Hoy Toni nos lleva a los recuerdos desde el balcón de la vida que dejan aquellos que ya partieron, en este caso la colaboradora de estas páginas Muñeca Talavera Guggiari de Ventre, conocida popularmente como Muñeca Ventre, que nos dejó hace unos pocos días.
- Por Toni Roberto
- tonirobertogodoy@gmail.com
Son las 13:00 de un sábado de otoño y me preparo para ir a despedir a Muñeca a la Recoleta antes de ir al edificio Hoy, donde se encuentran los estudios de la radio, pero el tiempo cruel no me permite. Su partida me lleva a un viaje sin fin.
Sentado en los recuerdos de la amplia sala de Muñeca Talavera de Ventre en una ruidosa esquina asuncena, rememoro aquellas historias que me contara de la Asunción de los años 40 y 50, cada una de ellas munida de su respectiva ilustración. Es que su marido, el doctor Manuel Ventre, era un fotógrafo aficionado. Calles, casas, rincones, plazas, clubes de la ciudad registrados al tomarle fotos a su enamorada Muñeca, que fuera gran colaboradora de estas páginas aportando invaluables historias e instantáneas.
La conocí siendo oyente y espectadora de los programas de lunes a viernes, así como de “Cuadernos de barrio”. Muñeca era un compendio de recuerdos en cada visita a su amplia residencia estilo colonial que fuera propiedad de un antiguo jefe militar paraguayo, el Cnel. Garay. Nació y se crió en el centro de Asunción. En sus años mozos vivió en una antigua casa –conservada hasta hoy– de la calle Humaitá casi Alberdi con vista a la cúpula de la iglesia De la Encarnación y al antiguo caserón del Gral. Egusquiza, hoy colegio Dante Alighieri.
HISTORIAS
Con un té de por medio, nos contaba historias como si fueran una novela como aquel joven de doble apellido que se iba a casar contra su voluntad en los años 50 y al que ella escondiera debajo de su escritorio en el Registro Civil, escapándose luego con su enamorada a Montevideo formando después una hermosa familia. O aquel joven estanciero de Concepción que se enamoró de ella y que le dejó una carta el día de su casamiento con Ventre, diciéndole que se arrepentiría de su decisión y que iría lejos de la iglesia para no hacer algo tremendo el día de la boda y que se marchaba a mirar las aguas que corrían rumbo al mar, o la historia del cocinero y del sastre bolivianos prisioneros de la guerra del Chaco que vivían en su casa.
“Temeroso que pasara /
por mi mente acalorada /
sabe Dios, si una venganza /
corrí lejos de la iglesia /
a llorar mi desventura /
hasta la orilla del mar”.
Asunción, marzo de 1951
(Fragmento de una carta a Muñeca de Pitín Quevedo)
MUÑECA Y EL SAJONIA
Muñeca, con sus 91 años, fue una activa participante contando historias de juventud en el viejo Club Deportivo de Puerto Sajonia en una época dorada donde el tiempo transcurría mucho más lento y sencillo. Nos decía:
“Todos los sábados se hacían fiestas y como la cantina era un poco cara, preparábamos un pan grande, le poníamos paté y eso se convertía en nuestra cena. Nos íbamos entre varias amigas, las de Balmelli, las de Bestard, las de Casola, las de López Moreira. Ese era el programa en el Sajonia desde los sábados de tarde hasta la noche. Los domingos volvíamos a eso de las nueve de la mañana y se preparaban unos cócteles hasta las doce del mediodía”.
Estas y muchas otras historias ya quedarán en los anales del “en vida, hermano, en vida”. Hoy, después de su partida, me da una extraña sensación de tristeza, pero también de alegría de haber rescatado primorosos recuerdos asuncenos y de hacerle revivir en esas memorias que nos dejan aquellos que han pasado por los balcones de la vida.
MUÑECA Y LA SABIDURÍA ANCESTRAL
Muñeca no escribió un libro, pues ella misma era un libro abierto que me recuerda de nuevo a un pensador malí que decía: “En África, cuando una persona anciana muere, una biblioteca arde”.
La sabiduría ancestral nos recuerda siempre que el respeto a los ancianos y sus historias es fundamental para la construcción de las nuevas generaciones. De a poco voy dejando atrás aquella casa de altos techos y suntuosos muebles de otros tiempos. La dejo para siempre sentada en su gran sofá bordó lleno de gloriosas historias asuncenas de ayer con una eterna mirada desde los rincones de memorias del viejo barrio De la Encarnación siempre guiado por la alta cúpula de su monumental iglesia. Antes de cerrar el acceso principal del caserón, le digo simplemente “¡adiós, Muñeca, adiós!”.