Paulo César López, editor y redactor de El Gran Diario del Domingo de La Nación, publicó recientemente “Historias que cuenta la gente”, una compilación de crónicas de no ficción y relatos fantásticos. El autor sostiene que su intención es celebrar la imaginación popular al tiempo de ofrecer una reminiscencia de la ya casi olvidada tradición de reunirse en torno a una fogata para compartir anécdotas y vivencias de la gente común.

Fotos: Néstor Soto

Así como Oliverio Girondo escribió los “20 poemas para ser leídos en el tranvía”, López nos ofrece en esta ocasión trece relatos, entre crónicas de no ficción y relatos sobre hechos reales ficcionalizados, con un tono que hace homenaje a los típicos kaso ñemombe’u de antaño que se contaban en torno al fuego de los braseros.

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Al mismo tiempo, aclara que a su criterio sus textos no podrían ser considerados estrictamente “cuentos” en el sentido moderno del término, sino que más bien rescatan el espíritu de los contadores de historias de los barrios y que además emulan el registro oral. Es decir, más que la lectura de un libro se pretende crear una atmósfera parecida a cuando se está escuchando a alguien mientras cuenta una historia.

“La lectura de un libro es una actividad esencialmente solitaria. Aunque el autor escriba para un interlocutor potencial, la recepción de su mensaje escapa totalmente a su control. Sin embargo, la oralidad supone una comunión entre el emisor y su público, un contacto cuya presencialidad requiere esfuerzos extra para mantener la atención del oyente”, expresa.

En efecto, la oralidad es un acto que debe valerse de una multiplicidad de recursos para lograr su objetivo comunicativo. El relator no solo habla, sino que gesticula, cambia la entonación de la voz, usa la mirada, el movimiento, el rostro, todo su cuerpo debe hacerse palabra. Es a esos relatores empíricos a los que esta compilación rinde homenaje.

BÚSQUEDA Y EXPERIMENTACIÓN

López explica que su libro es producto final de una búsqueda y experimentación con temas y géneros que captaran la atención de un nuevo nicho de lectores ajenos al mundillo literario. Así, empezó escribiendo historias sobre hechos que ocurrieron en su barrio y sobre las típicas experiencias de apariciones de póra que contaba la gente. La prueba surtió efecto y encontró un entusiasta público ávido de conocer los acontecimientos que habían tenido lugar en ciertos lugares que pasaron a ser míticos en la memoria popular.

El contexto de las historias es el escenario periurbano de los 90 y principios de los 2000 que, a pesar de la naciente conciencia citadina de entonces, conservaba aún elementos típicos del costumbrismo rural. Asimismo, es una reminiscencia a ese terror y fascinación hacia los genios tutelares de la naturaleza que acechaban en la oscuridad de los tape po’i hasta que estas entidades se fueron desvaneciendo al paso de las vertiginosas transformaciones de sus nichos ecológicos.

“Aunque en parte el objetivo sea dar cuenta de hechos ‘reales’ y ofrecer un retrato de época, en definitiva el ideal supremo es celebrar la imaginación popular, así como reforzar el sentido de pertenencia a una colectividad a través de la defensa de sus mitos y supersticiones”, escribe el autor en el comentario preliminar del libro.

En suma, “Historias que cuenta la gente” pretende ser un hálito que infunda una energía revitalizante a un mundo en agonía, a ese rico universo de tradiciones orales que hacen parte de nuestra cultura, es decir, de lo que nos define como un nosotros y como individuos en tanto colectividad.

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