Toni Roberto, tonirobertogodoy@gmail.com
“Cumpleaños de barrio” es el título que hoy le inspira a Toni Roberto, creador de estas páginas que el próximo domingo cumplen cuatro años de ininterrumpidas publicaciones, y que dedica un emocionante recuerdo a su amigo de infancia Gregorito López Moreira, que partió de la tierra siendo muy niño a finales de los años 70.
Unas viejas fotos. Una torta, una mesa, un mantel, los invitados y un niño lleno de ilusiones con un camino con futuros obstáculos a sortear. Un segundo después el click de un fotógrafo de la época, tal vez Paredes, Miltos, Baldivieso, Peruzzi, Bardella o algún otro de barrio o tal vez mi mismo padre. No lo sé. Todos, eternos registradores de aquellas emociones infantiles de antiguas décadas.
Antes, una abuela planeando aquellos encuentros; la repostera, que me lleva a recordar a muchas conocidas como doña Clara Benza de Garófalo, Josefina Velilla de Aquino o alguna de sus alumnas, la de O’Hara, la de Huttemann, Deyma de Kerling, la de D’Odorico, la de Almada de calle Ayolas y Primera o a la legendaria tortera Paquita de Jara, también creadora de las ya famosas chipas paquita.
Más adelante, desde finales de los 70, las manos mágicas de Verónica Ferrario, Margarita Morassi, Marta Scolari o alguna repostera de barrio. Después vendría la vida más acelerada y aparecerían los negocios de ventas de tortas listas para llevar. Chupetines, piñatas y algunas familias más pudientes, payasos como Si No Sé, Cachito y Nizugan o el Mundo Mágico de Tito.
Al llegar el gran día, una enorme olla para preparar chocolate. En algunos casos, el resultado son espesos, humeantes y deliciosos chocolates; en otros, la crueldad de los niños cantado “chocolate yrei” (chocolate aguado en guaraní), que hacía rendir la chocolatada para satisfacer a los presentes, muchas veces por los cálculos equivocados de cantidad de invitados.
UNA FOTO Y EL POPULAR MICKEY PARAGUAYO
¿Es el Día del Niño? No. Es solo el preludio del cumpleaños del escritor de estas páginas y su afán de traer del pasado los instantes “cumpleañísticos perdidos asuncenos”, que me llevan a la búsqueda de siete fotos de siete cumpleaños. En el viaje aparece una foto del legendario y controversial Mickey Paraguayo realizado a mano por ilustradores de los años 70 porque, como dirían muchos, él es también paraguayo.
Pareciera un tema banal, pero no, los cumpleaños infantiles traían toda una industria detrás, desde el antiguo despensero de ramos generales que vendía galletitas, chocolates, caramelos; el inflador de globos, las modistas de niños, los regalos, todo siempre a la medida de las posibilidades.
Las invitaciones eran verbales hasta que en los años 80 aparecieron las que en muchos casos tenían la foto del cumpleañero, armadas en la imprenta de preferencia. Esta fue en la época del inicio de los que después se llamarían diseñadores gráficos, cuyos pioneros son Celeste Prieto, Ilse Sirvent y Gustavo Benítez, entre otros.
UN CUMPLEAÑOS, UN INFIERNO BARRIAL
Las anécdotas no faltan como aquella niña de Barrio Obrero que salió un día antes a invitar a todo el barrio y que a la tarde se convirtió en la romería del infierno, en una fiesta patronal con los consabidos problemas en la puerta de la celebración de la infante, la casa chuchi del barrio Gral. Díaz que le servía a los niños en tazas de Limoges, que en una travesura un asistente estiró el mantel rompiendo la tetera y en ese instante la abuela dio fin a la divertida tarde en tan encumbrada residencia barrial, hasta Susana Uliambre, de barrio Herrera, que luego de invitar a su onomástico a toda la zona y sus alrededores tuvo que salir a “desinvitar” casa por casa por orden de su madre.
UN RELATO “CUMPLEAÑÍSTICO ANTROPOLÓGICO”
La estudiosa barrial Selva Álvarez de Trinidad nos hace un relato pormenorizado del “manejo antropológico” de las fiestas infantiles de aquel antiguo enclave asunceno diciendo: “Al llegar a la casa recibía al invitado el agasajado, a quien lo que más interesaba era el regalo. Luego, ya dentro o en el patio, había una sola mesa con mantel con las tazas de porcelana para té, boca abajo, y una torta en el medio (que no siempre se repartía porque estaba de adorno), pero cuando sucedía se escuchaba: ‘¿Me podés dar un pedacito de torta para llevarle a mi mamá?’; en lugares estratégicos adornos con globos. Los niños pasaban a la mesa a servirse chocolate y galletitas (la cantidad que entraba en un puño de la mano y no siempre tan blanda, a veces parecía que masticaban una piedra). Al beber todo el contenido de la tacita se esperaba al fotógrafo para perpetuar el acontecimiento, cantar “cumpleaño feliz” y apagar la velita. De acuerdo al ingreso económico de la familia, se repartían globos, bonetes (que eran una especie de cono con virutas en la punta; este se sujetaba con un hilo de goma), cornetas de diferentes colores que tenían el tamaño de un lápiz que daban bullicio al festejo”, termina diciendo la estudiosa Álvarez.
A GREGORITO LÓPEZ MOREIRA PAREDES
Así, sin nada más que agregar este domingo de “Cuadernos de barrio”, permítanme recordar a Gregorito, mi amiguito de infancia de la calle Alberdi que perdí en los años 70. Él estará en su eterna infancia junto a sus padres Quinco y Mima en algún lugar del espacio “cumpleañístico del cielo del Paraguay”. A él le dedico este “Cumpleaños de barrio”, a Gregorito López Moreira Paredes.