El recuerdo de la Lollo, Gina Lollobrigida, aquella italiana de ojazos enormes, rostro perfecto, cuerpo escultural que sedujo desde las pantallas a varias generaciones y falleció a los más de 90 años en la semana.
- Por Ricardo Rivas
- Periodista
- Twitter: @RtrivasRivas
Me gusta el cine. Desde siempre. El de estos tiempos, un poco menos que el de décadas anteriores, pero me gusta. Soy de aquellas tardes en el cinematógrafo del barrio para ver dos películas y, entre ambas, presenciar lo que por muchos años se conoció como “número vivo” que, generalmente, era un dúo o trío de cantantes que interpretaban un par de temas en el escenario y se iban aplaudidos antes del comienzo de la otra peli. ¡Increíble! Aquellas salidas eran fantásticas. Con el paso de los años, en 1988, descubrí que mi personalidad adolescente tenía puntos de contacto con Totó, aquel pequeño niño italiano de posguerra que en el Cinema Paradiso, muy cerca de su casa, se enamoró de los filmes.
AMORES DE CINE
En mi pueblo natal, el Bajo Belgrano, en Buenos Aires, unos 1.600 km al sur de mi querida Asunción, varias eran las salas para disfrutar de aquellas creaciones. En el Savoy, en el Mignón, en el General Belgrano o en el General Paz pasábamos muchas tardes mirando películas. Y, en algunas, estaba ella. La Lollo. Gina Lollobrigida, aquella italiana de ojazos enormes, rostro perfecto, cuerpo escultural, consiguió atraparme. Creo que, incluso, antes de los 20 llegué a molestarme con Humphrey Bogart, Frank Sinatra, Marcello Mastroianni, Vittorio de Sica, Tony Curtis, Burt Lancaster, Anthony Quinn, Tyrone Power, Yul Brynner, John Huston, Steve McQueen, Yves Montand, Rock Hudson, Sean Connery, Jean-Paul Belmondo, Telly Savalas, Peter Lawford, Phil Silvers, James Mason, Lee van Cleef, algunos de los grandes actores que tuvieron la oportunidad de trabajar con ella y, en casi todos los casos, de amarla. Guardé discretamente algunas de las tapas de la mítica revista Cinelandia que recibía doña Juanita, nuestra abuela, cuando ella –la Lollo– parecía invitarme a mirarla y admirarla. Supe que a Jairo le pasaban cosas parecidas, pero con otras mujeres. “Desde un póster Jean Fonda me sonríe y Carolina, con su mohín mejor, / desde la tapa de un viejo semanario me declara su amor”, cantaba allá por los 70 con esa voz formidable que todavía conserva y deleita. Aquellas Cinelandias las guardé durante años. Con el mismo celo que tuviera Alfredo –el proyeccionista de Cinema Paradiso en Giancaldo, Sicilia– para empalmar todos los fragmentos de películas con escenas románticas que el padre Adelfio –el cura del pueblo– ordenó cortar porque las consideraba “pornografía”. No tuve la suerte de Totó que, luego de la muerte de Freddo, recibió de su viuda aquel tesoro que guardó para siempre.
UNA MUJER FUERTE
De la Lollobrigida, desde que partió el 16 de enero pasado, se contó todo. Pero algunas apostillas, recuerdos informales, no tuvieron espacio en las grandes crónicas ni en los obituarios. Era una mujer fuerte. Con enorme carácter. En todos los registros fílmicos del 1954 –en blanco y negro– como en los televisivos de 1996 –a color– se la percibía segura, firme y decidida. “No quiero depender de nadie. Quiero que mi vida se base solo en mí misma”, recuerdo que sostuvo alguna vez en una entrevista que concedió en Italia cuando se lanzó a la política. No llegó más que a candidatearse. Justificó aquella decisión en que estaba “cansada de contemplar cómo los políticos discuten entre ellos sin llegar nunca a ningún lado”. No fue electa parlamentaria. Antes se dedicó a la fotografía. En esa condición entrevistó en Cuba a Fidel Castro y hasta circularon rumores de romance con el comandante. Solo se pudo verificar que fumó algunos de los cigarros que se hacían para él. No se supo mucho del encuentro, que no se extendió por más que unos pocos días. Fidel estaba ocupado en la construcción en la isla de una central nuclear soviética. Gina regresó rápidamente a Italia.
¿ENAMORANDO A PERÓN?
Vino dos veces a la Argentina –hay quienes aseguran que fueron tres sus visitas– y, en cada oportunidad, viajó hasta Mar del Plata, 404 km al sudeste de Buenos Aires, donde ahora me encuentro, porque aquí, desde 1954, se desarrolla anualmente, en noviembre, el Festival Internacional de Cine. Sobre lo que pasó en la primera edición no hay mucho para agregar que no se conozca y algunas historias –falsas de toda falsedad, como la que asegura que la diva fue fotografiada con rayos X, lo que permitió verla desnuda porque aquella cámara atravesó su ropa– son definitivamente de mal gusto y nada aportan, pero ¿cómo recordaba Gina la visita del 54? El 2 de marzo del 1996, con la firma periodística de Karmentxu Marín, desde Roma, diario El País de España revela que “Juan Domingo Perón estuvo enamorado de Gina Lollobrigida en 1954, entre la muerte de Evita y el matrimonio con Isabelita”. Sostiene que “la llegó a invitar a pasar 15 días en Argentina”. Añade que “ella, reinona (sic) total aún hoy, asegura que no se dio cuenta de nada porque lo de las galanterías y debilidades que notaba en Juan Domingo era algo que le pasaba prácticamente con todos”.
UN REGALO SINGULAR
Marín agrega: “Perón, cuenta Gina, le regaló una cancha de tenis” como “recuerdo para que se trajera a Roma” y detalla que “la cancha se montó y sigue en su sitio: la villa que la actriz tiene en la Vía Appia Antica” de la capital italiana. En noviembre de 1996 llegó a Mar del Plata en una tarde ventosa, pero con un sol muy brillante a bordo de un avión de la desaparecida empresa Austral Líneas Aéreas. Fue la primera en descender de la máquina. Caminó brevemente por la pista rodeada de un nutrido grupo de personas hasta donde la aguardaban periodistas. Con enorme profesionalismo y simpatía se detuvo frente a ellos bien predispuesta para el diálogo y, como se dice por estos tiempos, “de onda” respondió durante varios minutos. Con look epocal clásico y mucha simpatía la señora Gina respondió desde preguntas que en sí mismas encerraban las respuestas que se esperaban de la visitante hasta las obviedades. Recordó que, en 1954, cuando se realizó la primera edición del Festival Internacional de Cine, a tierra marplatense “llegué en un tren privado que Perón (Juan Domingo, presidente argentino) había organizado para mí”. Con una doble negativa –”no, no”, dijo– desmintió a un cronista que afirmó como verdad que había arribado “acompañada del presidente Perón”. Memoriosa, precisó que había “inaugurado un casino, en aquella primera vez”. Habló maravillas de los argentinos, a los que en su conjunto caracterizó como “un público muy fiel, muy afectuoso, muy bueno” y, desde esa definición, puntualizó que esos sentimientos “son bien recíprocos, porque llevo conmigo mucho amor por los argentinos, que son muy generosos”. Compartió, como novedad, que aquel año estaba “filmando una película en Francia, con Depardieu (Gerard)”, que debía “regresar pronto a París para terminarla” y detalló que en esa obra “interpreto a una madre autoritaria hebrea”. Inesperadamente, un cronista radial, con un tono de voz muy alto, quebró el clima y alteró la improvisada reunión con la prensa. “¡Cortanos a todos!”, se quejó un colega de la tele dirigiéndose a él. Sin inmutarse, el disruptivo continuó y a voz en cuello anunció “estamos en vivo con la señora Gina Lollobrigida”. La diva, sorprendida, preguntó: “¿Quién es?”, mientras el enfático radialista ponía intempestivamente un micrófono delante de su boca. “¡LU6, Radio Atlántica de Mar del Plata!”, respondió otro cronista marcadamente molesto con su colega. Pero Gina salvó la tensa situación con humor: “¡Aaahhh, pensé que era su novia!” la que llamaba.
“CON GESTO DE EMPERATRIZ”
Desórdenes habituales de cuando se trabaja en vivo. Una limusina blanca –inusual en Argentina– la esperaba para llevarla hasta su lugar de alojamiento. En 1954, el que la trasladó desde la terminal ferroviaria fue un amplio, muy amplio, Mercedes Benz, también de color blanco. Como en el 54, la Lollo era una “invitada especial”, cuenta el querido amigo-hermano y colega periodista Nino Ramella, marplatense de quinta generación nacido en esta ciudad con más de 52% de migrantes internos. Relevante gestor cultural, como funcionario siempre estuvo cerca del festival de cine. También cuando se homenajeó a Gina en el bellísimo Teatro Colón. Una verdadera joya arquitectónica cuya sala fue restaurada integralmente y equipada con un proyector de cine de última generación para que las proyecciones fueran de la más alta calidad. El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) dispuso que todos los homenajes a las celebridades se desarrollaran allí. Julio Maharbiz, un locutor nacionalista amante del folclore y titular de ese organismo, llegó después que la invitada de honor, que departía amablemente con el entonces intendente marplatense, Elio Aprile, y, justamente, Nino. La diva –como no podía ser de otra forma, “vestida con joyas de pies a cabeza, aros larguísimos, un peinado muy alto y gesto de emperatriz”, según Ramella– era el centro de todas las miradas y hasta de exagerados agasajos. Las agrupaciones de residentes locales de cada región de Italia, con vestimentas típicas, también estaban allí. Entre ellos el señor Di Iorio, que logró fotografiarse con ella. ¡Era una enorme fiesta!
UNA NOCHE SURREALISTA
Sin embargo, parecía que la Aduana Nacional no adhería a ella. “Pan, amor y fantasía”, un film clásico italiano, estrenado en Madrid en 1953, protagonizado por Gina, junto con Vittorio De Sica, Roberto Risso, Marisa Merlini y, como se decía por aquellos años, “un gran elenco” –el mismo que se había proyectado en el festival de 1954– no estaba en el Teatro Colón porque fue retenido por los agentes aduaneros. Altas autoridades nacionales se abocaron a resolver la situación. La Lollo comenzó a inquietarse. El público, también. El intendente Aprile decidió hacer tiempo y, para ello, comenzó a dar un discurso en italiano para contextualizar la actividad y destacar la trayectoria de la protagonista. Nino Ramella no se separaba de la homenajeada que, informada de lo que sucedía, exactamente cada 10 minutos lo consultaba: “E il film è arrivato?” Su respuesta, breve y concreta, agregaba dramatismo: “Subito, subito”. Los minutos pasaban. Inevitable. De pronto, Gina se puso de pie. Se la veía notablemente molesta, incómoda. Clavó sus ojos en los de Nino e impetró: “Voglio un po ‘di vino bianco”. Profundo silencio. Demanda totalmente inesperada. El café Colombia, que ya no existe, en la esquina misma del teatro, a menos de 30 metros, resolvió la situación. La señora bebió. No solo una copa. La tensión se redujo. El intendente Aprile, indetenible, entretenía al público que aplaudía sin descanso sus palabras en italiano, su lengua natal. Nada le faltó. Poetas, filósofos... el imperio, Rómulo y Remo y la historia milenaria de Roma. Inesperadamente, el proyeccionista, con su pulgar levantado, informó que todo estaba listo. Alguien hizo el anuncio formal. Gina se instaló en el lugar que le tenían reservado. Las luces en la sala disminuyeron. El silencio expectante fue quebrado con un breve y cerrado aplauso cuando en la pantalla, en blanco y negro, aparecieron los primeros títulos impresos sobre las imágenes de un colectivo que circula por una zona montañosa con una buena cantidad de equipajes en el techo. Un texto leído en off dice del film. “La vicenda che stiamo per raccontarvi é immaginaria. Ma é tuttavia una vicenda umana…” Pero el relax duró apenas unos breves minutos. Los subtítulos de la película eran en alemán. “La frutilla del postre”, dijo alguien en media voz pero suficientemente audible. La sala se colmó de murmullos. El silencio regresó cuando De Sicca, uniformado como un carabinero, descendió del transporte, saludó militarmente a un grupo de subordinados y se presentó: “Comandante Mayor Carotenutto”. La proyección, de casi una hora y media, se completó sin comentarios. El homenaje llegó a su fin. Ramella asegura: “Nunca podré olvidar aquella noche surrealista” y supone, además, que “Gina tampoco, hasta su muerte”.