Por Paulo César López, paulo.lopez@nacionmedia.com - Fotos: Emilio Bazán

Un equipo de Nación Media visitó el Centro Cultural de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Asunción (UNA), ubicado en la sede del viejo Hospital de Clínicas de Sajonia, con el fin de conocer más sobre un lugar en torno al cual giran pintorescas leyendas, pero que sobre todas las cosas aporta valiosa información respecto a la historia de la práctica de la medicina en nuestro país.

El mustio frontispi­cio del viejo Hospi­tal de Clínicas evoca un escenario proclive para la imaginería popular. Hace tanto calor como en Comala cuando el viento sopla caliente y la quietud de la mañana hace más insufrible la pesada atmósfera de enero. Subimos la escalinata y torce­mos hacia la izquierda para ingresar al Museo del Hos­pital de Clínicas, actual Cen­tro Cultural de la Facultad de Ciencias Médicas de la Uni­versidad Nacional de Asun­ción (UNA).

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Allí nos recibe Alice Jara, comunicadora y museóloga encargada del lugar. Nos salu­damos y mientras aguarda­mos a su compañero, Daniel Meza, quien nos guiará durante el recorrido, nos cuenta los últimos porme­nores y nos habla con entu­siasmo sobre las delegaciones de estudiantes que concurren al lugar, así como las histo­rias sobre experiencias esca­lofriantes relatadas por visi­tantes y trabajadores del sitio.

Luego de unos minutos llega Daniel, quien es abogado de profesión y tiene una anti­güedad de 38 años como funcionario del Hospital de Clínicas, habiendo pasado por todos los puestos admi­nistrativos hasta recalar como guía en el centro cul­tural hace seis años. En pri­mer lugar nos cuenta que el museo fue inaugurado el 23 de diciembre del 2014, luego de dos años del traslado del también conocido como Hospital de los Pobres a su sede actual en la ciudad de San Lorenzo.

De esta manera se concretó el viejo anhelo de su propul­sor y creador, el profesor doc­tor Salvador Addario, quien desde 1977 como médico clínico comenzó a recolec­tar y reparar los objetos que actualmente conforman el acervo, desde instrumental quirúrgico, equipos médi­cos hasta muebles, que fue­ron organizados a través de un guion museográfico que estuvo a cargo de Luis Lataza. Como antecedente inme­diato menciona un museo provisorio inaugurado en el 2003 con un mobiliario básico.

LOS INICIOS

Al trasponer el umbral, nos explica que en el actual emplazamiento del centro cultural funcionaba el Ser­vicio de Segunda Cátedra de Clínica Quirúrgica, más conocido como Sala Cuarta y Quinta. Respecto a la historia de la institución, refiere que el Hospital de Clínicas fue creado en 1915 bajo el nom­bre de Hospital de Caridad a través de la nacionalización del Hospital San Vicente de Paul, que fuera construido por la Sociedad de Benefi­cencia en 1894, como consta en la piedra fundacional ubi­cada debajo de la estatua del arcángel San Miguel que adorna la fachada de la emble­mática edificación de estilo neoclasicista. Cabe mencio­nar que la edificación fue declarada patrimonio cul­tural de la salud en el Para­guay porque allí surgió la pri­mera camada de doctores en medicina formados en nues­tro país y a lo largo de más de un siglo vio nacer en su seno a 92 generaciones de estudian­tes de la carrera hasta el tras­lado de la sede. Desde 1927 a través de un proceso cono­cido como clinización pasó a depender exclusivamente de la Facultad de Ciencias Médi­cas de la UNA.

En cambio, como precedente más remoto es preciso remi­tirse a la época de la posgue­rra del 70, cuando ante el descalabro de las arcas del Estado y la consecuente inca­pacidad de atender las penu­rias por las que pasaba gran parte de la población se creó la Junta Directora de Hospi­tales y Casas de Expósitos, que en 1875 pasaría a denomi­narse Junta de Beneficencia, que funda el Hospital Potrero en el mismo lugar donde fun­cionara el Hospital de Sangre durante la Guerra contra la Triple Alianza en el predio actualmente ocupado por el Hospital Militar.

Luego, el 14 de octubre de 1877 pasó a denominarse Hospital de Caridad, con una capacidad de 30 camas; su primer director fue Justo Pastor Candia, médico vete­rano de los ejércitos del mariscal López. En 1879 la administración del hospi­tal es entregada a la funda­ción de la Sociedad de Damas de Beneficencia. Posterior­mente, en 1880, tres herma­nas de la Orden Vicentina –una paraguaya, una mexi­cana y una francesa– llegan de la Argentina para hacerse cargo del Hospital de Cari­dad, que junto con la citada sociedad de damas gestionan la donación de un predio con el fin de ampliar las instala­ciones, donde el 19 de julio 1894 fue inaugurado el Hos­pital San Vicente de Paul con capacidad de 60 camas a par­tir de un plano diseñado por el italiano Juan Colombo, que consistía en dos plantas prin­cipales y cuatro pabellones.

EVOLUCIÓN DE LA MEDICINA

Pero además de la historia del Hospital Escuela, en el museo se ofrece una reseña de la práctica de la medicina en general en nuestro país, desde la era “precientífica” de la medicina mágico-religiosa de los guaraníes, incluyendo sus amplios conocimientos sobre las propiedades médi­cas de diversas especies vege­tales, que fueron primera­mente difundidos a través de enciclopedias y vademé­cums de la autoría de clérigos jesuitas, pasando por la época colonial con la llegada del pri­mer médico y boticario en la expedición de Pedro de Men­doza (según consta en una cédula real de 1534 obrante en el Archivo Nacional). Sin embargo, ante la falta de mayores detalles los investi­gadores coinciden en señalar que el primer médico llegado al Paraguay fue el genovés Blas de Testanova en 1541. En tanto, el primer médico paraguayo fue José Dávalos y Peralta, formado en la Uni­versidad San Marcos de Lima y egresado como licenciado en medicina en 1689. Poste­riormente, la era indepen­diente se caracterizó sobre todo por la llegada de médi­cos extranjeros, algunos de los cuales fueron retenidos contra su voluntad durante el gobierno de Gaspar Rodrí­guez de Francia como el caso del célebre naturalista, botánico y médico francés Aimé de Bonpland, así como médicos ingleses durante el gobierno de los López, espe­cialmente de Carlos Anto­nio, que trajo a varios profe­sores europeos para formar a profesionales paraguayos y becó al exterior a jóvenes destacados de entonces. De aquella época data la primera vacunación masiva contra la viruela.

El recorrido avanza hasta la historia moderna con los primeros médicos paragua­yos formados en la Facultad de Medicina de la UNA. Esto fue posible luego de que en 1889 se creara la UNA bajo el gobierno de Patricio Esco­bar con tres facultades, Medi­cina, Derecho y Ciencias Sociales, y Matemáticas.

Tras dos años, la Facultad de Medicina fue cerrada por falta de alumnos, reabrién­dose en 1898, y seis años después egresó la primera promoción de 12 médicos formados en una universi­dad paraguaya con un plantel docente integrado por médi­cos extranjeros radicados en el Paraguay y paraguayos formados en el exterior.

Ulteriormente, en 1910 cerró de nuevo sus aulas a raíz de la convulsión política que azo­taba al Paraguay y la falta de presupuesto. En 1918 reanudó sus quehaceres de manera ininterrumpida hasta la actualidad. Aunque durante la Guerra del Chaco las acti­vidades académicas se resin­tieron notablemente al punto de que en 1933 solo hubo dos egresados, esto no supuso la paralización de sus activida­des propiamente médicas. Al contrario, implicó la intensifi­cación de su labor humanita­ria aportando desde su filas no solo personal sanitario para asistir a los heridos, sino tam­bién mártires que cayeron en el frente en defensa de nuestra soberanía territorial.

ACTIVISMO

Además de la formación de profesionales de la salud, el Hospital de Clínicas también fue el núcleo de un ferviente activismo en pro de los dere­chos humanos durante la dic­tadura y después de ella, pues hasta la actualidad persiste la lucha en pos de conquis­tar un presupuesto acorde a las necesidades y exigencias a fin de mejorar las condi­ciones de trabajo del perso­nal, así como la atención a los pacientes. El recorrido fina­liza con la galería de los médi­cos egresados desde 1913 al 2012, donde están consigna­dos los nombres de quienes durante ese periodo culmi­naron su formación profesio­nal en la Facultad de Ciencias Médicas de la UNA.

Tras finalizar el itinerario, nos quedamos conversando sobre las diversas anécdotas e historias que cuentan los visitantes y trabajadores del lugar, algunos de los cuales aseguran que jamás se aven­turan solos para realizar sus tareas. En cambio, tanto Alice como Daniel aseguran que nunca les pasó nada raro “gracias a Dios”. Mientras avanzo dejando a mis espal­das el silencioso edificio me invade una nostálgica emo­ción. Casi cuarenta años des­pués volví al lugar donde fui intervenido quirúrgicamente por una anomalía congénita que me impedía caminar. Pro­bablemente nadie del equipo de traumatología integrado, entre otros, por los doctores Hirsch, Juan Daniel y José Cuquejo, según recuerdan mis padres, lea estas líneas y quizá la mayoría de ellos ya no estén con nosotros.

Aunque no creo en la vida más allá de nuestra existencia mate­rial, donde quiera que estén no me resta más que expresar mi inmensa gratitud y admiración por hacer mejor la vida de los demás e incluso subsanar las imperfecciones de la sabia pero no infalible naturaleza.

EL CARNICERO DE RIGA

Uno de los espacios del museo más comentados en las redes sociales por el público es el dedicado al criminal de guerra nazi de origen austriaco Eduard Roschmann, conocido como el Car­nicero de Riga, señalado como responsable directo de la muerte de más de 40.000 prisioneros judíos en el gueto y campo de concentración de Kaiserwald, en la capital de Letonia. Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, Roschmann huyó a la Argentina, donde vivió durante 30 años bajo la identidad falsa de Federico Wegener.

Cuando fue descubierto y se libró un pedido de extradición en su contra, huyó al Paraguay. Un mes después cayó enfermo y recibió asistencia médica en el Hospital de Clínicas, donde aún se conserva su expediente. El 8 de agosto de 1977 se produjo su deceso de un infarto del miocardio sin haber sido nunca juzgado por sus crímenes. El descubrimiento de su verdadera identidad fue posible a raíz de una mutilación en los dedos de los pies a consecuencia de una gangrena por congelamiento que sufrió durante su escape de la cárcel militar alemana de Dachau.

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