Al cumplirse un aniversario más del suicidio ritual del extraordinario escritor japonés Yukio Mishima, rememoramos su novelesca última jornada de vida y repasamos su testamento literario, “La corrupción de un ángel”, obra finalizada el mismo día de su desentrañamiento.
- Por Paulo César López
- paulo.lopez@nacionmedia.com
- Fotos GENTILEZA
El 25 de noviembre de 1970, Kimitake Hiraoka –más conocido por el seudónimo literario de Yukio Mishima–, junto con cuatro miembros de su milicia de ultraderecha Tatenokai (Sociedad de los Escudos), se infiltraron en una base militar japonesa, tomaron de rehén al comandante e instaron a las tropas a sublevarse y restaurar la autoridad del emperador Hirohito derogando la Constitución “pacifista” de 1947. Esta había sido impuesta por las fuerzas de ocupación norteamericanas tras la Segunda Guerra Mundial, y consagraba la renuncia a la guerra y la prohibición del empleo de la fuerza para la solución de los diferendos internacionales.
Tras el fracaso de la tentativa, se suicidó a la manera tradicional japonesa, realizando el seppuku o harakiri, aunque tuvo que ser rematado por decapitación por un compañero. Este tampoco fue muy diestro en la ejecución de su tarea, por lo que la agonía de Mishima fue más larga y dolorosa de lo que por sí mismo ya implica esta forma de quitarse la vida.
SACRIFICIO
Antes de emprender esta acción había hecho representaciones teatrales en las cuales anunció la manera en que iba a morir. En uno de sus cuentos, “Patriotismo”, publicado en 1961, en el que un joven teniente realiza el ritual del seppuku por razones similares a las que serían las suyas diez años después, describe: “A su alrededor se extendía desordenadamente el país por el cual estaba sufriendo y a punto de dar la vida. No sabía ni le importaba si aquella gran nación reconocería su sacrificio. En su campo de batalla no existía la gloria. Era la trinchera del espíritu”.
Consciente de la inutilidad e incompresión de su sacrificio, de todas formas decidió poner término a su vida a los 45 años, en el cenit de su carrera, aunque en ello claramente también incluyeron cuestiones personalísimas como el terror a la vejez, un tópico recurrente en su obra.
En el poema ritual que escribió en el momento que se acercaba su muerte escribió: “Espere y verá qué hago. A mi parecer, vivir sin hacer nada, envejecer lentamente es una agonía (…). Esto me ha llevado a pensar que como artista que soy debo tomar una decisión”.
TRAUMA COLECTIVO
La producción literaria de Mishima circula por el mismo andarivel de la gran literatura nipona: el trauma colectivo del Japón moderno occidentalizado tras la derrota en la guerra. Mishima era descendiente de un clan de samuráis y deliraba con lograr la restauración de la sociedad imperial japonesa previa a la rendición ante los aliados.
Esto a pesar de ser el más occidentalizado de los escritores de su generación. Por ello, Mishima encarnaba una ambigüedad cultural y personal, el Japón abatido y a la vez obsesionado por Occidente, el enemigo vencedor que socavaba las tradiciones autóctonas; la homosexualidad velada frente a la heterosexualidad pública, su estilo cosmopolita en lo artístico frente a su conservadurismo político que buscaba la restauración de un mundo perdido.
En efecto, Mishima era conciente de que su empresa estaba destinada al fracaso y como clara previsión de ello ya había enviado a la editorial la última entrega de su tetralogía como parte de un plan meticulosamente concebido al punto de que había dispuesto un dinero para la defensa legal de los integrantes de su milicia que lo ayudaron en su tentativa de alzamiento.
TESTAMENTO
La culminación de su arte literario se encuentra en el ciclo compuesto por sus cuatro últimas novelas, que bajo el título de “El mar de la fertilidad” constituiría el testamento del autor; a saber, “Nieve de primavera”, “Caballos desbocados”, “El templo del alba” y la “Corrupción de un ángel”, esta última publicada póstumamente y sobre la cual nos explayaremos brevemente.
Esta novela se inicia con una bella descripción de un escenario costero y adelanta las características del personaje al atribuir al mar la razón de algo maligno que anidaba en su espíritu. El mar es la personificación del Japón moderno contaminado con los desperdicios de Occidente: “Las heces, como el hombre, se mostraban incapaces de enfrentarse con su final como no fuese en la más horrible y sucia de las maneras”, se lee en una parte junto con una descripción de los desperdicios que polucionaban ese reino de añil.
Toru Yasunaga es un joven de dieciséis años, prototipo de la belleza masculina, que trabaja en la Oficina de Transmisiones de Teikoku como avistador de barcos del puerto. El viejo Shigekuni Honda, un rico abogado de apreciable fortuna, lo conoce y decide adoptarlo tras advertir que tiene tres lunares en el lado izquierdo del pecho, por lo que lo cree la reencarnación de una casta de nobles siguiendo un viejo episodio juvenil, que al final repara se trata de una quimera.
Entre ricas descripciones paisajísticas y alusiones a simbología hinduista, el autor señala el pasaje por los cinco signos de la caída del ángel, que no es otra cosa que la caída de Japón ante valores extraños, la renuncia a la belleza primigenia para someterse al vicio de la voluntad del invasor.
Tanto su personaje como él mismo en vida encarnan la inmolación de un genio que pretendía con su muerte dar una lección ejemplificadora, realizar un acto heroico de sacrificio en pos de un ideal estético. Los principales tópicos de su obra –la belleza, el erotismo y la muerte– los quiso encarnar él mismo en su propia vida y la manera en que decidió acabar con ella como una forma de afirmación de un concepto sobre la materia, de lo permanente sobre lo pasajero, de lo trascendente sobre lo fútil.
Toru es la representación del Japón domesticado e instruido en los modos occidentales bajo la premisa de que el refinamiento y las buenas costumbres serían el producto final de la emancipación de toda rémora de hábitos propios. Sin embargo, tras el aparente sometimiento subrepticiamente tramaba y ejecutaba pequeñas rebeliones que preparaban la consumación de una venganza terrible.
“Las pruebas de una buena crianza proporcionan categoría a una persona y la buena crianza en el Japón significa familiaridad con la manera occidental de hacer las cosas. Solo hallamos al japonés puro en los barrios miserables y en el hampa y cabe esperar que con el paso del tiempo se torne cada vez más aislado. El veneno conocido con el nombre de japonés puro está debilitándose, transformándose en una pócima aceptable para todos”, se lee en otro fragmento de la novela, una elocuente y amarga queja contra la sociedad de su época.
EL PRESENTE
Por otra parte, no deja de resultar una curiosa coincidencia el trágico final que tuvo también el último gran impulsor del cambio constitucional en el Japón, el ex primer ministro Shinzo Abe, quien murió asesinado por causas supuestamente vinculadas a una venganza ajena a sus labores políticas.
Las reinterpretaciones relativas sobre todo al artículo 9 de la Constiución nipona –que reza que “el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución en disputas internacionales”– han cobrado fuerza a raíz de las pruebas de misiles balísticos de Corea del Norte y las disputas territoriales con China.
Tras la muerte de Abe, la iniciativa ha sido reflotada y la bandera del sol naciente ha ondeado de nuevo durante los ejercicios militares, por lo que el sublime cuadro de la degradación humana ofrecido por Mishima es el reflejo un debate que no está muerto, sino que, por el contrario, ha recobrado una renovada vitalidad.