Cerca del 14 de febrero, dedicado a los enamorados y a San Valentín, cabe una reflexión sobre lo que significa realmente el amor. ¿Es como lo pintan? El autor recorre historias, memorias y cita ejemplos de cómo el amor con toda su gloria y miserias sigue siendo motivo para pensar.
- Por Ricardo Rivas
- Periodista
- Twitter: @RtrivasRivas
Sobre el fin de este viernes volví a una costumbre de larga data. Cuando el sol se agachaba detrás del horizonte, ocupé una silla justo frente a un enorme ventanal de un pequeño bar playero en la costa sur de Mar del Plata – poco menos de 1.700 km al sur de mi querida Asunción– para mirar, en silencio, justamente, ese espectáculo que no por cotidiano desde los tiempos más remotos pierde un ápice de la mágica belleza que lo envuelve. Deseaba que nada faltara. Aunque para mi salud no fuera recomendable y, tal vez, Pablo Malfante, el sabio médico que desde un par de décadas me recomienda no hacerlo, encendí un Montecristo 4. Cuba picante en mi paladar. Con atención y sin perder detalle seguí con la vista la primera voluta hasta que silenciosa, imperceptible, después de estrellarse contra el techo desapareció. El calor apretaba pese a que una agradable brisa marina despeinaba la cresta de las olas. Con un par de fotos hechas con el celular capturé y guardé esas imágenes.
VALENTÍN Y DON JORGE
A mi derecha, un hombre y una mujer hablaban en silencio. Aunque no podría asegurarlo porque lo hacían en muy bajo tono de voz, supe que procuraban asociar ese momento con el 14 de febrero –dentro de dos días– cuando el santoral de los católicos recuerde a un sacerdote llamado Valentín que en esa fecha del año 270 perdió la cabeza por orden del emperador romano Claudio II, quien para disponer su decapitación lo sentenció por rebelde y desobediente. Valentín incomodó al emperador porque, pese a que el máximo romano prohibió a sus soldados el casamiento porque –respecto de los solteros– bajaban el rendimiento en el campo de batalla, él seguía casándolos en secreto. ¿Es acaso la historia de Valentín una historia de amor? Volví a poner mis ojos sobre el horizonte. La charla de quienes ocupaban la mesa a mi derecha continúa. ¿De qué se trata el amor?, ¿qué es estar enamorado? Alguna vez, Jorge Luis Borges explicó que “uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única”. En esa línea de pensamiento, sostuvo que “quizá, cuando un hombre está enamorado no se equivoca (porque) tal vez los que no están enamorados son los que se equivocan”. Pero, sin embargo, tanta certeza y contundencia parece diluirse cuando confiesa haber “cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. O, tal vez –reflexioné en ese momento como lo hiciera tiempo atrás– ¿el amor conduce a la felicidad? Don Jorge, no pocas veces, consigue confundirme: “Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”, dice. ¿Será referencia de un amor?
FREUD Y EL LUCERO DEL ATARDECER
El horizonte, finalmente, escondió el sol por completo. Hasta la fantasmática luz posterior a su derrumbe desapareció. La playa tornó a la oscuridad. Viento y oleaje aportaban alguna música. Me largué a caminar. Las primeras estrellas se hicieron visibles. Sin embargo, Venus, un planeta, ganó altura antes que ningún otro cuerpo celeste y se mostró brillante. Lucero del alba o del atardecer, como en este mismísimo momento, siempre me atrapa. ¡No importa la hora en que brilla y regala su belleza! Sentado sobre la arena clavé mis ojos sobre esa luz incomparable. ¿Amor y embeleso serán complementarios? Quizás, pensé, en algún momento. ¿Tendrá que ver la pasión? Montecristo no me abandonaba todavía. Antes me atraían las volutas. Ahora, la brasa encendida también por la brisa. ¿Desde dónde podrá verla algún observador oculto o indiscreto? “El enamorado cree de manera casi ciega y se somete al otro de la pareja, porque se fascina con él y esto lo lleva incluso a borrarse como sujeto y sacrificar su propio deseo”, dice Sigmund Freud –palabra más, palabra menos– en “Psicología de las masas”, un texto que me acompañó durante mucho tiempo desde los años de la escuela secundaria. Avanzada la noche regresé a la casa. La vieja mecedora me aguardaba.
EN BUSCA DE LA PALABRA
El amor –como idea y en procura de significarlo adecuadamente– se me presentaba como un implacable perseguidor. Sentí que me faltaban palabras para ir a fondo. Me espanté: “No debería ser así. Soy periodista y la palabra es el insumo imprescindible para que una idea sea pública. No puedo permitirme esta sensación de carencia”, me dije. Sonreí nerviosamente. Casi 20 años atrás –en el 2004– en la ciudad de argentina de Rosario, 360 km al norte de Buenos Aires, me sorprendí cuando escuché que Víctor García de la Concha, director honorario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), nacido en Asturias en 1934, filólogo, teólogo, en el momento de presentar al escritor Ernesto Sábato ante el Congreso de la Lengua, admitió “no” tener palabras para hacerlo. Si justamente quien dirige la RAE hace tal admisión en público, ¿por qué no puede pasarme también a mí? Justamente, esa organización que pretende custodiar –a veces inútilmente– el lenguaje y su forma de usarlo dice que el amor es un “sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Agrega que se trata de un “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa y alegra”. Debe ser así.
EL EXILIADO DE COYOACÁN
En el 410 de la avenida Río Churubusco, en Coyoacán, Ciudad de México, está la casa donde exiliado durante 15 meses vivió –junto con Natalia Ivánovna Sedova– y fue asesinado León Trotsky el 20 de agosto de 1940. Allí estuve por última vez cuando promediaba 2005. Cuando pregunté a un muy sabio guía acerca de aquella mujer que murió el 23 de enero de 1962 y la relación que tenía con León, no dudó en afirmar que “se amaban profundamente”. Comentó, desordenadamente, porque sus explicaciones habían trocado en conversación, que “lo amaba tanto” que cuando Trotsky se fugó de Rusia a través de Siberia en un trineo tirado por renos hasta que finalmente consiguió subir a un tren, su mujer “abordó aquel convoy sin ninguna certeza y revisó uno por uno los vagones hasta que en un camarote vacío encontró un abrigo de pieles que sabía era de León y, desde ese momento, lo que le quedaba por revisar de la formación lo hizo corriendo hasta que se estrelló contra su pecho rodeada por sus brazos”. Vale repetir que la RAE define con precisión. Amor es un “sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa y alegra”. No hay edades para el amor. Como no las hay para ningún sentimiento.
DE TÍAS Y SOBRINAS
¿Cuál es la edad para sentir? Jorge Mario Pedro Vargas Llosa (86), flamante miembro de la Academia de Francia, tal vez haya comenzado a sentir amor cuando tenía 19 años. Fue entonces cuando se enamoró de “La tía Julia” Urquidi, una decena de años mayor que él, viuda reciente. En dos de sus libros da cuenta de aquel romance de 9 años cuando finalizó. La llama de su corazón se encendió nuevamente con Patricia Llosa, su sobrina que, en París, convivió junto a su tío y la señora Urquidi, a quien le informaron del romance con una carta. No faltan quienes aseguran que Patricia –”joven indomable”, como él la categorizó– fue el amor de su vida. Luego de que cumplieran Bodas de Oro, el amor llevó a Vargas Llosa hasta otra mujer: Isabel Preysler, la mamá de Enrique Iglesias, que frecuentó al matrimonio y los visitó durante dos décadas, fue la nueva escala de su corazón. Era el 2015 cuando Patricia Llosa, su sobrina y esposa, quedó atrás en el tiempo. Semanas atrás, la vida con Preysler con el escritor y académico terminó después de 8 años de convivencia. “Mario y yo hemos decidido poner fin a nuestra relación definitivamente”, hizo público Isabel el día de los Santos Inocentes, 28 de diciembre último. Tal vez, se pueda decir –por lo que se conoce públicamente– que Preysler fue el primero de los amores de Vargas Llosa por fuera de su familia.
VERSOS DE TANGO
¿Qué es el amor? “Yo anduve siempre en amores... / ¡Qué me van a hablar de amor!... / Si ayer la quise, qué importa / ¡Qué importa si hoy no la quiero! / Eran sus ojos de cielo / El ancla más linda que ataba mis sueños / Era mi amor, pero un día se fue de mis cosas / Y entró a ser recuerdo... / Después rodé en mil amores... / ¡Qué me van a hablar de amor!”, compusieron Homero Expósito y Héctor Stamponi para que cante, aún hoy como nadie, el tanguero uruguayo Julio Sosa (1926-1964). ¿Qué es el amor? MC, un respetado colega periodista –claramente un estudioso pensador– al que no pude encontrar para consultarlo y, por ello, lo menciono solo por sus iniciales, no mucho tiempo atrás me dijo que él “como Fromm (Erich) piensa que “el amor es una acción, la práctica de un poder humano, que solo puede realizarse en la libertad y jamás como resultado de una compulsión”. Cuando le consulté acerca de algunos de sus amores pasados –al menos unos pocos de los que le conocí– mientras miraba hacia ningún lugar, una vez más recurrió a la biblioteca y sus permanentes lecturas. “No recuerdo de quiénes hablas. Como Borges, yo no hablo –cuando las rupturas fueron traumáticas– de venganzas ni perdones ni recuerdos porque creo que olvidar es la única forma de venganza posible y, a la vez, el único perdón para mí y para quien fuere”. La madrugada avanza. El sábado no se detiene. El amanecer se aproxima sin pausa. Reflexionar sobre el amor aparece tan interminable como controversial.
AMAR POR FORTALEZA
¿Qué es el amor? Desde lejos, varias respuestas llegan por Whatsapp, Signal y Telegram. Leo con atención. “Hola amigo. Me quedo con una definición clave de Simone de Beauvoir: ‘El día en que sea posible para la mujer amar no por debilidad, sino por fortaleza, no por escapar de sí misma, sino para encontrarse a sí misma, no para humillarse, sino para reafirmarse; ese día el amor será para ella, como es para el hombre, una fuente de vida’”, responde una conocida corresponsal desde el sur de Italia, donde está de vacaciones. “Conoceremos el estado del amor solo cuando los celos, la envidia, la posesión y el dominio terminen. Mientras haya posesividad, no hay amor”, dice una bonita setentista que me pide que “por favor, no me menciones”. Cumplo. Contemporáneo de la que exige preservar su identidad creo recordar que así se expresó Jiddu Krishnamurti. Una académica brillante luego de decirme que “no” entiende el alcance de mi pregunta, como Hildegarda de Bingen, impetra: “‘Echa un vistazo al sol, mira la luna y las estrellas, admira la belleza de los brotes de la tierra. Luego, piensa’. Eso es el amor”. En un segundo envío, en este caso MD (mensaje directo), sin compasión, espeta: “No me hagas pensar en estas cosas, por favor. Desde muchos años me pregunto y lo pregunto”. Trataré de cumplir. Una muy querida madrileña, también desde el anonimato, dice que Simone Weil sostiene que “la belleza seduce a la carne con el fin de obtener permiso para pasar al alma”. Y agrega que Helen Rowlan con contundencia dialéctica advierte que “enamorarse consiste simplemente en descorchar la imaginación y embotellar el sentido común”. Abrumado, después de agradecerles la respuesta y contarles –a todas– que el interrogante enviado tiene que ver con la proximidad, “la inminencia del Día de las y los Enamorados”, les confesé que, por carecer de respuesta y opinión cierta sobre el tema, como el Dalai Lama, estoy convencido de que –más allá de las efemérides relacionadas con el amor– “solo existen dos días en el año en los que nada puede ser hecho. Uno se llama Ayer y el otro Mañana. Por lo tanto, Hoy es el día ideal para amar, crecer y principalmente vivir”.