Por Pepa Kostianovsky
El relato de esta semana, acompaña el comienzo de la vida de Berta Correa como el oráculo que consultaron sucesivos presidentes y hombres poderosos del país. En medio de la tragedia de la Guerra contra la Triple Alianza, su nacimiento en condiciones tan dramáticas y su inmediata orfandad, la sumerge en un remolino de sucesos que la llevan hasta ese sitio de consultora de todos los poderosos.
Berta Correa nació en un impreciso paraje entre Ytororó y Cerro León, en los últimos meses de 1869. Su madre, rezagada de la caravana que acompañaba al ejército de López, cortó el cordón umbilical con un cuchillito de plata, la envolvió en un deshilachado rebozo de seda y alcanzó a arrimar a la boca de la niña su espléndido pezón.
Después del eclipse, unas desconsoladas residentas la hallaron bebiendo la leche de la muerta.
No ha quedado constancia de cuál fue el hogar que recogió a Berta en esos primeros años de posguerra. Por cierto, no habrá sido un convento en el cual los dogmas y prejuicios habrían mutilado sus poderes.
Su huella se imprime en algunos relatos de principio del siglo XX, prediciendo la muerte precoz de Albino Jara y luego la de Eligio Ayala, así como la victoria del Chaco. Sin embargo, sus primeros golpes de fortuna los tuvo en época de Estigarribia, quien le hizo entregar el título del terreno y la choza que ocupaba en Tembetary y ordenó le construyeran allí una decorosa casita “de material”, con fogón y escusado.
Ese apogeo fue efímero, duró hasta que tuvo el desatino de decirle a Rafael Franco que no gastara en retapizar el sillón de López, pues no iba a sentarse allí por mucho tiempo.
El presidente, con el beneplácito de su gabinete variopinto, decidió echar a Berta del entorno, en la que fuera una de las raras opiniones unánimes del equipo.
Berta Correa no solo estaba dotada del poder de la videncia.
Aún adolescente se enamoró de un mozo de legionaria prosapia. No se tienen certezas sobre los motivos de la presencia de Berta en aquella casa, si era la familia que la había acogido en su orfandad o si cumplía modestas labores domésticas.
La primera certeza fue la preñez de la muchacha y, en consecuencia, su expulsión del cobijo al que osara ofender con su lujuria. Y con el tiempo, la trágica convicción de que Berta sería por siempre joven, como el día en que asumió su circunstancia de mujer.
Protegida por algún techo de pobres –donde la caridad es lo único que nunca falta– Berta parió a su hija, la primera de una larga progenie de mujeres, de padres diversos, morenas y bellas, a las que no amamantaba por no legarles su carga infinita.
" Berta Correa no sólo estaba dotada del poder de la videncia. Aún adolescente se enamoró de un mozo de legionaria prosapia. No se tienen certezas sobre los motivos de la presencia de Berta en aquella casa, si era la familia que la había acogido en su orfandad o si cumplía modestas labores domésticas”.