Siguiendo los pasos de su dueño, esta colección encuentra al Paraguay como su parada final. Los títulos, trabajos y anotaciones se resistieron a encontrar su hogar natural, pero ahora ya en Asunción representan un aporte invaluable para los estudiosos del premio cervantes paraguayo y para su familia.

  • Por Jimmi Peralta
  • Fotos: Roberto Zarza y gentileza de Lourdes Espínola

Todo creador vuelve a la presencia, a pesar de su extinción mate­rial, de manera cotidiana, en ese confrontar que se da entre cualquier sujeto y la obra de arte. Ese nacer de la inter­pretación vuelve la pregunta sobre la obra y también sobre el creador, sobre su intención, sobre la forma, la técnica. El rey de las letras paraguayas, don Augusto Roa Bastos (1917-2005), se hizo presente nue­vamente esta semana sobre la mesa de la cultura local no solo para darle eco a su vida y presencia a su obra, sino tam­bién para recordar con suti­leza poética que su creación lucha desde hace medio siglo contra el descuido, el olvido, el extravío.

Un total de 176 libros que per­tenecían a una de las bibliote­cas perdidas de Roa Bastos lle­garon al país el pasado fin de semana. Una donación hecha por Celina Brittez, desde Argentina, ayudó a sanar una herida histórica y afectiva que el mismo don Augusto vincu­laba con el desarraigo: “Llevo la cuenta de mi exilio por las bibliotecas perdidas, ya van tres” (Revista Gente, 1995).

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Son textos, anotaciones y trabajos del premio cervan­tes paraguayo, que terminan siendo un aporte invaluable tanto para los estudiosos de su vida y su obra, así como para la familia.

¿Qué leía Roa? ¿Qué subra­yaba? ¿Qué anotaciones al margen dejaba y en qué se fijaba? ¿Cuánto lo marcó su lectura? ¿Cómo leía? ¿Quiénes eran sus allegados? ¿Quiénes le regalaban libros? ¿Qué libros parecen no haberlos leído? ¿Por qué? Algunas preguntas ya tendrán respuestas, aunque por su misma lógica evolutiva de quién indaga se multiplica­rán hasta el infinito.

Si el exilio político es ese cas­tigo de vaciar de sentido de pertenencia a alguien, si es ese látigo de soledad insufrible del que perdió el hogar y a sus seres queridos, sus bibliote­cas habrían sido para Roa ese refugio donde las ausencias se diluyen, donde las fronte­ras no existen, ese lugar donde las palabras tienen un cobijo y forma física, en una ininte­rrumpida presencia, hasta el extravío que les tocara.

También sería metáfora de que los libros se encon­traron como desechos, con mohos, mojados y maltre­chos, a punto de alimentar el fuego, pero con el epílogo positivo del rescate.

La Nación habló con Mirta Roa, hija de don Augusto, sobre la importancia que tiene este rescate para la literatura para­guaya y su análisis.

–¿Qué representa para la historiografía y el análi­sis de la producción de don Augusto este rescate de su biblioteca?

–Este rescate, así como otros materiales que conservo de él, son una rica referencia para el estudio de su obra, para quie­nes estudian la genealogía de su escritura, para quienes quieren aprender de verdad a escribir, para los estudio­sos de la literatura y para los paraguayos en general. Es un material demostrativo de su estudio, de su investigación en el campo del cine, de la litera­tura en general.

–¿Qué representa para vos desde el plano personal como hija?

–En el plano personal ha resultado un hecho muy emo­tivo, es recuperar algo de su historia, de su pasado que está ligado al nuestro, es revivir aquellos años en la casita de Buenos Aires donde transcu­rrió nuestra infancia, rodeada de libros y papeles. Pero sobre todo sentir que no todo está perdido en nuestro maltra­tado mundo.

–¿Qué indicios sobre el des­tino de su biblioteca tenían en la familia antes de este hallazgo?

–Ninguno, para nosotros estaba absolutamente per­dida.

–¿Cómo recibiste la noti­cia? ¿Lograste comuni­carte con las personas que rescataron y entregaron los libros a tu familia?

–Fue una de las mejores cosas que sucedieron, conocer, aun­que a la distancia, a una fami­lia fantástica, sensible y cari­ñosa, despojada del egoísmo que nos rodea.

–¿Cuál es el destino que tendrán esos libros en ade­lante?

–Estos libros van a enriquecer la biblioteca que dejó en Para­guay y que esperamos pueda pasar a ser el museo que Para­guay merece. Un museo que cobije todo el acervo que dejó Roa y que aún estamos con­servando desde hace 17 años.

–¿Qué títulos, apuntes, notas, subrayados relevan­tes o curiosos encontraste en esta colección de libros?

–Sobre todo, lo que tiene que ver con “Yo el Supremo” y con el cine.

–De lo encontrado, ¿qué tipo de contenido termina siendo lo más preponde­rante?

–Para mí, pienso que las notas y marcas, subrayados y mar­cados. El libro en sí no es lo importante, sino que él lo haya usado, leído, manoseado. Que lo haya integrado a su vasta cultura y haya formado parte de su obra.

–¿La colección es de la misma naturaleza que otra u otras de sus bibliotecas que hayas conocido?

–Así es, puesto que parte de estos libros formaban parte de la que tenía en casa, y esas notas y recortes eran su forma de vivir los libros. Era un ser exi­gente consigo mismo, no se con­formaba con la mediocridad, no aceptaba de sí mismo hacer las cosas de cualquier forma, para salir del paso. Cualquier obra, por pequeña que fuese, tenía un trabajo exhaustivo, tanto de contenido como de forma. Las palabras debían responder a su intención, las doblegaba, las exigía, se peleaba con ellas hasta vencerlas y hacerlas decir lo que realmente quería decir.

“ABRE UNA SERIE DE OPORTUNIDADES A NOSOTROS LOS ESTUDIOSOS DE LA OBRA DE ROA”

Lourdes Espínola, escritora, crítica de arte y ministra de Cultura de la Embajada del Paraguay en Argentina, tuvo la misión de intervenir en el proceso que permitió a los familiares de don Augusto contactar y concretar con la familia donante de los libros de la biblioteca. La Nación conversó con ella sobre cómo se dio el proceso y qué implicancias tiene para la cultura.

–¿Cómo llega a la embajada esta colección de libros de don Augusto?

–El 28 junio llega a la Embajada del Paraguay en la República Argentina un e-mail de la señora Celina Brittez, solicitando ser contactada con el área cultural, dado que la misma encuentra un poco antes del comienzo de la pandemia en un container en la zona de Chapadmalal una gran cantidad de libros pertenecientes a la biblioteca de Augusto Roa Bastos. Libros firmados por él, con anotaciones suyas, fotos, cartas y libros dedicados al escritor por famosos autores. La señora Brittez describe que fueron hallados por casualidad por su pareja, quien recoge y trae a la casa esta colección.

–¿Qué papel les cupo tener en esta experiencia de rescate cultural desde la embajada?

–La embajada de Paraguay en Argentina realiza las gestiones para traer el acervo bibliográfico que custodiaba la señora Brittez, dado que la misma solicita que se devuelta a la familia del autor. La colección llega a la embajada en siete cajas con un inventario que incluye 176 libros, además de una caja cerrada con instrucciones expresas de ser abierta solamente por los herederos, dado que contienen documentos personales del escritor. Posteriormente, las cajas son enviadas por la embajada hasta Asunción y entregadas en mano a la señora Mirtha Roa, cumpliendo así la voluntad de la donante.

–¿Qué aporte representa este rescate para la literatura paraguaya y para los trabajos o estudios sobre Roa?

–Lo interesante del hallazgo, además del aspecto emotivo e histórico, es que abre una serie de oportunidades a nosotros los estudiosos de la obra de Roa. Como crítica literaria he pronunciado varias conferencias y publicado investigaciones sobre los textos de Roa en Brasil, España, Argen­tina y Lisboa, y confrontada con esta colección recibo confirmación de las hipótesis científicas que he desarrollado y también el desafío de nuevos caminos para analizar.

–¿Qué títulos relevantes se encontraron en esta biblioteca perdida?

–Como escritora es interesante reconstruir los lazos fraternos que tenía el premio cervantes con otros autores porque hay libros dedicados como “Las buenas conciencias”, de Carlos Fuentes; “El Charleston”, de José Donoso; “Los jefes”, de Vargas Llosa; “Los exiliados”, de Gabriel Casac­cia; “Los poros del viento”, de Rodrigo Díaz Pérez.

–¿Como escritora podrías comentarnos qué dice de un escritor la colección de libros con la que cuenta?, ¿cómo se pueden interpretar sus influencias a partir de eso?

–El cotidiano de un escritor y sus relaciones con otros creadores revela mucho de las influencias y de su espíritu. En la colección hay muchos autores anglosajones como Joseph Conrad y las téc­nicas literarias y estrategias narrativas se reflejan en la obra roabastiana. Considero que la vida y obra de un escritor tiene vasos comunicantes y el estar en contacto tangible con estos libros me produce como escritora y amiga de Roa una sensación de haberlo recuperado.

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