Pepa Kostianovsky

En esta entrega llegamos al final de “Aldea de penitentes”. Recorrimos la senda de cada capítulo de la mano de Berta Correa como guía y los personajes que fueron atravesando sus días con dolores profundos o alegrías sencillas. Rostros y nombres de “buenos y malos” fueron mostrándose ante nuestras miradas como en un espejo gigante donde la sociedad paraguaya de décadas atrás se reflejó con sus miserias y alegrías.

El cortejo llegó hasta el bosquecito cercano al camposanto guaireño. Cuatro mujeres y un poeta anciano cumplían la última voluntad de Berta Correa al darle sepultura al pui del árbol, donde hacía mucho tiempo ella misma había enterrado a Constantina.

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De regreso a Asunción, las preguntas de Carmen y Luz acosaban a Antonia y Catalina. Intentaban reunir las piezas de una historia de duelos inmensurables, amores desgraciados, traiciones, ultrajes y penitencias.

Cada uno aportaba lo que sabía y la trama se hacía más compleja y misteriosa. Los pocos datos solo eran llaves de mil interrogantes sin respuestas. Berta se había llevado sus tremendos secretos.

Aquella vida de penas y despojos tuvo un final paradójico, plácido, pletórico, el Día de San Blas.

Berta Correa se había quedado escuchando radio con Antonia y Catalina. Cuando pidió la botella de caña para brindar, las muchachas le recordaron la borrachera del festejo por el primer cabello blanco.

-Voy a tomar por toditas mis canas y toditas mis arrugas.

Y después, por las de Neusa.

Escuchó una y otra vez el comunicado del insurgente.

Alfredo Stroessner había sido derrocado después de treinta y cuatro años de dictadura: estaba preso en los cuarteles de la Caballería y sería expulsado al Brasil.

-Vamos a sentarnos “a la puerta de nuestra casa para ver pasar su cadáver”.

-¿Le van a matar? –preguntó Antonia.

-Echána tu baraja, mamá Berta, para saber –propuso Catalina.

Berta Correa bebió el que sería su último trago, alzó la copa vacía y vio el avión que se alejaba... Antes de cerrar los ojos para siempre, profetizó:

-Ya es muerto. No se puede nomás ir. Va a andar mucho todavía por este valle penando culpas. Y después recién, cuando el diablo quiera llevarle, se va a ir al infierno.


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