El I Ching o “Libro de los cambios” es un oráculo chino que comenzó a usarse hace más de 3.000 años antes que la escritura y los sucesos de su composición pertenecen a la mitología. Hoy iniciamos una serie de dos partes en la que el autor hace un rico recuento del influjo que ejerció este antiguo texto sobre descollantes referentes del pensamiento occidental.

  • Por Riccardo Castellani
  • Fotos Gentileza

El I Ching (易經) per­mea la sinósfera entera. Aparece refe­renciado en las enseñanzas taoístas y en las budistas; es una guía para las acciones, los discursos y la creación.

Aquí veremos su influencia sobre el mundo occidental, al que ingresó a finales del siglo XVI, estudiando su relación con la aritmética binaria de Leibniz, la com­plementariedad de Niels Bohr, la sincronicidad de C. G. Jung, la obra artística de John Cage y P. K. Dick.

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EL I CHING

El I Ching es un oráculo creado en el pueblo Chou del noroeste chino. Consiste en un grupo de 64 imágenes ordenadas y sus dictámenes asociados.

Las imágenes están forma­das por rayas que represen­tan al yang y rayas partidas que representan al yin, los polos opuestos que emer­gen del gran ser. El yang es lo luminoso, lo sólido, lo duro, lo masculino, el sol, lo grande, lo caliente, lo activo y los números impares (1, 3, 5, 7, 9). El yin, en cambio, es lo oscuro, lo blando, lo débil, lo feme­nino, la luna, lo pequeño, lo frío, lo pasivo y los números pares (2, 4, 6, 8).

Al superponer dos rayas, se obtienen cuatro imáge­nes, cada una asociada a una estación, una etapa de la vida y un momento del día.

-Yang viejo (yang en ambas posiciones): verano, la madurez y el mediodía.

-Yang joven (yang en la base, ying en la segunda posición): el otoño, el decli­nar y el atardecer.

-Yin viejo (yin en ambas posiciones): el invierno, la vejez y la medianoche.

-Yin Joven (yin en la base y yang en la segunda posi­ción): la primavera, la juventud y la mañana.

Añadiendo otro trazo, se obtienen los ocho signos: el cielo, el lago, la tierra, la montaña, el fuego, el trueno, el viento y el agua.

Se atribuye al rey Wen (周文王) la creación y distribución de las 64 figuras que resul­tan de combinar de todas las formas posibles los ocho sig­nos y además de la redacción de los dictámenes asociados.

Uno puede estar buscando inspiración para un cua­dro o un consejo financiero. Para consultar el I Ching, se obtiene un número lan­zando monedas o contando varillas. Los números indican cómo dibujar el hexagrama y su mutación. La respuesta puede aparecer en las figu­ras, en los dictámenes que las acompañan o en el conjunto.

PRIMER CONTACTO

El primer jesuita en misión a China fue Francis Xavier en 1552, quien murió en una isla periférica sin llegar al conti­nente. La invasión comenzó tres décadas más tarde, en 1583.

Como se encontró con un pueblo al que consideró muy desarrollado en su moral y técnica, el ejército jesuita basó su estrategia de con­quista en convencer a sus habitantes de ser hermanos perdidos en los tiempos del génesis bíblico, atrayendo su atención con la enseñanza de ciencias que habían apren­dido en otros pueblos.

Establecen buenas relaciones con la corte y son populares entre los estudiantes confu­cianos, quienes a su vez los introducen en los clásicos del pensamiento oriental.

Los primeros jesuitas en comentar el I Ching lo consi­deran un tratado de filosofía natural, una guía moral y de gobierno (Álvaro de Semedo), encuentran semejanzas con el mundo pitagórico (Mar­tino Martini), también intro­ducen las palabras trigrama y hexagrama para referirse a los 8 signos y las 64 figuras (Claude Visdelou).

Martino Martini incluyó en su obra de 1658, “Sinicae His­toriae Decas Prima”, el pri­mer diagrama I Ching que llegó a Europa. Y tanto Visde­lou como un equipo dirigido por Philippe Couplet traduje­ron independientemente los comentarios de La humildad (figura 15), en la que encontra­ban enunciados similares a los del cristianismo.

Es Joaquim Bouvet (1656-1730) el primero en dedicarse al I Ching con pasión. Entre 1662 y 1722 prestó servicio al emperador Kangxi (康熙帝) como profesor de álgebra y geometría, pero aparente­mente dedicaban su tiempo a conversar sobre el I Ching.

Escribió varios tratados sobre el mismo y, aunque tuvieron cierto éxito en el círculo inte­lectual chino, no los publicó en Europa ni los tradujo a idiomas occidentales, ya que dejaban ver su fuerte influen­cia figurista, una corriente de interpretación bíblica cris­tiana prohibida por Roma.

Bouvet impulsó la compi­lación de textos para lo que será el “Compendio equili­brado del Libro de los Cam­bios” (Zhouyi Zhezhong 周易折中), elaborado por el gran secretario Li Guangdi (李光地). Este compendio terminó por hacerle perder el favor del emperador, impaciente por ver concluido el trabajo.

Bouvet se perdía buscando profecías sobre la segunda llegada de Cristo, desaten­diendo las interpretaciones clásicas. Si bien la compi­lación concluyó en 1715, su caída quedó sellada un año después con el arribo de una delegación jesuita hostil al figurismo, que advirtió al emperador sobre el peligro que entrañaban las ideas de su profesor de matemáticas.

La influencia de Bouvet, sin embargo, nos es ineludible. Por una parte, el “Compen­dio equilibrado del Libro de los Cambios” es la base de las traducciones que se venden en las librerías occidentales como I Ching. Fue utilizado por los primeros en traducir la obra a un idioma indoeu­ropeo: el equipo de Jean-Bap­tiste Regis, Pierre-Vincent de Tartre y Joseph Marie Anne de Moyriac de Mailla lo hizo al latín y concluyó en 1723, encargándose de evitar toda contaminación cristiana, buscando justamente com­batir las especulaciones de Bouvet.

La obra permaneció desco­nocida por 100 años hasta ser reeditada por Julius Mohl, aproximadamente en la misma época en la que Thomas McClatchie y James Legge realizaron sus respec­tivas traducciones al inglés.

El “Compendio equilibrado” es también la edición en la que se basaron Richar Wilhlem y Lao Nai-Hsuan (劳乃宣) para su versión al alemán en 1924.

LEIBNIZ

Otro remarcable aporte de Bouvet a la difusión del I Ching en Occidente se dio en su correspondencia con Leibniz. Bouvet entró en con­tacto con el filósofo de la gran peluca luego de leer su obra “Novissima sinica” durante un permiso en París.

Leibniz llevaba correspon­dencia con distintos jesui­tas que llegaban o volvían de Oriente, impulsado por su célebre curiosidad. El padre y el filósofo enta­blaron una nutrida corres­pondencia, compartiendo su amor por los números y su relación con Dios.

Leibniz meditaba hacía un tiempo sobre el lenguaje ana­lítico de Llull, un sistema que permitiría realizar operacio­nes matemáticas con enun­ciados verbales. Entre las ideas que se le ocurrieron mientras buscaba crear su propia versión, pensó el bina­rio y su aritmética.

Bouvet aplicó al I Ching el sis­tema binario y encontró que todos los números, del del 1 al 64, aparecían ordenados al tomar cada raya como 1 y cada raya partida como 0.

En 1703, Leibniz publicó su “Explicación de la aritmética binaria, que utiliza solo los caracteres 0 y 1, con algunos comentarios sobre su utilidad y sobre la luz que arroja sobre las antiguas figuras chinas de Fuxi”, en la que atribuye al jesuita el desciframiento de un enigma que los chinos habían perdido.

La pasmosa facilidad con la que se nota lo binario en el diagrama que Bouvet envió a Leibniz se debe además a que las figuras que vieron no están en el más tradicio­nal de los órdenes, el del rey Wen (周文王), sino en el sis­tema Fu Hsing, creado en el siglo X por Shao Yong (邵雍), quien ordenó los hexagramas justamente para mostrar un sistema de numeración bina­rio. Se puede decir que Bou­vet y Leibniz encontraron el binario moderno en la versión binaria del I Ching.

Ciertamente, esta forma de numerar fue creada inde­pendientemente en distintos territorios y épocas. El pri­mer registro es de Pingala, matemático indio que vivió entre los siglos III o IV AC. En Europa fue mencionado con anterioridad por Francis Bacon y Juan Caramuel.

El mérito de Leibniz con­siste en desarrollar su arit­mética, ordenar y publicar la idea para asegurar su trans­misión, además de advertir su utilidad para el pensamiento automático, una verdadera anticipación del filósofo, no en vano señalado por Norbert Wiener como el abuelo de la cibernética en el libro con el que acuña el término.

En 1854, George Boole cons­truyó su Álgebra basán­dose en ese sistema, aunque haya fabricado su Analytical Engine con el sistema decimal. Será recién en 1937 que Claude Shannon reunirá la aritmética binaria y el álgebra de Boole con relés y conmutadores para la calculadora de su tesis doc­toral en el MIT. Desde enton­ces el binario quedó ligado a la construcción de las computa­doras modernas.

MERCANCÍA

Cuando en Occidente se habla del I Ching, a menudo se hace referencia a su representa­ción como mercancía. Nor­malmente se vende en forma de libro acompañado de tres monedas o cincuenta varillas de madera, aunque también existen versiones online, ade­más de programas y aplicacio­nes para computadoras per­sonales o de bolsillo.

En cualquiera de estos casos, el I Ching en sí mismo, que consiste en las 64 figuras ordenadas, ocupa poco espa­cio o incluso viene en una hoja separada del libro (como en la edición de Editorial Suda­mericana que consulto para escribir estas líneas).

El grueso del texto que encontramos es “El compen­dio equilibrado” que men­cionamos con anterioridad y probablemente una serie de prólogos. La traducción está casi siempre basada en la que Richard Wilhelm escribió con la ayuda del maestro Lao Nai-Hsuan (劳乃宣), a quien admiraba profundamente, aunque no lo suficiente como para otorgarle la coautoría de la obra.

Richard Wilhelm también era misionero cristiano (protestante esta vez), pero se preciaba de no haber con­vertido nunca a un chino. Intentó, sin embargo, acercar el I Ching al cristianismo y a la cultura europea, haciendo notar en pies de página la similitud de ciertos pasajes con enunciados de la Biblia, Kant o Goethe.

Su esfuerzo dio resultado, puesto que pronto se volvió la traducción preferida sobre otras más literales. Wilhelm relata que tradujo la obra siguiendo la interpretación que le daba Lao Nai-Hsuan de cada pasaje y volviendo a pasar del alemán al chino para corroborar el sentido.

JUNG

Uno de los intelectuales fuertemente influenciados por Wilhelm fue C. G. Jung, quien asistió a una confe­rencia sobre el I Ching en la School of Wisdom® recién fundada en Darmstadt. Jung cuenta que comenzó a expe­rimentar con el I Ching unos años antes y estaba sorpren­dido por la inteligencia que le demostraba el libro en sus respuestas. Al conocer a Wil­helm, encontró un guía para confirmar sus pensamientos y esclarecer sus dudas.

Jung usó el oráculo en con­sultas y en su vida privada y lo menciona en sus semina­rios. Impulsó también la tra­ducción al inglés, sugiriendo a su amiga y traductora Cary Baynes que encare la labor. Le tomó hasta 1950, pero la publicación fue un éxito edi­torial. Las contraculturas norteamericanas, ávidas de orientalismo, agotaron edi­ción tras edición el “Libro de los cambios” para darle los más diversos propósitos.

El uso del I Ching como orá­culo llevó a Jung a desarro­llar su famoso concepto de sincronicidad, con el que refiere “una coincidencia temporal de dos o más suce­sos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido significativo sea igual o similar”.

Distinto del sincronismo, que constituye la mera simulta­neidad de dos sucesos, la sin­cronicidad guarda un sentido para el espectador del evento, como la aparición de un esca­rabajo dorado en el consulto­rio cuando una cliente le con­taba un sueño con una joya con forma de escarabajo.

En un esfuerzo por cubrir de un halo científico su idea, Jung presentó una analogía con el concepto de acausa­lidad en la física cuántica. Su analogía es un ejem­plo de mal uso de la herra­mienta, pero tuvo una deci­siva influencia al dar marco teórico a todo el misticismo cuántico que todavía pulula por el mundo.

Para desarrollarla, Jung contó con la cercana colabo­ración de su cliente y amigo Wolfgang Pauli, discípulo y colega de Niels Bohr, respon­sable de la interpretación de Copenhague, el marco teó­rico para la física cuántica.

En la próxima entrega abor­daremos casos relacionados con las ciencias y las artes del siglo XX en los cuales resue­nan los ecos de la filosofía milenaria del I Ching.

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