La fase de grupos y la de octavos del Mundial han finalizado. Ya se disputan los cuartos de final. La avalancha futbolera de los primeros días da paso a un espacio más amplio entre juego y juego.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista
  • Twitter: @RtrivasRivas

Qatar 2022, como sucede cada cuatro años, da para mucho. Así suelen ser los mundiales de fútbol. Socializa desde el deporte profesional y, junto con él, emergen discursos de todo tipo. Incluso, crecen y se hacen públicas las opiniones de quienes no siguen el balompié.

En algunos lugares –la aldea global es amplia– también esas emisiones que llegan desde un pequeño país que, a la vez, es categorizado como “el más rico del mundo” operan como llave para enormes debates que se dan en bares, pubs, en reuniones entre amigas y amigos, en oficinas, en los happy hours. La fase de grupos y la de octavos han finalizado. Ya se disputan los cuartos de final.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

La avalancha futbolera de los primeros días da paso a un espacio más amplio entre juego y juego. De los treinta y dos equipos que iniciaron la competencia ecuménica en el emirato qatarí, desde la noche de ayer solo cuatro formaciones siguen en el juego. Veintiocho ya dejaron Doha. Cuando anochezca el domingo que viene todo habrá terminado. Los debates serán otros.

DISPUTA GLOBAL

Qatar 2022, hasta que comenzó a rodar el balón, impulsó una enorme disputa de alcance global. Las prácticas sociales y religiosas en el país anfitrión fueron blanco de las unas y de los otros. Pero, con el pasar de los días, algunas situaciones quedaron un poco más atrás en el debate público.

Volverán cuando la pelota se aquiete. Se asegura que cerca de 4 mil millones de personas se conectan en cada transmisión del campeonato ecuménico de balompié. La palabra gol, que no necesita traducción alguna, alguien la gritará justo en este mismo momento. Haya visto o no el Mundial. La mitad de la población mundial no lo vio. No sorprende, el 40% de los 8 mil millones que abusamos de este planeta está desconectado. Pero ese es otro tema.

El fútbol, en el contexto mundialista, no solo es una práctica deportiva. También es una herramienta ineludible para poderosas y poderosos, al igual que para aquellas personas que quieren serlo para ejercerlo. Desde aquel primer mundial en el que Uruguay le ganó a la Argentina en 1930 por 4 goles contra 2, que solo disputaron 13 naciones, mucho ha cambiado. La FIFA, constituida el 21 de mayo de 1904 por siete países –Bélgica, Dinamarca, España (Real Madrid Club de Fútbol), Francia, Países Bajos, Suecia y Suiza– hoy cuenta con 211 federaciones asociadas.

El fútbol, aquel deporte que se juega con los pies y una pelota, es parte del poder, del placer, del entretenimiento y de los negocios. ¿Quién puede negarlo? Pero, también, es uno de los temas de conversación más relevante y opinable en el nivel global, aunque no solo se debata sobre el juego, quienes lo juegan, quienes lo dirigen, quienes lo administran y quienes, incluso, lo sufren. Siempre hay mucho de qué hablar en el ecosistema fútbol y mucho más para preguntar sobre esa práctica que, allá lejos y hace tiempo, fue solo deportiva. Como una suerte de disparadores para aplicar a los días finales de Qatar 2022 o a las discusiones y debates que se inicien en el día mismo del pitazo final, envié al colega periodista especializado en deportes en la ESPN y docente universitario Walter Vargas, al médico psiquiatra, de larga y prestigiosa trayectoria, Juan Carlos Turnes; al psicólogo y académico Sebastián Olivera, y al abogado, profesor universitario y juez de faltas Fernando Mumare tres preguntas con algunos de los muchos y variados pareceres populares que se suelen escuchar cotidianamente.

1-¿Por qué crees que hay personas que cambian de religión, de compañero o compañera de vida, de partido político, pero no de equipo de fútbol...?

2-¿Por qué crees que en países con bajos índices de nacionalismo y de poca simpatía con el fútbol cuando se inician los mundiales esas expresiones crecen...?

3-¿Por qué crees que en muchos países algunas personas parecen exigirles mucho más a los jugadores de fútbol que a las dirigencias políticas...?

Walter Vargas: Periodista de la ESPN, Psicólogo social, Docente universitario

1) Tiendo a sospechar que esa fidelidad, en principio, persiste de una manera indestructible porque antecede a la religión, al partido político y a la compañera o compañero de vida. El fútbol es una expresión cultural de las más fundantes en el planeta mismo y ni hablar en la Argentina, donde antes de decir papá o mamá decimos Boca, River, Estudiantes, Gimnasia... Luego, el fútbol es la herencia que nuestros padres, en general, nos donan en presencia. ¡Eso tiene un valor descomunal! Creo que, en este caso [en el de esta pregunta] se da de una manera acabada aquello que observaba el psicoanalista francés Jacques Lacan: “Lo que funda, persiste”. Pocas identificaciones tienen la potencia de la identificación con un escudo, con una camiseta de fútbol. Y es tan así que hasta hemos naturalizado ciertos desvaríos como, por ejemplo, el empleo que hacemos en la Argentina [y en otros países] del nosotros inclusivo. No hay otra actividad humana, en este país, que implique ese nosotros inclusivo. El colmo de esa alegoría tan vigorosa es el que “vamos a salir campeones”. No decimos que van a salir campeones los jugadores. No. Jugamos por delegación como si nosotros pudiéramos hacer los goles o evitarlos. Ni el joven más fanático del grupo musical más en boga capaz de convocar 50, 60, 70 y 80 mil personas diría “esta noche tocamos”. Sin embargo, en el fútbol, “hoy jugamos contra”, “ganamos”, “perdimos”, “vamos a salir campeones”. No hay otra inscripción como la del fútbol que atraviese nuestros huesos, nuestra sangre, nuestra cabeza, nuestro corazón, nuestra alma, si querés, como el fútbol. Lo que funda persiste y lo fundado, que persevera por el lado de la pasión, de la devoción, de la fidelidad, es sagrado. Y lo sagrado, parafraseando al gran Diego [Maradona] de Villa Fiorito, “no se mancha”.

2) Por más que decimos, en mi caso desde la psicología social o, en otros casos desde la sociología o la filosofía del deporte, que sería ideal que no se mezclara el deporte con la política, me parece una entelequia o, por lo menos, un postulado un poco débil. Aunque debe hacerse esa distinción, la política, la patria y el fútbol están entrelazados y la historia del deporte nos lo indica. Esos países con bajos índices de nacionalismo encuentran en el fútbol un escaparate, una vidriera y una condensación simbólica tan potente –aunque situacional y temporaria, digámoslo– en el transcurso de esos 35 o 40 días que dura un Mundial que no pueden eludir ese crecimiento de la identificación y de la identidad.

Es como si algunas maneras de pensar, de actuar o de ver el mundo o la propia nación, el escudo o la noción de patria se debilitaran para fortalecer otros modos de sentir para ver la vida, el universo y el lugar donde uno nació para que, de la mano de eso, creciera una especie de orgullo aunque, a veces, se cruzan límites.

3) ¡Estupenda pregunta, aunque muy compleja de responder! Creo que podríamos encontrar, por lo menos, dos líneas de razonamiento. Primero, porque el fútbol en sí mismo es una gran desmesura.

La identificación es tan masiva que convertimos a los futbolistas en seres fantasmagóricos, como verdaderos héroes, como reparadores de sueños. Yo, a los 64 años de vida y 45 de periodista, deposito muchas de mis ilusiones y de mis sueños en los futbolistas de Estudiantes de La Plata, que es mi club favorito y el que amo con un fervor tan notable como casi infantil. En ellos deposito mis ilusiones, mis expectativas y mis humores de un día o de dos en chiquilines de 20 años. Parece una suerte de desmesura y lo es. Como un desvarío y también lo es. Pero esto que digo es una parte. La desmesura del fútbol es la que permite que depositemos en Messi más de lo que depositamos, por decir un nombre, en [el presidente argentino] Alberto Fernández. Pero repaso tu pregunta y pienso: Siendo como es Argentina, el país de la eterna promesa incumplida –”Algún día nunca llega”, decía una canción del grupo estadounidense Creedence Clearwater Revival– sabiendo, como sabemos, que tenemos todas las piezas del rompecabezas, pero nunca lo hemos armado, es lo que es por la clase gobernante de cien años a esta parte, raro sería que tuviéramos una enorme confianza en ellos y, desde ese lugar, exigirle más a la selección argentina, a los futbolistas es, en algún punto, un acto de resignación y, tal vez, una forma de denuncia a la poca estima que les tenemos porque han sido tan calamitosos que dejan un hueco, real y simbólico, en el que también podemos depositar ilusiones perfectamente superiores y hasta exigirles más –en términos de esperanzas desmedidas– a quienes participan de un campeonato del mundo. Raro sería que no fuera así.

Sebastián Olivera Mizgan: Psicólogo, Académico

La pregunta encierra una falacia. Son cosas muy diferentes. Creo que dentro del pensamiento popular estaría mal visto cambiar de religión y no de equipo de fútbol. Son cuestiones axiológicas totalmente distintas. No es tanta la gente que cambia de religión porque los motivos que te llevan a cambiar de religión son muy diferentes a cambiar el fanatismo por un equipo de fútbol. Son lógicas distintas.

La segunda pregunta creo que encierra el tema de que los latinoamericanos no somos nacionalistas, sino que nos agarramos del pan y el circo. Creo que es un motivo de unión y lo celebro. No sé si no hay un nacionalismo, sino que hay una clase dirigente –sobre todo de derecha, terrateniente, con los ojos en Europa– que no milita el cariño por la patria. Sin embargo, las clases populares sí lo suelen hacer y lo hacen en todos los órdenes de sentido. No tengo ninguna estadística. La pregunta 3 me parece que es una cuestión algo espuria. Es lo que se escucha en las voces de la calle. Creo que, internamente, la gente critica tanto lo político como el fútbol y entiende que pueden llegar a ser cosas distintas. Creo que ahí [en la pregunta] hay como una crítica a la masa popular. [Es como decir que] la masa popular solo sabe de fútbol y no sabe de política. Por lo tanto, se le exige más. [Es como] tratar al pobre como a un ignorante. Creo que el pobre sabe perfectamente con quién puede dialogar y con quién no debe dialogar. Sobre todo, cuando esa clase política es la clase terrateniente, por no encontrarle otro término mucho más moderno, con la que se disfraza la extrema derecha o la derecha de libre mercado que parece coincidir con el sentido común y ser seductora. Creo que esa pregunta encierra y se escucha [la idea de] la ignorancia que tienen los pobres para pensar. Entienden de fútbol, no entienden de política porque no se han formado y no leen los diarios.

Juan Carlos Turnes: Médico psiquiatra

Creo que la referencia para poder entender un poquito esto sobre lo que se ha escrito mucho es un trabajo sociológico de Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo”, donde analiza esta cuestión de la identificación de la gente con un líder y la identificación del líder con la gente. Uno necesita líderes con quiénes identificarse. Es decir, poner en una persona, proyectar en una persona las cosas que uno vive –como el desamparo– y proyectarlo en una persona que tiene una característica protectora y, si quieres, también, un poco mágica, como intercesora. A modo de ejemplo y salvando las diferencias, pienso en el rol de las monarquías. En Inglaterra, donde el monarca, la persona en la que uno identifica lo nacional, está por encima de todas las diferencias de los súbditos. El rey es rey de todos los súbditos.

De laboristas, conservadores, republicanos, liberales, comunistas, de lo que fuere. El soberano encarna todo eso y es el que representa un cierto factor de unidad. Y, en ese contexto, pienso en los líderes del fútbol, que también representan un factor de unidad que está como por encima de todo. Que hermana transversalmente, pero, al mismo tiempo, hace que uno se identifique con un ideal que es aquella persona a la que se inviste de todas las propiedades que se cree que son lo mejor y, a su vez, identifica con ese ideal que porta aquel considerado como lo mejor para mí y a lo que yo aspiraría.

Por eso creo que los jugadores de fútbol están por encima de las diferencias y las grietas [sociales o de cualquier tipo] que pudieran existir. En la Argentina, Enzo [Fernández] y Julián [Álvarez], que son de River y, sin embargo, la gente que es de Boca los apoya mucho porque son parte de una selección nacional que está por encima de las que serían las diferencias individuales. Creo, además, que los argentinos tenemos un modo de pensar futbolístico. Pensemos en el lenguaje cotidiano: la rompe, la descose, se abrió de piernas, atajate este penal, todos se creen Maradona y miles de cosas más. Finalmente: ¿por qué hay personas que cambian de religión, de compañero o compañera de vida, de partido político, pero no de equipo de fútbol? No sé por qué se puede cambiar de tantas cosas y, supuestamente, no cambiar de equipo de fútbol. Sin embargo, la impresión que da es que es así, que es algo inmodificable.

Fernando Mumare: Abogado, Académico, Juez de faltas

Creo que tiene que ver con que es una cuestión eminentemente sentimental el tema y ese sentimiento no tiene adversidades. Las otras variables [planteadas] son una mezcla de sentimiento y racionalidad. Cuando se cambia de religión es porque intelecto y discernimiento permiten entender que va por otro camino. Cuando se cambia de compañero o compañera de vida es porque en ciertas cuestiones y en algún lugar, tal vez, la razón indica que no es lo apropiado.

Por el contrario, el club de fútbol entre aquellos que lo practicamos es un tema completamente sentimental en el que uno se siente identificado con un equipo, siente que junto con otros defienden esa bandera y va más allá de las personas. Es sentimiento puro.

Los nacionalismos tienen que ver con una cuestión exclusivamente cultural y territorial. La cultura, a veces, incluye cuestiones particulares, incluso entre habitantes del mismo país [de regiones diferentes]. Por el contrario, el fútbol unifica horizontalmente a las sociedades de todo país. Es, si se quiere, una expresión de nacionalismo puro porque se está defendiendo una bandera en la que se mezcla la pasión por ese símbolo con la pasión por ese deporte representativo de un país.

En el fútbol impera la pasión, no la razón. En lo político debería primar la razón, no la pasión. Particularmente cuando se elige un candidato o una candidata es porque el discernimiento indica que es el o la más apropiada. Por el contrario, el fútbol es absolutamente pasional.

Hay millones de personas anónimas, que no se expresan en las redes y no estaban de acuerdo con los memes a tal o cual jugador. En las redes, algunas minorías tienen más visibilidad que otras. Pero no creo que sean muchos ni muchas los que les perdonan los errores a los futbolistas. Pero en pocos días más, tal vez, esto último que dije lo podamos verificar.

¿Y tú qué opinas? ¿Cuáles son tus respuestas?

Déjanos tus comentarios en Voiz