Riccardo Castellani - Fotos: gentileza

En octubre del 2022 la editorial Caja Negra publicó “Constructos flatline”, la tesis doctoral de Mark Fisher (1968-2017). Esta obra analiza los problemas para distinguir entre lo vivo y lo muerto, los borrosos límites del cuerpo, los nuevos modos de control basado en el feedback y el uso de términos tomados del terror gótico para dar cuenta de fenómenos hipermodernos.

En “La ciencia como vocación”, el teórico social alemán Max Weber declara que ya “no existen en torno a nuestra vida poderes ocultos o imprevisibles, sino que, por el contrario, todo puede ser dominado mediante el cálculo y la previsión.” La obra de Fisher que comentaremos a continuación es una minuciosa refutación de este desencantamiento del mundo.

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Revisando los puntos de encuentro entre la filosofía posmoderna, la cibernética y el horror corporal cyberpunk, Mark Fisher escribe su tesis doctoral “Constructos Flatline. Materialismo gótico y teoría-ficción cibernética” y la defiende en 1999.

El pensador inglés, conocido también como k-punk, formaba parte de la Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (CCRU, por sus siglas en inglés).

La CCRU fue un colectivo interdisciplinario dirigido por estudiantes de la Universidad de Warwick, donde Fisher realizó su doctorado.

Los intereses compartidos en este grupo, como el postestructuralismo, la cibernética, la ciencia ficción, la música y la magia, influyen en gran medida en este trabajo. Varios compañeros son citados a lo largo del texto, como Nick Land, Kodwo Eshun e Ian Hamilton Grant.

MATERIALISMO GÓTICO

El materialismo gótico (también llamado realismo cibernético o hipernaturalismo) toma literalmente la descripción metafórica que hace Karl Marx del capitalismo: un vampiro que succiona el trabajo vivo para transformar la materia en mercancía, la mercancía en valor y el valor en capital.

Aunque seamos conscientes de que el capital es una ficción, no podemos renunciar a él. Lo ficticio no está del lado de lo falso, sino de lo artificial. No se opone al mundo, se compone con él. Crea un mundo dentro del mundo: un implexo.

Una ficción implexada es capaz de influir en el mundo que lo contiene: un robo digital tiene consecuencias en el mundo “real”, que responderá con intervenciones de vuelta digitales, generando un bucle de retroalimentación entre realidades que las hace indistinguibles.

¿Es la película Toy Story una publicidad para los juguetes o son los juguetes los que publicitan la película? ¿Es el hype antes de lanzar un producto una profecía autocumplida, la verdadera causa de su éxito? Ante la pregunta de si vino primero el huevo o la gallina, la respuesta es: el circuito.

NECROMANCIA

Fisher insiste en que el poder del capitalismo reside en que, aunque es una ficción, es una ficción cuantificada. La compleja alucinación se sostiene por máquinas que integran humanos como componentes, en su forma primitiva, como fuerza para extraer recursos de las minas y alimentar las calderas de la primera revolución industrial y, en su etapa avanzada, también como simples vínculos conscientes que reaccionan frente a estímulos digitales.

El capitalismo avanzado no se caracteriza por funcionar reprimiendo cuerpos (aunque no deje de hacerlo), sino enchufándolos a circuitos de excitación con retroalimentación positiva.

La ubicuidad de los circuitos mediáticos, cámaras y pantallas conectadas por internet vuelve rutina la velocidad vertiginosa de la red. La sobreestimulación conduce a una adicción a la estimulación en sí misma.

Agobiado por una cantidad inmanejable de estímulos, el cuerpo responde a la euforia táctil completamente sonámbulo. El trabajador desangrado por el vampiro se vuelve un zombie que reacciona a los comandos de la matrix.

LAS MÁQUINAS PARECEN MÁS VIVAS QUE LAS PERSONAS

“Dado que puedes ser un replicante”, dice Fisher refiriéndose a los androides de la película Blade Runner, " –es decir, ya que los replicantes pueden hacer todo lo que tú puedes hacer y, en algunos casos, tener las mismas creencias acerca de sí mismos que tienes tú–, es como si ya fueras un replicante, una máquina deseante”.

Norbert Wiener hace notar que, ante un fenómeno nuevo que posee algunos caracteres de lo viviente y carece de otros, surge el problema de ampliar el concepto de vida para incluirlo o restringirlo para excluirlo. Ocurrió con el descubrimiento de los virus y con máquinas con feedback.

Con el análisis de estas máquinas capaces de corregirse a sí mismas, se pone en tela de juicio la distinción entre ellas y los seres vivos, puesto que ambos pueden describirse como sistemas cibernéticos.

Los mismos humanos, sostiene Wiener, cuando se confrontan con máquinas cibernéticas, se comportan como si estas tuvieran agencia. Ya los primeros en pilotear aviones con sistemas integrados de control por feedback postularon duendecillos o diablillos. “Lidiar con los sistemas cibernéticos de estas aeronaves les presentaba a los aviadores muchas de las mismas pruebas –perceptivas– que las que les presentaría la interacción con otro ser consciente”.

“En mi opinión”, sentencia el primer teórico de la cibernética, “lo mejor es evitar epítetos que son una petición de principios, tales como vida, alma, vitalismo y otros parecidos”; además, “incluso los sistemas vivientes no están (probablemente) viviendo por debajo del nivel molecular”.

CONSTRUCTOS

Puesto que todos los sistemas que se esfuerzan para autosustentarse pueden describirse como procesos de retroalimentación, el materialismo gótico los llama indistintamente “constructos”.

Los constructos son como las entidades que describe Baruch Spinoza: compuestos de velocidades y reposos, agencias sin sujetos definidas por sus procesos, no por su figura o función. El concepto de constructo también se inspira en el de haecceidades que postulan Deleuze y Guattari: una individuación no-subjetivada. “Una estación, un invierno, un verano, una hora, una fecha, tienen una individualidad perfecta y que no carece de nada, aunque no se confunda con la de una cosa o un sujeto”, sostiene.

Todo acontecimiento es una entidad y la individuación de esa entidad es una construcción. No importa si son objetos técnicos, seres vivientes o entidades implexadas, todos los constructos pueden ser descritos con los mismos términos, como pertenecientes al mismo nivel del ser, al mismo plano de inmanencia, al que Fisher bautiza la flatline gótica.

LA FLATLINE

Flatline es una palabra extraída de la novela “Neuromancer”, escrita por William Gibson, que a su vez la toma de la jerga médica: es la línea plana que expresa un electroencefalograma durante la muerte cerebral.

En la novela, la flatline describe estados de deriva entre la vida y la muerte o de vida simulada, pero Fisher le dará un sentido más general. La flatline gótica es “un plano en el que ya no es posible diferenciar lo animado de lo inanimado y en el que tener agencia no implica necesariamente estar vivo”.

El ingreso de los humanos a este plano indiferenciado no se considera como una desgracia, sino con gran alegría.

“Devenir replicante (…) consiste en reconocer que toda identidad es una construcción (…), en reconocer que, debido a que todo ha sido producido, nada está dado”.

En la flatline, el organismo se deshace de vuelta hacia su entorno. Como en la matrix de “Neuromancer” o en el canal de TV de Videodrome, el humano contemporáneo, conectado a la red de información y atravesado por ella, se encuentra en éxtasis, un estado inverso pero indistinguible del horror.

Pero el horror tampoco se toma solo como algo negativo, sino como una erótica abstracta capaz de abrir al organismo a sus circuitos deseantes: producir la nueva carne en las bodas contra natura.

PACTOS

Fisher hace notar que el mito de los demonios en el ciberespacio depende de la posibilidad de pactar con entidades, como dice la novela “Conde Cero”: “los nuevos jockeys” –los hackers del ciberespacio– “hacen pactos con las cosas”.

Estos pactos con entidades, insiste Fisher, no son proyecciones psicológicas ni la relación con un doble, sino de relaciones con algo exterior, algo con su propia capacidad de respuesta.

Fisher apostará por la simbiosis entre entidades, capaces de generar plusvalía de código, como la conversión de flores en insectos que transforma a estos en parte de sus órganos reproductores.

Si existe una fuga, es a partir de los encuentros interreino, por el poder transformador impredecible que resulta al absorber fragmentos del código de otra entidad en el propio.

¿NO HAY ALTERNATIVA?

A pesar de que “Constructos flatline” parece referirse a redes sociales y al internet actual, la fecha de su redacción nos dice que todavía el mundo no estaba poblado por smartphones ni el internet repleto de redes sociales.

Los dispositivos portátiles conectados a la red llegan en los primeros años del nuevo milenio. Ya en el 2009, el Fisher de “Realismo capitalista” se encuentra con los problemas que acarrea la normalización de esta tecnología.

Fisher llama “hedonismo depresivo”, incapacidad de dejar de sentir placer, a la adicción a los estímulos digitales. Y hace notar que esta búsqueda constante de estímulos viene acompañada por una progresiva reducción de la capacidad de atención.

Menciona los accidentes de tráfico causados por revisar celulares para hacer notar el grado de adicción y peligro: hay conductores que prefieren la posibilidad de morir o asesinar antes que soportar la espera de una respuesta a una publicación en redes sociales. Una respuesta cuya banalidad conocen de antemano.

Este, por supuesto, no es el único problema nuevo. Con la aparición del trabajo nómada, flexible y espontáneo, las empresas ya no contratan personas, sino paquetes de tiempo indiferenciado.

Los servicios sociales a la par son desmantelados, existen solo como monumentos de burocracia kafkiana: la comunicación con call centers enseña que “nadie sabe lo que hay que hacer y nadie haría nada incluso si pudiera hacerlo”.

El poder del capital, capaz de metabolizar y absorber cualquier objeto con el que tome contacto, como “La cosa” de John Carpenter, ya consumió incluso al discurso antisistema dentro de sí mismo. Todos los productos venden formas de salvar el mundo.

Los jóvenes descubren que hasta su descontento es una estrategia de venta, que su rabia es una de las opciones que tienen mientras crean su perfil y se vuelven objetivos claros para los anunciantes que les tenían un producto preparado.

El estado lamentable de su actualidad generaba una tendencia de escape a la nostalgia que Fisher criticará duramente en sus textos. La explotación de la nostalgia es para Fisher una tendencia defensiva del sistema a crear bucles que conjuran la aparición de lo nuevo.

En un mundo en el que actuamos como si el dinero, un símbolo ficticio, tuviera un valor sagrado, en el que todo parece preestablecido, no es la vuelta al pasado, sino las consecuencias inesperadas de pactos con demonios los que pueden crear lo desconocido, la tierra nueva.

COMUNISMO ÁCIDO

Al morir, Mark Fisher dejó inconclusa la introducción a “Comunismo ácido”. Pero parece factible imaginar el libro que no escribió a partir de este materialismo gótico.

En sus siguientes textos, como “Realismo capitalista”, ¿no hay alternativa?, y “Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos” no dejó de lado las premisas de esta tesis, sino que volvió a sus conceptos y los extendió.

Todavía en su último texto escribe en términos góticos. Nos invita a actualizar “el espectro de un mundo que pudo ser libre”. No con la intención de superar el capital, sino enfocándose en el que el capital obstruye: la capacidad colectiva de producir, cuidar y disfrutar.

En “Comunismo ácido” toma una vez más las frases de Marx en un sentido literal: el humano produce humanos. De seguro Fisher entendería esta premisa pensando a los humanos como constructos, considerando su capacidad de plusvalía de código y la potencia de iterar sin producir una copia idéntica.

Al igual que ninguna máquina produce a su similar, sino algo distinto, el humano en construcción tendrá, como dice en “Comunismo ácido” citando a Michel Foucault, “una nueva mirada, una nueva escucha, un nuevo pensamiento y un nuevo amor”.

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