Este domingo, Toni recuerda la galardonada película “Eami” de Paz Encina y la conecta con las vivencias urbanas de sus tradicionales cuadernos de Cuadernos de barrio. Al final evoca a su amiga y coetánea la gran educadora Marta Lafuente, quien nos dejó el jueves pasado.
- Por Toni Roberto
- Fotos Gentileza- La Nación
Son las 20:00 en punto, el cine baja sus luces y empieza un viaje que nos lleva a recorrer el mundo de Eami, yo desde la butaca sintiéndome cada vez más pequeño ante la inmensidad de una historia tan particular y universal al mismo tiempo.
No pretendo hacer un análisis formal de la película, no soy crítico de cine, solo quitar mis emociones; la enorme historia de Eami, una niña ayoreo-totobiegosode que nos va contando momentos de resistencia a dejar las tierras ancestrales que les pertenecen, a través de palabras, silencios y sonidos. La monumentalidad de las imágenes en la gran pantalla nos enfrenta a un mundo que sobrevuela nuestra conciencia (?) de “coñones” como nos llaman ellos.
Cada gota de agua, cada árbol, cada inmenso espacio de la película me lleva a buscarle a Eami en cada rincón, en cada esquina, en cada cuadra, en cada calle del mundo de cemento que nos rodea y nos condena a nosotros mismos, los “coñone”.
Paz Encina logra cambiar nuestra mirada; al salir del cine, al parar en algún semáforo trato de encontrar su rostro, en cada una de esas miradas hay una historia de despojo, sigo mirando y la sigo buscando, en alguna foto, en alguna vieja obra de algún pintor, su rostro en la enorme “imagen cinemascope” quedó grabada en mí para siempre.
Tal vez mi mundo citadino y “eurocentrista” me lleve a buscarla desde mi impronta, en algún “estereotipo incorrecto” de alguna pintura del italiano Héctor da Ponte, en alguna foto de Guido Boggiani, en algún estudio de Enrique Collar o en alguna instantánea de Paí Blanch, al final, me detengo ante un dibujo de Holdenjara que me señala Fátima Martini, la mirada penetrante de una maká, es la referencia más cercana desde mi “cómodo mundo citadino” al que los ayoreos se resisten pertenecer.
Al final, en una fría siesta, una vez más en estos ya casi trescientos artículos, mientras escribo me entero de una partida, en este caso, una gran educadora, mi querida amiga, coetánea y oyente de todas las noches de radio, Marta Lafuente, demás está decir, una gran pérdida para la investigación en la educación en el Paraguay, a quien le despido desde la inmensidad del enorme paisaje cinematográfico que nos regala Encina, mientras tanto, yo voy a seguir buscándote Eami, en algún rostro, en alguna esquina, en algún paisaje.