Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

El dictador José Daniel Ortega Saavedra y la dictadora Rosario María Murillo Zambrana –otrora poetisa–, quienes desde enero del 2007 aplastan al pueblo nicaragüense, excarcelaron a casi 300 prisioneros (periodistas, personalidades públicas, religiosos y defensoras de los derechos humanos) y los deportaron hacia los Estados Unidos privados de nacionalidad, de derechos y de todo lo que poseían en ese país. Viejas nuevas palabras comienzan a circular en la región.

Latinoamérica retrocede dos décadas en cuestiones de derechos humanos. Alda Facio, costarricense que fuera consejera de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en setiembre del 2022, en Tegucigalpa, lo expresó con crudeza: “En toda Latinoamérica hay retrocesos y, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), son 20 años los que se perdieron durante la pandemia y va a costar muchísimo recuperar”, detalló. Además, que en la región “se perdieron derechos en todos los sentidos, porque muchos países aprovecharon la pandemia para hacer políticas más autoritarias, menos democráticas”. La observación no es para nada novedosa.

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RETROCESO DE LIBERTADES

Poco más de un año antes, en el inicio del 2021, otra académica, Joan Hoey, quien lidera la Unidad de Inteligencia del semanario The Economist, desde otra perspectiva, sostiene que transitamos “un enorme retroceso de las libertades individuales, (que cree es) el mayor jamás emprendido por los gobiernos en tiempos de paz y quizá aun en tiempos de guerra”. El autoritarismo se expande. De hecho, Hoey dijo a la BBC que “la región está siendo arrastrada hacia abajo por los países donde (se verifican) hubo esas grandes regresiones” y, entre ellos, señala a Nicaragua. Era el comienzo del 2021. Unas pocas horas atrás, Gioconda Belli, artista nicaragüense, con el alma entre sollozos, confirma aquellos reportes que, con sus estadísticas y lenguajes académicos, como su “Canción de cuna para un país suelto en llanto”, dan cuenta y advierten del dolor de nuestros pueblos. “¿Dónde escondo este país de mi alma, para que nadie más me lo golpee? / Nicaragua herida sangra el lodo por las llagas abiertas de su corazón / ¿Quién te sanará país pequeño? / ¿Quién te protegerá? / ¿Quién después de la cólera y el trueno te cantará una canción de cuna para apaciguarte, para volver a tener fe y para que te alces sobre verdes montañas a divisar el horizonte? / Mi tierra de fuego y agua, / hablaste con voz ronca al país endiablado / shhhhhhhhh, cállate ya país, paisito, cansado de llorar / ¿Quién le canta una canción de cuna a Nicaragua? / Empecemos, hagámoslo todos, hagamos la claridad en este nuestro país suelto en llanto / Dormite, Nicaragua, / dormite, mi amor / dormite paisito de mi corazón”. Es palabra de Gioconda Belli.

VIEJAS “NUEVAS PALABRAS”

En la primera decena de febrero pasado, el dictador José Daniel Ortega Saavedra y la dictadora Rosario María Murillo Zambrana –otrora poetisa– quienes desde enero del 2007 aplastan al pueblo nicaragüense, excarcelaron a casi 300 prisioneros (periodistas, personalidades públicas, religiosos, defensores y defensoras de los derechos humanos) e inmediatamente los deportaron hacia los Estados Unidos privados de nacionalidad, de derechos y de todo lo que poseían en ese país. Viejas nuevas palabras comienzan a circular en la región. Aquellas generaciones que nacieron cuando los dictadores que arrasaron y diezmaron Latinoamérica en los años 70 y 80, del siglo pasado, habían caído, están presos, decrépitos o muertos, no escucharon hasta estos últimos tiempos esos términos. Milenarios castigos como lo son los destierros, exilios, apatridias, expatriaciones –aunque con distintas intensidades– vuelven a ser parte de las páginas de los diarios, se escuchan en la tele o circulan en las redes. “Traidores a la patria”; “ordénese la pérdida de la nacionalidad nicaragüense de todos los acusados”, son las expresiones con las que Ortega-Murillo condenan a las y los nicaragüenses que resisten y procuran la libertad.

Karl Marx: “La historia ocurre dos veces: la primera como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.

AGUAS TEMPESTUOSAS

Sergio Ramírez, escritor laureado, periodista y en el pasado compañero de armas del dictador Ortega que llegó hasta vicepresidente, también es víctima de esas violaciones de los derechos humanos. Exiliado en Madrid, España, pero también condenado sostuvo que “en el pasado también me tocó navegar en aguas tempestuosas. (Porque) durante la dictadura de Somoza pasé tiempos muy difíciles y tuve que exiliarme. Dejar a mi familia en Costa Rica para volver luego a Nicaragua a luchar contra el dictador. El exilio y la despatriación ahora me encuentran con otra edad. Sigo siendo nicaragüense. Nací en Masatepe. El 5 de agosto de 1942. En una familia de músicos pobres. Pretender dejarme sin país es un absurdo. A mi país no me lo quitan, aunque me despellejen”. Muchos años atrás, en una biblioteca madrileña, leí “El 18 de brumario de Luis Bonaparte”, un texto escrito por Carlos Marx entre diciembre de 1851 y marzo de 1852. La frase inicial es, en verdad, una sentencia o una profecía cumplida por el anócrata Daniel Ortega. “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. A eso huele el basural político de Managua.

CONTAR HISTORIAS

Ser periodista también es contar historias. Muchas de ellas emergen entre viajes, entrevistas, bibliotecas, universidades y los días que transcurren con las gentes en las calles. Tengo varios lugares en el mundo en donde me encuentro y creo encontrar lo que busco que nunca es lo mismo, pero –lo admito– es lo de siempre. Madrid es uno de esos puntos en los que no siento estar lejos de casa. También, en tierra catalana, Barcelona me puede. En ellas, en sus calles, con sus gentes, aprendo y reflexiono. El silencio que encuentro en la Basílica de Santa María del Mar –la Catedral del Mar, que novela como nadie Ildefonso Falcones– me permite encontrarme incluso cuando no me busco. Me incita al hallazgo. A descubrir y descubrirme. No pocas veces imaginé ver bastaixos recorrer sus naves y hasta al mismísimo Arnau Estanyol acercándose lentamente hacia el altar. ¿Magia, embeleso? Como pastor trashumante en procura de nuevas pasturas me muevo en todas partes para saciar el conocimiento que siempre es insaciable. Mirar cómo corre el río Mondego, desde los puentecitos medievales en Coimba, Portugal, cuna de media docena de reyes portugueses es atrapante. De destierros, exilios, apatridias, también supe de transitar España. Cuando recién comenzaba el milenio pasado y transcurrían casi ocho décadas de la primera centuria del 1000 de nuestra era, en el norte de la península ibérica se asentaba una buena parte del poder político y económico de entonces. León era el reino dominante en esos territorios que parcialmente, aunque con amplitud, se hace de agua en la cuenca del Duero. Alfonso VI y Alfonso VII reinaban. Comunidad autónoma desde 1983, Castilla y León es por sobre todo una comunidad histórica y cultural. Nueve provincias convergen en ella. Zamora, Valladolid, Ávila, Palencia, Segovia, Salamanca, León, Soria y Burgos. Mucha historia se escribió en esas comarcas.

EN BUSCA DEL ORIGEN

Tal vez haya sido el 2013 cuando llegué a Burgos en camino hacia las montañas de León, donde hay quienes dicen que se encuentra el origen de Rivas, el apellido familiar. Quizá iba en busca de algún pasado. No lo sé. Ayer, siempre es hoy si asumimos –al menos como posible– que somos lo que somos desde que fuimos. Creo recordar que, mientras transitaba las calles burgalesas durante mis primeras horas allí, sonreía de pensarme descendiente del Homo heidelbergensis. Con alguna copa de sidra tirada –seguramente de la cercana Asturias– y mis ojos clavados en esa bebida formidable, por el placer que me genera beberla, también pensé que en mis venas puede haber cierta consanguinidad de astures que allí habitaban hasta que invadieron las legiones romanas. Estuve allí varias horas. En algún lugar, claramente no muy lejos, sonaban algunas gaitas. Fuerza y alegría. Tambores, redoblantes, violines, acordeones se acercaron hasta donde estaba. Sin tener claro quiénes hacían esa música gloriosa, sentí e imaginé que, como briosos corceles, Joxan Goikoetxea, Kike Ugarte, Fran Idareta, Carlos Núñez avanzaban sobre mí para que bailara con ellos y ellas que regresaban de “La isla del tesoro”. Lo hice. Entre jóvenes entusiastas que me entusiasmaron, con el disfrute, comencé a comprender parte de mis propias prácticas sociales y culturales. Reí solo de pensar que celtas y celtíberos también cohabitaron estas tierras con los Rivas. Me desplomé en una silla para calmar en ella mi sed con otra sidra. En la calle ganó espacio el silencio. Entrecerré los ojos. Me vi en Numancia en el 133 antes de nuestra era. Un mesero que tocó uno de mis hombros me trajo de aquel viaje que, sin poder precisar durante cuánto tiempo con sidra asturiana como combustible, realicé atrapado por Morfeo, Hypnos, Fantaso, Nicte e Ikelos.

Sergio Ramírez: “Pretender dejarme sin país es un absurdo. A mi país no me lo quitan, aunque me despellejen”.

MEMORIAS DE LEJOS

Un día después la búsqueda fue por otra parte. Desde muy temprano me instalé en la plaza del Mio Cid. Al mirarlo no dudé que tenía sus ojos clavados en mí. Con su derecha empuñaba la Tizona, su espada. Urgí a mi memoria en procura del Cantar que lo recuerda. “Por el val de las Estacas el buen Cid pasado había; / a la mano izquierda deja la villa de Constantina. / En su caballo Babieca, muy gruesa lanza traía; / va buscando al moro Abdalla que enojado le tenía. / Travesando un antepecho, y por una cuesta arriba, / dábale el sol en las armas, ¡Oh cuán bien que parecía!”. Di una vuelta en torno del monumento que recuerda y venera a Rodrigo Díaz de Vivar inmortalizado en esa obra por Juan Cristóbal González Quesada en el mismísimo momento en que cruzaba el río Arlanzón, montado en Babieca, su caballo, en dirección a Valencia, a donde fue desterrado por el rey Alfonso VI, quien lo declaró traidor y ladrón de parte de los impuestos que en su nombre cobrara en Sevilla. Allá lejos y hace mucho tiempo. Los restos de Díaz de Vivar descansan en la catedral de Burgos junto a los de su esposa, Jimena. El otrora desterrado, pese a aquella condena, es recordado como prohombre de la hispanidad. Los castigos políticos –todos– huelen a embuste. Aquí, allá y en todas partes. En Coyoacán, Ciudad de México, más exactamente en Av. Río Churubusco 410, Del Carmen, es uno de los lugares en donde vivió y, en este caso, murió León Trotski (Lev Davídovich Bronstein, su verdadero nombre), hasta el 21 de agosto de 1940, cuando fue asesinado por Ramón Mercader, un catalán agente de la KGB (Comité para la Seguridad del Estado soviético). León –como varias de las personas deportadas días atrás de las cárceles en Nicaragua hacia los Estados Unidos que, en el pasado cercano, fueron compañeros de armas de Daniel Ortega para enfrentar y derrocar a Anastasio Somoza Debayle, dictador nicaragüense al que vencieron– fue camarada de Vladímir Ilich Uliánov, históricamente conocido como Lenin, y Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, Stalin. Militaron juntos en la Revolución de Octubre del 17, en el comienzo del siglo pasado, para terminar con el zar Nicolás II e inmediatamente crear la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), ya desaparecida. Como todo proceso político, sus ideólogos y conductores tenían en muchas oportunidades visiones diferentes. Esas diferencias, justamente, son las que hicieron que Trotski fuera expulsado de su país el 20 de enero de 1929. Aquel castigo fue impuesto, según el acta de la GPU (Unidad Central de Procesamiento), de 18 de noviembre de 1928, “después de deliberar acerca de la situación” que complejizaba la conducción colectiva de la URSS, se determinó que “el ciudadano Lev Davidovich Trotski, conforme al artículo 58/10 del Código Penal, por acusación de actividad contrarrevolucionaria consistente en la organización de un partido clandestino antisoviético, cuya actuación se redujo durante todo este tiempo a provocar manifestaciones antisoviéticas y a preparar una lucha armada contra el poder de los soviets” y, por ello, “hemos resuelto (que): Trotski sea expulsado del territorio de la URSS”. Vaya coincidencia histórica. Sobre los deportados y deportadas, la justicia de Nicaragua, a través de la Sala Uno del Tribunal de Apelaciones, informó que “los deportados fueron declarados traidores a la patria y sancionados por diferentes delitos graves e inhabilitados de forma perpetua para ejercer la función pública en nombre del servicio del Estado de Nicaragua, así como (para) ejercer cargos de elección popular, quedando en suspenso sus derechos ciudadanos de forma perpetua”. A tal sentencia se llegó porque consideraron que los reos son responsables de “lesionar los intereses supremos de la nación establecidos en el ordenamiento jurídico, convenios y tratados internacionales de derechos humanos, alterando la paz, la seguridad y el orden constitucional”. En el listado de reos y reas se encuentra, entre otros y otras –además de Gioconda y Sergio, ya mencionados– Dora María Téllez, quien fuera la comandante Dos del Frente Sandinista de Liberación que derrotara a Somoza Debayle y comandara Daniel Ortega. Claramente y como explicaba Marx, “una miserable farsa”.

Gioconda Belli: “¿Dónde escondo este país de mi alma para que nadie más me lo golpee?”. “Canción de cuna para un país suelto en llanto”.

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