No hay otra actividad humana en la Argentina que implique ese nosotros inclusivo. El colmo de esa alegoría tan vigorosa es el que “vamos a salir campeones”. No decimos que van a salir campeones los jugadores.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas

Después de recordar que el psicoanalista francés Jacques Lacan afirma que “lo que funda, persiste”, dos domin­gos atrás –en esta misma sec­ción del #GranDomingo de La Nación– el querido y res­petado colega periodista Wal­ter Vargas, profe universita­rio y psicólogo social, sostuvo que “pocas identificaciones tienen la potencia de la iden­tificación con un escudo, con una camiseta de fútbol”. Fue más allá. Reforzó su diag­nóstico al que vistió de opi­nión y precisó que “es tan así que [como sociedad] hasta hemos naturalizado ciertos desvaríos como, por ejemplo, el empleo que hacemos en la Argentina [y en otros países] del nosotros inclusivo. No hay otra actividad humana, en este país, que implique ese nosotros inclusivo. El colmo de esa alegoría tan vigorosa es el que ‘vamos a salir cam­peones’. No decimos que van a salir campeones los jugado­res”. Luego, ejemplificó con otras pasiones populares: “Ni el joven más fanático del grupo musical más en boga capaz de convocar 50, 60, 70 u 80 mil personas diría ‘esta noche tocamos’. Sin embargo, en el fútbol, ‘hoy jugamos contra’, ‘ganamos’, ‘perdi­mos’, ‘vamos a salir campeo­nes’”.

“Queremos celebrar con la gente, con la hinchada en la Argentina”, el deseo de los campeones de fútbol 2022 que el capitán Messi hizo respetar.FOTO:AFP

LO QUE FUNDA, PERSISTE

No hay otra inscripción como la del fútbol que atraviese nuestros huesos, nuestra sangre, nuestra cabeza, nues­tro corazón, nuestra alma, si querés, como el fútbol. Lo que funda persiste y lo fundado, que persevera por el lado de la pasión, de la devoción, de la fidelidad, es sagrado. Y lo sagrado, parafraseando al gran Diego [Maradona] de Villa Fiorito, ‘no se man­cha’”. Fue tan preciso que, ahora puedo decirlo [y decír­selo al profe Walter], se ade­lantó en el tiempo. ¡Un capo! Porque la confirmación de esa hipótesis con la que bordeó lo académico sazonada con el perfume de una apasionada charla de café fue de Alberto Fernández, jefe de Estado argentino. “Bueno, debo ser el único presidente que no recibió a un equipo campeón del mundo”, dijo AF e inme­diatamente detalló: “Pero, también, creo ser el único presidente que durante su mandato la Argentina ganó la Copa América, la Copa Inter­continental a Italia 3 a 0 en Wembley y ganó la Copa del mundo. ¡Las tres ganamos!”.

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“GANAMOS”

El periodista que lo entrevis­taba en la FM Radio Con Vos no lo dudó: “Ahí está como hincha [presidente] dijo, ganamos”. “Claro”, respon­dió. ¿Sorprende? Definiti­vamente, no. Aunque, desde alguna otra perspectiva, podría afirmarse lo contra­rio. Porque el mandatario, primero, quiso tener el privi­legio de recibir a los Lioneles –Messi y Scaloni– en la Casa Rosada, sede del gobierno federal argentino, antes que nadie, pero los campeones rechazaron esa invitación. ¿Especulación o deseo de hin­cha? No lo sé. Pero ¿por qué no? Especular es una palabra que tiene su génesis en el latín: “speculāris”. Como adjetivo, la Real Academia Española (RAE) de la Lengua la define como “semejante a un espejo” y hay quienes en él se quieren reflejar. ¿Alguien habrá pen­sado –equivocadamente, por cierto– en aquello de celebra­rás conmigo? Doble error.

LA MAREA HUMANA

Los deportistas priorizaron y prefirieron darse una zambullida en la marea humana que los recibió en el Área Metropolitana Buenos Aires (AMBA) porque allí es donde tuvieron la convicción de que habrían de reunirse con el sentir, la admiración, el orgullo y el agradecimiento de todos y todas. Ese otro espejo sí lo asumieron como “trans­parente y diáfano”, como también define la RAE. Fue la forma que los triunfadores de Doha, en Qatar, adopta­ron para comunicar que aquel esfuerzo lo hicieron en, de y desde todas y todos ustedes. Y, quizás, fue también la res­puesta popular que les llegó a los campeones como una forma concreta para decir­les que este homenaje mul­titudinario y callejero es de, para, por y con ustedes. ¡Cola­dos, abstenerse! El mismo domingo en que La Nación publicó la opinión de Vargas, también hizo público que el doctor Juan Carlos Turnes, destacado médico y psiquia­tra, sostuvo que “los líderes del fútbol también represen­tan un factor de unidad que está como por encima de todo. Que hermana transversal­mente, pero, al mismo tiempo, hace que uno se identifique con un ideal que es aquella persona a la que se inviste [popularmente] de todas las propiedades que se cree que son lo mejor y, a su vez, iden­tifica con ese ideal que porta aquel considerado como lo mejor para mí y a lo que yo aspiraría”.

¿Qué es lo que no se entiende? El “yo, me, mi, conmigo”, recurso con el que maestras y maestros explicaban años atrás los pronombres, en este caso y si alguien reflexionó en esos términos fue derrum­bado por la realidad social. Un minúsculo grupo de fantasio­sos y fantasiosas con ambicio­nes políticas confundieron el poder, con poder. Y no pudie­ron. Como sí se pudo en otras geografías –también argenti­nas– para homenajear a Lio­nel Messi y Ángel di María, en Rosario; a Lionel Scaloni, en Pujato, todas localidades en la provincia de Santa Fe; a Emiliano Martínez, en Mar del Plata, provincia de Bue­nos Aires; o, a Julián Álva­rez, en Calchín, provincia de Córdoba, por mencionar solo algunos de los más flaman­tes héroes deportivos argen­tinos. Algo para recordar. Sí, parafraseando al título de aquella película que en 1957 protagonizaran Cary Grant y Deborah Kerr. “An affair to remember”. Pero no solo en el regreso con gloria de los Lio­neles que lideran a los cam­peones mundiales hay suce­sos para la reflexión.

Alberto Fernández: “Creo ser el único presidente que durante su mandato la Argentina ganó la Copa América, la Intercontinental a Italia 3 a 0 en Wembley y ganó la Copa del Mundo. ¡Las tres ganamos!FOTO: AFP

DE TODO Y PARA TODOS

En asuntos globales hay de todo, para todos y para todas en donde fuere que se encuen­tren. El balón dejó de rodar en Doha. Qatar vuelve a la cosa de todos los días. A lo cotidiano en el golfo Pérsico. Las gar­gantas inflamadas –enroje­cidas– porque allí se gritó 172 veces la palabra gol, pronto habrán de curar. Como todo lo inusual, lo sucedido ya es parte de la memoria popular grande. Qatar 2022 –”la pri­mera copa árabe y musulmana de la FIFA”, como la categori­zara con precisión el colega periodista Ezequiel Fernán­dez Moores– ya ingresó en la historia global.

Con lo que sucediera en el antes, durante y habrá de suceder en este después que transitamos, claramente, hay mucha tela para cortar. El país qatarí, además de ser uno de los más ricos del mundo en tér­minos de PBI per cápita, tam­bién es el lugar en el que Lionel Andrés Messi (35) alcanzó la gloria cuando levantó el tro­feo más deseado cada cuatro años. Dicen que 4.500 millo­nes de personas vieron la pre­miación en la tele. Fueron tes­tigos –y podrán contar– que observaron en primerísimos planos la felicidad desbor­dante de Messi y, a unos pocos metros, a Kylian Mbappé pro­fundamente triste, sentado en el césped del estadio Lusail. El presidente de Francia, Emmanuel Macron [¿otro especulador?], y el portero argentino, Emiliano “Dibu” Martínez, ambos en cuclillas, procuraban contenerlo, ali­viarlo, consolarlo. Enorme gesto solidario del portero argentino entre deportistas de élite.

TODO ES HISTORIA

Pero todo es historia. Parti­cularmente la que escribieron las unas y las otras, los unos y los otros. Porque todos y todas tuvieron que conceder [ceder-con] y re-conocerse. Incluso, en un país sin imá­genes, las y los locales con­vivieron con las de Messi en todas partes. Treinta y dos selecciones pasaron por allí. En el 2026, cuando en Estados Unidos, Canadá y México, el balón comience nuevamente a rodar, serán 48 las forma­ciones a enfrentarse. Tal vez, en 2030, la pasión futbolera regrese al Oriente Cercano. Arabia Saudita se propone como sede junto con Gre­cia y Egipto. Nada es seguro. Deberán disputar la sede con Argentina, Paraguay, Uru­guay y Chile que, cuando se cumpla un siglo desde el pri­mer Mundial de la historia, que disputaron 14 países, en Montevideo, tienen la volun­tad –esencialmente expresa hasta el momento, aunque alguna nota estos países pre­sentaron ante la FIFA– de recordar aquel hito jugando a la pelota. Habrá que ver. Será el último mundial que orga­nice Gianni Infantino, ese tan particular presidente de FIFA que, cuando faltaban pocas horas para el encuentro inaugural entre Qatar y Ecua­dor, no titubeó para ir contra quienes rechazaban realizar el campeonato en el emirato y denunciaban a sus autori­dades por violar los derechos humanos y aplicar políticas públicas persecutorias con­tra algunas minorías y las mujeres.

“HOY ME SIENTO COMO ELLOS”

Infantino fue con los tapo­nes de punta para respon­der a aquellas críticas: “Hoy me siento qatarí, árabe, afri­cano, gay, discapacitado, tra­bajador migrante. Me siento como ellos y sé lo que es sufrir acoso de pequeño. Era peli­rrojo y sufrí bullying. Lloré e intenté participar con ellos. Si leyera la prensa estaría deprimido. Soy hijo de traba­jadores migrantes, en condi­ciones muy complicadas en Suiza, cómo vivían y los dere­chos que tenían. Veía cómo se trataba a los que intenta­ban entrar en el país. Suiza se ha convertido en un ejem­plo de tolerancia. Qatar ha progresado y hablaremos de ello, como también espero que hablemos de fútbol, si no están cansados. La FIFA está orgullosa de estar aquí. […] Va a ser el mejor Mun­dial. [Porque] la gente lo que quiere es el fútbol”. Pero fue más allá y denunció como “testigo” una “doble moral” porque “los europeos [él lo es] nos dan muchas leccio­nes [pero] deberíamos pedir perdón” por hacerlo. Es pala­bra de don Gianni. Qatar 2022 no ha sido un mundial más. Tampoco uno menos.

Sin embargo, de él, un nacido en el sur del sur, Lio llegó a ese país como capitán del selec­cionado argentino de fút­bol cargado de sueños y de allí partió, además, “inves­tido como jeque (en árabe ‘shaij’ = ‘anciano venerable o aquel elegido por sus cua­lidades para conducir a su grupo’) mediante el ‘bisht’ o ‘ăbaya’”, como explica con alto vuelo docente el habibi doctor Hamurabi Noufouri, en el argentino diario Clarín. En diálogo personal, desde el domingo pasado cuando el reloj en mi querida Asunción y en Buenos Aires, mi pueblo natal, estaba pronto a marcar la hora 19, con enorme pacien­cia Noufouri me iluminó con su sabiduría. “El bisht, cuando se confecciona con pelo de camello y se le agrega un marbete dorado, simbo­liza la autoridad que el emir de Qatar, el jeque Tamim bin Hamad al-Thani, ha confe­rido al capitán argentino por su ‘muruwa’. Es el reconoci­miento a su temple, esfuerzo, coraje y espíritu de sacrifi­cio que por amor al grupo o persona ejerce para vencer injusticias y/o adversidades en las peores circunstancias”. Enmudecí y, a la vez, recordé que no mucho tiempo atrás Lio era blanco de críticas des­piadadas en la Argentina.

“¡Pecho frío!”, lo llamaban. Ahora, todo ha cambiado. “El emir Tamín Al- Thani lo arropó personalmente, con sus propias manos [y la ayuda de Infantino] con el bisht ante el mundo [y una audiencia televisiva global estimada en poco más de 4,5 mil millones de personas. La mitad de la población mun­dial]. Difícilmente, haya un ‘sharaf’ [honor] más grande entre árabes”, apuntó Hamu­rabi. ¡Muy fuerte!, por cierto. Y notable. Para que quede claro, desde que finalizó Qatar 2022, luego que, por su muruwa, el emir Tamim bin Hamad al-Thani así lo dis­tinguiera, para quien quiera saberlo, el jefe Messi, junto con la jequesa Antonella y los hijos de ambos, cuando están en la Argentina, resi­den en el alcázar que poseen en el Funes Hills Miraflores, en la periferia de Rosario, 360 km al norte de Buenos Aires. Oportunistas y/o arrebatado­res de fama, abstenerse.

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