Un equipo de Nación Media visitó el Castillo de Saguazú, ubicado a escasos tres kilómetros del centro de Yaguarón, para conocer más sobre esta pintoresca construcción que el imaginario popular ha asociado a la memoria de una hechicera de nombre Micaela Yaharí, que según investigadores efectivamente existió, aunque los testimonios sobre su vida se confunden con la leyenda.

Enclavado en un pre­dio de casi una hec­tárea atravesado por el curso de dos límpidos arroyos, a apenas tres kiló­metros del centro de Yagua­rón, se alza una pintoresca y llamativa construcción que evoca un castillo medieval entre gótico y románico con sus torres, almenas y venta­nas pequeñas, que ha desper­tado la curiosidad y la fasci­nación de los amantes del misterio, que se han encar­gado de difundir historias que traspasan el terreno de la realidad para confundirse con el mito.

En la primera curva de la ruta que conduce a Pirayú segui­mos de largo por un camino de tierra sin nombre durante unos dos kilómetros hasta lle­gar al Castillo de Saguazú, en la compañía del mismo nom­bre, cuya fama se ha cargado de elementos fantásticos a la luz de la fecunda superstición popular.

A fin de conocer más sobre la historia de esta peculiari­dad arquitectónica, estrecha­mente vinculada en el ima­ginario folclórico a la bruja Micaela Yaharí, un equipo de Nación Media visitó el sitio para desentrañar la leyenda que se fue tejiendo en torno a este concurrido sitio que forma parte del circuito turístico de la ciudad cono­cida como la cuna de la mito­logía guaraní.

EL ORIGEN

Al llegar nos recibe Rosalba con una amplia sonrisa y nos hace ingresar por el portón lateral. Nos damos los salu­dos de rigor, bebemos agua e inmediatamente iniciamos la charla mientras recorremos el sitio.

“Acá no vivió ninguna bruja”, aclara mientras extiende los brazos como mostrándonos que no se vale de ninguna escoba para transportarse. Sobre el origen del castillo, nos cuenta que fue construido en 1985 bajo la guía de sus padres tomando como inspi­ración la fotografía de una for­taleza de estilo mediterráneo que vieron en una revista que había sido traída por el mari­nero holandés WIebe Kor­pershoeck, quien se casó con su tía.

Su madre, doña Dora Arza­mendia de Vera, vio la fotogra­fía y quedó encantada, por lo que le manifestó a su esposo, el señor Ángel Ramón Vera, el deseo de contar con una casa de ese estilo, un proyecto que a la larga pudo concretarse.

Hace cerca de una década, a raíz de los problemas de salud de la madre de los actuales moradores, la entonces casa de fin de semana de la fami­lia Vera Arzamendia quedó abandonada. Además del saqueo que sufrió, el aspecto lúgubre que adquiría la edi­ficación en medio del mato­rral fue un factor propicio para que la fábula se difun­diera a través de la siempre receptiva mente de un pueblo muy aficionado a los asuntos de ultratumba y afines.

Si bien Micaela nunca vivió en el castillo, puesto que falleció unos setenta años antes de su construcción, se sabe que ella fue de la zona y por ello la leyenda reza que su espíritu ronda los alrededores. Ade­más, dentro de la propiedad convergen los cauces de dos arroyos, lo cual, según los amantes de las artes mágicas, forma un vértice energético de donde se nutría su poder.

“Cuando mamá estuvo enferma quedó un poco dejado y nos saqueron todo. La gente venía también a hacer sus ritos. Encontramos las paredes todas pintadas. Ya cuando volvimos incluso hace unos años encontramos un gallo muerto con caña y cigarro a su lado allá en el punto donde se unen los tres caminos”, dice señalando hacia la esquina norte de la propiedad.

Con el cierre de las fronteras por la cuarenta decretada por la pandemia, se les ocurrió hacer mejoras en el sitio y hasta construir una piscina con el fin de abrir una posada y explotar turísticamente la gran curiosidad que des­pierta el lugar.

PRESENCIA EXTRAÑA

Hay testimonios de eventos que se manifiestan a quie­nes se hospedan en el lugar como golpes en la puerta y otras presencias extrañas, aunque Rosalba asegura que todo está en la mente y que a ella nunca le ocurrió nada raro. Sin embargo, momentos después, ya con mayor con­fianza, en una suerte de des­cuido narra que durante una cena que compartieron con unos visitantes tras uno de los circuitos repentinamente el espejo colgado en la pared posterior del castillo empezó a agitarse como un péndulo a pesar de que en ese momento no soplaba viento alguno.

Además, durante otra de las actividades una de las tres hileras de pinos de pronto se sacudió vehementemente como si soplara un fuerte ventarrón, aunque fuera de ese punto dominaba la quie­tud más absoluta.

En efecto, en la habitación del ala derecha, cuya ven­tana apunta al ya mencio­nado punto norte, circula una corriente de aire inusual que no se siente en el resto de la residencia en una suerte de microclima muy singular.

Rosalba Vera.

QUIÉN FUE MICAELA YAHARÍ

El docente y gestor cultural Daniel Pino, autor del libro “Yaguarón. Historia, mitos y leyendas”, refiere que Micaela Yaharí existió y que hay regis­tros de que su muerte ocurrió en 1917. Pero más allá de ese dato duro, todo lo que se dice de ella se mezcla con el mito.

Pino añade que hasta hace muy poco Micaela inspiraba mucho miedo y respeto en los pobladores de Saguazú. Sobre los detalles de su vida, cuenta que según las cróni­cas que circulan en torno a ella, de muy joven se inició en las ciencias ocultas con un chamán indígena de nombre Ventura Guari, que vivía en la ribera del arroyo Ñondó. De acuerdo a los relatos, desde un primer momento se des­tacó como la más apta entre las discípulas del payesero.

El investigador de las tradi­ciones populares de su ciu­dad relata que hasta la cuarta generación el clan familiar de Micaela estuvo marcado por el signo de la desgracia. Si bien, como ya se mencionó, ella nunca vivió en el castillo, a unos 700 metros de allí, en un punto donde los caminos se bifurcan, se señala su lugar de nacimiento, el Paraje Hugua Chipa de Saguazú, donde tenía su choza de estilo culata jovái de estaqueo con techo de paja. Frente a su humilde morada había un ykua, donde vivía una serpiente que era su guardiana. Además de un ataúd, tenía una calavera a la que le prendía velas de cera puestas al revés como elemen­tos propiciadores de sus dotes mágicos.

TEMIDA Y QUERIDA

El recuerdo que queda sobre Micaela es ambiguo, pues al tiempo de que era bene­factora si recibía un trato recíproco, era una terrible enemiga con quienes le manifestaban algún tipo de ani­madversión por mínimo que esta sea.

Las principales historias que se conocen sobre ella se deben a la revista Ysoindy, editada entre 1921 a 1966, año del fallecimiento de su respon­sable, el profesor e investiga­dor Ramón Bogarín.

Una de las narraciones que se conservan refiere que en una ocasión una princesa indí­gena muy presumida por su belleza, de nombre Kuretû, se burló de ella, por lo que Caela, como también se la conocía, en represalia hizo que le cre­ciera un órgano sexual mas­culino.

La muchacha, muy arre­pentida, tuvo que pedir per­dón por su ofensa a Micaela, quien aceptó las disculpas, pero pidiendo algo a cam­bio para reparar el desaire. Esta ofrenda consistió en una cierta cantidad de animales, que la hechicera faenó para convidar al pueblo, reforzán­dose de esta manera su fama de temida y querida.

MBURUVICHA GUASU

Se sabe con datos ciertos que el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia cuando menos pasó algunas temporadas en la época de su niñez en la ciudad de Yaguarón, donde su padre, el capitán y comerciante portugués José Engracia de Francia, tenía una casa, donde desde el año 1968 funciona el museo Dr. Francia.

De acuerdo a los testimo­nios, Micaela tenía el poder de arrancarse la cabeza, la cual valiéndose de su larga y trenzada cabellera podía flotar y trasladarse largas distancias para observar las cosas desde arriba causando alboroto tanto en los anima­les domésticos como salvajes. Se cuenta que en una ocasión, el niño José Gaspar la observó mientras realizaba esta prác­tica. Lejos de asustarse, el impávido y curioso infante se acercó a la hechicera para preguntarle cómo podía hacer eso. Micaela observó al temerario niño directo a los ojos y se limitó a respon­derle con una premonición: “Ndehegui oikóta mburuvi­cha guasu” (vos te vas a con­vertir en un gran líder).

Micaela utilizaba este poder para poder responder a las consultas de las personas que acudían a ella deseosas de saber algo de sus parien­tes que vivían en zonas leja­nas, pues en aquella época las telecomunicaciones y el transporte eran casi inexis­tentes en la zona.

Así, cuando alguien deseaba saber de otra persona que vivía en ciudades retiradas e incluso otros países, Micaela utilizaba esta capacidad para sortear las distancias y, de regreso, mediante un espejo mostraba cómo se encon­traban los seres queridos de quienes recurrían a ella en busca de novedades.

Aunque no se sabe cuándo nació ni cuántos años vivió, la muerte de Micaela está fechada en el año 1917. El día de su fallecimiento, el sacer­dote del pueblo no permi­tió el ingreso de sus restos a la iglesia por su fama de ser practicante de las artes del demonio. Refieren que en esa ocasión su féretro no pudo ser levantado ni por diez hom­bres, por lo que tuvo que ser arrastrado con una carreta hasta el cementerio. Ase­guran quienes creen en su leyenda que cuando las nubes cubren la bóveda celeste, tal como el día en que exhaló su último aliento, su espíritu deambula por los corredores de la iglesia de San Buena­ventura, donde una vez se le negó el ingreso, por lo que su alma aún vaga entre los vivos en búsqueda de la paz que le permita descansar.

CUNA DE MITOS Y LEYENDAS

Ubicada a 48 kilómetros al sureste de Asunción, la ciu­dad de Yaguarón es un des­tino por excelencia del turismo cultural. Una de sus principa­les atracciones es el cerro del mismo nombre, donde llegar a la cúspide es todo un desa­fío que se corona con una espectacular panorámica de la cadena de serranías que atraviesa el departamento de Paraguarí. Según nos explica el guía de turismo Guillermo Zayas, la mitología atribuye a esta formación rocosa el lugar donde vivía Kerana, madre de las siete criaturas fantásticas de nuestra mitología, a saber el Jasy Jatere, el Teju Jagua, Aoao, Kurupi, Luisõ, Moñái y Mbói Tu’î. En la cúspide del cerro hay una naciente de agua conocida como Ykua Kerana, donde según la leyenda esta cayó dolida al recibir la noticia de que sus hijos fueron quemados, por lo que de sus lágrimas brotó la naciente.

Al pie del cerro, además de una enorme representación del Teju Jagua, es posible obser­var esculturas más pequeñas de los siete duendes ya cita­dos. Así también, el Paseo de los Mitos, ubicado en una de las calles adyacentes, ofrece a lo largo de unas dos cuadras repre­sentaciones pictóricas de estas entidades.

Otro lugar vinculado a la tradi­ción mitológica de la ciudad es el Moñái Kuare, que está ubi­cado a unos 8 kilómetros al noroeste del cerro, donde bajo engaño fueron conducidos los siete hijos de Tau y Kerana para ser incinerados, la única forma en que podían morir. Moñái fue seducido por Porãsy, hermana de Tume Arandu, que era una mujer mortal de extraordinaria belleza, quien prometió casarse con el horrible monstruo.

Este llevó a sus hermanos al lugar de la ceremonia nupcial, donde se montó un horno de trampa para quemar durante siete días y siete noches a los duendes malignos. Al llegar la última noche, si bien desapa­recieron físicamente de la tie­rra, de los restos de estos seres se formaron unas estelas de luz que subieron hasta el firma­mento para conformar la cons­telación de las siete cabrillas, que quedaron como testimonio de la existencia de estas criatu­ras que atormentaban al pueblo.

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