sus­tentan la democracia y la jus­ticia” porque “gracias a ella, disponemos de todos los datos que necesitamos para formar una opinión e interpelar al poder con la verdad” y, desde esa perspectiva, sentenció que “también es la esencia de los derechos humanos”.

Por su parte, Audrey Azou­lay, directora general de la Unesco, enfatizó que “la libertad de prensa es la pie­dra angular de las socieda­des democráticas” y advirtió que “sin un debate de ideas, sin hechos comprobados y sin una diversidad de perspecti­vas, la democracia es solo una sombra de sí misma”. Clara­mente, nos exhortan para vol­ver a la construcción cotidiana de derechos. Nos impulsan a empoderar y nos empoderan para que lo hagamos; para que rechacemos de plano la mar­ginalización; para que conte­mos historias que denuncien a quienes no van por la paz, ni por el bien común, ni rechazan las violencias.

Por allí andaban mis pensa­mientos en esta mañana de viernes cuando no faltan más que unas pocas millas para aterrizar en Fort Lauderdale y, desde allí, reunirnos con parte de la familia en Weston des­pués de mucho tiempo. Más que siempre añoro abrazos de nietas, nietos, hijos, hijas… de familia para explicarles el porqué de mis ausencias. En mis sueños suelo ver con fre­cuencia sus sonrisas que no quisiera que se borren más que lo imprescindible para conocer el valor de la alegría, mágica palabra que –quizá– permita sentir que poseemos la “capacidad o habilidad para hacer algo”. La insumisión es algo. Por cierto, imprescindi­ble a la hora de ser “realistas” y pedir “lo imposible”, como en aquel Mayo Francés del 68. Hicieron algo. Y sonrieron. Rechazaron la aquiescencia tácita. Levantaron la voz. Se opusieron y sonrieron. Daniel Cohn-Bendit, Marin Karmitz y Miquel Tresserras –algunos de aquellos– aún me acom­pañan. Jóvenes sonrientes e insumisos. Pasaron 55 años.

Guillaume Duchenne de Bou­logne (1806-1875) –médico francés– era un vanguardista en el siglo XIX y se lo consi­dera como el descubridor de la sonrisa espontánea que se asocia con la felicidad y el placer. La sonrisa verdadera. Aquella de la que no se puede dudar. Otro académico, Paul Ekman, estudioso –palabra más palabra menos– sostiene que, sin importar la cultura de cada persona, todos los seres humanos sonríen. Se asegura que quienes sonríen liberan endorfinas, seroto­nina y que reduce los niveles de aquellas hormonas que producen estrés. Sonreír pre­viene la tristeza, la depresión y restablece nuestro equili­brio psicológico y fisiológico. Sonreír aplica además como mecanismo de defensa.

Cuatro sonrisas ganan espa­cio en mis recuerdos recien­tes. Ana María Busquets de Cano, Narges Mohammadi, Nilufar Hamedi y Elahe Mohammadi sonríen. Son cuatro mujeres que son­ríen. Narges Mohammadi es periodista y, desde esa profesión, cuenta historias con las que defiende los dere­chos de las mujeres y la liber­tad de prensa en la República Islámica de Irán. Desde poco más de una docena de años con frecuencia es encarce­lada. Casada con el perio­dista Taghi Rahmani, el matrimonio tiene dos hijos que crecen en su ausencia. Con problemas cardiovascu­lares y, pese a ellos, sus carce­leros –violadores de los dere­chos humanos– la abusaron y, como castigo, le propina­ron 154 latigazos. Cobardes que desconocen la sonrisa. En la prisión de Evin, donde se encuentra condenada por “actividad de propa­ganda contra el Estado”, con régimen de “aislamiento”, escribe, denuncia, advierte, señala y llama a la desobe­diencia civil. Insumisa, pese a sus padecimientos, sonríe.

Nilufar Hamedi es perio­dista y corresponsal del dia­rio iraní Shargh. Desde el lugar en donde se encontraba internada en estado de coma, Mahsa Amini –encarcelada y torturada por el régimen iraní por llevar mal puesto el hiyab– a través de su cuenta en la red Twitter reportó la muerte y registró en una fotografía que pronto se viralizó el momento en que la madre y el padre de la fallecida se besaban en la puerta misma del nosocomio. Nilufar fue arrestada el 20 de setiembre del año pasado en su casa por agentes de inteligen­cia. Se encuentra en la prisión de Ervin, con régimen de ais­lamiento, acusada de “conspi­ración y colusión para delin­quir contra la seguridad”. Pese a todo, sonríe.

Elahe Mohammadi también es periodista en Irán. Desde el 29 de setiembre de 2022 se encuentra detenida. Hasta antes de la muerte de Mahsa Amini, Elahe reporteaba sobre temas sociales y muje­res. Como parte de su trabajo contó una historia en la que dio cuenta de las condiciones de vida de las mujeres prisio­neras en la cárcel de Qarchak. A ese trabajo que la puso bajo la mira de la dictadura iraní le siguió la crónica sobre un avión ucraniano derribado, en enero de 2020, por la Guardia Republicana.

Ana María Busquets de Cano, periodista y columnista catalana, desde los 4 años vive en Colombia. Casada con el también periodista Guillermo Cano Isaza, direc­tor del diario El Espectador, es madre de Juan Guillermo, Fernando, Ana María, María José y Camilo Cano Bus­quets. El 17 de diciembre de 1986 supo que su vida cam­bió para siempre. Cano Isaza, al salir de la sede del perió­dico, fue asesinado. Con sus últimos reportajes dejó en evidencia tanto al poder for­mal como al criminal de alta complejidad que lideraba –a sangre y fuego– Pablo Esco­bar Gaviria.

Ana María Busquets de Cano, presidenta de la Fundación Guillermo Cano Isaza: “Solo la independencia, el carácter, la objetividad y el buen criterio del periodista y de los medios pueden vencer estas tormentas terribles (...) amenazando la libertad de expresión”

“Hace más de una semana que la Cámara de Representantes, a pesar de iniciales vacilacio­nes y dilaciones, levantó la presunta inmunidad parla­mentaria que dizque prote­gía al individuo Pablo Esco­bar Gaviria, en mala hora elegido suplente a la Cámara Baja en papeleta con su prote­gido Jairo Ortega. El susodi­cho individuo Escobar Gaviria está sub júdice por narcotrá­fico y es sindicado por la jus­ticia de Colombia como pre­sunto autor intelectual, en unión de su primísimo Gus­tavo Gaviria, de la muerte violenta de dos agentes de seguridad al servicio de la República... Hace mucho más de un mes otro juez de la República dictó auto de detención y expidió la correspondiente boleta de captura contra otro individuo de las mismas calañas y las mismas mañas de los primos Escobar Gavi­ria, el narcotraficante Car­los Lehder, vinculado dentro y allende de nuestras fronte­ras al delito de comerciar con estupefacientes y de enrique­cerse con esa abominable y punible profesión”, escribió en su columna “Libreta de apun­tes”, en la que le preguntaba al poder político “¿dónde están que no los ven?”.

Conocedor de los riesgos que corría, sin embargo, no aflojó. “Se les aguó la fiesta a los mafiosos”, fue el título final que escribió en su vieja máquina de escribir. Apa­sionada periodista con pro­fundas convicciones, sabía que la tragedia podía pasar. Lejos de bajar los brazos los levantó bien alto. En el décimo aniversario de la muerte de su esposo puso en marcha la fundación que preside y lleva el nombre del asesinado para “continuar la tarea truncada con el ase­sinato de Guillermo Cano Isaza y hacer que su obra, comprometida con la paz y la libertad de expresión, se propague por el mundo”.

Las palabras y las ideas de Cano Isaza –junto con sus propias ideas– es la ideología que la impulsa cada uno de sus días. “Solo la independen­cia, el carácter, la objetividad y el buen criterio del perio­dista y de los medios pueden vencer estas tormentas terri­bles en el nuevo mundo ame­nazado por todas las partes de la libre información”. Ese es su norte y en esa dirección va. Cada 3 de mayo, apoyada en su bastón, donde sea que se celebre el Día Mundial de la Libertad de Prensa, Ana María Busquets de Cano llega para entregar el premio con el que junto con la Unesco galar­donan a las y los periodistas que se destacan en la defensa de la libertad de prensa y de los derechos humanos. Son­ríe cuando lo hace. Y este año, en Nueva York, le hice saber de mi admiración, justa­mente, por esa sonrisa con la que también levanta el legado de Guillermo.

Con la sonrisa de cuatro muje­res dejé Nueva York en las pri­meras horas de la noche del 3 de mayo de este año. Tengo algo inolvidable para contar a mis nietas y nietos. Debo decirles de estas cuatro muje­res –Ana María Busquets de Cano, Narges Mohammadi, Nilufar Hamedi y Elahe Mohammadi– de estas heroí­nas, porque de ellas aprendí que sonreír también es resis­tir, es rechazar, es aceptar hasta las más dramáticas tra­gedias para volver a empezar. Sonreír también puede ser la bandera del coraje.

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