Óscar Lovera Vera, periodista

Apenas marchaba el 2002 y un escándalo sacudió la Cámara Baja: existía la sospecha de que uno de sus integrantes mató a su sobrino. Había dudas y confusión sobre el hallazgo del cuerpo de un joven con un disparo en la cabeza y la repentina confesión de un chofer como autor del asesinato.

Un sendero de color rojo se deslizaba lentamente y luego con mayor rapidez. Todo dependía de qué tanto la gravedad sorprenda en cada variante de obstáculo sobre el cuerpo para que la rebelde intensidad modifique el recorrido. La sangre se escurría desde la cabeza hasta los pies.

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Tenía un orificio en la sien, uno que dejó la piel oscura, quemada, chamuscada, permitiendo el brote del fluido cefaloraquídeo, que se mezclaba con el plasma surcando ambos el cuerpo y dibujando su final en el suelo.

La vida de Leonardo Peralta Ortiz llegó a su fin a sus 23 años. Era un miércoles 9 de enero del 2002 cuando su cuerpo era una inerte materia reposando en un sillón en una casa. Solitario, estuvo él, al menos eso creían, en el barrio Caacupemí de la ciudad de Hernandarias. Las luces encendidas en la casa y los movimientos pululantes de los familiares en aquella noche irrumpieron el sueño de muchos. Vecinos curiosos, y en alerta ante el más pequeño informe o rumor para diseminarlo como pudieran. La competencia era sofocante, tanto que el cuchicheo bloqueaba el amargo sollozo proveniente del interior de la escena del crimen. ¿Un crimen o un suicidio? Esa fue la primera pregunta que retumbaba en muchos y las primeras teorías de los asiduos espectadores de telenovelas ensayaban los más truculentos guiones de drama, pero nada certero. Nada concluyente.

En un sillón descansaba el cuerpo de Leonardo Peralta Ortiz. Un orificio de entrada en su cabeza daba cuenta del final que le habían dado a su vida. En el barrio la noche parecía transcurrir de lo más tranquila, hasta que sus familiares lo hallaron muerto, confirmando la versión de los vecinos. Lo próximo fue reportar a la policía y aquello se convertiría posiblemente en la escena de un crimen.

Los novatos investigadores fueron apartados por los expertos, llegaron los de la fuerza. La policía estaba frente a la casa y tras sus espaldas la baliza azul, blanco y rojo destellaba sus luces para abrirse paso entre los consumidores del morbo. Uno de los patrulleros bajó con un rollo de cinta plástica en la mano para ponerle un límite a todo, la perimetral, y acordonar la zona para espantar a los fisgones.

-¿De quién es la casa? –preguntó un policía a una de las familiares que reportó el cadáver.

-Del diputado Dionisio Chilavert Miranda. Leonardo trabajaba para él y es sobrino de su esposa, la señora Obdulia Ortiz Cristaldo. Hacía trabajos como albañil en esta residencia, oficial –contestó sin dudar una de las familiares.

El primer paso fue recurrir a los testigos, personas que pudieran escuchar o ver algo llamativo. El suicidio estaba descartado porque, si bien el disparo lo tenía en la cabeza, el arma homicida no la encontraron en la casa. Alguien se la tuvo que quedar, alguien que llegó después.

ERA ÉL, NADIE MÁS

Los testigos estaban muy seguros de lo que vieron. Para ellos era el dueño de la casa, indiscutiblemente era el diputado Dionisio Chilavert Miranda. Una figura pública como él no pasaría inadvertida y no solo se trataba de su fama como funcionario estatal, sino como vecino y aquel barrio tenía memoria fotográfica.

Uno de estos testigos se acercó a un policía y advirtiendo de su temor a ser descubierto condicionó lo que sabía a cambio de que no develen su identidad. Esta persona relató que el diputado llegó ebrio a la casa preguntando por su esposa, Obdulia; ella no estaba en la casa y eso lo sabían porque los albañiles eran los únicos presentes esa tarde. Su ausencia irritó al hombre, se escucharon voces como discutiendo, gritos y al parecer existió un forcejeo. Luego hubo una detonación, fue el sonido de un disparo y eso asustó a muchos en nuestra casa. Fue por ello que avisamos a la familia de este muchacho.

Lo siguiente fueron murmullos, como órdenes desesperadas y después un motor en marcha, el chillido de las cubiertas y entendí que algo muy malo ocurrió en esa casa, y el que lo hizo llegó y se fue en la camioneta de Dionisio.

Un albañil que acompañó a Leonardo durante esa tarde en la obra también fue testigo, y el más importante de todos. Conocía bien al patrón, no había forma que se equivoque. Reconoció su voz y coincidió con el vecino en que tras una discusión sobrevino el disparo. El motivo fue la ausencia de Obdulia en la casa y el desconocimiento de su sobrino sobre el paradero. Cada detalle era ratificado por aquel hombre sin siquiera haber escuchado al vecino. Ambos fueron interrogados por separado y pareciera que cada uno vivió la misma secuencia. No tendrían que existir más dudas, pero…

Todos apuntaban al parlamentario como el pistolero. Sin embargo, el poder provocaba titubeos en los agentes, que seguían escarbando en busca de elementos con la idea de una certeza mayor sobre el sospechoso. La noche se esfumó como la vida del joven albañil y con ella la posibilidad de encontrar al posible autor en poco tiempo.

DÍA 2, EL CHIVO EXPIATORIO

Del crimen había varios testigos. Fue como el trabajo de homicidio por excelencia para todo investigador. Una escena del crimen con indicios y varios testigos que narraban sin presión cada detalle de lo sucedido, coincidiendo hasta en quién podría ser el tirador. Aun así la investigación necesitaba más. Los agentes tenían la teoría de que al ser un político de peso utilizaría esa herramienta para obstaculizar el proceso y quedarían con todo lo que lograron, hasta milagrosamente, durante el día del crimen.

El teléfono repicó en la comisaría. Era de la Fiscalía. El asistente le confirmaba al jefe de Homicidios que un hombre se presentó asegurando ser el autor del asesinato de Leonardo y estaría dispuesto a confesar lo que hizo. Eso los dejó aún más confundidos porque si bien comprendían que existiría un poder político que los haría frente, no se imaginaron que podría existir la posibilidad de un falso positivo, un chivo expiatorio. Todos se miraron y desde un principio dudaron de que ese hombre que decía ser el asesino sea realmente el tirador.

Este hombre era el chofer de Dionisio Chilavert. Se presentó como Juan Esteban Samaniego y, luego de acomodarse en una de las sillas de oficina en la unidad fiscal, se tomó de la cara interna de sus codos y comenzó su relato.

Los detalles no diferían mucho de lo que habría hecho Chilavert, según el testimonio del vecino y el albañil, aunque algunos elementos sí eran nuevos en el relato de Samaniego. El chofer comenzó sacando al principal sospechoso del medio, asegurando que su jefe no estaba en la casa el día del crimen, ya que permanecía en la vivienda de sus padres en Asunción.

Luego continuó su versión ubicándose en la escena. Dijo que condujo la camioneta de su patrón desde la capital hasta la casa en refacción en Hernandarias, Alto Paraná. Ahí debía entregar algunos juguetes para las hijas del matrimonio y una suma de dinero a la señora Obdulia; todo por orden de su jefe, el diputado Dionisio Chilavert. No la encontró, discutió con el joven Leonardo y aseguró que en un forcejeo se le escapó el disparo. Subió nuevamente a la camioneta, huyó conduciendo hasta la ciudad de Juan E. O’Leary, unos 88 kilómetros sobre la Ruta 2. Luego de esto, y hasta concluyendo como una exposición colegial, Samaniego manifestó su voluntad de entregarse a las autoridades como el único autor del disparo.

Solo faltaría algo más, un pedido en particular que expresaría antes de ceder sus muñecas para que le coloquen las esposas.

-Soy informante de la Policía y temo por mi vida si me llevan a una cárcel regional porque ahí fueron llevadas muchas de las personas que fueron detenidas gracias a mi ayuda…

DOS CAMINOS, UNA VERDAD

La Policía ahora tenía dos versiones de un mismo hecho. Ambas muy parecidas, salvo por el pequeño y significativo detalle de que el protagonista era diferente. Comprendían que podría tratarse del funcionario tratando de salvar a su jefe, pero ¿a cambio de qué? Pese a contar con muy pocos indicios que prueben la historia que ensayó el chofer Samaniego, los investigadores llevaron adelante la pesquisa para descartar o confirmar su versión, aunque no dejaron de lado la posibilidad de que Chilavert haya estado esa noche en la casa.

Continuará…

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