La historia de los personajes de “Aldea de penitentes” va llegando al final del camino. Las mujeres y las adolescentes que por causa del destino y de los sucesivos dramas se unieron para transitar la vida tienen la palabra en este capítulo. Berta descubre con alegría que ya no deberá permanecer contra sus deseos sobre la tierra y eso le llena el corazón de paz.
- Por Pepa Kostianovsky
-Quedate que quieta, te via sacar este tu pelo blanco –dijo Catalina.
Berta miró el cabello fascinada. Después de mucho tiempo se paró frente al espejo. Incrédula tocaba las primeras canas y las finas arrugas en su rostro. Revisó sus manos y se abrió la blusa para comprobar las leves marcas de los años que iban apareciendo en su piel.
Cuando soltó la carcajada, la niña no podía entender aquella repentina locura. ¿Cómo explicarle? ¿Cómo contarle su historia de infinitud y de desgarros? La abrazó, simplemente contagiándola de sus lágrimas y de su alegría.
-Andá rápido, llamale a Neusa. Que venga ahora mismo.
Sacó del estante la botella de caña. Cuando estaba en el segundo sorbo, entró la invitada.
-Nde tarováma ¿A esta hora te querés emborrachar?
-¡Mba’e hora! Se acabó mi calvario Neusa –al extenderle el vaso vio la paz en sus ojos. -Y el tuyo.
-Ya sé. Me di cuenta cuando pasó. No me fui para no dejarle de balde a Antonia.
Le estoy enseñando a coser.
-Enseñale también a Catalina. Yo no tengo oficio para darle.
-Puede aprender a leer la baraja.
-Para eso hay que tener la visión.
-O saber mentir, ¿qué piko importa?
Y entre caña y risas siguieron la fiesta. Hasta que la botella quedó vacía y se fueron a dormir, cada una abrazada a su ángel. Al despertar de la borrachera, Berta tuvo que tomar varios mates para despejarse y aliviar la resaca.
Sintió el vacío en el estómago. Desde la cocina no llegaba olor alguno.
-Catalina, mi hija ¿no hay piko nada para comer en esta casa?
-He, ahora tenés hambre. Te pregunté tres veces qué pa íbamos a cocinar y no me contestaste. Ya herví la mandioca, viacer huevo frito. Mientras almorzaban, Catalina preguntó:
-¿Cierto que Neusa me va a enseñar a coser? Antonia me está haciendo ya para mi vestido. Masiado lindo es.
-Sí. Y yo te voy a enseñar a leer la baraja.
-¡Es posible! Eso ya sé. Si todo el día escucho lo que le decís a tu clienta. -¿Vos crees que yo invento nomás lo que digo?
-No sé yo. Pero hay que decirle lo que quiere que se le diga. ¿Quién va venir a pagar para escuchar lo que no le gusta?