Por Pepa Kostianovsky
Este capítulo de “Aldea de penitentes” nos sacude profundamente por la crueldad, que era un hábito, un “pequeño vicio” que costó dolor y víctimas inocentes. El relato nos estruja el corazón.
Neusa Silva escuchaba los rumores sin darles importancia. Los hombres siempre se andaban matando por ahí y eso no era asunto de su incumbencia. No le gustaban los milicos ni los curas, unos por prepotentes y otros por mentirosos.
-A mí ninguno me da de comer. No le debo nada a nadie. Ni al que me hizo los hijos, un infeliz que lo único que sabía era emborracharse. Ha de estar en el infierno con su botella de caña –murmuraba a solas mientras cosía en su Singer desvencijada.
Alzó la vista sin dejar de pedalear y se sorprendió al ver entrar a Ña Michina, una mercadera con la que no recordaba haber cruzado jamás una palabra y que además era muy pobre para acceder a sus servicios de “costurera fina”.
-Buen día –dijo la mujer, a quien el miedo se le notaba en cada gesto.
-¿Qué quiere? –respondió Neusa con su acostumbrado malhumor.
-Tengo que decirle algo de su hijo –susurró la otra.
-¿De mi hijo? Hace rato que no sé de él. Dejó su estudio, no quiere trabajar, igualito que el padre ¿Quién sabe por dónde anda?
-Está preso, Ña Neusa. Con los guerrilleros. Le están matando a toditos los que le agarraron. Le acusan de comunista y le matan.
-Pero Vicente todavía no se fue ni en el cuartel. ¿Dónde va a ser comunista?
-Ellos niko son “liberal”. Le arriman que son comunistas para matarle.
-¿Y cómo sabe que mi Vicente está ahí?
-No me vaya a preguntar, ni cuente que yo le dije. Usté es modista y tiene cliente que es del “candelero”. Como madre nomás también vengo a visitarle, por si puede hacer algo para salvarle a su hijo.
Y se fue, tan súbita y sigilosamente como había llegado. Sin esperar un gesto de gratitud en respuesta a su solidaria valentía.
Neusa no podía entender lo que pasaba. Nunca se había detenido en afectos ni caricias. No recordaba desde cuándo tenía un callo empozado en el pecho. Y de pronto sentía que se lo arrancaban, que el hijo se le desangraba en el vientre y que de su garganta surgía un grito de piedad.
Fue solo un instante. Reaccionó con rapidez. Su informante estaba en lo cierto, ella tenía a quién pedir ayuda.
Ña Heriberta era su mejor clienta. Le hacía desde los calzones hasta los vestidos de fiesta. Le escuchaba sus parloteos y sus cuitas.
Llegó corriendo hasta la casa y abrió el portón de hierro. Al entrar, la vio tomando mate mientras daba de comer una banana a un pajarraco indefinible, mezcla de loro y cacatúa.
Dada la temperatura otoñal, en vez de camisón vestía pijamas de su marido, con lo que resaltaba el parecido familiar: Ña Heri era Stroessner con zarcillos.
-E’a, Neusa. ¿Qué vos hacés por acá?Justamente yo te iba a mandar llamar.
-Usted solamente puede ayudarme.
-¡Che Dio! ¿qué piko te pasa?
-Mi hijo, Ña Heriberta, mi Vicentito.
-¿Qué ya hizo otra vez ese mitã'i akã hatã?Masiado vos le malcriás.
-Está preso. Le tomaron con los guerrilleros. Le van a matar.
-¿Con los comunistas? Eso niko son diablo.
-Él no es. No sé yo qué habrá pasado, le han de haber confundido. Ayudame por Diosito Santo, Ña Heriberta. Pedile por él al Presidente. El niko es mitã'i todavía, no sabe ni lo que hace.
-¡Ay, Neusa! Si es por mí, vos sabés bien como me encariño por vos y por tu criatura siempre. Pero mi hermano es masiado recto, no permite luego que se falle. Es estilo gringo, salió por mi papá. Si no se anda derechito, no te perdona.
Neusa se puso de rodillas y besando la mano de la mujer insistió en sus ruegos. Cuando ya parecía que el caso estaba definitivamente cerrado, se abrió una “esperanza”.
-Te viá decir bien, Neusa. Mi hermano ko es hombre y tiene debilidad de hombre. Le gusta la carne tiernita.
Neusa, sin querer comprender, permaneció en silencio.
Vos tenés una hija muy linda.
-María tiene trece años.
-¿Ya le vino su período?
-Sí, pero ella se va recién al sexto grado.
-No te hagas la boba. Entendés bien lo que te estoy diciendo. Si querés le viá decir al Presidente que si le deja libre a tu hijo, le vas a dar la mitãkuña’i. Si no, no puedo hacer nada. Pensá y decidite pronto antes de que sea tarde.
Neusa Silva se levantó, sacudió el polvo de sus rodillas y dijo:
-Está bien.
Esperaron juntas el llamado telefónico. Desde Posadas Vicente le avisó a su madre que estaba a salvo y con amigos.
La misma Heriberta fue en su auto y con el conscripto que hacía de chofer a buscar a María para llevarla a la casita de Tembetary.
Stroessner llegó cuando empezaba a anochecer. Miró a la niña y sonrió complacido.
Heriberta salió contenta. Le había hecho un favor a Neusa y un espléndido regalo a su hermano.
Alcanzó a escuchar el grito de María. Pero lo ignoró. Después de medianoche volvió con Neusa a buscar a la muchacha.
El coche ya se había ido y la casa estaba cerrada. Ña Heri sacó de la cartera su pesado llavero. Las luces de la sala y la radio seguían encendidas.
Al abrir la puerta del dormitorio, vieron el cuerpo de María que, cruzado por cintarazos, colgaba de una viga del techo. Se había ahorcado con los jirones de su vestido. Los hilos de sangre corrían por sus piernas desnudas.