Están en semáforos, pero también en eventos. Son hijos del circo milenario y de la necesidad humana de recrearse, moverse, sentir la gracia del cuerpo. Planean encontrarse una vez por mes hasta fin de año en Capiatá. Pasen y conozcan a estos artistas para quienes el arte, más que una mera forma de representación, es un estilo de vida mediante el cual cuentan historias a través de los objetos partiendo de un minucioso escrutinio del equilibrio y la gravedad.

Ignacio Doriga hace tiempo es conocido como Nacho Mostacho por los simpáticos bigo­tes que lo identifican. Ins­talado en Capiatá, donde construye su casa, pensó en llamar a sus amigos mala­baristas para recibir la pri­mavera en la plaza central de la populosa ciudad del departamento Central. En el evento de reencuentro, tras un ensayo general, brinda­ron un espectáculo a la gorra para la gente que se acercó a verlos.

“La pandemia nos paralizó mucho”, comenta recor­dando que antes de ese padecimiento mundial los malabaristas se juntaban de seguido en actividades coor­dinadas, entre otros, por el Colectivo 531 en el centro de Asunción. “Es una cos­tumbre internacional la de juntarse a compartir cono­cimientos, técnicas, herma­narse en fin”, dice sobre el origen de la idea que piensan hacer una vez por mes hasta fin de año en Capiatá.

“Este arte rompe el esquema, por eso elegimos los espacios públicos para poder compartirlo con la gente”, cuenta. Nacho es argentino, estudió en una escuela de circo y cuenta que su sueño es “poder con­tar con una escuela parecida aquí en Paraguay porque hay mucha gente intere­sada en las artes circenses, que tiene muchas materias y ayuda en la formación acto­ral, por ejemplo”, comenta. “Le ayuda a muchos chicos a encontrar algo qué hacer. Podés estudiar globología (armar muñecos con glo­bos) y ya tenés algo para comenzar a trabajar en ani­maciones infantiles”, pro­pone.

Carlos Panta es capiateño, actor y director de teatro. Cuenta que hace unos seis años se acercó “al arte cir­cense como para incorpo­rarlo al teatro y me fue gus­tando mucho a pesar de encontrarme en el camino con gente que denuesta el arte callejero. Es importante culturizar a nuestra gente y recordarles que en otros paí­ses el malabarismo es respe­tado como un deporte”, dice.

Rememora entonces el paso del Cirque du Soleil y su gale­ría de espectaculares artis­tas del equilibrio, el malaba­rismo y el contorsionismo, o las respetadas escuelas chinas, por dar ejemplos de escala mundial.

APRENDIZAJE

“Como docente de teatro sé que estas artes ayudan a mejorar las expresiones y cada tanto damos cur­sos de monociclo, ula-ula y malabares”, dice el director del elenco Juggling Lab Py, invitando a los interesados a seguirlos en Instagram.

“Buscamos crear histo­rias a partir de los mala­bares, usando también objetos cotidianos, ropas, perchas, cajas, cualquier objeto puede utilizarse si se maneja la técnica correcta. También es un arte que se puede enseñar. De hecho, lo hicimos, a niños de entre dos a ocho años y también a personas de la tercera edad”, cuenta.

Unos pasos más allá, Andru Báez se esfuerza con las clavas y un ula-ula: “Estoy empezando, me gusta mucho todo este mundo del arte cir­cense, tengo que esforzarme un poquito más”, admite. Al verla parece sencillo hacer mover el aro amarillo en la cintura, pero como todo tiene sus técnicas.

La ayuda en la tarea Leticia “Flor” Villalba, que ya tiene más experiencia y consigue hacer malabares mientras el ula-ula gira en sus cade­ras. “Comencé con pelotitas y así, aprendiendo con per­sonas más experimentadas, fui encontrando otros ele­mentos y desarrollando mi número. Esto es un mundo que tiene muchas opciones”, comenta sonriente. “Lo más importante es que permite el desarrollo del cuerpo y de la mente, es un constante estu­dio del equilibrio y la grave­dad en el que se despeja la mente cuando el cuerpo está trabajando”.

Entiende que para los jóve­nes es “una oportunidad para evitar cosas que te destru­yen, aquí hay un mundo que brinda autosuperación, colo­res, alegría y buena gente”, asegura la artista.

Chicos de la secundaria se acercaron atraídos por el espectáculo y comienzan a celebrar trucos de magia y los malabares que los artistas van obsequiando en home­naje al Día de la Juventud.

También está allí Héctor Amarilla, reguetonero cono­cido como HV Papá, que dia­riamente sube a los colecti­vos a cantar sus canciones acompañado de su fiel par­lante. “Hicimos un video nuevo con Chino C, él rapea en guaraní”, cuenta emo­cionado. Héctor comenzó limpiando parabrisas con su mamá en los semáforos, después vendió carame­los y “una vez en la esquina que paraba llegó un artista de malabares al que le pedí que me enseñara. Así que también trabajé en semá­foros haciendo malabares con pelotitas. Después ya arranqué con el canto”, dice mirando las clavas hacerse al cielo.

UNA CONVENCIÓN

Facundo Solari nació en Villa Clara, en Entre Ríos, Argen­tina, y hace unos cuatro años que llegó al Paraguay. “Comencé con los malaba­res al ver a un amigo de Ciu­dad del Este que fue quien me introdujo en el tema. Aprendí porque entendí que me iba a permitir viajar”, cuenta. “Después del primer viaje se hizo un estilo de vida”, celebra.

Ahora prepara con sus ami­gos la que será la 11ª Conven­ción de Circo y Artes Calleje­ras que se llevará a cabo del 19 al 23 de abril de 2023 en Minga Guazú. “La última la hicimos en Encarnación y fue un suceso. Tuvimos entre 500 y 600 personas, y para esta próxima todo indica que repetiremos el éxito porque hay muchas ganas de encon­trarse”, dice.

La idea es ir convocando a gente nueva para adentrarse en estas artes “para que los chicos vayan comprendiendo que es importante tomar esto con seriedad, hay que entre­nar, hacer un estilo, prepa­rarse para dar un buen espec­táculo”, sostiene.

“Tenemos suerte que aquí la gente nos apoya bastante en los semáforos y en gene­ral en la calle nos apoyamos entre todos, nosotros le com­pramos a los vendedores y así se da un pequeño circuito de economía popular que es súper interesante”, cuenta.

Con su galera de lentejue­las brillantes, Julio Benítez cuenta que desde hace 15 años trabaja con malabares y en la animación infantil. “También tenemos un movimiento de circo social con el que lleva­mos espectáculos a barrios y asentamientos que nos per­mite acercarnos y jugar con chicos para los que es difícil encontrarse con este arte”, comenta.

ALEGRÍA Y ASOMBRO

“La alegría de los niños sigue siendo el principal pago de esta tarea, sobre todo el asombro, ese con que te que­dan mirando cuando uno con­creta algún pase especial con los malabares y ellos te que­dan viendo como si fueras un ser extraordinario, eso sigue siendo el principal impulso para mí”, afirma.

Benítez, quien vive en Are­guá, considera posible soñar con armar una escuela para enseñar artes circenses, pero que lo esencial es que la gente “quiera hacerlo, que le guste estar entre estos juguetes, para comenzar con las pelo­titas y después seguir su camino”.

Un símbolo del equilibrio es el monociclo, que ahora se desplaza en el gran playón de la plaza por obra y gracia de Magin Fullaonda. Este capia­teño de 23 años cuenta que se recibió en el Instituto Munici­pal de Arte de Asunción y que en un momento del 2017 lo atrapó la idea del arte callejero.

Consiguió un bicicletero en Coronel Oviedo que lo ayudó a construirse el monociclo y a partir de allí “no paré de tra­bajar en semáforos, eventos, plazas, donde haya una opor­tunidad”, cuenta. Añade que el colectivo consiguió fondos del programa Emergentes del banco Itaú, “que nos per­mitieron financiar entrena­mientos y clases para poste­riores presentaciones”.

“El arte es un alimento, la gente necesita ver cosas de arte para poder romper la rutina, salva vidas, es un ejemplo de que se puede hacer el bien”, apunta.

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