El pasado 9 de agosto se inauguró en la Alianza Francesa de Asunción la muestra “El tiempo itinerante”, que reúne una colección de fotografías de Mario Samaja sobre la festividad del Arete Guasu tomadas en tres comunidades guaraníes occidentales de Pedro P. Peña, departamento de Boquerón.
Fotos GENTILEZA
Bajo la curadoría de Fernando Allen, la exposición, que permanecerá abierta hasta el 5 de setiembre y luego se trasladará a Filadelfia y Mariscal Estigarribia en el marco del Mes de los Pueblos y de la Mujer Indígena, es un conjunto de imágenes que captan las variopintas escenas de la festividad del Arete Guasu de las comunidades chaqueñas de San Agustín, Laguna y Cristo Rey.
“De todos los Arete Guasu celebrados en el Paraguay, hay uno que tiene carácter de leyenda, casi inaccesible debido a la distancia y el aislamiento: el gran Kandavare de Pedro P. Peña, al noroeste del departamento de Boquerón, junto al río Pilcomayo. Es ahí donde se ha desarrollado el trabajo fotográfico de Mario Samaja, de nacionalidad italiana, residente en Paraguay desde hace un par de años. Mario es un fotógrafo cuya experiencia de vida por más de 30 años en el continente africano le permite transitar estos delicados espacios rituales y sus complejos tiempos con mucha delicadeza, naturalidad y respeto. Sus fotografías de dos celebraciones consecutivas (2021 y 2022) del Arete Guasu más aislado del Chaco, en las comunidades indígenas de San Agustín, Laguna y Cristo Rey, testimonian no solo su sensibilidad –la belleza de las imágenes dan cuenta de esto–, sino se constituyen en un registro fundamental del gran ritual guaraní en territorio paraguayo”, explica el curador de la muestra.
EL CARNAVAL
Arete Guasu es un término guaraní que proviene de la unión de las siguientes voces: “ara”, día o tiempo; “ete”, verdadero, y “guasu”, grande. Esta festividad carnavalesca podría definirse como el día o los días verdaderos en que se impone un reencuentro con la memoria ancestral y los antepasados, aunque asumiendo el cambio y los elementos externos que han pasado a formar parte de la vida cotidiana.
Asimismo, reúnes aspectos típicos de los rituales de fertilidad en los que se agradece y se propician las buenas cosechas, así como los actos de magia imitativa que mediante la puesta en escena pretenden atraer el éxito en las labores de caza al tiempo de sortear con éxito los numerosos peligros que debe enfrentarse en el día a día de la vida tribal. De esta manera, se representa el peligro para conjurar su amenaza a través del canto y el baile, fundamentalmente.
LA HIBRIDACIÓN
El crítico de arte Ticio Escobar sostiene que el Arete Guasu mueve el concepto tradicional de la fiesta, es un encuentro ida y vuelta entre lo guaraní y otras culturas con las que se ha mantenido contacto a través de esa marcha permanente que está en la base de la cultura guaraní, de ese oguata que hace a la esencia misma del teko yma (modo tradicional de ser) externalizado a través de las migraciones en búsqueda de una tierra mítica accesible en esta vida y durante las cuales se entra en contacto con una multiplicidad de culturas, generando un tráfico de elementos simbólicos y materiales que se incorporan y resemantizan.
En consecuencia, la transculturación y el sincretismo son elementos muy fuertes en esta festividad en que “el nuevo universo de los guaraní chaqueños se despoja de los jeguaka, de las maracas y los altares emplumados y se atiborra de insólitos sombreros medievales, de nombres andinos y máscaras chané-arawak o de extravagantes plumas de ñandú que un antepasado suyo jamás usaría, y, después, se completa con espejos, con sedas y billetes, escarapelas nacionales, antifaces de cartón y remedos de insignias militares”, escribe Escobar en un capítulo de su obra “La belleza de los otros”.
Escobar sostiene que esta festividad es una negociación, ya que para sobrevivir como ceremonia los partícipes se disfrazan de un carnaval criollo en una suerte de doble disfraz, disfraz propio y un disfraz ajeno que es integrado para sortear la mirada acusadora de la sociedad envolvente y, sobre todo, la censura de índole religiosa que ha denostado estas prácticas por “heréticas”.
“Escamoteando su propio rostro, el individuo se recupera desde el rodeo de lo otro. Oculto por la máscara, se diluye en la colectividad, en su memoria y en sus sueños para extraer de ellos nuevos argumentos y razones; se convierte en dios, en su propio antepasado, en animal mítico, en héroe o en fantasma para regresar a sí negado y marcado, escindido por el doble papel que le depara la escena de su cultura”, escribe el crítico de arte.
Por tanto, es una ida y un regreso a la vez; la excepción que refina la regla y la hace más amplia. El Arete Guasu es un espacio que se abre como un paréntesis para reafirmar los vínculos comunitarios y asumirse como parte de una colectividad. El anonimato y hasta el individualismo de la máscara se presenta como una transgresión que es preciso exorcizar, como una sustracción del orden social, pero con el fin de reincorporar y amansar esas fuerzas centrífugas que amenazan la cohesión tribal. En efecto, luego de la representación, se realiza una procesión al cementerio y se lanzan las máscaras a los espíritus como una forma de ahuyentar la muerte, la forma más extrema e irreparable de disrupción social.
LA DIMENSIÓN ARTÍSTICA
Cabe preguntarse, pues, si estas formas expresivas pueden ser consideradas artísticas. Las manifestaciones del arte popular e indígena han sido con frecuencia menoscabadas desde los preconceptos de la modernidad occidental y se les ha negado la categoría de arte por revestir funciones utilitarias, sociales o religiosas, reduciéndolas a la categoría de artesanía a la luz del concepto de autonomía del arte, cuando que “en el arte indígena original, y posteriormente en el popular, es difícil despegar la forma del contenido y, consecuentemente, lo estético de lo artístico”, recuerda Escobar en otra de sus obras, “El mito del arte y el mito del pueblo”.
En efecto, las culturas indígenas carecen de una terminología análoga a la nuestra para designar al arte como actividad separada de la vida por la sencilla razón de que no existe esta autonomía y la actividad creativa está profundamente ligada a funciones sociales, políticas, religiosas, materiales e incluso lúdicas.
EL RITUAL
Los organizadores de la muestra explican que los retratos capturan distintos aspectos de este ritual de tradición guaraní. La festividad se inicia con la preparación de los coloridos y originales trajes y máscaras, y alcanza su clímax después de varios días de danzas y juegos en los que participa toda la comunidad, que va adoptando distintos roles. A pesar de tratarse de una festividad tradicional de los guaraníes, también participan vecinos de las etnias nivaclé y manjui.
“Esta exposición se focaliza en el Arete Guasu de las comunidades guaraníes occidentales de Pedro P. Peña, un hermoso y fascinante ritual. Pero el Arete no se realiza en un vacío, sino en una realidad multidimensional, articulada y compleja. Compartir los cuatro días del ritual con las comunidades fue una ocasión única de aprendizaje, de vinculación al territorio en su expresión más alejada y a sus gentes”, afirma Samaja.