Óscar Lovera Vera, periodista
La relación entre hermanas era buena, aunque las dudas comenzaban a hacerse espacio en el medio. Una relación que quizás para Marylin era no muy franca llevaría a las dudas, con el tiempo descubriría algo oscuro y al parecer la suerte de Evelyn quedaría marcada.
Para Marylin, su hermana Evelyn no era del todo sincera. No comprendía por qué nunca entraba en más detalle sobre Eduardo, su novio, con el que comenzó a salir después de muchos años de la ruptura con el papá de su niña. Entendía que rehacer la vida de pareja es difícil, más aún ahora lo entendía con lo que estaba viviendo, pero también caía en cuenta de que al decidir dar lugar a una persona nuevamente en su vida es porque esa herida sanó y podía enfrentar todos sus miedos.
Definitivamente existía algo que se ponía en medio de las dos, pero no estaba dispuesta a forzar las cosas entre ambas, por lo que decidió que los días transcurran porque, al final de cuentas, Evelyn era la única con quien podía desahogarse, la única amiga que tenía y no estaba dispuesta a irritarla con algo que podría incomodarla.
AGOSTO DE 2011
Evelyn conducía tranquila a la casa pensando en cuestiones administrativas del taller y su vida de todos los días. Sabía que no todo– quizás– estaba en el orden que esperaba, pero tampoco era un caos. Su hija y sobrino iban en el asiento trasero murmurando algunas cosas del colegio mientras se abalanzaban de vez en cuando recordando alguna situación graciosa que les sucedió.
El tiempo transcurría. Eran las 18:13 de aquel 2 de agosto. Sin embargo, el día estaba próximo a tirar la toalla, daba sus últimos golpes de púgil cansino y todo era cuestión de sostener el optimismo en las pocas cuadras que faltaban para llegar a la casa, la esperanza de una buena ducha, una rica cena y el descanso al reposar sobre una tibia almohada abrigada desde temprano con una manta de tela polar. Se hacía la idea detenidamente mientras le daba un giro lento al volante de su automóvil sobre la calle Mompox en su esquina con la calle Colón. 18:15 de la tarde.
Aparcó el automóvil, llevó la mano derecha al freno de mano y lo estiró con firmeza para sujetar la movilidad del carro. Levantó la mirada y su próximo rival era el portón que debía abrirse manualmente, tenía que derribarlo desplazándolo sobre un riel. Condujo la mano izquierda al picaporte de la puerta y apenas la desplazó con el hombro, algo la detuvo bruscamente. Era un hombre, apenas notó su silueta porque lo sorprendió y su mente trabajaba despacio en darle ideas de qué podría ser. ¿Por qué habría de detenerla así?
Ese hombre extendió la mano y la introdujo dentro del vehículo, apoyando el tubo cañón de la pistola que sostenía sobre el rostro pálido de Evelyn. Los ojos de ella se abrieron por completo, permitiendo que sus pupilas se dilaten y titilen refractando un tenue haz de luz de la tarde que se iba apagando como su vida. Solo en ese fragmento diminuto de segundos fue que entendió lo que sucedería.
Una estruendosa detonación fue lo siguiente. Abrupta, seca y los exasperantes gritos de los dos niños que se abrazaron petrificados ante una escena que no alcanzaban a comprender del todo, solo se sostenían fuerte y la niña sollozando llamaba “¡¡mamá, mamá!!”.
Pero Evelyn no contestaba, no reaccionaba, quedó tendida entre el asiento del conductor y el asiento del acompañante. La sangre se esparció dentro del vehículo regando con dramatismo lo que parecía un violento atraco en aquella tarde.
El asesino observó lo que hizo y luego giró en dirección a la motocicleta en la que había llegado. Abandonó presurosamente el lugar antes de que los vecinos invadan la calle en busca de una explicación al estallido que irrumpió la tranquilidad en la cuadra. Algunas luces se iban encendiendo mientras el escape soltaba el humo cobarde que se disipaba en el aire, dejando como único testigo provisorio de lo que había ocurrido. No tardarían los curiosos en agolparse alrededor del vehículo conmovidos por los llantos, pero con pasos temerosos se acercaron para corroborar qué sucedió.
CURIOSOS AL ACECHO
Alrededor del automóvil se formó un cordón de curiosos, las vecinas soltaban alaridos de tormento y pesadumbre. Evelyn quedó desfigurada por el impacto en la cara y los niños aún gimoteaban abrazados en la parte trasera del auto. Uno de esos adultos les abrió la puerta, sabía que los pequeños confiarían en él por las veces que estuvo en la casa y lograría sacarlos de ese momento tan duro.
–Vengan, niños, vamos adentro de la casa hasta que los doctores atiendan a mamá –dijo llevando al límite la voz, que estuvo a punto de quebrarse.
Pronto ese sitio no solo sería un espectáculo mediático para los vecinos que tomaban fotos con sus móviles y compartían la información entre cuchicheos y mensajes de texto; también se sumaría la policía. Desde lejos anunciaba su llegada con una estéril sirena que más bien en ese instante solo se imponía para abrirse camino entre los otros vehículos en las calles.
Los agentes de la comisaría local bajaron de una camioneta blanca que aparcaron a un costado del automóvil de Evelyn. Dejaron sus luces encendidas, destellando el azul, blanco metalizado y rojo de ese momento de tensión que llevaba a menguar la marcha de los curiosos en coche.
–¡¡¡Priiiii!!! –el sonido del silbato de un policía que antecede a la orden para que vayan marchando en sus vehículos y despejando el área.
–Bueno, señores y señoras. Ya vieron lo suficiente. Esta es la escena de un crimen y deben respetar. Pueden retirarse por favor por fuera de la línea perimetral que vamos a colocar.
Poco después, aquel policía establecería el cuadrante donde trabajaría la policía de criminalística. Una cinta plástica amarilla con rayas diagonales de color negro se establecería como una muralla lineal que delimitaba una porción confusa de un ataque poco frecuente en esa calle, eso pensó el jefe de comisaría. Muchos vecinos, la hora, el tráfico, son muchos factores que oficiaban de testigo, aunque hasta ese momento nadie se acercó a intentar darle algo sobre el pistolero. Eso más le llamaba la atención.
DUDAS QUE DAN CERTEZA
No encontraron cámaras de seguridad en la cuadra, al menos en una primera observación. El hombre utilizó un revólver porque a simple vista no hay cartuchos percutidos en la escena. Todos quedaron alojados en los alveolos del tambor de su arma, presumió. Hasta ahí fue un hombre cauto y estudió bien el sitio y la hora donde asestaría su golpe, sin testigos o algo que lo registre como autor del crimen.
Aunque sí pudo notar un detalle no menor, la ventanilla trasera, detrás del asiento del conductor, estaba abierta a medias. Eso quizás pudo darle un campo visual directo a esos niños, ya que de esa dirección provino el agresor. Ellos podrían ser testigos esenciales y más adelante aportar algo con los especialistas en sicología.
Sin embargo, lo que no acababa de entender el jefe de policía es por qué si eso fue un atraco el sanguinario ladrón no se llevó el botín. Dentro del coche de Evelyn estaba todo, su cartera con sus objetos personales y dinero en efectivo, además de su teléfono celular. Eso cada vez tenía más característica de un ataque por encargo y su experiencia lo dictaba.
Todo eso maquinaba en segundos, tenía que procesar lo más rápido que podía si quería comprender por qué esa escena del crimen en particular le provocaba tantas dudas.
A mitad de su lógica escucha un vehículo aproximarse que interrumpe su razonamiento. El comisario voltea para ver de quién se trata y era un móvil con el logotipo del Ministerio Público; la fiscal estaba ahí. La abogada Marlene González tenía el turno esa semana y tomaría el caso. Trajo escolta, era la dotación de Homicidios del departamento Central, la Brigada, como todos conocían. Los investigadores no usaban uniforme y tenían esa posibilidad de mimetizarse entre los comunes para indagar algo más que los polis, en aquel entonces de caqui, no podían. El color tenía esa condición especial.
CÍRCULO ÍNTIMO
Acto seguido llegó la hermana de Evelyn. Marylin fue directo hasta el auto y vio el cuerpo de su hermana bajo una manta blanca que ya se impregnó de sangre. Su llanto invadió cada territorio de su blanco rostro, enjuagando sus verdes ojos, aquellos que mezclándose con la irritación del llanto se ennegrecían de dolor.
Ella no paraba de llorar y tampoco de recibir llamadas. Era una tras otra. El repiqueteo incesante de su teléfono móvil inquietó a los investigadores al interrumpir a cada instante su diálogo con la mujer a medida que contestaba y lo hacía alejándose de ellos. Algo sucedía o era el shock –se preguntaron.
–Le diré qué pienso yo –intervino el comisario de la ciudad.
–Adelante, dígame comisario –le respondió el jefe de la Brigada con el respeto al ser menos experimentado.
–Hay demasiadas cosas en la escena que apuntan a un ajuste de cuentas, no un robo. Las cosas de valor de la víctima están en su sitio. No se llevaron el coche, el disparo fue más que certero. El pistolero la estaba esperando y, además, tenía bien estudiada la zona porque no tenemos nada sobre su apariencia.
–Entonces, sugiere que alguien ordenó su muerte y probablemente tengamos que examinar su entorno –asintió el jefe de Brigada acompañando con su idea.
–Tal cual, deben investigar a todos y creo que pueden empezar por la hermana. ¿O acaso no les está haciendo dudar con la cantidad de veces que la llamaron desde que llegó?
Continuará…