Paulo César López, paulo.lopez@nacionmedia.com - Fotos: Eduardo Velázquez

Un equipo de Nación Media se adentró en la intimidad del Grupo de Estacioneros 19 de Marzo de Luque para ver de cerca los preparativos, el traslado y la presentación en una de las jornadas previas a la Semana Santa. El principal mensaje que transmiten es que, además del fervor religioso, ser estacionero implica un profundo sentido de comunidad y solidaridad con el prójimo.

Luego de deambular por varias manzanas bajo la “guía” del GPS, finalmente llegamos cerca de las cinco de la tarde al local del Grupo de Estacioneros 19 de Marzo de la Sexta Compañía de Maramburé de la ciudad de Luque. Allí nos aguardan los hermanos Julián y Sinforiano Zaracho, junto con Víctor Gayoso, algunos de los miembros más antiguos de la agrupación.

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Julián, quien es coordinador del grupo, oficia de vocero y mientras inician los preparativos nos va relatando las distintas vivencias que les toca vivir cuando llegan a los pueblos con sus sentidos cantos entonados a viva voz y sin acompañamiento de instrumentos musicales, pues “así suena mejor y más fuerte”.

Con un coro bullicioso de loros de fondo, Julián nos empieza contando que pertenece a la quinta generación de estacioneros siguiendo una tradición iniciada por sus abuelos y que actualmente está siendo prolongada por él y sus hijos, además de otros niños y adolescentes, primos, amigos y vecinos que se están interesando en continuar esta costumbre y mantenerla viva a lo largo del tiempo.

Como primer punto, sobre la denominación del conjunto nos explica que es un homenaje a la celebración del Día de San José Esposo, que da nombre a la capilla y a la calle principal de la comunidad, que se recuerda cada 19 de marzo. Este santo es representado como el prototipo del ideal solidario, pues fue un señor valiente que asumió la responsabilidad de criar al salvador, aunque este no era su hijo.

Respecto al tema y origen de las letras que cantan, Joaquín nos explica que versan sobre los padecimientos que sufrió Jesús cuando enfrentó la pena de la crucifixión, la mayoría están en guaraní y son de autores anónimos, salvo una que fue traída del campo por su hermano y que pertenece al repertorio Emilianore. Así también, permanecen casi invariables, excepto algunos arreglos que tuvieron que hacerse a raíz de la pérdida de ciertos fragmentos por el daño sufrido en los viejos cuadernos donde están escritos los cantos y a consecuencia de ello algunos fueron perdiendo sentido.

Con relación a cómo los recibe la gente en los distintos lugares donde se presentan, Julián responde: “Gracias a Dios son muy respetuosos, rezan con nosotros, aunque en muchos lugares no se respeta. Pero muchos se mantienen en silencio total mientras cantamos y viven con nosotros la música”.

UN ROL QUE NO CESA

A renglón seguido aclara que ser estacionero no se circunscribe a la Semana Santa, sino que es un rol que se ejerce durante todo el año. Además de los rezos a los difuntos u otros encuentros, desempeñan un papel activo en la solidaridad comunitaria realizando actividades en beneficio de los enfermos, para cubrir los gastos de sepelio de personas humildes y hasta en la construcción de infraestructura pública.

En efecto, el empedrado del barrio fue una iniciativa que surgió luego de un percance que casi les costó la participación en una de las actividades más importantes a nivel país de la que forman parte anualmente, la procesión de Tañarandy, en el departamento de Misiones.

PERCANCE

Julián rememora que en la Semana Santa del año 2016 ya estaban listos para partir a la ciudad de San Ignacio cuando el bus quedó atrapado en el lodazal formado tras la lluvia que había caído aquella jornada. Por ello, tuvieron que remolcar el bus a través de la fuerza de sus brazos por unos 200 metros hasta que, tras prolongados esfuerzos, pudieron liberarlo para al fin emprender el viaje.

Esto les demoró varias horas y llegaron a San Ignacio apenas minutos antes de que la actividad se iniciara, por lo que sin descanso previo recorrieron las catorce estaciones del viacrucis caminando y cantando durante un trayecto de unos cinco kilómetros emulando y experimentando en carne propia el sacrificio realizado por el hombre que posteriormente se erigiría en la figura central del cristianismo.

“Eso es lo que este grupo tiene, no se arruga, che ra’a. ¿Vos sabés lo que es cantar tres o cuatro horas caminando? Fuerte se canta hína. No sabés de dónde sacás fuerza. Yo desde los trece canto y ahora tengo cincuenta años. Mi papá fue maestro cotidianista, la cabeza que lee la oración, y una vez me dijo: ‘Yo alguna vez me voy a ir ha opytáta che ra’y nde cárgope. Ndopái va’erã kóa’”, refiere.

Aquel contratiempo los movilizó hasta lograr que el empedrado de la calle San José Esposo sea una realidad que ha redundado en beneficio de todos. Otro incidente, que solo visto a la distancia puede generar risas, fue cuando uno de los estacioneros que participaba de la procesión cayó en un pozo en medio de la oscuridad, aunque gracias al farol que llevaba al menos no tuvo que aguardar en medio de la penumbra total hasta ser rescatado. Este lance los obligó a su vez a trabajar para mejorar la iluminación del barrio.

No obstante, no todo el anecdotario está compuesto por accidentes con suerte. Julián evoca que en 1992, invitados por Koki Ruiz a Santa Rosa, de donde es oriunda su esposa, cuando iniciaron su canto la gente se desbandó pensando que se trataba de alguna secta protestante. Entre risas Joaquín indica: “El primer año cuando nos fuimos había treinta personas. La gente no sabía aún quiénes eran los estacioneros. Cantábamos y ellos pensaron que nosotros éramos protestantes y se escondieron. Entonces Koki Ruiz dijo por altavoz: ‘Ellos son nuestros hermanos católicos, son los estacioneros que cantan la pasión y muerte de nuestro señor Jesucristo’. Empezamos a cantar y de a poco se juntaba la gente. Inclusive algunas señoras lloraban”.

MEMORIA ÉPICA

Por su parte, Porfirio Roa presenta un relato fundacional que se mezcla con la memoria épica muy propia de la historiografía nacionalista paraguaya. Roa cuenta que se hizo estacionero siguiendo la tradición de sus ancestros, específicamente su abuelo Bonifacio Zaracho, nacido en 1890 y cuyo padre fue sobreviviente de la Guerra contra la Triple Alianza y que participó de la reconstrucción nacional luego de la hecatombe.

“El Paraguay quedó devastado (...). Pero el paraguayo es solidario y se ayudaban para levantarse otra vez después de una masacre. Y lo mismo en la Guerra del Chaco (...). La herencia que tenemos es la solidaridad, ayudar a la gente. Porque no tiene sentido decir ‘yo sigo a Jesús’, pero dejo a mi prójimo de lado, tengo que ayudar”.

Pero además de la solidaridad y el fervor religioso, el ser estacionero implica la esperanza en una vida mejor, pues al cantar se enciende una llama de alegría que ayuda a luchar y seguir adelante a pesar de las tribulaciones de la existencia.

Los integrantes del grupo aprovechan nuestra visita para realizar el anuncio público de que están trabajando en la colecta de recursos con el objetivo de comprar un baldío contiguo a la capilla, donde tienen proyectado construir el local propio del centro de estacioneros. Para las personas que quieran aportar su granito de arena a fin de concretar este anhelo ponen a disposición una cuenta en la Cooperativa Universitaria. (Número: 397311. María Elena Leguizamón. C. I.:3.212.547).

“Como es un barrio humilde, la mayoría de los jóvenes no tienen la oportunidad de estudiar y queremos tocar la puerta del SNPP para poder enseñar profesiones como electricidad, plomería y otras. Es un sueño grande que ojalá alguna vez se haga realidad”, expresa Zaracho.

RENOVACIÓN

En contraste a los estacioneros de los primeros tiempos, cuando los grupos estaban conformados exclusivamente por varones adultos, en la actualidad hay más apertura pensando en la renovación generacional con la inclusión de mujeres y niños. Mientras va cayendo la noche se forma un círculo y van llegando los demás integrantes. Entre estos se encuentra la señora María Aurora Maldonado, quien viaja desde la vecina Areguá junto con su nieta para tomar parte de las actividades del grupo.

“Una vez vi en el Facebook, me ofrecí y vine porque me gustó. Yo antes escuchaba en el velorio y en los rezos finales. Nunca participé, pero sí escuchaba. Me gusta el canto a pesar de que ya llegué un poco tarde por mi edad”, expone entre risas.

Una vez que están presentes todos los que formarán parte de la función del día, se entona el padrenuestro y el más veterano cantor del grupo brinda unas indicaciones. “Chéve oje’e añepyrû hagua la música ha che ykeregua oho amoite yvatete ha péa che estorva ha akirirîntema. Ndaikatúiko che añepurû la música ha otro yvateve oho. Heta fuerza eaorra emboguejýrõ mbeguekatu’asy ha jahupi upéi oñondivepa. Ani yvateterei ñañepyrû japurahéi porque pya’eterei ñanekane’õta ha ñambyaíta ñande ahy’o. Hatã japurahéita, pero oreko la itóno ha la itiempo. Natekotevêi jajapura ha ñambyai ñande ahy’o porque heta ñane compromiso. Ñañepyrûramohína”. (A mí se me dijo que empiece la música, pero muchas veces el que está a mi lado canta allá arriba y eso me molesta y ya me callo. No puedo yo empezar la música y que otro cante más fuerte. Mucha fuerza se ahorra si bajamos suavemente y luego alzamos todos juntos. No empecemos a cantar muy alto porque nos cansaremos muy rápido y dañaremos nuestras gargantas. Vamos a cantar fuerte, pero tiene su tono y su tiempo. No debemos apurarnos y dañarnos la garganta porque tenemos muchos compromisos. Estamos empezando recién).

SENTIMIENTO INEFABLE

Ataviados con pantalones negros, camisa blanca, calzados oscuros y birretes fabricados por ellos mismos, además del escudo y los faroles a cuestas, los integrantes se aprestan a subir al ómnibus que los trasladará hasta el barrio Mora Cue, a unos 15 km de distancia. Durante el camino, mientras transcurre una conversación casual aprovecho para sondear a mi acompañante del asiento del fondo.

“Ser estacionera es algo que no se puede explicar con palabras. Hoy estuve todo el día parada en la Conmebol trabajando por el tema del homenaje a la selección argentina y el sorteo de la Libertadores. Dije ‘hoy no me voy a ir’, pero al llegar a casa me pasó el cansancio y me salieron fuerzas de no sé dónde y vine”, nos cuenta Laura, de 27 años. Esta joven trabajadora luqueña detalla que es estacionera desde los nueve años y empezó a participar con su hermana también como una forma de mantener viva la tradición familiar.

Cuando al cabo de cerca de media hora llegamos luego de atravesar un accidentado tramo, bajamos en un camino de tierra flanqueado por una hilera de velas a ambos lados. Se encienden los faroles en forma de cruz hechos de madera terciada y cubiertos con celofán con los característicos colores azul y amarillo que distinguen a la ciudad.

“Nokañyigueteri / Ñandejára pypore / itatýre ojehai / kurusu rapykuere (…) Hetaite jevy ho’a iguata omoñesu / ha’eño omopu’ã kurusu pohýiete” (No desaparecen aún las huellas de Nuestro Señor / sobre las piedras están grabados los rastros de la cruz. Muchas veces se cayó mientras caminaba arrodillado / Él solo tuvo que cargar con una cruz tan pesada).

Entre estas estrofas y otras ininteligibles por el ladrido de los infaltables jagua salida transcurre el desfile cantado. De pronto experimento una sensación que me reafirma en la idea de que, más allá de los credos religiosos o la ausencia de ellos, la especie es una sola. Por ello, es posible afirmar que la humanidad toda atesora un sentimiento universal que solo varía en sus múltiples formas de enunciación.

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