Toni Roberto, tonirobertogodoy@gmail.com - Fotos: gentileza
Este domingo Toni Roberto rinde homenaje desde las páginas de “Cuadernos de barrio” a su amiga y artista Alejandra García, quien se encuentra pasando por un difícil momento de salud.
El puño de mis recuerdos aferrados a la agonía de mis sentimientos me lleva a pensar esta noche del 11 de enero en la distinguida Alejandra García, compañera de sueños del arte desde los primeros años 80 del siglo pasado.
Aferrado a la pluma que contiene las teclas de mi ordenador, escribo estas líneas, las más difíciles para mí en el deambular de estas páginas en los últimos cuatro años, es que ella está ahí presente en la compañía de mi silencio, un soplo de vida que es tan frágil como la permanencia en el espacio terrenal.
El paso por la tierra a veces tiene la sencillez del croar de las ranas en una noche de verano en la ribera del viejo Mburicaó después de un día de lluvia. De esta manera, recorro los recuerdos de los últimos 50 años de Alejandra, quien fuera una niña de la calle Ayolas casi Gral. Díaz, ahí donde empieza a bajar el camino hacia el legendario arroyo Jaen, que jerarquiza el barrio de La Encarnación.
Era un día cualquiera de los años 70 y aquella niña empezaba un camino al colegio de las monjas de La Providencia y al mismo tiempo participaba del privilegiado grupo experimental de la educación a través del arte, en el viejo local de la Misión Cultural Brasileña sobre la calle Montevideo, bajo la tutela de grandes educadoras de la epopeya de la educación por el arte, entre ellas María Adela Solano López, Olga Blinder y Kikí Marimón de Giménez.
LA FOTÓGRAFA Y EL PREMIO ADEFI
Todos estos caminos le llevaron en la adolescencia a seguir el rumbo de la creatividad. Es así que de muy joven empieza los talleres de Lívio Abramo y Edith Jiménez encontrando rápidamente un camino propio en el lenguaje artístico, y es en esa misma década que obtiene junto con don Luis Toranzos el premio de la Adefi (Asociación de Empresas Financieras) entregado en conmemoración de los 450 años de la fundación de la ciudad de Asunción, con un gran mural que hasta hoy se encuentra en las oficinas de aquella asociación sobre la calle Acá Carayá.
La Alejandra fotógrafa recorrió las calles de Asunción en los años 80 haciendo un trabajo artístico social donde se destaca la serie “limpiavidrios”, retratando fotográficamente el trabajo de aquellos jóvenes que debían salir, ya en aquellos años, a la calle a buscar el sustento de sus familias. Además de hacer un enorme trabajo de registro de las actividades culturales de aquella década donde no era fácil encontrar algún fotógrafo disponible al instante; ella siempre andaba con su Nikon colgada al cuello para alguna instantánea, un inmenso archivo que con el tiempo habrá que poner en valor.
En 1990 gana el importante Premio Martel, con un riguroso jurado de prestigio internacional: el argentino Jorge Glusberg, la chilena Nelly Richard, el brasileño Carlos von Schmith y los paraguayos Osvaldo González Real y Ticio Escobar. Todo bajo el patrocinio del recordado filántropo Rolando Niella.
20 ARTISTAS DEL PARAGUAY
En el proyecto 20 Artistas Actuales del Paraguay realizado a principios de los años 90, Ticio Escobar se refiere a su obra diciendo:
“Perteneciente a una de las últimas tandas de artistas que han aparecido en nuestro país, la obra de Alejandra García en esta colección significa la ineludible presencia del artista joven en el panorama contemporáneo de las artes visuales paraguayas.
Preocupada por la composición y el color, Alejandra desarrolla una imagen centrada en valores específicamente plásticos. Este grabado trabaja en clave serigráfica los principios básicos que enmarcan su figuración: colores intensos y contrastes, siluetas recortadas, intervención del espacio propio del soporte, composición oscilante y actuación de masas formales vigorosas”.
Sigue diciendo Escobar: “Alejandra recala el punto de partida elemental de su motivo: la mitad de una fruta se presenta sobre un mantel de recuerdos matissianos. Desde allí, va tejiendo una trama de tensiones y contrapesos, de fuerzas y direcciones encontradas, de sentidos opuestos y contrapuestos que definen un campo regido por jugadas estrictamente visuales: por posiciones esenciales cromáticas y formales. La base de la escena organiza triangularmente sobre el lado inferior izquierdo y complejamente trabaja por la disposición zigzagueante de las flores, aparece bruscamente desbalanceada por la fruta que se le incrusta en el centro”.
UNA CONSAGRACIÓN AL ARTE Y LA EDUCACIÓN
Alejandra García tiene muchas otras facetas a las cuales se consagró desde muy joven como lo fue el de la educación de niños a través del arte que realizó en el antiguo TEI (Taller de Expresión Infantil) de la calle José Berges junto con otras grandes educadoras: Olga Blinder, Maricha Heisecke, Celeste Maluff, Rosarito Mersán, Erika Banks, María Victoria Servín, Carlos Cristaldo, entre otros. Además de pertenecer al grupo Po Mokõi, un movimiento artístico que pretendía cambiar la mirada del arte paraguayo junto con Fátima Martini, Gustavo Benítez, Marité Zaldívar, Engelberto Giménez, Mónica González, Marcos Benítez y Julio González Marini. Posteriormente, el taller de encuentro El Aleph en el barrio Las Mercedes, un grupo de artistas que intercambiaba pensamientos e ideas en los años 90 con instalaciones, performances, conferencias entre artistas y críticos internacionales, que resultó ser una experiencia creativa y colectiva de alto impacto comunitario. Licenciada en arte por el Instituto Superior de Bellas Artes, García realizó también clases para niños y adultos en la atalaya de Multi Arte en el imaginario barrio Cultural Escalinata junto con Liliana Segovia, en los límites del barrio San Roque y el barrio Gral. Díaz.
De andar silencioso, esta gran artista nacida en su maternal Córdoba, pero que vivió desde niña en Asunción, ciudad de sus ancestros, no necesita seguir escribiendo su historia, pues ya está grabada en las páginas del arte y la educación en el Paraguay desde el lugar en que se encuentre, más allá de las formas físicas, encendida para siempre en su obra, en el trabajo de sus alumnos, en el de todos sus amigos y compañeros del arte, en los que influyó directa o indirectamente, sin preámbulos, sin muchas palabras, con riguroso y metódico silencio.