Toni Roberto, tonirobertogodoy@gmail.com
Este domingo Toni nos lleva a recordar a aquellos hijos que Asunción perdió a causa de los altos impuestos y la valorización del metro cuadrado en varias zonas tomando como disparador la partida de uno de ellos.
Eran las 12 de la noche, estaba saliendo de la radio y la adrenalina invadía mis sentimientos. Un “no sé qué” me llevó a girar a la izquierda e ir a la esquina de España y Sacramento, tomar un jugo y mirar el correr de los pocos autos que pasan a esa hora por ese encuentro de dos ruidosas arterias que hasta la década del 60 solo conocían el croar de las ranas y sapos del legendario arroyo que recorre subterránea e irregularmente las dos avenidas. Paro, me siento y de repente escucho: “Toni, ahí los muchachos del barrio quieren saludarte”. Miro y veo rostros que no encontraba hacía 40 años. A partir de ahí empieza mi viaje al pasado, que lo relato de acuerdo a mis escuálidos recuerdos.
ANTES DEL PROGRESO
Es así. Hasta mediados de los años 60 en esa zona quedaban varias quintas, entre ellas la de los Infante Rivarola, la de Aureliano Figueredo, la de los Espinoza y en ese mismo lugar donde hoy está la estación de servicios, la quinta de los Pallarés.
Pero cuando llega el progreso hacia el este de la Asunción, a estas propiedades que lindaban con la legendaria Villa Morra –que ya había sido inaugurada a finales del siglo XIX– no les quedaba más que aceptar el “reto del futuro” que se veía venir.
Mientras tanto, otras edificaciones como la quinta El Edén, que sirvió de escenario para la película “La burrerita de Ypacaraí” en su rodaje allá por 1961, seguían mirando silenciosas el inexorable cambio dialogando con el todavía cristalino arroyo Mburicaó.
LAS QUINTAS QUE SE CONVIRTIERON EN LOTEAMIENTOS
Con todo ello llegaron los loteamientos de aquellas grandes hectáreas con casonas a lo Paraguay y con corredor jere. De ellas queda una que se encuentra detrás de una alta muralla en la zona. Estos terrenos fueron adquiridos en cuotas por antiguos vecinos de otros barrios de Asunción, hacia finales de los años 60, los hijos de aquellos vecinos de Barrio Obrero, San Antonio, Sajonia o Tacumbú que soñaban con un lote propio en la misma Asunción; muchos compraron en Manorá, otros en algún loteamiento de quintas que quedaban en los alrededores de Vista Alegre, Pinozá o Temberary. Los hijos de esa generación son los amigos con los que me encontré esa madrugada en esa vieja esquina hoy iluminada con grandes carteles publicitarios que convierten la noche en día.
En efecto, me siento y miro esos rostros de aquella época. Estaban todos de riguroso blanco y negro, y les pregunto ¿están todos vestidos del mismo tono?. Acto seguido, Alma Isidre Mellone, una de las amigas, me responde: “¿Te acordás de Nery Olazar, el que cantaba en el coro de la Vicaría y tenía una moto?”. A lo que le respondo: “Sí”. Y ella me dice: “Venimos de su velorio, falleció esta tarde de un ataque fulminante”.
Esa misma madrugada recibí un mensaje: “Falleció el Dr. Luis Vely”, con cuya familia nos habíamos mudado simultáneamente del centro de Asunción al barrio un caluroso enero de 1980. Éramos solo dos casas vecinas en la última cuadra de la división de dos antiguas quintas asuncenas paralela a la avenida España.
DOS NOTICIAS Y UN RECUERDO
Estas dos noticias me hicieron rememorar el tiempo de infancia con los amigos con los que jugaba y que luego de a poco, a mediados de los años 80, empezaron a migrar del barrio por los altos costos inmobiliarios y por la valorización de sus terrenos, yendo a otras zonas como Mariano Roque Alonso, Luque, Fernando de la Mora o Lambaré.
Así, una llamada telefónica y el decidir girar a la izquierda para ir a tomar un jugo en la esquina de Enex me llevó este domingo a recordar a aquellos hijos y nietos de asuncenos que tuvieron que mudarse de la Madre de Ciudades. Tal vez algún día regresen. Será justicia que Nuestra Señora Santa María de la Asunción recupere a sus hijos perdidos.