La fortaleza de Masada en Israel, en pleno desierto de Judea y a metros del mar Muerto, fue incluida en la lista de sitios del legado cultural de la humanidad en reconocimiento a su extraordinario valor universal y hoy es un parque nacional visitado por miles de personas diariamente.

Masada es el último fuerte de los com­batientes por la libertad del pueblo judío frente al Imperio romano y simboliza la destrucción del Segundo Templo de Salomón, pues es mínima la diferencia de tiempo entre uno y otro hecho.

La imponente fortaleza fue construida al estilo romano antiguo en el Oriente y es atri­buida Herodes, rey de Judea y conocido como el Construc­tor. Ubicada en cercanías del mar Muerto, entre Sodoma y Ein Gedi, es parte de un complejo de construcciones en una meseta de 450 metros de altura, rodeada de quebra­das, producto de la acumula­ción de sedimentos del anti­guo lago prehistórico.

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Una fortificación natural como Masada, lejos de cual­quier punto habitado, for­maba parte de la ventaja estratégica para aquellos tiempos de invasión romana y fue justamente eso lo que motivó a Herodes a construir en ella lo que bien pudo haber sido el primer “spa” del Medio Oriente.

Herodes convirtió a Masada en su lugar de placer y descanso con todas las comodidades del mundo moderno de ese tiempo, aprovechando las aguas termales del lugar.

La cercanía del límite de dos placas tectónicas, la africana y la arábiga, genera en los alrededores fuentes de aguas termales, algo que los inge­nieros de Herodes lo aprove­charon al máximo, incluso estando en una de las zonas más áridas del planeta.

CONTROLANDO EL COMERCIO

Pero el lugar no era solo pensado como “palacio de invierno”, tal como lo des­cribe el historiador judío Flavio Josefo, sino que era un lugar estratégico para controlar las caravanas que hacían el recorrido de ida y vuelta a Roma.

Sin embargo, Herodes no fue el primero que decidió esta­blecer una construcción en lo alto de la meseta, pero sí la más imponente y de la que aún perduran sus restos. Existen vestigios y se han encontrado en las excava­ciones realizadas en el lugar monedas con la inscripción del rey Alexander Janeo (103 -76 a. C.).

Herodes reinó en Judea entre los años 37 a 4 a. C. y durante ese periodo de tiempo en la meseta se construyeron otros palacios, con todo el lujo de aquellos tiempos, obvia­mente importados de Roma, ya sean los materiales como el conocimiento para desa­rrollar las mejoras. Era el “mundo moderno” de aquel entonces. Lugares de pla­cer, piscinas con aguas ter­males, grandes almacenes para aprovisionamiento, un sistema de cisternas capaz de almacenar la poca agua de lluvia que caía en la zona, no solo en el lugar, y un sis­tema de defensa compuesto de muros de casamatas que, sumado a la altura y la difi­cultad de acceso, más la impo­sibilidad de ocultarse, hacía de la fortaleza de Masada un lugar muy seguro para Hero­des, tanto de enemigos exter­nos como internos.

El sitio era tan inaccesible que cerca de 8.000 soldados romanos demoraron dos años en construir una rampa de acceso para poder conquistar la fortaleza.

OCULTA POR 1.300 AÑOS

Tras la salida de los romanos, Masada quedó abandonada por cientos de años. En el siglo V de nuestra era fue conver­tida en monasterio de ermita­ños, con el auge de la llegada de monjes al desierto de Judea en la época bizantina.

Con la llegada del islam, en el siglo VII, estas comunidades dejaron de existir y Masada nuevamente cayó en el aban­dono y el olvido.

En 1838, la meseta llamada Al Saba por los árabes, fue iden­tificada como Masada por los arqueólogos norteamerica­nos Robinson y Smith, y en 1842 otros dos más, Wolcot y Tipping, subieron al lugar. Estos descubrimientos y la traducción de las historias de Flavio Josefo hicieron de Masada un lugar muy cer­cano al corazón del pueblo de Israel.

El teleférico es el medio principal para acceder actualmente a Masada, aunque muchos prefieren subir por la rampa de asedio romana, que se mantiene en excelentes condiciones.

EXCAVACIONES

En los años 1955 y 1956 se hicieron varias excavacio­nes de estudio en la parte norte de la meseta y del sis­tema de agua, algo que final­mente derivó en la creación de una delegación arqueológica comandada por la Universi­dad Hebrea de Jerusalén y las excavaciones continuaron hasta el año 1965, con miles de hallazgos en magnífico estado de conservación, mostrando un panorama singular de la civilización judía en los tiem­pos de la conquista romana.

A lo largo de las excavaciones se conservaron y se recons­truyeron muchas partes de la fortaleza de Herodes y final­mente Masada fue abierta al público convertida en el Par­que Nacional Masada en 1966. El teleférico fue instalado en 1971 y la construcción de la carretera que va de Jerusalén al mar Muerto intensificaron las visitas.

Las excavaciones y las inves­tigaciones sobre la construc­ción y toda la historia de la milenaria fortaleza conti­núan hasta hoy y el sistema de asedio creado por los roma­nos para conquistar Masada a casi 1.000 rebeldes judíos que se atrincheraron en el lugar es el mejor conservado de todos los territorios que el Imperio romano controló en su tiempo.

En la actualidad la fortaleza forma parte del parque nacional que es visitado por historiadores, arqueólogos, turistas y estudiantes de todo el mundo.

LA REBELIÓN DE LOS SICARIOS

El historiador judío Flavio Josefo cuenta que el primer levantamiento antiromano concluyó en el año 66 de nues­tra era cristiana, con la con­quista de Masada por los sica­rios, llamados de esa manera por el puñal curvo que utili­zaban (sica en latín).

El grupo de rebeldes que se atrincheró en la fortaleza era muy heterogéneo y era comandado por Eleazar ben Yair.

Más rebeldes se unieron al grupo en Masada luego de la destrucción de Jerusalén en el año 70. Los nuevos llegados a la fortaleza aprovecharon el muro de casamata y algu­nos palacios como vivienda. Mientras tanto construyeron edificios de carácter religioso como sinagogas y baños ritua­les para de esa manera man­tener la vida comunitaria. Todos esos restos materiales fueron hallados durante las excavaciones en el lugar.

EL ÚLTIMO BASTIÓN JUDÍO

La fortaleza de Masada, construida en gran parte por Herodes, fue el último bastión rebelde en Judea. La Décima Legión romana comandada por Flavius Silva llegó hasta los pies de la meseta luego de destruir casi la totalidad de Jerusalén y trató de conquis­tarla poniéndola bajo sitio.

A lo largo de los años 73 y 74, más de 8.000 soldados romanos fueron desplega­dos y comenzaron a construir un muro de circunvalación, proponiéndose conquistar la fortaleza por medio de la construcción de una rampa de tierra reforzada por vigas de madera. Los prisioneros judíos que acompañaban a los romanos desde Jerusa­lén eran los encargados de llevar agua y comida a los soldados desde Ein Gedi.

El marzo del año 74 d. C., luego de varios meses de sitio, los romanos comenzaron a derrumbar el muro que pro­tegía la fortaleza y, a pesar de todos los intentos por desalo­jarlos, los rebeldes perdieron las esperanzas de lograr ven­cerlos.

Los vestigios de los sistemas de defensa como estas piedras permanecen en el lugar y otros son resultado de las intensas excavaciones realizadas por arqueólogos.

Fue en ese momento que Eleazar ben Yair dirigió dos discursos a las 960 personas que lo acompañaban resis­tiendo por meses el asedio romano. Él los convenció de que sería mejor morir por sus propias manos que caer bajo la vergüenza y la humillación, quedando como esclavos de los romanos.

SIETE SOBREVIVIENTES

Solo sobrevivieron dos muje­res y cinco niños, quienes la noche anterior a la caída se habían escondido en las cis­ternas del lugar y fueron quie­nes contaron lo sucedido al momento del ingreso de los soldados romanos.

Flavio Josefo narra de esta manera los momentos fina­les del asedio romano en su libro “La guerra de los judíos”: “...y se eligieron por sorteo 10 de entre ellos que debieran degollar a los demás, luego cada uno de ellos se ten­dió al suelo junto a su esposa e hijos muertos, esperando voluntariamente para ser degollado por quienes cum­plían esa terrible misión. Estas personas degollaron a todos sin temblar. Y luego de eso, rifaron entre sí para que el que salga uno dego­llase a sus nueve compañeros y después de haber matado a todos, se matase él mismo. Y así murieron todos creyendo que no dejaban a nadie bajo el yugo romano.

Al día siguiente, cuando los romanos entraron final­mente a Masada, se encontra­ron con todos los defensores muertos, y esta vez no se ale­graron, más bien admiraron el valor de estos y su decisión de burlarse de la muerte y no echarse atrás por esa gran acción”.

Los investigadores de la histo­ria de Masada se basan en las obras escritas por el historia­dor judío del primer siglo y que fuera tomado prisionero por los romanos. Desde Roma se dedicó a escribir todo lo ocu­rrido durante la rebelión y, aunque existan ciertas impre­cisiones en su relato, las exca­vaciones realizadas le dan la razón y confirman la esencia de esta historia.

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