Gonzalo Cáceres, diario Hoy, twitter @gonzatepes
Fue una de las transferencias más festejadas por la afición deportiva del Paraguay, pero terminó mal. Julio César Romero –el popular Romerito– siempre consideró que su llegada al Barcelona de España no se trató siquiera de una apuesta deportiva, sino de capricho político.
El 29 de marzo de 1989, el entonces entrenador del todopoderoso Barcelona español, el holandés Johan Cruyff, soltó la primicia a los medios ibéricos, sorprendidos por el origen de la misma.
“Hemos hecho un quiebro a la prensa porque nadie ha sabido del fichaje, hasta ahora que ya está en Barcelona”, soltó el ex delantero de la Naranja Mecánica a los medios.
EL ANSIADO SALTO
Y allí apareció en escena uno de los mayores valores del fútbol paraguayo: Romerito, a sus 28 años, daba el ansiado salto al fútbol europeo, a uno de los clubes más populares de España y del mundo entero.
Eso dice la historia oficial o las líneas que mejor lo pintan. La verdad es que el atacante no quería salir del Fluminense brasileño, le obligaron. “Fue una sorpresa para mí irme, la gente de Fluminense me obligó a ir al Barcelona, no quería ir, pero me obligaron”, dijo hace un tiempo el ariete luqueño.
El negocio se zanjó rápido, demasiado rápido y aun sin la aprobación del futbolista, ajeno a dejar las playas de Río de Janeiro. Romerito se negó hasta el último momento, pero los brasileños ya habían empeñado su palabra. Se tenía que ir, sí o sí, le guste o no. “Me obligaron para ayudar al club. El sacrificio fue mío. Fue un fichaje político, no necesitaban hacer eso y fue por ahí, necesidad no tenían tanto”, refirió.
El contrato era por los tres meses restantes de la temporada, no cobraría sueldo alguno. Sí una prima de 40.000 dólares al culminar el ciclo. La renovación quedaba sujeta a la impresión que pudiese generar. El paraguayo debutó nada más y nada menos que en el clásico de clásicos, ante el Real Madrid. No le tocó marcar, pero generó un par de situaciones. La cosa parecía pintar bien. Al tercer partido desde su llegada, contra el Valladolid, Romerito se lesionó el tobillo. Todo se desplomó en ese instante. Terminó como empezó, de la nada.
LLUVIA DE CRÍTICAS
“Volví los últimos partidos del campeonato. Ya la situación no era la misma. Cayeron muchas críticas sobre mí”, indicó.
Para su gusto, sí logró salirse del coloso catalán con al menos un gol en su haber, el que le hizo al Málaga. Su paso por el Barcelona terminó sin pena ni gloria. Siguió su carrera en México y a la postre retornó al Paraguay para colgar los botines en su querido Sportivo Luqueño, en 1998.