Un equipo de Nación Media visitó el Castillo de Saguazú, ubicado a escasos tres kilómetros del centro de Yaguarón, para conocer más sobre esta pintoresca construcción que el imaginario popular ha asociado a la memoria de una hechicera de nombre Micaela Yaharí, que según investigadores efectivamente existió, aunque los testimonios sobre su vida se confunden con la leyenda.
- Por Paulo César López
- paulo.lopez@nacionmedia.com
- Fotos Nadia Monges
Enclavado en un predio de casi una hectárea atravesado por el curso de dos límpidos arroyos, a apenas tres kilómetros del centro de Yaguarón, se alza una pintoresca y llamativa construcción que evoca un castillo medieval entre gótico y románico con sus torres, almenas y ventanas pequeñas, que ha despertado la curiosidad y la fascinación de los amantes del misterio, que se han encargado de difundir historias que traspasan el terreno de la realidad para confundirse con el mito.
En la primera curva de la ruta que conduce a Pirayú seguimos de largo por un camino de tierra sin nombre durante unos dos kilómetros hasta llegar al Castillo de Saguazú, en la compañía del mismo nombre, cuya fama se ha cargado de elementos fantásticos a la luz de la fecunda superstición popular.
A fin de conocer más sobre la historia de esta peculiaridad arquitectónica, estrechamente vinculada en el imaginario folclórico a la bruja Micaela Yaharí, un equipo de Nación Media visitó el sitio para desentrañar la leyenda que se fue tejiendo en torno a este concurrido sitio que forma parte del circuito turístico de la ciudad conocida como la cuna de la mitología guaraní.
EL ORIGEN
Al llegar nos recibe Rosalba con una amplia sonrisa y nos hace ingresar por el portón lateral. Nos damos los saludos de rigor, bebemos agua e inmediatamente iniciamos la charla mientras recorremos el sitio.
“Acá no vivió ninguna bruja”, aclara mientras extiende los brazos como mostrándonos que no se vale de ninguna escoba para transportarse. Sobre el origen del castillo, nos cuenta que fue construido en 1985 bajo la guía de sus padres tomando como inspiración la fotografía de una fortaleza de estilo mediterráneo que vieron en una revista que había sido traída por el marinero holandés WIebe Korpershoeck, quien se casó con su tía.
Su madre, doña Dora Arzamendia de Vera, vio la fotografía y quedó encantada, por lo que le manifestó a su esposo, el señor Ángel Ramón Vera, el deseo de contar con una casa de ese estilo, un proyecto que a la larga pudo concretarse.
Hace cerca de una década, a raíz de los problemas de salud de la madre de los actuales moradores, la entonces casa de fin de semana de la familia Vera Arzamendia quedó abandonada. Además del saqueo que sufrió, el aspecto lúgubre que adquiría la edificación en medio del matorral fue un factor propicio para que la fábula se difundiera a través de la siempre receptiva mente de un pueblo muy aficionado a los asuntos de ultratumba y afines.
Si bien Micaela nunca vivió en el castillo, puesto que falleció unos setenta años antes de su construcción, se sabe que ella fue de la zona y por ello la leyenda reza que su espíritu ronda los alrededores. Además, dentro de la propiedad convergen los cauces de dos arroyos, lo cual, según los amantes de las artes mágicas, forma un vértice energético de donde se nutría su poder.
“Cuando mamá estuvo enferma quedó un poco dejado y nos saqueron todo. La gente venía también a hacer sus ritos. Encontramos las paredes todas pintadas. Ya cuando volvimos incluso hace unos años encontramos un gallo muerto con caña y cigarro a su lado allá en el punto donde se unen los tres caminos”, dice señalando hacia la esquina norte de la propiedad.
Con el cierre de las fronteras por la cuarenta decretada por la pandemia, se les ocurrió hacer mejoras en el sitio y hasta construir una piscina con el fin de abrir una posada y explotar turísticamente la gran curiosidad que despierta el lugar.
PRESENCIA EXTRAÑA
Hay testimonios de eventos que se manifiestan a quienes se hospedan en el lugar como golpes en la puerta y otras presencias extrañas, aunque Rosalba asegura que todo está en la mente y que a ella nunca le ocurrió nada raro. Sin embargo, momentos después, ya con mayor confianza, en una suerte de descuido narra que durante una cena que compartieron con unos visitantes tras uno de los circuitos repentinamente el espejo colgado en la pared posterior del castillo empezó a agitarse como un péndulo a pesar de que en ese momento no soplaba viento alguno.
Además, durante otra de las actividades una de las tres hileras de pinos de pronto se sacudió vehementemente como si soplara un fuerte ventarrón, aunque fuera de ese punto dominaba la quietud más absoluta.
En efecto, en la habitación del ala derecha, cuya ventana apunta al ya mencionado punto norte, circula una corriente de aire inusual que no se siente en el resto de la residencia en una suerte de microclima muy singular.
QUIÉN FUE MICAELA YAHARÍ
El docente y gestor cultural Daniel Pino, autor del libro “Yaguarón. Historia, mitos y leyendas”, refiere que Micaela Yaharí existió y que hay registros de que su muerte ocurrió en 1917. Pero más allá de ese dato duro, todo lo que se dice de ella se mezcla con el mito.
Pino añade que hasta hace muy poco Micaela inspiraba mucho miedo y respeto en los pobladores de Saguazú. Sobre los detalles de su vida, cuenta que según las crónicas que circulan en torno a ella, de muy joven se inició en las ciencias ocultas con un chamán indígena de nombre Ventura Guari, que vivía en la ribera del arroyo Ñondó. De acuerdo a los relatos, desde un primer momento se destacó como la más apta entre las discípulas del payesero.
El investigador de las tradiciones populares de su ciudad relata que hasta la cuarta generación el clan familiar de Micaela estuvo marcado por el signo de la desgracia. Si bien, como ya se mencionó, ella nunca vivió en el castillo, a unos 700 metros de allí, en un punto donde los caminos se bifurcan, se señala su lugar de nacimiento, el Paraje Hugua Chipa de Saguazú, donde tenía su choza de estilo culata jovái de estaqueo con techo de paja. Frente a su humilde morada había un ykua, donde vivía una serpiente que era su guardiana. Además de un ataúd, tenía una calavera a la que le prendía velas de cera puestas al revés como elementos propiciadores de sus dotes mágicos.
TEMIDA Y QUERIDA
El recuerdo que queda sobre Micaela es ambiguo, pues al tiempo de que era benefactora si recibía un trato recíproco, era una terrible enemiga con quienes le manifestaban algún tipo de animadversión por mínimo que esta sea.
Las principales historias que se conocen sobre ella se deben a la revista Ysoindy, editada entre 1921 a 1966, año del fallecimiento de su responsable, el profesor e investigador Ramón Bogarín.
Una de las narraciones que se conservan refiere que en una ocasión una princesa indígena muy presumida por su belleza, de nombre Kuretû, se burló de ella, por lo que Caela, como también se la conocía, en represalia hizo que le creciera un órgano sexual masculino.
La muchacha, muy arrepentida, tuvo que pedir perdón por su ofensa a Micaela, quien aceptó las disculpas, pero pidiendo algo a cambio para reparar el desaire. Esta ofrenda consistió en una cierta cantidad de animales, que la hechicera faenó para convidar al pueblo, reforzándose de esta manera su fama de temida y querida.
MBURUVICHA GUASU
Se sabe con datos ciertos que el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia cuando menos pasó algunas temporadas en la época de su niñez en la ciudad de Yaguarón, donde su padre, el capitán y comerciante portugués José Engracia de Francia, tenía una casa, donde desde el año 1968 funciona el museo Dr. Francia.
De acuerdo a los testimonios, Micaela tenía el poder de arrancarse la cabeza, la cual valiéndose de su larga y trenzada cabellera podía flotar y trasladarse largas distancias para observar las cosas desde arriba causando alboroto tanto en los animales domésticos como salvajes. Se cuenta que en una ocasión, el niño José Gaspar la observó mientras realizaba esta práctica. Lejos de asustarse, el impávido y curioso infante se acercó a la hechicera para preguntarle cómo podía hacer eso. Micaela observó al temerario niño directo a los ojos y se limitó a responderle con una premonición: “Ndehegui oikóta mburuvicha guasu” (vos te vas a convertir en un gran líder).
Micaela utilizaba este poder para poder responder a las consultas de las personas que acudían a ella deseosas de saber algo de sus parientes que vivían en zonas lejanas, pues en aquella época las telecomunicaciones y el transporte eran casi inexistentes en la zona.
Así, cuando alguien deseaba saber de otra persona que vivía en ciudades retiradas e incluso otros países, Micaela utilizaba esta capacidad para sortear las distancias y, de regreso, mediante un espejo mostraba cómo se encontraban los seres queridos de quienes recurrían a ella en busca de novedades.
Aunque no se sabe cuándo nació ni cuántos años vivió, la muerte de Micaela está fechada en el año 1917. El día de su fallecimiento, el sacerdote del pueblo no permitió el ingreso de sus restos a la iglesia por su fama de ser practicante de las artes del demonio. Refieren que en esa ocasión su féretro no pudo ser levantado ni por diez hombres, por lo que tuvo que ser arrastrado con una carreta hasta el cementerio. Aseguran quienes creen en su leyenda que cuando las nubes cubren la bóveda celeste, tal como el día en que exhaló su último aliento, su espíritu deambula por los corredores de la iglesia de San Buenaventura, donde una vez se le negó el ingreso, por lo que su alma aún vaga entre los vivos en búsqueda de la paz que le permita descansar.
CUNA DE MITOS Y LEYENDAS
Ubicada a 48 kilómetros al sureste de Asunción, la ciudad de Yaguarón es un destino por excelencia del turismo cultural. Una de sus principales atracciones es el cerro del mismo nombre, donde llegar a la cúspide es todo un desafío que se corona con una espectacular panorámica de la cadena de serranías que atraviesa el departamento de Paraguarí. Según nos explica el guía de turismo Guillermo Zayas, la mitología atribuye a esta formación rocosa el lugar donde vivía Kerana, madre de las siete criaturas fantásticas de nuestra mitología, a saber el Jasy Jatere, el Teju Jagua, Aoao, Kurupi, Luisõ, Moñái y Mbói Tu’î. En la cúspide del cerro hay una naciente de agua conocida como Ykua Kerana, donde según la leyenda esta cayó dolida al recibir la noticia de que sus hijos fueron quemados, por lo que de sus lágrimas brotó la naciente.
Al pie del cerro, además de una enorme representación del Teju Jagua, es posible observar esculturas más pequeñas de los siete duendes ya citados. Así también, el Paseo de los Mitos, ubicado en una de las calles adyacentes, ofrece a lo largo de unas dos cuadras representaciones pictóricas de estas entidades.
Otro lugar vinculado a la tradición mitológica de la ciudad es el Moñái Kuare, que está ubicado a unos 8 kilómetros al noroeste del cerro, donde bajo engaño fueron conducidos los siete hijos de Tau y Kerana para ser incinerados, la única forma en que podían morir. Moñái fue seducido por Porãsy, hermana de Tume Arandu, que era una mujer mortal de extraordinaria belleza, quien prometió casarse con el horrible monstruo.
Este llevó a sus hermanos al lugar de la ceremonia nupcial, donde se montó un horno de trampa para quemar durante siete días y siete noches a los duendes malignos. Al llegar la última noche, si bien desaparecieron físicamente de la tierra, de los restos de estos seres se formaron unas estelas de luz que subieron hasta el firmamento para conformar la constelación de las siete cabrillas, que quedaron como testimonio de la existencia de estas criaturas que atormentaban al pueblo.