Sería temerario intentar capturar en palabras la vida de Antonin Artaud, quien ante todo desconfiaba del lenguaje, pero no hay mejor manera de celebrar su aniversario que invitando a visitar su legado, inseparable de su biografía, una obra-vida que hizo estallar la literatura y el teatro con tal fuerza que la onda expansiva tocó la música, las artes plásticas, la filosofía. Sus temblores aún resuenan en los sitios más inesperados.
- Por Riccardo Castellani
- Fotos: Gentileza
Nació un 4 de setiembre de 1896 en Marsella, Francia. Escritor, actor y director de teatro en París, peregrino iluminado en la Sierra Tarahumara e Irlanda, loco que se cree poeta en diversos asilos hasta su muerte, ya desde la infancia tuvo problemas con la medicina y la poesía. Quema sus versos, lo internan en clínicas. El servicio militar lo licencia no sin antes sedarlo con láudano, un opiáceo que lo acompañará hasta el fin de sus días. Adhiere al surrealismo. En 1925 asumió la dirección de la Oficina de Investigaciones Surrealistas con el objetivo de convertir ese espacio de investigación del inconsciente en una escuela de readaptación a la vida.
Tomó también la dirección de la revista La Revolución Surrealista y publicó virulentas cartas contra el Papa, los rectores de las universidades europeas y los directores de los asilos, recogidas junto a otras en “Cartas a los poderes”. André Bretón, principal promotor del surrealismo, temeroso de que la febril actividad de Artaud agote el movimiento, lo apartó de la revista y luego rompió relaciones.
“Tal vez tenía más conflictos con la vida que nosotros. Muy agraciado, como lo era entonces, arrastraba detrás suyo al desplazarse un paisaje de novela negra, todo él atravesado por relámpagos. Estaba poseído por una especie de furor que no perdonaba, por así decirlo, a ninguna de las instituciones humanas, pero que podía, en algunas ocasiones, desembocar en una risa que destilaba todo el desafío de la juventud. Este furor, mediante el sorprendente poder de contagio que poseía, influyó profundamente en el camino emprendido por el surrealismo, nos impulsó a correr verdaderamente todos los riesgos, a atacar personalmente a discreción todo aquello que no podíamos sufrir”, dijo sobre Artaud el autor del Manifiesto Surrealista.
EL TEATRO, EL CINE Y EL RITO
Durante algunos años se dedicó al teatro y al cine. Apareció en filmes que hoy son clásicos por mérito propio, como el “Napoleón” de Abel Gancé y “La pasión de Juana de Arco” de Dreyer. Germaine Dulac dirige su guion “La concha y el reverendo”. Artaud junta fondos para llevar a cabo su gran proyecto: el teatro de la crueldad. Fracasa. Lo intentará de nuevo y fracasará mejor.
En 1935 parte a México, buscando en la cultura precolombina la sacralidad que consideraba perdida en Europa. En Ciudad de México da conferencias, incita a los jóvenes a abandonar tanto el capitalismo como el comunismo y volver a las tradiciones y rituales de los pueblos que todavía resisten al apocalipsis colonial. Antes de partir para la Sierra Tarahumara buscando participar del ritual del peyote, se deshace de sus opiáceos o los pierde. Cruza en abstinencia 1000 km en tren y varios días a caballo.
El niño que guió a Artaud por la Sierra Tarahumara, Erasmo Palma, escribirá una canción sobre el paso de “Antonito” por Norogachi. “Artaud fue llevado en busca de ‘los brujos’ casi de inmediato después de convivir un tiempo con la familia de Erasmo. Lo alimentaron. Le dieron refugio. (…) Don Erasmo recordó que se hicieron amigos y que él sentía que lo debía proteger, fue su guía en todo sentido, su primer apoyo en suelo sagrado”.
Al llegar, encuentra que el rito está amenazado por el plan de occidentalizar a los tarahumara. Artaud convence a la figura de autoridad local, casualmente actor en su juventud, de permitir que el ritual se lleve a cabo. Argumenta que se trata de una forma de arte escénica, una representación que conserva fuerzas extintas en el resto del mundo. Artaud compartía con los tarahumara la resistencia contra el cristianismo y la preferencia por los sonidos y gestos del cuerpo antes que la escritura. Ellos no escriben sus mitos, solo los cantan en ceremonias sagradas, terapéuticas. Someten a Artaud a ritos de iniciación, lo aceptan como un tarahumara de otras latitudes y participa de la danza del peyote. Más tarde dirá que fueron los días más felices de su vida. Su obra textual y sonora ciertamente recoge la herencia, como una muestra notable de la influencia que ejercen las culturas indígenas sobre el arte contemporáneo.
ENCIERRO Y ÚLTIMOS AÑOS
En 1936 vuelve a Francia. Apenas arriba a su tierra natal, parte en otro viaje místico a Irlanda. Es una catástrofe, lo deportan en camisa de fuerza. Termina internado. Al estallar la guerra, un amigo intercede para trasladarlo lo más lejos posible de la influencia nazi. Pero también sus amigos están en problemas, muchos mueren antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. Artaud pasará años incomunicado, sometido a todas las perversiones psiquiátricas.
Mientras está internado, en 1938, se publica “El teatro y su doble”, una colección de ensayos y cartas ordenados que recogen su pensamiento en torno a las artes escénicas y será clave para el teatro de la segunda mitad del siglo XX. Jerzy Grotowski, Peter Brook, Sarah Kane, Eugenio Barba, todos le dedican reflexiones y homenajes y buscan de algún modo lo mismo que Artaud: denunciar la complacencia de petrificar banalidades en espectáculos alienantes y hacer del arte una experiencia medicinal que nos devuelva a la vida sin apariencias.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, sus amigos se enfrentan a la burocracia del sistema psiquiátrico y logran que Artaud pase sus últimos tres años con mayores libertades. Durante esta breve temporada, produce frenéticamente: realizará una exposición de autorretratos, escribirá “Van Gogh: el suicidado por la sociedad” y dirigirá la emisión radial “Para terminar con el juicio de dios”. La emisión no pasó la censura y solo conoció una versión impresa. Artaud muere un 4 de marzo de 1948 mientras se calza un zapato.
LEGADO
Hoy nos es posible acceder a sus textos y grabaciones a través de internet. Podemos encontrar distintas traducciones y los textos originales. Incluso la emisión radial íntegra está disponible y las películas en las que participó. Su influencia se puede encontrar explícitamente en grupos y piezas teatrales, en proyectos musicales: el LP “Artaud” de Pescado Rabioso, la canción “Antonin Artaud” de Bauhaus, varios discos de John Zorn; Susan Sontag y Alejandra Pizarnik le dedican ensayos apreciando sus textos; también Maurice Blanchot y Jacques Derrida piensan en él y con él. En 2021, el ensayo “De la crueldad y lo sagrado. Viaje épico-mítico de Antonin Artaud en La Tarahumara”, de Reneé Acosta, obtiene el premio Malcolm-Lowry. Tal vez uno de los rescates más maravillosos, por sus consecuencias políticas, sea el que llevan adelante Gilles Deleuze y Félix Guattari en los dos volúmenes de su obra “Capitalismo y esquizofrenia”.
EL CUERPO SIN ÓRGANOS
En la primera parte, el Antiedipo, Deleuze y Guattari pasean con Artaud, el esquizofrénico que delira la historia, la geografía, las razas, “es un modelo mejor que el neurótico acostado en el diván”. En la emisión radial “Para terminar con el juicio de dios”, Artaud sentencia: “El hombre está enfermo porque está mal construido. Si quieren pueden atarme, pero tenemos que desnudar al hombre para extirparle ese microbio que lo infecta mortalmente, dios, y con dios todos sus órganos porque no hay nada más inservible que un órgano. Cuando ustedes le hayan fabricado un cuerpo sin órganos, lo habrán emancipado de todos sus automatismos y le habrán hecho recobrar su auténtica libertad”.
Deleuze y Guattari afirman que se trata de una experimentación no solo radiofónica, sino biológica y política que provoca la censura y la represión. En la segunda parte de la obra, Mil Mesetas, ponen a resonar Artaud con Lawrence, Henry Miller, William Burroughs. Resisten la tentación de hacer del cuerpo sin órganos un concepto, “no es una noción, es una práctica”. Encontrar un lugar, trazar un plan, hacer un colectivo “agenciando elementos, cosas, vegetales, animales, herramientas, hombres, potencias, fragmentos de todo eso: pues no se puede hablar de ‘mi’ cuerpo sin órganos, sino de ‘yo’ en él, lo que queda de mí, inalterable y cambiado de forma, franqueando umbrales”.
Todavía en 1993, en “Crítica y clínica”, Deleuze continúa su reflexión: “El cuerpo sin órganos es un cuerpo afectivo, intensivo, anarquista, que tan solo comporta polos, zonas, umbrales y gradientes. Una poderosa vitalidad no orgánica lo atraviesa. (…) La vitalidad no orgánica es la relación del cuerpo con unas fuerzas o potencias imperceptibles que se apoderan de él y de las que él se apodera”.
CONSECUENCIAS POLÍTICAS
Hacerse un cuerpo sin órganos, encontrar el propio cuerpo sin órganos, es la manera de sustraerse al juicio a través de una lucha. “Ya era el programa de Nietzsche: definir el cuerpo en devenir, en intensidad, como poder de afectar y ser afectado, es decir voluntad de poder”. La lucha reemplaza el juicio. Lucha contra el juicio, pero sobre todo entre las fuerzas que dominan o son dominadas por el luchador. “La lucha-entre es el proceso mediante el cual una fuerza se enriquece, apoderándose de otras fuerzas y sumándose en un nuevo conjunto, en un devenir”, sostiene Deleuze.
Todo esto puede parecer abstracto, pero las propuestas de “Capitalismo y esquizofrenia” tuvieron un papel importante en grupos políticos tanto de izquierda como de derecha. Por un lado, el programa esquizoanalítico influye en el operaismo italiano con Antonio Negri y Bifo Berardi como claros continuadores, pero también en el Partido del Trabajo en Brasil a partir de una gira organizada por la pensadora Suely Rolnik en el país vecino, poniendo a Deleuze y Guattari en diálogo con distintos colectivos.
El Antiedipo, por su parte, inspira el aceleracionismo que dará pensadores neoconservadores como Nick Land. No es una sorpresa. Hacerse un cuerpo sin órganos no tiene una finalidad predeterminada. Toda esta práctica puede llevar a la locura, la estupidez y la muerte. Hay cuerpos sin órganos cancerosos, fascistas, suicidas, lo advierten Deleuze y Guattari constantemente. Hay que tener precaución. “No la sabiduría, sino la prudencia como dosis, como regla inmanente de la experimentación”.
¿Por qué hacerse uno si es tan peligroso? “De todas maneras tenéis uno (o varios) […] no podéis desear sin hacer uno. Se construirá fragmento a fragmento, [...] la cuestión sería saber si los fragmentos pueden unirse y a qué precio”. No se puede explicar mejor, solo se puede invitar a los textos, insuflarles con nuestro propio aliento al pronunciarlos y ver qué pasa, qué intensidades, qué resistencias, experimentar si componen una nueva tierra con nosotros.