En su tradicional espacio “Expresso”, Augusto dos Santos inicia un ciclo de entrevistas con maestros que honran la dignidad de ese rótulo. El primer invitado es Porfirio Busto, dibujante y artista plástico, con quien aborda aspectos relacionados a su profesión, su trayectoria, las artes y la educación en Paraguay. Amante de su labor diaria, Busto se caracteriza por no darse respiro en el apostolado de enseñar y la formación de nuevos artistas es sin dudas el hilo conductor de sus trabajos y desafíos.

–ADS: ¿Cómo yo puedo expli­carme que un chico a los 19 años pre­sidía la Asociación de Dibu­jantes del Paraguay? ¿A los cuántos años empezaste a pintar?

–PB: Pintar no sé. Mis compa­ñeros de infancia me cuentan que cuando jugábamos fútbol en la calle, en la tierra pelada, barrio San Jorge, Trinidad, en vez de jugar a la pelota yo dibujaba en el piso, en el suelo. Seguramente ahí comencé. Y luego me interesaban los cursos por correo. Mirá por dónde yo estaba apuntando, ya que no había otra posi­bilidad, nada, si yo fundé el primer Instituto Paraguayo de Dibujo, acá, en 1969, 21 de setiembre, hace 54 años.

–¿En serio te metiste en la dirigencia deportiva al mismo tiempo?

–Yo fui presidente del Spor­tivo Trinidense cuando tenía 22 años. Hoy Trinidense está en Primera, cuando eso estaba en la segunda división de ascenso. No sé ni por qué me eligieron, pero yo era de Trinidad y ya era conocido.

–¿Cómo fue la primera vez que dijiste que entre el dibujo y yo va a haber un amor inextinguible?

–Ni me di cuenta. Todo esto que me sucedió y me sigue sucediendo se fue dando de una manera espontánea. No planifiqué nada. Salvo cuando comenzó a crecer esto y entonces hoy yo ya no estoy solo, está mi familia toda tra­bajando conmigo acá. Y esta­mos apuntando mucho más arriba de lo que hoy tene­mos. Nosotros estamos ins­talados en esta cafetería, que era una cantina un tiempito atrás, donde los alumnos y los papás de los alumnos venían aquí a hacer tiempo. Porque los cursos están arriba. Fue creciendo. Entonces diji­mos “bueno, vamos a darle manija”. Vino la pandemia, nos frenamos un poco y ahora comenzamos a desarrollar el proyecto. Es una cafetería temática, en donde hasta las mesas tienen fragmentos de obras de arte.

LA TV

–Dentro del mismo “empe­zar temprano” hiciste un programa de televisión y supongo que teníamos 20 años, ¿no?

–Era 1970. Mirá de qué años estamos hablando. Había un programa que hacía Celia María Benítez. Ella me vio dibujando en un papel cual­quiera y me dice “¿querés venir a dibujar en mi pro­grama, tres minutos te voy a dar?”. Fui. Cuando los tres minutos tuvieron éxito, pasa­mos a cinco, luego pasamos a diez. Hasta que un día me llama el director del Canal 9 y me dice “¿no querés hacer un programa entero de una hora?”. Y así comenzamos. Cuando llegué a 1980 yo tenía un programa de dos horas en Canal 9. Y ahí me llama la gente del 13 y fui con ellos.

–¿Cómo era ese programa? ¿Cómo se llamaba?

–”Dibujando con Porfi­rio Busto”, fue un clásico. Era imposible pintar en ese tiempo de la televisión en blanco y negro. No tenía sen­tido. Y la gente, sobre todo los pequeños, se enganchaban porque yo enseñaba, prime­ramente el dibujo humorís­tico. Un óvalo, un redondo, un cuadrado y eso lo convertís en personaje, en el personaje que vos querés. Hasta hoy esa técnica sirve. Educar la vista. Luego pasaron los años, por­que yo estuve 10 años ahí en blanco y negro. Entonces tuve que ir mechando con orques­tas, con grupos musicales y pasaron por ese programa los mejores de aquel tiempo. Es más, cuando nos visita­ban artistas de otros países, artistas de primer nivel, yo los llevaba al programa, figuras como Roberto Carlos, San­dro, Diango, Yuri, tengo foto­grafías con ellos.

–¿Y qué devolución tenías de la audiencia? ¿Cómo te sentiste después de un tiempo?

–Me sentí extraño. Me sentí extraño porque era como un bicho raro. Era como ese mono en el zoológico donde la gente viene y le mira, “ahí está”. El único programa paraguayo en aquel tiempo. Y no había otra cosa que ver, verme a mí o verme a mí. Y tenían que verme a mí. Estuve hasta el 70, hasta el 80. Tenía buena audiencia, sinceramente. Me cuesta hablar de eso porque parece petulante.

–Casi en el mismo tiempo se generaba en todo el mundo este boom por los cómics. ¿Tu primera aca­demia vino por ese lado?

–Como te mencioné, yo fundé el primer Instituto Paraguayo de Dibujo, por­que no había. Existía la Escuela de Bellas Artes, donde yo fui alumno. Lle­gué a ser ayudante de cáte­dra de don Roberto Hondel Jara en aquel momento, uno de los más grandes pintores. Entonces, entre las asigna­turas, como yo le preparaba a la gente para ser artista y al mismo tiempo poder vivir del arte, enseñaba dibujo publi­citario porque no existían las herramientas que hoy existen. Las computadoras, los programas de diseño. No existían. Todo era a mano.

–¡Qué memorable la etapa del dibujo publicitario!

–Llegué a enseñar, por ejem­plo, y con mucho suceso, cómo hacer letras. ¿Sabés lo que es eso? Tipografía. Conocer las partes y las familias de las letras y los dibujos específi­cos para diseño publicitario.

INICIO COMO FORMADOR

–¿En qué medida eso era la academia que tenías a través del instituto y en qué medida era autofor­mación?

–Yo soy egresado, en primer lugar, de la Escuela de Bellas Artes. Llegué, reitero, a ser ayudante de don Roberto Hondel Jara. Y cuando egresé, lo primero que se me ocurrió, bueno, acá no hay dónde estu­diar esto. Y alquilé un local ahí sobre la calle 25 de Mayo, un tercer piso, sin ascensor, había que patear hasta arriba. Ahí comenzamos. Y hoy gente que ha estudiado conmigo está bien ubicada en el dibujo, en la pintura. Gente que ha trabajado, ha estudiado con­migo. Y a partir de ahí se fue mudando de lugar, hasta que en la década del 2000 com­pramos este predio, que comienza en esta esquina y termina en la otra.

–¿Qué es lo que ha aportado toda la prodigiosa indus­tria cibernética al dibujo y en qué no puede reempla­zar el trabajo humano?

–Cuando nosotros necesitá­bamos una fuente de inspi­ración, teníamos que irnos hasta la calle España casi Perú, donde estaba la Biblio­teca Nacional, a mirar, a ver qué podemos sacar como fuente de inspiración. Porque nosotros como país medite­rráneo no tenemos mar y los animales salvajes que sí tie­nen los otros países. Hoy con un click tenés todo lo que vos querés, tenés todo. Vos escri­bís “mosquitos del dengue” y tenés miles, en foto, en dibujo y en cómica. Todo, sin pro­blema. Aportó eso. ¿Dónde se vino a sufrir un poco de confusión? Cuando dejó de llamarse artes plásticas para pasar a ser artes visuales. Ahí aparecieron los que quieren ser artistas con pocas o nulas condiciones. Encimaban cua­tro sillas con una luz abajo, se llamaba instalación, ya era artista. Porque salían los diarios algunas notas sobre tal vernissage, sobre la gente que asistió y se hablaba bien de su instalación. Pegaron una banana, habrás visto, habrás leído esa historia, en la pared y eso era arte. Una tela blanca, sin pintar, cortada en el medio, era arte. Soplaba a través de la pajita agua con jabón y hacía las burbujas en los parques, para las criatu­ras, y eso era arte efímero. Se descompuso.

–¿Te preocupa que se hayan generado proce­sos, trayectorias, incluso reputaciones dentro de las artes visuales, a sabiendas de que el dibujo no ha sido una línea de base de su for­mación?

–Esa es una preocupación que viene desde la escuela. Sabes que nuestros niños no saben hacer la punta del lápiz, no saben hacerlo. Y produce decepciones. ¿Por qué? Por­que cuando se gasta la punta del lápiz, por mejor dibujante que sea, por mejor talento que vos tengas, la terminación de tu obra es mala. Nunca le enseñaron.

–Es un despropósito que en el parvulario no se enseñe dibujo humorístico, pri­mero porque lo básico es tan fácil, divertido y con eso se aprende mucho.

–Se aprende mucho. Porque vos en esos dibujos exagerás los ras­gos que guardás en tu memoria y después vas a recurrir a ese chip para trasladar de manera seria en el dibujo artístico.

TALENTO

–¿Cuántos años llevás con esa historia de ser maes­tro?

–53. Es mucho, ¿no?, pero sigo. Voy a vivir 120 años.

–¿Y tenés idea de cuánta gente pasó por acá?

–¡Uff! Miles. Y hoy con la tec­nología más, porque yo hago transmisiones en directo vía Zoom y tengo asistentes al taller de todo el país y tam­bién tengo de Guatemala, Brasil, Argentina, Estados Unidos, México. Se engan­chan conmigo y estudian conmigo. Así que hoy eso es mucho más universal con la tecnología que tenemos.

–¿Se dieron muchos casos en los que viste a alguien y dijiste “este mitã va a ser un gran pintor” y sucedió?

–Sí. Hasta ahora. Tienen talento muchos de los que vie­nen aquí porque les gusta y porque los padres ven poten­cialidad en esa criatura. Y vie­nen conmigo.

–Muchas veces, fruto de la ingratitud de la sociedad con el arte, se tuvo que hasta justificar que el arte de la pintura, el dibujo o la música sirven para el chico más allá del propio saber artístico.

–Y sirve, para la motricidad, la concentración, sacarte del vicio, sirve. Tengo gente así que estudia conmigo. Te cuento algo que me golpeó a pesar de los años que llevo en esto. Viene una jovencita, 18, 19 años, se sienta a mi lado y le muestro la técnica de desa­rrollo con ella. Le hablo todo el tiempo y nada, ni una sola palabra. No me dijo nada. Entonces me llamó la aten­ción, me doy vuelta, ¿enten­diste?, le digo. Agarra un lápiz que tenía enfrente, estira la carpeta que yo tenía en mi poder y me escribe “perdón, profesor, soy sordomuda”.

PERSEVERANCIA

–Supongo que no sola­mente con el talento, sino con la obstinación se llega. Aparte de óleo, esto lleva la sal del sudor, ¿no?

–Lleva. Hay que ser perse­verante, paciente por sobre todas las cosas. No olviden que estamos en un país del tercer mundo donde todavía las artes siguen desarrollán­dose. Y cuesta mucho más, aquí cuesta mucho más que en cualquier otra parte del mundo. En Europa o Esta­dos Unidos, si tu obra vale menos de 20 mil dólares, no sos nadie. Ahí está la vara.

–¿Cuándo es el momento en que los papás, y muchas veces los abuelos también, tienen contacto tan cer­cano, tienen que advertir que este niño o esta niña tiene polenta para el arte? ¿Qué gestos tienen?

–No deja de dibujar. Todo el tiempo se pasa dibujando y lo que hace va dejando hue­llas. Es decir, comenzó con cosas muy infantiles y pasa­ron meses y quizás un año y un poco más y eso ha mejo­rado. Ahí el papá se da cuenta de que tiene talento. Luego la consulta si le gustaría perfec­cionar, le gustaría estudiar, dibujo y pintura, y ahí aparece mi nombre y viene.

–¿Cuál es el tiempo opor­tuno para empezar a meterse en la academia?

–Cinco años. En el kinder ya te hacen hacer un palito y un redondito. Son dibujos, las pri­meras letras. Cuando apren­diste a dibujar letras para escribir textos, dejas de hacer eso porque te vas a comprobar. Hoy día nadie hace una carta a mano, nadie. Muchos elemen­tos pasaron a la historia sin dar­nos cuenta. Canciones, fuentes de inspiración. Hay una can­ción famosa que dice “los borro­nes son mis lágrimas caídas en la letra”. Hoy día no hay borrón.

–Lo que salvó un poco ese matrimonio entre el dibujo y el texto es el cómic, que sigue vigente.

–Sigue vigente. Los japone­ses trabajaron y siguen tra­bajando mucho y expandie­ron su cultura. Yo no soy muy fanático de los cómics japone­ses, del manga, que pasa a ser animé luego. Porque todavía en nuestro país no hay un mer­cado. Yo te enseño, pero para que vos puedas dibujar como una diversión, pero no tenés futuro. Para nada.

–¿Cuál es tu referente, si tuvieras que decir “este óleo me inspiró toda la vida y este autor es un autor que va a servir”?

–Rembrandt, toda la vida. El claroscuro de él. Y la forma en que maneja los colores es un gran maestro. Rembrandt. Y hay otros que son fruto más bien de su modo de vida más que su obra, su forma de vivir. Y entonces eso le catapultó para que sea lo que fue. Van Gogh no vendió un solo cua­dro en toda su vida. ¿Cuánto cuesta tener un Van Gogh hoy? ¿Vos tendrías en tu casa un retrato sangrante con fle­cha, con herida, que todos los días vas a mirar? Creo que no. Frida Kahlo, pero su vida, su desordenada vida es más que su obra. Los mexicanos me van a tirar flechas enve­nenadas.

–¿A vos te pasó alguna vez que alguien en una reunión social, en un asado, fuera de contexto, que vino y te dijo “che, dibujamena un poco”?

–Siempre. Salgo poco. Yo tuve una historia bastante singu­lar en la época de la dictadura. Le dibujé al jefe de policía de caricatura, me llevaron preso con Ernesto García. Nos tor­turaron, estuvimos presos. Y entonces, parece ser que esa historia de hacer carica­tura se grabó un poco en la gente. Donde voy, me pasan un bolígrafo, me voy a com­prar un repuesto para mi vehículo, por decir algo. Y el que atiende me pasa un bolí­grafo, una hojita, dibujale un poco a aquel.

AUGE

–¿Cómo ves la escuela de arte en Paraguay en gene­ral, incluyendo universida­des y escuelas?

–Hay un auge importante hoy día. Hay que ver si esa maes­tría corresponde a ese auge. Porque hay que saber ense­ñar. Tenés que descender de tu trono de artista y ponerte empáticamente a la altura de tu discípulo. Yo te mues­tro, “mirá este cielo que es una entrada de sol. ¿Por qué es más claro en el horizonte? Porque está lejos”. Enton­ces yo busco mostrarte una perspectiva de color. “Y a medida que va subiendo es más oscuro. En el agua, que es un espejo, se reproduce a la inversa eso”. Eso es una educación de la vista. Y viste que es simple, que es senci­llo. Entonces tenés ahí al pri­mer enemigo al que tenés que vencer, miedo se llama. Yo te enseño a vencer el miedo. Jugá, divertite. Jugar con las posibilidades que te brinda vencerle al miedo.

–¿Cómo se hace para ser un artista emergente en una sociedad como la nuestra?

–Lo primero que te enseñan cuando sos estudiante de arte es hablar mal del colega. Tenés que tirotear. Tenés que pensar que él tiene que pintar como vos pintás, no como él está pintando. Y el día en que pinte como vos pintás, te eno­jás porque te está copiando. Es así, pero sabés que estás en un stand de tiro y que todos te van a tirotear.

–¿Cuál es el paisaje que en estos 50 años encontraste como más empático con la gente? ¿Qué es lo que apre­cia la gente más?

–Este pájaro campana (señala), me llevó mucho tiempo hacerlo, tiene 2 metros 10 por 90. Le gusta a la gente. Lo primero que llama la atención cuando uno entra acá en este local es el pájaro campana. Se dirige ahí la vista. Es una recreación en la selva del Alto Paraná, posado ahí cantando él. Y después el bodegón. Después el bodegón, el tereré, que tampoco exis­ten más estas cantarillas. ¿Te acordás de antes cuando no existían los termos? Ahí tenés la cantarilla, el reme­dio refrescante, guampa y el morterito donde se pisaban los vegetales. Tenés todo ahí.

–¿Los jóvenes que hicieron toda la escuela contigo no terminan escapándose más hacia lo abstracto o todavía hay gente que se detiene en el realismo?

–Y hay de todo. Tenés que entender que muchos tienen talento de cuna y eso siem­pre va a estar por sobre aque­llos que no. Siempre. Aquellos que no, generalmente tienden a lo más fácil. Menor desafío. Los otros sí. Tengo muchísi­mos alumnos que hoy pintan, hoy venden y hoy se divierten. Muchísimos alumnos. Es edu­cación de la vista, es poner en práctica todo el pulso, el brazo, el motor ejecutor. Y es entre­nar a la mente que grabe lo que la vista le está transmi­tiendo. Es muy importante conocer. Por ejemplo, viene un chico de una escuela y me quiere hacer aquí montañas y me hacen montañas con picos altos, pero quiere pai­saje paraguayo. No existen los picos altos. O me hacen un rancho paraguayo y me ponen frente o al costado me colocan pinos. Tampoco. Son cocote­ros y son árboles clásicos nues­tros. Entonces yo tengo que corregir eso. Debo corregir. De eso se trata, educar la vista.

–¿Hay juveniles que están esperando su turno?

–Sí hay. Vos sabés, yo estoy esperanzado y buscando. Les dije a los chicos “se necesita un mecenas que venga a dar 100 becas” y todos los días yo les voy a atender a esas 100 personas. En cinco años te saco 60 artis­tas de primer nivel. Pero tiene que haber una persona que banque eso. Yo mi parte ya hice en todo este tiempo, di becas, atendí a tanta gente, más de lo debido. Entonces es tiempo ahora de que alguna empresa, alguna institución, alguna persona importante devuelva a la sociedad 100 becas, anual­mente, durante cinco años.

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