Hugo Tomás Ramírez, un profesor respetado de una universidad privada, asesinó y descuartizó a una alumna con la que mantuvo una relación amorosa. El crimen sacudió al país a mediados de abril del 2002.

  • Por Óscar Lovera Vera
  • Periodista

El profesor Hugo Tomás y Marta llega­ron a la casa en Lam­baré. Era la noche del 26 de abril del 2002. La muchacha de 24 años se despojó de su ropa para tomar un baño; el hidromasaje haría el resto, solo necesitaba relajarse de los problemas y aislar su mente tan solo un instante. La traumática relación de un año con su profesor debía lle­gar a su fin. Solo aceptó acom­pañarlo una vez más por­que, quizás, esa noche sería el momento para acabar con los encuentros furtivos.

Pero el desenlace esa noche sería otro…

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Marta comenzó una relación con un chico de su edad y nece­sitaba cerrar el capítulo con su profesor de la facultad, él nota­blemente mayor que ella, de 44 añosdeedad. Martaqueríadejar atrás esa relación tormentosa.

Horas antes del crimen. El sábado 26 de abril, Marta recién llegaba a su departa­mento, entre las calles Jejuí y Hernandarias, en Asunción. Alguien golpeó la puerta: era el profesor Hugo Tomás. Tanto insistió su visitante que ella accedió, una vez más, a acom­pañarlo a su casa con la excusa de solo hacerlo como amigos y para corregir exámenes.

La casa del profesor, en Lam­baré. Él ya lo tenía planeado; ella pensó que era una noche más, de aquellas que podía terminar en la cama, en una pasión desenfrenada. Fue cerca de las 22:00 horas que Marta tomó un baño. En el hidromasaje el agua estaba tibia. Eso la relajó, pero la dejó vulnerable, lo que daría opor­tunidad a su asesino, que no tardaría en llegar.

Hugo Tomás entró al baño, lo hizo sin prisa y llevando el cuchillo en la mano. Se asomó lo suficiente, miró la espalda des­nuda de Martha y ahí la apuñaló una vez, otra más. Él la apuñaló ocho veces. Cinco de las heri­das la estudiante las recibió en la curva torácica de la espalda media y a la altura del hombro. Otras tres puñaladas Ramírez las aplicó en el pecho.

El cuerpo se desangró en la bañera, Marta murió en pocos minutos.

Hugo estaba fuera de control, luego de matarla pensó que debía deshacerse del cuerpo, bebió suficiente whisky para facilitar una decisión aun peor: cortar en varias partes el cuerpo de su víctima y luego repartirlas en diversos puntos.

Con el filo liso de un cuchillo de carnicero, cercenó el cuerpo de Marta. Primero cabeza, luego brazos, torso y piernas. Luego buscó bolsas negras y distri­buyó las partes; después las subió a un vehículo.

Antes de salir de su casa, Hugo Tomás limpió toda la escena, intentado borrar cada huella que pudiera comprometerlo. Hugo necesitaba una coar­tada: llamó a su novia oficial, Norma Osorio. A ella la conven­ció de que lo reciba, pese a que se molestó al dejarla plantada.

UN TENEBROSO TRAYECTO

Domingo 27 de abril. Hasta aquí su plan iba a la perfección. Usó el auto de su sobrino para no dejar cabos sueltos. La pri­mera parada fue a 500 metros de su casa, la bolsa la arrojó por la ventana. Eran las 3:45 de la madrugada cuando los vecinos quedaron conmocionados al encontrar el torso desnudo, sin cabeza y sin extremidades, además con varias puñaladas y los genitales destrozados.

El trayecto continuó. La segunda bolsa que contenía las piernas fue arrojada en la calle 24 de Mayo y Félix Bogado, lo hizo sin detener la marcha. Cerca del mediodía, se alertó sobre otro hallazgo; esta vez un perro encontró esa bolsa.

Faltaba aún una parada y ella fue para arrojar la cabeza. Esto ocurrió en la intersección de Colón y Parapití, en el cen­tro de Asunción. De lo último que se deshizo fue de la car­tera de Marta, sobre la calle Manduvirá. Un hombre que pasaba por el lugar la encon­tró y entregó a la policía en la Comisaría 3ª Metropolitana. Los agentes encontraron una tarjeta personal dentro, lla­maron al número y contestó la amiga de Hirokawa. La res­puesta de Claudia fue directa: “Pregúntenle al profesor”. La joven sabía por los momentos tortuosos que pasaba Marta y su sospecha no fue en vano.

VOLVIÓ A LA ESCENA DEL CRIMEN

En la noche del domingo la policía detuvo a Hugo. Como todo criminal, volvió a la escena del crimen, pero no se imaginó que ahí lo esperaban. Dentro del automóvil encon­traron algunas evidencias que lo delataron: un reloj y un ani­llo que pertenecían a Marta, plenamente reconocidos por el novio de la víctima. La poli­cía también encontró cabellos y rastros de sangre en el tapi­zado. Hugo negó lo que pasó, se aferraba a su coartada.

Pero la escena del crimen lo dejó aún más al descubierto. La policía encontró vestidos con manchas de sangre, ras­tros de violencia en el baño, en especial en la tina. Iden­tificaron pelos en un cepillo de limpieza, las pruebas de ADN confirmaron que los res­tos biológicos eran de Marta. El arma homicida fue descu­bierta, una navaja y un cuchi­llo de carnicero; todo apun­taba a Hugo.

El 10 de diciembre de ese año, aquel profesor universitario fue condenado a 21 años de cárcel. Catorce años después fue beneficiado con la libertad condicional, a los 58 años de edad. Se casó por segunda vez y tuvo un hijo. Hoy en día tra­baja para una consultora local.

ASÍ EMPEZÓ TODO...

Marta Raquel, de raíces orien­tales, cumplió los 18 años y fue el momento de viajar a la capi­tal para continuar estudiando y trabajar. En su ciudad, San Ignacio, departamento de Misiones, ya no encontraba la oportunidad de crecer aca­démicamente. Sus excelentes calificaciones en la escuela y colegio le permitieron egre­sar con honores como bachi­ller comercial y humanístico del Colegio Rigoberto Caba­llero, lo que la llevaría a soñar más alto.

Una vez en Asunción, estu­dió en principio biología en la Universidad Nacional de Asunción, pero dejó la carrera antes de concluir el primer año.

Fue amante de la lectura y los negocios. Ahí fue que deci­dió conjugar sus pasiones y estudiar al mismo tiempo dos carreras, mientras a la par aprendía a hablar inglés. Así fue que llegó hasta la Uni­versidad Autónoma de Asun­ción con el objetivo claro de formarse en Comercio Inter­nacional y Derecho; cursaba el último año de la primera y el tercer año de la segunda en aquel 2002. En ese tiempo conoció a Hugo Tomás Ramírez. Fue a finales de los 90. Poco después comenza­ron una relación que duró seis años.

Hugo Tomás era oriundo de Horqueta. Estaba separado de su primera esposa y con su vida puesta en los estudios y la docencia. De profesión eco­nomista, catedrático y, ade­más, se desempeñaba como vicerrector de la UAA.

En ese tiempo en que se reve­laban las dos caras de Hugo, de ser un exitoso profesional a un sanguinario homicida, estaba de novio con Norma Carolina Osorio Cabral, una joven de 27 años. Con ella se mostraba en público, lo que no impedía los encuentros furtivos con Marta.

El hombre, 20 años mayor, ayudó económicamente a sostener la carrera de Marta, lo que pensó le daría el dere­cho a dominarla. Nunca le brindó el lugar que ella bus­caba. La relación con Hugo la consumía como una enfer­medad terminal, por lo que Marta decidió cortar la rela­ción debido a los constantes maltratos que recibía del pro­fesor. A él los celos lo descon­trolaban.

Poco después, la estudiante se volvió a enamorar, conoció a un joven de su edad. Él se lla­maba Ronald y hablaron de casarse. El profesor la amena­zaba, le decía que si no era de él, no sería de nadie. No asu­mía la ruptura. Marta, para no quedar como una cual­quiera, decidió callar y espe­rar a que su profesor dejara de hostigarla, pero lejos de eso Hugo comenzó a revelar su cara más repugnante, la de un asesino despiadado.

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